Ha querido el destino futbolero que el Kazan Arena se convirtiera en el cementerio de los elefantes de este Mundial en Rusia 2018. En este estadio de capacidad limitada a algo más de 45.000 espectadores, el miércoles pasado los coreanos apearon a la siempre temible selección alemana; como ayer los franceses a una aspirante selección argentina. Así, en este mismo escenario, los dos últimos finalistas en 2014 vieron su pronta eliminación del vigente mundial.
El primer partido de octavos de final entre Francia y Argentina tenía el inmediato antecedente de una selección gala que había otorgado descanso a la mayoría de sus titulares en el tercer partido del Grupo C ante los daneses, un plácido empate a cero en el que apenas sudaron. La historia previa de la albiceleste era bien diferente. Tras un decepcionante debut ante Islandia siguió una derrota dramática ante los croatas y una resurrección casi milagrosa ante los nigerianos. Una montaña rusa de emociones no apta para cardíacos.
El calor agobiante de las 16hs reclamaba un juego a ritmo lento, más si se tenía en cuenta la posibilidad de un alargue que llevara el partido hasta los 120 minutos. En esto estaría pensando Sampaoli cuando decidió darle el día libre a Umtiti y Varane. Porque con la alineación argentina sobre el cesped, la pareja de centrales francesa quedó liberada para moverse a discreción sin que nadie ocupara el puesto referencial de nueve de área entre los argentinos. Messi como falso nueve fue una amenaza del entrenador rosarino que nunca funcionó en la práctica. Ni Messi se sentía cómodo en la jaula perfecta, ni podría recibir balón alguno en esa posición, ni sus compañeros parecían dispuestos a otra variante que no fuera un centro cruzado desde las bandas. Ante este panorama inicial, la posesión de balón argentina tropezaba una vez tras otra con un diseño ofensivo errado, Pavón o Di María iban y volvían por las bandas, sin encontrar jamás un receptor bien ubicado para aprovechar estos intentos en vano.
En contraposición, Deschamps plantó tres delanteros bien definidos: Mbappe, Griezmann y Giroud. Con Kanté, Pogba y Matuidi en la medular forzando la pérdida de balón de un Mascherano aislado en el círculo central o un Banega de comienzo algo errático, pronto Francia encontró esas primeras contras electrizantes que giraron el marcador a su favor con suma rapidez. En el minuto 13, el árbitro iraní Faghani no quiso consultar en el VAR una falta recibida por Mbappe cuando estaba entrando al área argentina y sancionó el penalty que Griezmann aprovechó para marcar el primer gol francés en Kazán.
Los minutos posteriores al gol francés fueron tremendos para una Argentina desbordada en su última línea. Nadie tomaba la marca de manera acertada cuando Griezmann o Mbappe galopaban en busca de otra jugada letal. En particular, la trayectoria del joven delantero del PSG resultaba indescifrable para Rojo, Otamendi o Tagliafico, quienes no atinaban a otra solución que la falta al hombre. En estas andaba el partido cuando cumplida la media hora inicial, Francia pareció cansada de comerse el segundo gol y decidiera tomarse un descanso sin el balón en su poder.
Veinte minutos después de sufrir otro acoso histórico en este Mundial, los argentinos reaccionaron con las armas de siempre. La jugada individual, una inspiración personal o el amor propio. No tenía más fondo que estos argumentos la selección de Sampaoli. Por momentos parecía un puzzle a medio armar, la foto de un hermoso paisaje con muchas piezas por encajar. De esta fuente particular, último recurso de un fútbol argentino huérfano de ideas colectivas, surgió el espíritu dormido de aquel Di María que llevó al Real Madrid a ganar la Liga 2011/12, un jugador imaginativo y chispeante que lo daba todo en cada intervención, y también ayudó a que Argentina alcanzara la final de Brasil 2014. El Fideo sacó un remate alto y cruzado al palo derecho de Lloris desde fuera del área, luego de una combinación entre Tagliafico y Banega en el lateral izquierdo. El sorprendente empate argentino en el 41 insufló de fuerzas a los jugadores de la albiceleste, que hasta el descanso se hicieron con el trámite del encuentro.
