Escribe Lilian Rosales de Canals.
"Durante los últimos años he tenido la incómoda sensación de que alguien (o algo) ha estado cacharreando con mi cerebro, rehaciendo la cartografía de mis circuitos neuronales, reprogramando mi memoria" No es que ya no pueda pensar (por lo menos hasta donde me doy cuenta), pero algo está cambiando. Ya no pienso como antes. Lo siento de manera muy acentuada cuando leo. Sumirme en un libro o en un artículo largo solía ser una cosa fácil. La mera narrativa o los giros de los acontecimientos cautivaban mi mente y pasaba horas paseando por los pasajes de la prosa. Sin embargo, eso ya no ocurre. Resulta que ahora, por el contrario, mi concentración se pierde tras apenas, dos o tres páginas. Me pongo inquieto, pierdo el hilo, comienzo a buscar otra cosa que hacer. Es como si tuviera que forzar mi mente divagadora a volver sobre el texto. En dos palabras, la lectura profunda, que solía ser fácil, se ha vuelto una lucha" expresa Nicholas Carr en el artículo que inspiró su obra “Superficiales” (Taurus Pensamiento, 2011).
¿Cuántos de nosotros nos sentimos identificados con esta reflexión?, ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Es ésta una interrogante que inquieta a más de uno de nuestra generación bendecida o condenada por la excesiva tecnologización.
El autor Nicholas Carr en Superficiales expone el más revelador análisis acerca de los efectos que Internet está generando en nuestras capacidades cognitivas e intelectuales y señala, con dedo acusador, sus consecuencias sobre la cultura de nuestro tiempo.
Basado en una minuciosa revisión, de años de investigación e historia, pondera los efectos físicos-fisiológicos en nuestros cerebros y sus posibles efectos en la sociedad, hasta alcanzar una luz en la paradoja que significa "el hacernos más hábiles, al tiempo que nos convierte en seres más banales, tontos, acríticos, pasivos o simplemente superficiales".
Afirma taxativamente que nuestro cerebro tiene la capacidad de cambiar en respuesta a los estímulos que recibe y alude con esta afirmación a lo que expertos denominan "la plasticidad del cerebro", uno de los más extraordinarios recursos adaptativos del hombre. De tal forma que, tanto nuestras experiencias como las tecnologías que empleamos para encontrar, almacenar y compartir información, son capaces de modificar nuestra fisiología, anatomía y procesos neuronales.
Para justificar sus planteamientos, el autor se apoya en diversos estudios comparativos realizados por especialistas en neurología, psiquiatría, psicología, fisiología, entre muchos más. En paralelo, establece la historia de los instrumentos creados por el hombre para hacer más eficiente el proceso de la información, con sus consabidos efectos ético-intelectuales y físico-fisiológicos en una revisión esclarecedora.
Internet ha fomentado el picoteo,
la distracción y la falta de concentración
con efectos muy perjudiciales
en la fijación del conocimiento y el aprendizaje.
Como consecuencia del estudio, llega a desvelar que así como el libro nos ofrecía la oportunidad de centrar nuestra atención generando una lectura profunda, reflexiva y creativa. Internet ha fomentado el picoteo, la distracción y la falta de concentración con efectos muy perjudiciales en la fijación del conocimiento y el aprendizaje. La Red fragmenta el contenido, rompe toda linealidad y genera un bucle ansioso en el consumo de esos trozos, a menudo aislados, de información.
La postura adormecida del idiota tecnológico
La ética de internet será la heredada del Taylorianismo, la ética industrial, la de la eficiencia y sobre todo, la de la velocidad…
Nicholas Carr sostiene que la gran amenaza que, para la década de los 70, profetizó Marshall Mc Luhan (en "Comprender los medios de Comunicación") como "fin de la mente lineal", era una verdad inobjetable. Lo que Mc Luhan no podía vislumbrar era que ese aforismo sería útil y elevado al rango de verdad 40 años más tarde. Menos aún que su acuñado término "Aldea Global", sería hoy la mejor definición de nuestra era digital. Aunque el visionario se refería en su momento a la TV, a la radio, al teléfono y al cine, cuando el proceso creativo es extendido, colectiva y corporativamente, a la totalidad de la sociedad humana" como una consciencia tecnológica.
