Escribe Marcelo Espiñeira.
El pulso independentista está próximo a cumplir su quinto aniversario, al menos desde que una multitud tomara las calles con este legítimo reclamo político. En este tiempo de tensiones permanentes con el intransigente Rajoy, han perdido sus privilegios los Pujol, los Mas, los Duran i Lleida y unos cuantos dirigentes populares y socialistas que fueron avasallados por el ímpetu de una contienda sin relax.
El 3 de octubre se erige ahora como la fecha soñada por Puigdemont, Junqueras y la CUP para declarar de manera unilateral una independencia catalana con escaso apoyo internacional y un apuro poco aconsejable. La fecha emplazada para poner unas urnas que no se podrán adquirir siguiendo los protocolos constitucionales de España, ha puesto en alerta todos los resortes legales del ejecutivo central que amenaza con desactivar parte del autogobierno catalán, apelando al poco amistoso artículo 155. En contrapartida, la Generalitat ha dejado correr el rumor de que los manifestantes de la ANC tomarían las calles, acamparían en el Parc de la Ciutadella, rodearían al Parlament en su defensa y protagonizarían un otoño catalán para la historia.
El apuro y la impaciencia han secuestrado al núcleo duro de un gobierno de alianzas imposibles que parece sentirse acorralado por algunas encuestas y un calendario autoimpuesto, que se ha convertido en su propia espada de Damocles. La desconexión tendría unas consecuencias reales que el jeroglífico dialéctico independentista intenta disimular con un relato patriótico. Todo hay que decirlo, aún a riesgo de empeorar la deficiente posición actual de la autonomía catalana en el conjunto del estado español.
En el cese fulminante
del exconseller Jordi Baiget
-por realizar unas declaraciones comprensibles-
se intuye la imposición
de un pensamiento único peligroso
Uno puede creer que le asiste la razón, pero siempre es conveniente convencer a los demás de esta idea. A los catalanes les ha costado muchos años de esfuerzo tener una situación dentro del diseño autonómico, aunque conforme a pocos. Ahora sería poco estratégico apostarlo todo a una fecha señalada, como el 1 de octubre. Menos aún, ir de farol con una resistencia callejera que encaja muy poco en el ADN del ciudadano medio de este país. Se corre el serio riesgo de perder el espíritu democrático y pacífico con el que creció el movimiento ciudadano que acompañó al 9N, uno que incluía la postal familiar al completo.
En la lógica que proyecta el cese fulminante del exconseller Jordi Baiget, por realizar unas declaraciones comprensibles al periódico El Punt AVUI, se intuye la imposición de un pensamiento único peligroso. Pues aquello de cerrar filas y tapar las discrepancias a cualquier precio, es propio del que está aislado y no confía ni en su propia sombra. En la jungla de la política española esto podría parecer normal, pero en realidad no lo es, es autoritarismo puro y duro.
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