Escribe Marcelo Espiñeira. Un balón de fútbol bien podría ser un objeto esencial en la vida de millones de brasileños. Tal es así, que a pocos se les ocurriría discutir si Brasil es la tierra prometida de la pelota o no. La sensación desde fuera, es que la gente de esta inmensa nación parece haber ligado de una manera extraordinaria su existencia a la de este juego. Por eso, cuando la entidad mundial del fútbol profesional, la todopoderosa FIFA , anunció que Brasil sería el anfitrión de la Copa del Mundo 2014 , los aficionados del fútbol lo aprobaron de inmediato. En aquel momento pareció una elección natural y elogiable. La gran fiesta del fútbol volvería a su territorio más sagrado, donde el balón rueda con más gracia y es recibido con pleitesía. Una visión romántica que tristemente se ha ido difuminando con la protesta callejera que estallara durante los últimos años en la sede mundialista y las múltiples acusaciones de corrupción o malversación de fondos que pesan sobre los o