Carr parafrasea a Mc Luhan con la intención, no solo de reconocer el poder transformador de Internet (como tecnología de la comunicación), sino que pretende lanzar un grito de alerta sobre las amenazas que se ciernen sobre nuestra cultura y el riesgo de hacer caso omiso a éstas.
Manifiesta en sus líneas que la opinión está polarizada, como es lógico comprender, ante un recurso tan novedoso, útil e invasor como es la Red. Así, escépticos y entusiastas, detractores y promotores, brotan desenfrenados por doquier. Ninguno escapa al debate. Ninguno quiere escapar.
Pero en su afán premonitorio Mc Luhan ha deducido: que cualquier medio "moldea lo que vemos y cómo lo vemos" y que al final, mediante el uso prolongado nos cambia como individuos y como sociedad, alterando nuestros patrones y el proceso de percepción misma.
En procura de la objetividad y el contraste, el autor también cita a disidentes. Así, David Sarnoff (pionero de la radio y TV de la RCA), en un discurso dictado en la Universidad de Notre Dame en 1955, tiró a la borda las críticas sobre los mass media que le llevaron a construir su fortuna y señaló: "somos demasiado propensos a convertir los instrumentos tecnológicos en chivos expiatorios por los pecados de aquellos que los cometen",(…)"Los productos de la ciencia moderna no son en sí buenos o malos; es el modo en que se usan el que determina su valor". Pero recuerda el autor que a este respecto Mc Luhan refutó oportunamente: (…) "es la postura adormecida del idiota tecnológico".
Otras opiniones que ridiculizan su planteamiento del "embrutecimiento colectivo" como consecuencia de nuestro consumo tecnológico digital, saltan entre las líneas del ensayo. Menciona a Steven Johnson, quien en 2005 publicaba su libro “Everything is Bad for You”. En él compara la contundente incesante actividad detectada, mediante estudios en los cerebros de usuarios de ordenadores, en comparación con la "serena" actividad de aquellos que se dedicaban a la lectura profunda en las polvorientas bibliotecas. Así pues, el uso de estos "cacharros" determinaría un aumento de la actividad en los cerebros de la que adolecían los lectores de libros.
No obstante, la interpretación que Carr hace de este fenómeno es diametralmente opuesta: “la sub-estimulación que genera la lectura de libros, esa "quietud sostenida", es la que permite que esa actividad sea intelectualmente tan gratificante y profunda”. Y reitera: "al permitirnos filtrar las distracciones, acallar las funciones del lóbulo frontal que regulan la solución de problemas, la lectura profunda se convierte en una forma de pensamiento profundo. La mente del lector experimentado es una mente en calma, no en ebullición" (…) "Tratándose de actividad neuronal, es un error suponer que cuanta más, mejor".
Nicholas Carr
"Durante los últimos años he tenido la incómoda sensación de que alguien (o algo) ha estado cacharreando con mi cerebro, rehaciendo la cartografía de mis circuitos neuronales, reprogramando mi memoria" No es que ya no pueda pensar (por lo menos hasta donde me doy cuenta), pero algo está cambiando. Ya no pienso como antes. Lo siento de manera muy acentuada cuando leo. Sumirme en un libro o en un artículo largo solía ser una cosa fácil. La mera narrativa o los giros de los acontecimientos cautivaban mi mente y pasaba horas paseando por los pasajes de la prosa. Sin embargo, eso ya no ocurre. Resulta que ahora, por el contrario, mi concentración se pierde tras apenas, dos o tres páginas. Me pongo inquieto, pierdo el hilo, comienzo a buscar otra cosa que hacer. Es como si tuviera que forzar mi mente divagadora a volver sobre el texto. En dos palabras, la lectura profunda, que solía ser fácil, se ha vuelto una lucha" expresa Nicholas Carr en el artículo que inspiró su obra “Superficiales” (Taurus Pensamiento, 2011).
