MATIAS NESPOLO
...cualquier narrador argentino actual conoce mucho más una villa miseria de lo que está dispuesto a aceptar...
Desde el inicio hasta alcanzar la última de las 211 páginas de “Siete maneras de matar a un gato” es bastante probable que no pase mucho tiempo. La novela de Matías Néspolo (Buenos Aires, 1975) tiene un ritmo trepidante y consigue atrapar en su lectura de un mundo marginal y a la vez tan cercano para cualquiera que haya vivido unos años en los alrededores de la capital de Argentina.
El llamado conurbano bonaerense o el Gran Buenos Aires es un cinturón hiperpoblado que alberga a casi un cuarto de la población del país. Practicamente diez millones de personas conviven en una porción de tierra generosa pero saturada. Un conglomerado que contiene realidades personales radicalmente extremas, con barrios adinerados y extensos barrios de chabolas. Una zona de las más castigadas por las últimas crisis económicas y donde el paro se cebó con tremenda virulencia.
Justamente en estos barrios de chabolas se han criado los protagonistas de la novela de Néspolo. Antihéroes por definición, seres sin oportunidades y condenados a delinquir. El autor se adentra con soltura en este escenario, sin emitir juicios de valor, sin justificaciones innecesarias, con crudeza y honestidad. Se mete en la hoguera y sale bien parado. No cualquiera lo logra.
Una entrevista de Marcelo Espiñeira.
Imagino que jamás has vivido en una villa miseria, aunque el escenario de tu novela sea precisamente este.
Bueno, me han preguntado por cuanto conocía este mundo o por cuanto era mío o invención literaria. Y sinceramente, hay mucha menos invención de lo que parece. Y es verdad, si estoy aquí o si trabajo con la escritura como es mi caso, quiere decir que no vengo de allí o si salí… es una historia con happy end. Pero, cualquier narrador argentino actual conoce mucho más una villa miseria de lo que está dispuesto a aceptar. La conoce por mera proximidad o de manera casi directa. En el caso de los que nos criamos en el conurbano de Buenos Aires, es un conocimiento casi directo. Y buceando de manera casi inconsciente para contar una historia, te das cuenta que sabías mucho más de lo que estás dispuesto a aceptar. Yo no me crié en una villa, pero tenía una muy, muy cerca. Incluso tenía compañeros en el cole o iba a jugar al futbol a un potrero que estaba en el límite de una villa.
Y estudiando en una escuela pública, seguro compartías clase con algún niño de la villa.
Recuerdo a un pibe que no estaba bien de la cabeza, que era muy violento y con el que tuve algún encontronazo en el instituto. Y del chico este se rumoreaba que comía gatos. Y venía de una familia muy heavy…
Yo diría que sólo un porcentaje ínfimo de la población argentina no conoce la villa. Pero esos no escriben, porque no leen periódicos o leen solo prensa extranjera, y porque probablemente son dueños de todo.
Me resultó muy creíble tu historia y su ambiente delictivo. Y la encuentro apoyada en la estructura de la novela negra clásica.
Tal vez haya funcionado como background. La novela negra es la lectura más placentera que uno va acumulando con los años. Más allá de que tus gustos se vuelvan cada vez más exquisitos o que siempre apuntes a la alta literatura en el día a día, la buena novela negra (que es mucho más extensa de lo que se cree) te da una reserva de herramientas para narrar que se filtran de manera inconsciente. En mi caso no pretendía hacer una novela negra, porque me puse a narrar sin tener muy claro a donde quería ir, pero iban apareciendo esos recursos y eché mano de ellos sin prejuicios y sin preguntarme mucho más.
La escena inicial es chocante. Determina mucho si seguirás leyendo la novela o no.
(Se ríe). Los dos extremos de la novela son los que me han traído más problemas. El comienzo es muy explícito y hasta bestial, incluso me generó algunos reparos a la hora de encontrar editor. Alguno que otro no pasó la primera página. Me rebotó el manuscrito y me dijo: "bueno, no va en la línea de nuestra editorial". Alguna editora se escandalizó y directamente lo desestimó con la primera página. Pero no fue forzado, la escena estaba ahí y tenía el título de la novela. Estos fueron los elementos de partida. Y al narrarla me dí cuenta que era una escena muy violenta, muy cargada, muy brutal, y que requería un fondo simbólico, tenía que servir para algo y no transformarse en una crónica negra sin sentido. El mundo es una mierda y ya lo sabemos, no hace falta mostrarlo explícitamente todo el tiempo. Entonces seguí tirando de esto y fue apareciendo una historia que escribí sin hacerme demasiadas preguntas.
Hay una sensación de no retorno en esa espiral de violencia que viven tus personajes.
