Escribe Marcelo Espiñeira.
..."En las condiciones apropiadas, me reuniría con Kim Jong Un"...
Donald Trump
Primero fue el ataque con armas químicas ordenado por el dictador sirio Bashar al-Ásad sobre sus propios ciudadanos, luego vinieron las pruebas misilísticas del norcoreano Kim Jong Un. Con objetivos similares y en el lapso de pocas semanas, dos adversarios geopolíticos norteamericanos tensaron la cuerda para conocer el alcance de la política exterior de la administración Trump. Como si se tratase de una peligrosa partida de ajedrez cuyo tablero es nuestra geografía, nuestras ciudades, o nuestros hogares.
Pocas dudas caben que tanto al-Ásad como Jong Un tienen aliados poderosos que esperan sacar una jugosa tajada de sus movidas intrépidas. En Siria, los rusos han lanzado su candidatura para ejercer como garantes de la paz en un país que pretenderían dividir en dos partes. Junto a los chiítas iraníes y los turcos de Erdogan intentan ser reconocidos como el único corset posible para frenar las crueles intenciones de al-Ásad en los territorios ocupados por los rebeldes o los kurdos, y establecer dos zonas separadas por una franja que quedaría bajo el control militar ruso-iraní-turco. Otro avance de Vladimir Putin.
La superbomba que la aviación estadounidense dejara caer en Afganistán a mediados de abril pasado podría tomarse también como una explícita advertencia del gran poder militar del que dispone Trump. Los gestos son inequívocos. Como si tratase de una disputa entre un grupo de machos alces por las hembras disponibles; Trump, Putin, al-Ásad y Jong Un no han dudado en exhibir musculatura armamentística y causar cientos de muertes entre los desdichados civiles que malviven en ese polvorín que es Medio Oriente. Pero, ¿qué hay de los chinos?
Fieles a su estilo político de perfil bajo y acción constante, los comunistas chinos esperan consolidar su control militar en los mares del sur asiático. Este plan amenaza con ser un eje conflictivo en las relaciones internacionales desde hace un par de años atrás. En concreto, la armada china comenzó a construir una isla artificial que piensa utilizar como base naval sobre unos atolones dispersos, arrecifes y bancos de arena conocidos como las islas Spratly. Algunos están controlados por Vietnam, otros por Filipinas, uno por Taiwán y, por supuesto, están aquellos bajo dominio chino. Esta disputa involucra sobretodo a Japón, principal contrapeso de los chinos en la región, que se sentirían amenazados por esta fuerte presencia militar muy próxima a su territorio insular. Filipinas, tradicional aliado norteamericano, también ha protestado lo que considera una intromisión soberana.
..."En las condiciones apropiadas, me reuniría con Kim Jong Un"...
Donald Trump
Primero fue el ataque con armas químicas ordenado por el dictador sirio Bashar al-Ásad sobre sus propios ciudadanos, luego vinieron las pruebas misilísticas del norcoreano Kim Jong Un. Con objetivos similares y en el lapso de pocas semanas, dos adversarios geopolíticos norteamericanos tensaron la cuerda para conocer el alcance de la política exterior de la administración Trump. Como si se tratase de una peligrosa partida de ajedrez cuyo tablero es nuestra geografía, nuestras ciudades, o nuestros hogares.
Pocas dudas caben que tanto al-Ásad como Jong Un tienen aliados poderosos que esperan sacar una jugosa tajada de sus movidas intrépidas. En Siria, los rusos han lanzado su candidatura para ejercer como garantes de la paz en un país que pretenderían dividir en dos partes. Junto a los chiítas iraníes y los turcos de Erdogan intentan ser reconocidos como el único corset posible para frenar las crueles intenciones de al-Ásad en los territorios ocupados por los rebeldes o los kurdos, y establecer dos zonas separadas por una franja que quedaría bajo el control militar ruso-iraní-turco. Otro avance de Vladimir Putin.
La superbomba que la aviación estadounidense dejara caer en Afganistán a mediados de abril pasado podría tomarse también como una explícita advertencia del gran poder militar del que dispone Trump. Los gestos son inequívocos. Como si tratase de una disputa entre un grupo de machos alces por las hembras disponibles; Trump, Putin, al-Ásad y Jong Un no han dudado en exhibir musculatura armamentística y causar cientos de muertes entre los desdichados civiles que malviven en ese polvorín que es Medio Oriente. Pero, ¿qué hay de los chinos?
Fieles a su estilo político de perfil bajo y acción constante, los comunistas chinos esperan consolidar su control militar en los mares del sur asiático. Este plan amenaza con ser un eje conflictivo en las relaciones internacionales desde hace un par de años atrás. En concreto, la armada china comenzó a construir una isla artificial que piensa utilizar como base naval sobre unos atolones dispersos, arrecifes y bancos de arena conocidos como las islas Spratly. Algunos están controlados por Vietnam, otros por Filipinas, uno por Taiwán y, por supuesto, están aquellos bajo dominio chino. Esta disputa involucra sobretodo a Japón, principal contrapeso de los chinos en la región, que se sentirían amenazados por esta fuerte presencia militar muy próxima a su territorio insular. Filipinas, tradicional aliado norteamericano, también ha protestado lo que considera una intromisión soberana.