¿Cuántos de nosotros nos sentimos identificados con esta reflexión?, ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Es ésta una interrogante que inquieta a más de uno de nuestra generación bendecida o condenada por la excesiva tecnologización.
El autor Nicholas Carr en Superficiales expone el más revelador análisis acerca de los efectos que Internet está generando en nuestras capacidades cognitivas e intelectuales y señala, con dedo acusador, sus consecuencias sobre la cultura de nuestro tiempo.
Basado en una minuciosa revisión, de años de investigación e historia, pondera los efectos físicos-fisiológicos en nuestros cerebros y sus posibles efectos en la sociedad, hasta alcanzar una luz en la paradoja que significa "el hacernos más hábiles, al tiempo que nos convierte en seres más banales, tontos, acríticos, pasivos o simplemente superficiales".
Afirma taxativamente que nuestro cerebro tiene la capacidad de cambiar en respuesta a los estímulos que recibe y alude con esta afirmación a lo que expertos denominan "la plasticidad del cerebro", uno de los más extraordinarios recursos adaptativos del hombre. De tal forma que, tanto nuestras experiencias como las tecnologías que empleamos para encontrar, almacenar y compartir información, son capaces de modificar nuestra fisiología, anatomía y procesos neuronales.
Para justificar sus planteamientos, el autor se apoya en diversos estudios comparativos realizados por especialistas en neurología, psiquiatría, psicología, fisiología, entre muchos más. En paralelo, establece la historia de los instrumentos creados por el hombre para hacer más eficiente el proceso de la información, con sus consabidos efectos ético-intelectuales y físico-fisiológicos en una revisión esclarecedora.
Internet ha fomentado el picoteo,
la distracción y la falta de concentración
con efectos muy perjudiciales
en la fijación del conocimiento y el aprendizaje.
Como consecuencia del estudio, llega a desvelar que así como el libro nos ofrecía la oportunidad de centrar nuestra atención generando una lectura profunda, reflexiva y creativa. Internet ha fomentado el picoteo, la distracción y la falta de concentración con efectos muy perjudiciales en la fijación del conocimiento y el aprendizaje. La Red fragmenta el contenido, rompe toda linealidad y genera un bucle ansioso en el consumo de esos trozos, a menudo aislados, de información.
La postura adormecida del idiota tecnológico
La ética de internet será la heredada del Taylorianismo, la ética industrial, la de la eficiencia y sobre todo, la de la velocidad…
Nicholas Carr sostiene que la gran amenaza que, para la década de los 70, profetizó Marshall Mc Luhan (en "Comprender los medios de Comunicación") como "fin de la mente lineal", era una verdad inobjetable. Lo que Mc Luhan no podía vislumbrar era que ese aforismo sería útil y elevado al rango de verdad 40 años más tarde. Menos aún que su acuñado término "Aldea Global", sería hoy la mejor definición de nuestra era digital. Aunque el visionario se refería en su momento a la TV, a la radio, al teléfono y al cine, cuando el proceso creativo es extendido, colectiva y corporativamente, a la totalidad de la sociedad humana" como una consciencia tecnológica.
Carr parafrasea a Mc Luhan con la intención, no solo de reconocer el poder transformador de Internet (como tecnología de la comunicación), sino que pretende lanzar un grito de alerta sobre las amenazas que se ciernen sobre nuestra cultura y el riesgo de hacer caso omiso a éstas.
Manifiesta en sus líneas que la opinión está polarizada, como es lógico comprender, ante un recurso tan novedoso, útil e invasor como es la Red. Así, escépticos y entusiastas, detractores y promotores, brotan desenfrenados por doquier. Ninguno escapa al debate. Ninguno quiere escapar.
Pero en su afán premonitorio Mc Luhan ha deducido: que cualquier medio "moldea lo que vemos y cómo lo vemos" y que al final, mediante el uso prolongado nos cambia como individuos y como sociedad, alterando nuestros patrones y el proceso de percepción misma.