Como dijo Chejov: "cuando aparece un clavo, alguien se colgará de ese clavo". Entonces cuando apareció el 38, me dije…"el 38 se dispara y mal". Y con la trama ya muy desarrollada y con muchos frentes abiertos, el arma de fuego me sirvió para anudarlos y la historia se resolvió sola. La novela finaliza siguiendo su propia lógica. El protagonista comienza siendo muy individualista, en el peor sentido de la palabra y termina comprometido con lo colectivo. Y aunque el final no sea bueno para ese colectivo, siento que no se podía adulterar nada, que era parte de lo dado, de la realidad. Se puede contar de la manera más poética posible pero es lo que hay. Jugar con algún tipo de final feliz me parecía forzado y una traición a la historia que estaba contando. Lo máximo que podía hacer era dejar el final abierto. No se sabe que sucederá con esa gente. No se sabe que sucederá con el personaje.
Este lenguaje callejero actualizado que utilizas, tiene antecedentes literarios cercanos?
Sí, hay muchos dentro de mi generación. Y también algún otro un poco más grande, como Juan Martini. De él me han recomendado su novela "Puerto Apache", aunque confieso no haberla leído aún. En otra esfera, está Sergio Olguín que tiene un gran manejo también. Luego, los autores más jóvenes con un buen registro callejero son Marcos Herrera o Fabián Casas. Ellos han perdido el miedo de narrar esas historias, con ese lenguaje, con esa inmediatez, y dándole un valor narrativo a todo eso. Porque si buscamos más atrás en el tiempo, resulta difícil encontrar autores que usen este argot tan nuestro, que no es más que una evolución natural del lunfardo que se hablaba en los años 40. Aquel lunfardo quedó plasmado en las letras del tango, el cual es precioso y tiene un poder lírico impresionante. Y este ha evolucionado, es el lenguaje villero, el de la calle, el del delito, el carcelario.
Corrías el riesgo de caer en la moralina por el tipo de historia que cuentas, sin embargo te has cuidado muy bien.
Es muy fácil caer en la moralina y convertirse en ese narrador que baja línea o que te va llevando para que veas el asunto en un determinado sentido. Aquel narrador que te muestra la realidad con sus ojos, pero que, al mismo tiempo, te la va pintando para que la entiendas como él quiere.
Creo no haberme cuidado conscientemente, simplemente traté de ser honesto con la voz que estaba narrando. El Gringo narra desde adentro y desde adentro no podes emitir juicio o distanciarte y valorar cual es tu comportamiento. A lo sumo podes largar todo el resentimiento o todo el odio que tengas dentro. Pero ni siquiera eres conciente de tus propias agachadas, de tus propias traiciones, de tus miserias. Y menos en una situación de supervivencia, de peligro constante. Quien diga que no se comportó como un hijo de puta cuando le apretaba el cinturón o cuando estaba en las difíciles… es porque miente como un descocido. Es una cuestión del animal humano. Luego, que querramos o no recordarlo es un tema nuestro.
Y la aparición de Moby Dick es el toque fantástico de la novela.
Sí, porque le puse una lectura difícil delante de los ojos, como es el "Moby Dick" de Melville. Que para un pibe de la villa es casi imposible tener ese libro entre las manos. Tendrían que darse una suma de casualidades muy buenas.
Es un guiño para que me dé un poco más de juego. Porque si no era como cerrarle puertas y no iba a sucederle nada interesante a este chico. Le doy total libertad al personaje, pero le estoy creando una situación para que me dé tela para narrar. Es un recurso narrativo y es la parte fantástica, donde se fuerza un poco el hiperrealismo.
Un hiperrealismo que muestra unos personajes que buscan cosas materiales con desesperacion, para luego sentirse mal o peor que antes.
Sí, una necesidad inmediata que nos sucede a todos. Estamos siempre con la presión constante de lo inmediato, no solo de lo básico. Y en cuanto lo subsanamos, nos aburrimos. Y no solo nos aburrimos, sino que comenzamos a cuestionarnos si valía la pena o no.
Y para escribir, te viene bien tener hambre?
Es una pregunta complicada. Te diría que lo contrario. Te diría que se puede escribir mejor cuando estás más tranquilo y con menos necesidades. De jóvenes, los creadores solemos tener esa visión más romántica y esa seducción por la bohemia o por pasarlas canutas. Creyendo que vivir al límite, tener una vida complicada o no tener lo básico, puede resultar en un beneficio para la creación o que aportará automáticamente un valor estético añadido a cualquier cosa que hagas. Eso es una mentira. Creo que es todo lo contrario. Creerse que la situación donde estás metido tiene que ser jodida para escribir algo bueno, diría que es una falacia de cabo a rabo. Si decimos que para escribir te viene bien haber vivido mucho o haber pasado por las situaciones que vas a contar, pues sí, seguramente que si. Pero para contar bien una historia necesitas lo básico. Y lo básico es tener la barriga llena, tener tus horas tranquilo, que no se te esté muriendo tu ser querido, que no tengas una situación trágica entre manos, tener un metro cuadrado de paz y conexión eléctrica para tu ordenador. Pero para crear, no hay que estar mal.
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