Ahora, ¿cómo encaja el desafío nuclear norcoreano en este puzzle? Según los analistas expertos en política exterior china, el gobierno de Xi Jinping buscaría asegurarse el tráfico de mercancías en la región, eje estratégico de su economía, y el único rival con suficiente poder disuasorio como para interponerse en sus planes sería EEUU. Los americanos, dueños de una flota permanente repartida en cinco bases militares en las costas filipinas, durante la era Obama han sido muy cautos, evitando provocar un incidente diplomático con los chinos en la zona. Es cierto que mantuvieron intensas negociaciones para persuadirlos de que sus planes no aportaban tranquilidad a sus vecinos del sur, pero sin demasiado éxito. Con el ascenso de Trump al poder, algunos militares norteamericanos esperaban una respuesta contundente de la OTAN en los atolones ocupados por China. Sin embargo, el cambio de paradigma no se ha concretado. En parte, posiblemente por el recrudecimiento del chantaje nuclear norcoreano.
Hasta ahora, la secretaría de Estado norteamericana había tratado la cuestión norcoreana con dos objetivos ligados entre sí, derrocar al dictador Kim Jong Un y desactivar su amenazador programa nuclear. Con Trump en la Casa Blanca, el objetivo parecer haber cambiado de manera trascendente. Ahora, EEUU aceptaría separar estas cuestiones y sólo exigiría el desarme del programa nuclear norcoreano, con disposición a legitimar luego al dictador Jong Un. El gran beneficiado por esta vía de escape al conflicto sería el gobierno chino.
Tampoco los chinos apoyaban a EEUU en su solución norcoreana, porque veían en el régimen de Jong Un a un socio incómodo, pero necesario. Vale recordar que Corea del Norte significa un espacio intermedio entre la poderosa Corea del sur y el territorio chino, y lo último que desearía el gobierno de Xi Jinping es tener en su frontera sur a las tropas norteamericanas ya asentadas en Corea. Por eso, no apoya una hipotética reunificación coreana porque la existencia de Corea del Norte le garantiza una respetuosa distancia entre Shangai y Seúl, aliado de EEUU. Tampoco vería con buenos ojos que Jong Un continúe aumentando la tensión nuclear en la península coreana, por obvias razones. Tan solo acepta esta circunstancia como un chantaje necesario ejercido sobre los americanos, forzándolos a aparcar sus planes velados de reunificar Corea en una sola nación amiga.
El problema es que Jong Un conoce la historia reciente del libio Muamar el Gadafi. El mismo dictador africano que abandonó a finales del siglo pasado su programa nuclear para obtener una secreta inmunidad por parte de Occidente, que aprovechó para cometer los abusos sobre su pueblo del que fuéramos testigo más tarde. Pero en 2010, Gadafi no pudo evitar ser ajusticiado por los rebeldes libios, armados por los mismos países occidentales con los que había pactado su salvoconducto diez años antes. Es decir, Jong Un tiene motivos históricos para desconfiar de cualquier acuerdo que le ofrezca EEUU ahora. No resulta extraño entonces que un desafiante Trump haya suavizado su trato hacia los chinos, a quienes se ha visto forzado a reconocer públicamente como indispensables para lograr el desarme norcoreano.
Así encajan las piezas. El chino Xi Jinping presionará por el desarme del programa nuclear norcoreano, a cambio de que EEUU reconozca al régimen de Jong Un, el único garante de que las fronteras chinas permanezcan a resguardo. A Jong Un es posible que no le queden demasiadas alternativas porque últimamente depende en exclusividad de los pocos recursos obtenidos por la vía china. Es decir, que sería muy probable que su papel de títere de Shangai saliera reforzado luego de un acuerdo. En el marco de estas negociaciones es previsible que China haciera valer sus condiciones para afianzar los planes de establecer la base de un renovado poderío naval en los atolones vecinos a Filipinas. Como se puede observar, la presión seguiría recayendo sobre la administración norteamericana, que necesita maniobrar con finura para no irritar a sus aliados japoneses y evitar que aumente la militarización asiática. Aunque en este sentido, nadie podría poner la mano en el fuego en cuanto a las intenciones de uno y otro, ya que entre los apoyos de Trump se encuentra la potente industria militar norteamericana. Un temible lobby con capacidad suficiente para mover las piezas en este complejo tablero y ubicarlas de manera que sus ventas se disparen.
Como podemos apreciar, el norcoreano Kim Jong Un es un asesino consumado, un tirano despiadado con los suyos, otro loco más; pero también un socio incómodo y necesario de los chinos que podría ser recibido con honores si se dieran las circunstancias adecuadas, en palabras del mismísimo Mr. Trump. Negocios son negocios.
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