Escribe Marcelo Espiñeira.
Un balón de fútbol bien podría ser un objeto esencial en la vida de millones de brasileños. Tal es así, que a pocos se les ocurriría discutir si Brasil es la tierra prometida de la pelota o no. La sensación desde fuera, es que la gente de esta inmensa nación parece haber ligado de una manera extraordinaria su existencia a la de este juego. Por eso, cuando la entidad mundial del fútbol profesional, la todopoderosa FIFA, anunció que Brasil sería el anfitrión de la Copa del Mundo 2014, los aficionados del fútbol lo aprobaron de inmediato. En aquel momento pareció una elección natural y elogiable. La gran fiesta del fútbol volvería a su territorio más sagrado, donde el balón rueda con más gracia y es recibido con pleitesía. Una visión romántica que tristemente se ha ido difuminando con la protesta callejera que estallara durante los últimos años en la sede mundialista y las múltiples acusaciones de corrupción o malversación de fondos que pesan sobre los organizadores de este evento.
Es una verdadera pena que a día de hoy, las autoridades brasileñas no hayan conseguido disipar las oscuras sospechas de corruptela que han llegado a poner en duda la capacidad ejecutiva de un país. Más, cuando en sólo dos años, Río de Janeiro se habrá convertido en la primera ciudad sudamericana que realiza unos Juegos Olímpicos. Una oportunidad excepcional para abrirse ante el mundo, donde los brasileños no tienen permitido fracasar como organizadores, más allá de la suerte que corran en el terreno deportivo.
Miles de millones
Es de conocimiento público que el Mundial 2014 terminará costando cerca de 10.000 millones de euros a las arcas del Estado de la sexta economía mundial. Una factura elevadísima que se incrementó más de un 10% de lo planeado. En parte, porque la construcción de los doce nuevos estadios disparó el presupuesto inicial hasta triplicarlo. Cierta desidia y las prisas de última hora son señaladas como causas fundamentales para estas diferencias increíblemente altas entre los costes originales del proyecto y los reales. Sin embargo, en un año electoral como el que vive Brasil (se votará en octubre próximo), estos desajustes no han sido bien recibidos por un amplio sector de la sociedad, calculado en más de la mitad de la población. Por lo que dicen las encuestas, hasta el 55% de los brasileños estaría relacionando la organización del Mundial con un derroche innecesario de fondos que podrían haberse destinados a la construcción de colegios o la mejora del deficiente sistema sanitario público. Como si la fiesta del fútbol se hubiera convertido en un destructivo boomerang para las aspiraciones del PT, de la presidenta Dilma Rousseff, a encadenar un cuarto período al frente del Palacio do Planalto en Brasilia.
Al margen de las tormentas políticas locales, la FIFA también exhibió cierta preocupación pública por los atrasos en las obras de los aeropuertos o la lentitud con que se levantaron los estadios. No obstante, se sabe que este será el Mundial más beneficioso en lo económico para la entidad. Según la revista brasileña Veja, la FIFA obtendría ganancias cercanas a los 1.500 millones de euros, superando en más de 500 los conseguidos en Sudáfrica 2010. Todo un record financiero que hará que se expanda notablemente la repartija de billetes entre las federaciones participantes del evento. El ganador del mundial se embolsará algo más de 25 millones de euros y otros 237 millones serán distribuidos entre las 31 federaciones restantes.
Este fabuloso éxito comercial de la FIFA contrasta con el descontento mayoritario de los ciudadanos que saben que el gran gestor del fútbol planetario cierra inexplicables tratos de exención fiscal con la Administración de los países donde se organizan sus eventos internacionales. Como norma habitual, la FIFA no tributa ni una sola moneda por los cuantiosos beneficios que obtiene allí donde se instala su gran circo, en la misma línea operativa que utiliza la Fórmula Uno de Bernie Ecclestone.
Bajo el rayo del sol
Rodeada del misterio más absoluto, la adjudicación de la sede para la organización de un Mundial de fútbol se parece bastante a una pantomima que intenta enmascarar una solapada subasta cada vez más rentable para la FIFA.
