Desde Buenos Aires,
escribe Tom Dieusaert.
Ocurrió una cosa muy llamativa ni bien aterricé en suelo argentino. Tomé un taxi en Ezeiza, entablé conversación con el taxista y rápidamente la conversación acabó terminando en el tema del mundial. El taxista miraba hacia atrás para conversar mejor mientras bajaba de la autopista Ricchieri y me soltaba esta frase:
..."A Messi le tocó el momento. Es hora que muestre lo que tiene, porque si no, lo rajamos de una vez de la Selección"...
Como para enfatizar la contundencia de su aseveración, se mandó sin mirar al carril derecho de la General Paz. El auto que venía por ese mismo carril pudo frenar, por suerte.
Yo justo venía de Barcelona, donde Messi es figura, ejemplo e ídolo. Me llamaba la atención como tratan aquí a ese chico, que nunca recibió nada de su país, que si no fuera por los talent scouts de Barcelona, estaría viviendo en una villa rosarina.
Muchos en el lugar de Messi hubieran optado por dar la espalda a su país de orígen y nacionalizarse al país que lo cobijó. Pero Messi no. Y a pesar de las críticas (de no sentir la camiseta, etc.), siguió adelante con la albiceleste.
Y llama la atención que en Argentina ahora le pidan milagros - mínimo una Copita del mundo - a este muchacho a quién le tocó nacer en suelo argentino. Sólo por eso se debe al país. Es más, tiene que salvar a la nación.
Más allá de esta situación mesiánica, que a Messi ni siquiera le parece afectar porque le encanta jugar, esto demuestra algún rasgo psicológico argentino: el fútbol y la selección tienen un destino casi místico: es la redención del pobre pueblo sufrido argentino.
Este pensamiento - ampliado por la prensa - pone una presión inmensa sobre los jugadores. En el 2002 el equipo nacional tenía que borrar los malos recuerdos del corralito y el default. Cada partido era un parto. Como era de prever, no pudieron con la herculánea tarea y salieron en la primera ronda. En el 2006 la tarea subliminal era demostrar que Argentina seguía existiendo en el mapa mundial. Los albicelestes ya jugaron mucho más sueltos que en el 2002 pero les faltó la sangre fría contra los alemanes. Out en los cuartos de final y otro trauma más.
Verón y Messi en la selección argentina. |
Hace una semana, en una conferencia de prensa, Juan Sebastián "la brujita" Verón justificó la seriedad con la cual Argentina encara su destino en el pasto verde y criticó a los brasileños, diciendo que:
..."nosotros no tenemos que bailar samba, nosotros jugamos fútbol"...
O sea, la Brujita sugería que no creía en la pose brasileña, que "tudo" está siempre "bem" y que ganan una copa mundial con la sonrisa en la cara, con el “jogo bonito”, bailando y hamacando bebés alrededor de la bandera del corner.
Un jugador brasileño, Luis Fabiano, respondió a las acusaciones de Verón y dijo que:
..."algunos siempre serán amargos"...
O sea: los vecinos del sur.
¿Son amargos los argentinos? Creo que más bien son románticos de naturaleza.
No buscan la vía más sencilla, prefieren complicarse las cosas. Subconscientemente están convencidos que una victoria obtenida tras un gran sufrimiento, vale más, da más satisfacción.
Por eso adquiere un significado especial ganar contra Inglaterra, el invasor de las Malvinas. O contra Brasil que se siente dueño de América. O en el Mundial del ´90 contra el anfitrión italiano.
Diego Maradona es un especialista en inflar las expectativas y en vez de buscar tranquilidad, hacer enemistades para redoblar la apuesta. Toda esa pasión y resentimiento almacenados, esperando a salir con un grito de gol desquiciado, como Maradona demostró frente a las cámaras en el ´94. Para Maradona no solo se juega un partido de fútbol. Se juega la vida y la historia. La venganza del Ché Guevara en contra del imperio, la venganza de Bolivia contra la conspiración del primer mundo (y la FIFA), los perdedores de siempre contra los ganadores de siempre, etc..
Nadie mejor encarna esa filosofía que Juan Sebastián Verón. Hombre voluntarioso, fue vilipendiado por el pueblo, como gran culpable del fracaso en 2002, por haber vendido el alma a los amos ingleses (jugaba entonces en el Manchester).
La Bruja tuvo su venganza, cuando ya a madura edad regresó a Estudiantes, supuestamente para terminar su carrera tranquilamente, pero peleó sorpresivamente el campeonato en 2006 y le pudo ganar nada menos que a Boca. ¿La imagen de Verón después de la victoria? La Bruja sacándose la camiseta y agarrando su patrimonio familiar entre las piernas, demostrando -de forma poca delicada- que los de La Plata habían ganado "poniendo huevo". O sea luchando, sufriendo, no exactamente jugando lindo, haciendo jogo bonito.
Ese Verón recuperó su puesto en la selección que parecía haber perdido para siempre.
Ahora comparte la habitación con el mejor jugador del mundo y es el cerebro táctico de Maradona en el campo. Y así juega, corriendo decenas de kilómetros a sus 36 años, poniendo garra, con su cara de pirata y el cuchillo en la boca.
Pero más allá de la psique nacional argentina y sus exigencias, la selección haría bien en sufrir un poco menos. Podrían encarar los rivales con la seguridad de tener el mejor plantel en este Mundial y poner la presión sobre los otros.
Argentina tiene que hacer sufrir a los demás y ellos mismos dedicarse a disfrutar del juego, como lo hace Messi. Y a los brasileños en vez de criticarlos, habrá que ganarles con sus propias armas. Hay que bailarlos.
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