Escribe Marcelo Espiñeira.
Los ingleses también se han entregado al glamour televisivo que pueden ofrecernos las sangrientas historias de las organizaciones mafiosas. La recientemente estrenada cuarta temporada de la exitosa serie Peaky Blinders, así lo manifiesta. Inspirada en la leyenda de una familia criminal que azotara las calles de Birmingham en el período de entreguerras, esta serie producida por la BBC, y exhibida también por Netflix, esparce su particular hechizo a través de rudos protagonistas, el sepia intenso en las ambientaciones de la barriada obrera, los romances apasionados y una violencia descarnada. En este cóctel, no tan distinto a anteriores producciones dedicadas a mostrar los entresijos del crimen organizado, destaca la numerosa e importante presencia femenina en la trama que sostiene la obra. En esta dirección, el personaje de Polly Gray -brillantemente interpretado por la actriz británica Helen McCrory- se convierte en el eje permanente que acaba por guiar las andanzas del jefe de esta familia de orígen gitano (Thomas Shelby).
Los Shelby primero comenzarán por afianzar el manejo clandestino de las apuestas ilegales en Birmingham, y luego acabarán por expandir sus negocios y traiciones hasta el mismísimo despacho del entonces ministro de Hacienda Winston Churchill.
En este camino, los fuertes vínculos forjados en las tortuosas vivencias dentro de las trincheras de la Primera Guerra Mundial serán fundamentales para sellar un sentimiento de hermandad inquebrantable dentro del núcleo duro de los Peaky Blinders, una banda que corrompía policías y no dudaba en asesinar a todo aquel que pudiera interponerse en sus ambiciosos planes de conquista.
El retrato de los personajes principales es tan minucioso como para fijar el sostén necesario para que la ficción no navegue en la intrascendencia generalizada que atrapa a las historias mal contadas. Por el contrario, como espectadores, aunque podríamos albergar razonables dudas sobre la fidelidad del guión con los hechos históricos descritos, el mismo ofrece una tensión que no diluye jamás nuestra atención. Hay circunstancias que parecen exageradas o algo inverosímiles, pero salen a flote porque el guión es muy entretenido y sus personajes encantadores. Todo se comprende mejor cuando nos enteramos que el argumento está basado en la tradición oral de algunos familiares de su autor, Steven Knight, de lazos sanguíneos con algunos descendientes de los mismos y originales Peaky Blinders.
Respecto a la cuarta temporada en sí misma, merece un párrafo aparte la notable presencia del actor Adrien Brody. En la piel de Luca Changretta, un mafioso italonorteamericano que recibe el encargo de vengar a un familiar asesinado por los despiadados Shelby, el actor estadounidense dota de una teatralidad singular a la historia, enriqueciéndola con su carisma generoso y variedad gestual prodigiosa.
Cillian Murphy en el papel del jefe de la familia, Thomas Shelby. |
Sin embargo, el héroe popular continúa siendo Thomas Shelby, este taciturno mafioso de peinado rapado a los costados, ahora también adoptado por muchos adolescentes británicos fascinados por su sombría elegancia. El actor irlandés Cillian Murphy compone el personaje central, apabullado por los horrores de la gran guerra que lo han convertido en un ser frío y nada compasivo con todos aquellos que no fueran los Peaky Blinders. Pero que como tantos otros líderes criminales, en determinado momento también optará por sacrificar a alguno de los suyos para sobrevivir. La traición es esa arma que Thomas Shelby sabe utilizar oportunamente, dado a los tratos y las alianzas estratégicas, su planificación permanente no le permite disfrutar de las riquezas, ni siquiera de unas merecidas vacaciones. A su alrededor la muerte va sesgándole el paso poco a poco, su entorno más estimado está amenazado y llegará al punto en que la acumulación de enemigos poderosos ponga en jaque su misma existencia. A la espera de una quinta temporada final, los Peaky Blinders arrasan ahora mismo.
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