Escribe Marcelo Espiñeira.
Los meses del verano poco y nada han servido para acercar las antagónicas posiciones que mantienen la Generalitat y el Parlament con La Moncloa. El espejismo de una nueva sintonía institucional en las horas posteriores a los atentados ha sido solo eso, una simple distorsión de la realidad ante una tragedia que sacudió los cimientos de la sociedad misma. Tan pronto dejaron atrás la semana de duelo por las víctimas, los políticos de una y otra trinchera pisaron sus respectivos aceleradores en direcciones opuestas, bajo la nueva excusa de la polémica suscitada en los medios alrededor de los Mossos y los supuestos avisos de la CIA.
Siempre hay un motivo para reafirmar el enfrentamiento, jamás para dirimirlo o apaciguarlo. Los mundos paralelos en los que se mueven Rajoy y el aparato del Estado español por un lado, y Puigdemont y el arco independentista por el otro, parecen no coincidir nunca. Aunque los vasos comunicantes sean el verdadero motivo de una discordia que excede las urnas o la simple celebración de un referendum. Que buena parte de los catalanes independentistas se quieran separar de España por una cuestión de pasta, y que buena parte de los españoles no quieran que Catalunya se vaya por la misma cuestión económica, reduce este esperpéntico conflicto a la categoría de evitable.
No existen razones de peso por las cuales los independentistas no puedan encontrar un encaje cómodo en España, así como tampoco para que el gobierno español no haya accedido jamá a una negociación pública que atendiera los reclamos originales planteados por Artur Mas en 2011. Ahora parece tarde.
La apuesta judicial de Rajoy ha competido con las argucias de los secesionistas en un duelo que lleva años y solo ha conseguido dividir a la población de Catalunya en dos bloques que conviven si no sacan el tema del Referendum en la mesa. Hacia el 1-O, la presidenta del Parlament ha recusado al Tribunal Constitucional al completo. La ANC amenaza con instalarse en las calles si Rajoy recorta la autonomía, y este no parece barajar otra salida final que aplicar el temido art. 155.
No ganan unos, ni otros. Todos se comportan como si lo único importante fuera no dar el brazo a torcer jamás, una tozudez meridiana se apoderado del tablero y en el medio estamos los que miramos atónitos, sin creer lo que vemos a diario.
Los meses del verano poco y nada han servido para acercar las antagónicas posiciones que mantienen la Generalitat y el Parlament con La Moncloa. El espejismo de una nueva sintonía institucional en las horas posteriores a los atentados ha sido solo eso, una simple distorsión de la realidad ante una tragedia que sacudió los cimientos de la sociedad misma. Tan pronto dejaron atrás la semana de duelo por las víctimas, los políticos de una y otra trinchera pisaron sus respectivos aceleradores en direcciones opuestas, bajo la nueva excusa de la polémica suscitada en los medios alrededor de los Mossos y los supuestos avisos de la CIA.
Siempre hay un motivo para reafirmar el enfrentamiento, jamás para dirimirlo o apaciguarlo. Los mundos paralelos en los que se mueven Rajoy y el aparato del Estado español por un lado, y Puigdemont y el arco independentista por el otro, parecen no coincidir nunca. Aunque los vasos comunicantes sean el verdadero motivo de una discordia que excede las urnas o la simple celebración de un referendum. Que buena parte de los catalanes independentistas se quieran separar de España por una cuestión de pasta, y que buena parte de los españoles no quieran que Catalunya se vaya por la misma cuestión económica, reduce este esperpéntico conflicto a la categoría de evitable.
..."una tozudez meridiana
se apoderado del tablero
y en el medio
estamos los que miramos atónitos"...
No existen razones de peso por las cuales los independentistas no puedan encontrar un encaje cómodo en España, así como tampoco para que el gobierno español no haya accedido jamá a una negociación pública que atendiera los reclamos originales planteados por Artur Mas en 2011. Ahora parece tarde.
La apuesta judicial de Rajoy ha competido con las argucias de los secesionistas en un duelo que lleva años y solo ha conseguido dividir a la población de Catalunya en dos bloques que conviven si no sacan el tema del Referendum en la mesa. Hacia el 1-O, la presidenta del Parlament ha recusado al Tribunal Constitucional al completo. La ANC amenaza con instalarse en las calles si Rajoy recorta la autonomía, y este no parece barajar otra salida final que aplicar el temido art. 155.
No ganan unos, ni otros. Todos se comportan como si lo único importante fuera no dar el brazo a torcer jamás, una tozudez meridiana se apoderado del tablero y en el medio estamos los que miramos atónitos, sin creer lo que vemos a diario.
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