..."Otros pueblos nos han mostrado el camino de la libertad, como los británicos que han votado por el Brexit"...
Escribe Marcelo Espiñeira.
Aunque la memoria no parezca ser la mejor virtud de buena parte de los europeos, seguro no serán los únicos con este gran defecto. No obstante esta salvedad obvia, a muchos todavía nos sorprende que algunos acontecimientos históricos trascendentales pudieran haber caído en saco roto. El siglo pasado fue particularmente violento en los territorios que hoy conocemos como la Unión Europea, escenario de las dos guerras más sanguinarias y cruentas de la historia de la civilización. Se calcula que treinta millones de personas, entre civiles y militares, perdieron su vida durante la Primera Guerra Mundial. Y nada menos que otros sesenta millones en la Segunda.
Desde el estigma que supone semejante pérdida humana, los padres del sueño de una Europa unida hoy no entenderían cómo o de qué manera tantos ciudadanos se han instalado en el más absoluto desprecio hacia las instituciones que gobiernan este proyecto aglutinante de veintiocho naciones diferentes. El euroescepticismo que comenzó como un espacio político marginal el día después de la instalación de la unión económica, hoy experimenta un auge insólito basado en medias verdades, mentiras descaradas y un sofisticado aparato de marketing que disfraza sus peligrosas ideas en eslóganes para las masas.
Las elecciones al Parlamento Europeo de 2014 fueron una muestra del incipiente poder que podía acumular este variopinto sector político, con matices diferenciados en cada país y una actitud semejante en cuanto a la pertenencia europea: el rechazo a la unión.
Sobre los cimientos de este repudio a la soberanía común, se han atrevido a plantar la indigna bandera del odio racial o religioso, combustible pesado que alimenta el motor de estos movimientos políticos. La islamofobia ha reemplazado al antisemitismo del siglo pasado en el ideario de los populismos de ultraderecha. El miedo al diferente es utilizado de manera constante y machacona a través de un discurso que identifica todos los desajustes ocasionados por la globalización y la fundación de la Unión Europea con una supuesta invasión islámica sobre el continente. La francesa Marine Le Pen y el holandés Geert Wilders destacan en este sentido, el eje de su relato pone el acento en el enfrentamiento de civilizaciones, los europeos cristianos por un lado, los inmigrantes musulmanes por el otro.
Marine Le Pen
Escribe Marcelo Espiñeira.
Aunque la memoria no parezca ser la mejor virtud de buena parte de los europeos, seguro no serán los únicos con este gran defecto. No obstante esta salvedad obvia, a muchos todavía nos sorprende que algunos acontecimientos históricos trascendentales pudieran haber caído en saco roto. El siglo pasado fue particularmente violento en los territorios que hoy conocemos como la Unión Europea, escenario de las dos guerras más sanguinarias y cruentas de la historia de la civilización. Se calcula que treinta millones de personas, entre civiles y militares, perdieron su vida durante la Primera Guerra Mundial. Y nada menos que otros sesenta millones en la Segunda.
Desde el estigma que supone semejante pérdida humana, los padres del sueño de una Europa unida hoy no entenderían cómo o de qué manera tantos ciudadanos se han instalado en el más absoluto desprecio hacia las instituciones que gobiernan este proyecto aglutinante de veintiocho naciones diferentes. El euroescepticismo que comenzó como un espacio político marginal el día después de la instalación de la unión económica, hoy experimenta un auge insólito basado en medias verdades, mentiras descaradas y un sofisticado aparato de marketing que disfraza sus peligrosas ideas en eslóganes para las masas.
Las elecciones al Parlamento Europeo de 2014 fueron una muestra del incipiente poder que podía acumular este variopinto sector político, con matices diferenciados en cada país y una actitud semejante en cuanto a la pertenencia europea: el rechazo a la unión.
Sobre los cimientos de este repudio a la soberanía común, se han atrevido a plantar la indigna bandera del odio racial o religioso, combustible pesado que alimenta el motor de estos movimientos políticos. La islamofobia ha reemplazado al antisemitismo del siglo pasado en el ideario de los populismos de ultraderecha. El miedo al diferente es utilizado de manera constante y machacona a través de un discurso que identifica todos los desajustes ocasionados por la globalización y la fundación de la Unión Europea con una supuesta invasión islámica sobre el continente. La francesa Marine Le Pen y el holandés Geert Wilders destacan en este sentido, el eje de su relato pone el acento en el enfrentamiento de civilizaciones, los europeos cristianos por un lado, los inmigrantes musulmanes por el otro.
Inmediatamente ligan la pertenencia a la Unión Europea como una traba legal a sus planes para reforzar los controles fronterizos o el impulso de deportaciones masivas. Las soluciones mágicas aparecen constantemente en un programa que pone a Bruselas como orígen de todos los males. Entonces, sacar a Holanda o a Francia de la Unión Europea se convierte en el gran objetivo, la supuesta panacea. A escasos días para que holandeses y franceses renueven sus administraciones, en la campaña se habla con soltura de Frexit y de Nexit.
El éxito de Trump y el Brexit ha echado gasolina sobre la hoguera de los conflictos sociales europeos. Aunque puede observarse con facilidad el enorme grado de improvisación y mentiras flagrantes que rodean a estas direcciones políticas, buena parte de los franceses se manifiestan partidarios de abandonar la Unión en estos momentos.
El hechizo del Frexit los seduce, como si pudiéramos retroceder en el tiempo y quitarnos de encima la amenaza del ISIS de un plumazo o recuperar los empleos perdidos por el auge chino. Marine Le Pen es muy hábil para identificar los miedos primarios del francés promedio, el problema es que no propone nada sensato para remediarlo.
Los populismos se especializan en conectar estos temores reales con su estrafalario ideario del odio a través de fórmulas ingeniosas siempre alejadas de los valores democráticos. Por tal motivo, el andamiaje de controles internos y balance democrático que supone la Unión Europea les molesta. Otro tanto observamos en EEUU con la llegada de Donald Trump al poder. Ahora los jueces son pésimos, los fiscales son burócratas, igual que toda institución que osara enfrentarse a los caprichos del presidente. Los hechiceros populistas plantean implosionar la sociedad democrática con sus derechos ciudadanos incluídos. Lo que tanto esfuerzo costó, el odio y la rabia mal dirigidos podrían destruirlo sin más.
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