Las dos últimas designaciones (Rusia y Qatar) dan cuenta de ello. La elección de Qatar como organizador de la Copa del Mundo en 2022 encendió las primeras alarmas entre aquellos que sospechaban que la fiesta del fútbol se vende al mejor postor. Este pequeño oasis bañado por las aguas del Golfo Pérsico no sólo ha pasado siempre desapercibido en el aspecto deportivo (para el fútbol), sino que no reúne las mínimas condiciones climáticas necesarias para el buen desarrollo de una competencia de alto nivel al aire libre, menos aún durante el mes de junio. Un día después de su designación, las críticas a la sede de Qatar 2022 llovieron desde todos los flancos y no tardaron en aparecer los indicios de las gestiones poco transparentes por parte del ex presidente francés Nicolás Sarkozy en reuniones que también involucrarían al ex futbolista y máximo dirigente de la UEFA, Michel Platini con diversas autoridades qataríes y empresarios petroleros. Las mismas sospechas pesan sobre la sede de Rusia 2018. A la vista de todos están las buenas relaciones comerciales que mantienen la UEFA y el gigante ruso de los hidrocarburos Gazprom. De fútbol... poco y nada.
Salvando las distancias, en el mundial carioca también se han tomado decisiones con criterios muy alejados de lo deportivo. La Asociación de Atletas de Brasil ha demandado a la FIFA que cambie los horarios cercanos al mediodía programados en su calendario. Señalan como un error muy grave que se deban disputar partidos de fútbol a las 13hs., ya que el calor podría convertirse en un factor muy peligroso para la salud de los jugadores participantes. Como respuesta, la FIFA se ha negado rotundamente a introducir variante alguna en los horarios de la grilla oficial de la competición, los cuales garantizan el éxito entre las audiencias de televisión del hemisferio norte del planeta.
Es decir, que el mismo criterio lucrativo que ha llevado a Joseph Blatter y compañía a designar a Qatar y Rusia como sedes mundialistas, también rige el diseño de los horarios de los partidos de la Copa en Brasil. No importa demasiado si el calor del mediodía se torna insoportable para los jugadores que corran sobre el cesped del estadio en Salvador do Bahía, lo verdaderamente imprescindible es que las cuentas suizas de la FIFA se engorden al máximo con los derechos de televisión vendidos en 1.250 millones de euros al resto del mundo.
Un balón de fútbol bien podría ser un objeto esencial en la vida de millones de brasileños. Tal es así, que a pocos se les ocurriría discutir si Brasil es la tierra prometida de la pelota o no. La sensación desde fuera, es que la gente de esta inmensa nación parece haber ligado de una manera extraordinaria su existencia a la de este juego. Por eso, cuando la entidad mundial del fútbol profesional, la todopoderosa FIFA, anunció que Brasil sería el anfitrión de la Copa del Mundo 2014, los aficionados del fútbol lo aprobaron de inmediato. En aquel momento pareció una elección natural y elogiable. La gran fiesta del fútbol volvería a su territorio más sagrado, donde el balón rueda con más gracia y es recibido con pleitesía. Una visión romántica que tristemente se ha ido difuminando con la protesta callejera que estallara durante los últimos años en la sede mundialista y las múltiples acusaciones de corrupción o malversación de fondos que pesan sobre los organizadores de este evento.
Es una verdadera pena que a día de hoy, las autoridades brasileñas no hayan conseguido disipar las oscuras sospechas de corruptela que han llegado a poner en duda la capacidad ejecutiva de un país. Más, cuando en sólo dos años, Río de Janeiro se habrá convertido en la primera ciudad sudamericana que realiza unos Juegos Olímpicos. Una oportunidad excepcional para abrirse ante el mundo, donde los brasileños no tienen permitido fracasar como organizadores, más allá de la suerte que corran en el terreno deportivo.