Con el ingreso de Fazio por Rojo salió Argentina a disputar el complemento. El 1-1 era una factura muy aceptable por lo visto en los primeros 45 minutos, la fortuna parecía acompañar esta vez a los de Sampaoli. Confusa, la Francia de Deschamps salió para constatar que Argentina sería un hueso duro de roer. En nada, un Di María endiablado forzó una falta al borde del área rival por la izquierda, su centro al área buscando la subida de los centrales fue despejada hacia atrás por Umtiti, Messi se hizo del balón, giró marcado por Matuidi y su remate a portería fue desviado por Mercado para batir a Lloris cambiando la trayectoria del tiro original. La remontada argentina se concretaba en el 48, tras siete minutos fatídicos para la defensa francesa. Di María había sido el protagonista principal de esta corta película de ciencia ficción futbolera.
Pero no tardó demasiado Francia en darse cuenta que era superior sobre el terreno, o que sus jóvenes atletas tenían que dar algunos pasos de menos que sus adversarios para ganar los mano a mano en velocidad. En el 57, una habilitación de Matuidi para Lucas por la izquierda sorprendió a Mercado a mitad de camino y el centro del lateral del Atlético de Madrid fue a parar hasta el extremo opuesto del área argentina, justo por donde ingresaba Pavard para impactar el balón con total maestría, convirtiendo el gol de su vida, con un remate de esos que no se ven todos los días. El lateral del Stuttgart había marcado un solo gol en 34 partidos disputados en la Bundesliga 2017/2018 y es este su cuarto gol como profesional en cuatro temporadas. Está dicho que la fortuna no estaba posicionándose del lado argentino esta vez. Más bien estaba jugando al escondite, apareciendo y desapareciendo de manera sospechosa...
Tras el golazo de Pavard, llegaron los diez minutos fatales para Argentina. En el 64, otro centro de Lucas al área desbordó a Mercado para transformarse en un auténtico rebote de pinball que recogió un Mbappe que adelantó su posición y batió a un poco feliz Armani que intentó defender su palo en vano. El joven delantero encontraba así su premio al esfuerzo permanente, y no se puede decir que Mbappe no lo hubiera buscado antes. Y justamente lo volvió a encontrar cuatro minutos más tarde cuando otra contra bien conducida por Matuidi acabó en una habilitación sutil de Giroud que el propio Mbappe no perdonó ante un Armani vendido. El 4-2 volvió a colocar a Argentina ante el reto de un alpinista sin oxígeno y la cumbre a varias horas de distancia.
Los minutos posteriores al cuarto gol francés comenzaron a discurrir sin una reacción argentina concreta. Volvió a destacar Mascherano en su entrega sin par, Otamendi en su necesidad urgente de contactar a un psicólogo, tras impactar el balón descaradamente contra un Pogba caído tras recibir falta. Un tremendo error que ya había cometido contra Rakitic en el partido contra Croacia, y que de manera increíble no fuera sancionado con roja directa. Y un Messi fatigado, sin chispa, como esperando esa habilitación de Iniesta o Coutinho que nunca llegaría, o esa ayuda anímica que te da contar con Busquets, Alba, Piqué o Suarez en tu mismo lado. Argentina se convirtió en un equipo desdibujado en los minutos finales y solo sobrevivió al escándalo de una derrota más abultada porque Francia se agotó y eligió volver a descansar en su propio campo, una instancia del juego que no maneja con la astucia necesaria.
Cumplido el tiempo oficial de juego, en el 92, Messi cogió un balón en el centro del campo y lo centró largo al área para que el Kun Agüero descontara la diferencia a un único gol. Su cabezazo avivó esos fantasmas que persiguen a la Francia de Deschamps, aquellos que le birlaron la Eurocopa en 2016 y que ayer se dieron a la cita con algo de retraso. Porque si Argentina hubiera marcado cinco minutos antes, muy probablemente hubiera podido forzar una prórroga con consecuencias inciertas para los franceses.
Curioso ha sido el recorrido final de Messi en los Mundiales, aunque ningún argumento sea nunca suficiente para desterrar a este enorme jugador de su esquiva cita con la gloria futbolera en este torneo. Pero la lógica nos indica que dentro de cuatro años su presencia podría ser más anecdótica que fundamental. El fútbol se ha convertido en una disciplina donde el estado físico es un factor decisivo y esta premisa nos inclina a pensar que este ha sido el último mundial para Messi, Mascherano, Di María, Agüero, Higuían y algunos más que llevaron a la selección argentina a disputar tres finales consecutivas, sin la fortuna -siempre necesaria- como para ganar alguna de ellas. Ayer la montaña rusa argentina tampoco dispuso de esa suerte indispensable para doblegar a una Francia superior, pero quebradiza.
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