La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff y el presidente de la FIFA, Joseph Blatter. |
Es de conocimiento público que el Mundial 2014 terminará costando cerca de 10.000 millones de euros a las arcas del Estado de la sexta economía mundial. Una factura elevadísima que se incrementó más de un 10% de lo planeado. En parte, porque la construcción de los doce nuevos estadios disparó el presupuesto inicial hasta triplicarlo. Cierta desidia y las prisas de última hora son señaladas como causas fundamentales para estas diferencias increíblemente altas entre los costes originales del proyecto y los reales. Sin embargo, en un año electoral como el que vive Brasil (se votará en octubre próximo), estos desajustes no han sido bien recibidos por un amplio sector de la sociedad, calculado en más de la mitad de la población. Por lo que dicen las encuestas, hasta el 55% de los brasileños estaría relacionando la organización del Mundial con un derroche innecesario de fondos que podrían haberse destinados a la construcción de colegios o la mejora del deficiente sistema sanitario público. Como si la fiesta del fútbol se hubiera convertido en un destructivo boomerang para las aspiraciones del PT, de la presidenta Dilma Rousseff, a encadenar un cuarto período al frente del Palacio do Planalto en Brasilia.
Al margen de las tormentas políticas locales, la FIFA también exhibió cierta preocupación pública por los atrasos en las obras de los aeropuertos o la lentitud con que se levantaron los estadios. No obstante, se sabe que este será el Mundial más beneficioso en lo económico para la entidad. Según la revista brasileña Veja, la FIFA obtendría ganancias cercanas a los 1.500 millones de euros, superando en más de 500 los conseguidos en Sudáfrica 2010. Todo un record financiero que hará que se expanda notablemente la repartija de billetes entre las federaciones participantes del evento. El ganador del mundial se embolsará algo más de 25 millones de euros y otros 237 millones serán distribuidos entre las 31 federaciones restantes.
Este fabuloso éxito comercial de la FIFA contrasta con el descontento mayoritario de los ciudadanos que saben que el gran gestor del fútbol planetario cierra inexplicables tratos de exención fiscal con la Administración de los países donde se organizan sus eventos internacionales. Como norma habitual, la FIFA no tributa ni una sola moneda por los cuantiosos beneficios que obtiene allí donde se instala su gran circo, en la misma línea operativa que utiliza la Fórmula Uno de Bernie Ecclestone.
Represión policial, en Sao Paulo, sobre manifestantes de la huelga del metro local. |
Rodeada del misterio más absoluto, la adjudicación de la sede para la organización de un Mundial de fútbol se parece bastante a una pantomima que intenta enmascarar una solapada subasta cada vez más rentable para la FIFA.
Las dos últimas designaciones (Rusia y Qatar) dan cuenta de ello. La elección de Qatar como organizador de la Copa del Mundo en 2022 encendió las primeras alarmas entre aquellos que sospechaban que la fiesta del fútbol se vende al mejor postor. Este pequeño oasis bañado por las aguas del Golfo Pérsico no sólo ha pasado siempre desapercibido en el aspecto deportivo (para el fútbol), sino que no reúne las mínimas condiciones climáticas necesarias para el buen desarrollo de una competencia de alto nivel al aire libre, menos aún durante el mes de junio. Un día después de su designación, las críticas a la sede de Qatar 2022 llovieron desde todos los flancos y no tardaron en aparecer los indicios de las gestiones poco transparentes por parte del ex presidente francés Nicolás Sarkozy en reuniones que también involucrarían al ex futbolista y máximo dirigente de la UEFA, Michel Platini con diversas autoridades qataríes y empresarios petroleros. Las mismas sospechas pesan sobre la sede de Rusia 2018. A la vista de todos están las buenas relaciones comerciales que mantienen la UEFA y el gigante ruso de los hidrocarburos Gazprom. De fútbol... poco y nada.
Desierto en Qatar con temperaturas extremas en los meses en que se suele disputar los Mundiales de fútbol. |
Es decir, que el mismo criterio lucrativo que ha llevado a Joseph Blatter y compañía a designar a Qatar y Rusia como sedes mundialistas, también rige el diseño de los horarios de los partidos de la Copa en Brasil. No importa demasiado si el calor del mediodía se torna insoportable para los jugadores que corran sobre el cesped del estadio en Salvador do Bahía, lo verdaderamente imprescindible es que las cuentas suizas de la FIFA se engorden al máximo con los derechos de televisión vendidos en 1.250 millones de euros al resto del mundo.
El momento en que se hizo pública la adjudicación del Mundial 2022 para la sede de Qatar. |
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