En procura de la objetividad y el contraste, el autor también cita a disidentes. Así, David Sarnoff (pionero de la radio y TV de la RCA), en un discurso dictado en la Universidad de Notre Dame en 1955, tiró a la borda las críticas sobre los mass media que le llevaron a construir su fortuna y señaló: "somos demasiado propensos a convertir los instrumentos tecnológicos en chivos expiatorios por los pecados de aquellos que los cometen",(…)"Los productos de la ciencia moderna no son en sí buenos o malos; es el modo en que se usan el que determina su valor". Pero recuerda el autor que a este respecto Mc Luhan refutó oportunamente: (…) "es la postura adormecida del idiota tecnológico".
Otras opiniones que ridiculizan su planteamiento del "embrutecimiento colectivo" como consecuencia de nuestro consumo tecnológico digital, saltan entre las líneas del ensayo. Menciona a Steven Johnson, quien en 2005 publicaba su libro “Everything is Bad for You”. En él compara la contundente incesante actividad detectada, mediante estudios en los cerebros de usuarios de ordenadores, en comparación con la "serena" actividad de aquellos que se dedicaban a la lectura profunda en las polvorientas bibliotecas. Así pues, el uso de estos "cacharros" determinaría un aumento de la actividad en los cerebros de la que adolecían los lectores de libros.
No obstante, la interpretación que Carr hace de este fenómeno es diametralmente opuesta: “la sub-estimulación que genera la lectura de libros, esa "quietud sostenida", es la que permite que esa actividad sea intelectualmente tan gratificante y profunda”. Y reitera: "al permitirnos filtrar las distracciones, acallar las funciones del lóbulo frontal que regulan la solución de problemas, la lectura profunda se convierte en una forma de pensamiento profundo. La mente del lector experimentado es una mente en calma, no en ebullición" (…) "Tratándose de actividad neuronal, es un error suponer que cuanta más, mejor".
Carr formula una denuncia: la actual preferencia por una información dispensada de modo inconexo, sin permanencia, con una caducidad abrumadora, ha conducido a muchos a dejar de leer libros. Ya hay más de un sesudo catedrático universitario quien sin pelos en la lengua comenta, que leer completo y de forma lineal La Guerra y La Paz, de León Tolstoi, tal y como se hacía en el XIX, "no merece el tiempo que se emplea", pudiendo imprimir un resumen en veinte segundos. Hasta el pudor que impedía a muchos confesar este punto de vista, aun cuando lo pensaran en otros tiempos, es también hoy un resabio de otro siglo.
Esa superficialidad a la que hace alusión el escritor, se hace patente en la generación de un pensamiento unívoco, ya que la Red, traicionando su promesa de ofrecer una mayor variedad de contenidos, ofrece un efecto uniformador que alcanza hasta los ámbitos aparentemente menos permeables, como el académico. Nos acercamos al concepto de "Aldea Global" sin derecho a voto. A este respecto el autor alega que, pese a la gran cantidad de datos que ofrece Internet y pone a disposición a los eruditos, la variedad de las citas de los autores se han reducido y empobrecido de tal suerte, que se citan unos a otros, empleando los mismo refritos en lugar de investigar cada cual por su cuenta. Las fuentes originarias han quedado abandonadas debido, al parecer, porque ya nadie lee.
Expertos en olvido e ineptos para el recuerdo
El autor sostiene que la atención puede llegar a parecer un concepto etéreo pero es, un estado físico real y ocasiona efectos "materiales" en todo el cerebro: de esta manera se explica cómo el hecho de pensar en una idea o experiencia, desencadene un proceso donde las neuronas de la corteza envían señales a las del cerebro medio, permitiendo liberar un potente neurotransmisor llamado dopamina. Este neurotransmisor, una vez que se canaliza en las sinapsis del hipocampo, inicia lo que se conoce como "consolidación de la memoria explícita" donde intervienen genes que estimulan la síntesis de nuevas proteínas.
El efecto controversial que genera la sobrecarga de estímulos al entrar en la Red, también ocasiona una sobrecarga en nuestra "memoria de trabajo" o "a corto plazo". Nuestros lóbulos frontales se ven presionados para concentrar la atención en una sola cosa y así, en consecuencia, el proceso de consolidación de la memoria se ve obstaculizado, no puede ni siquiera comenzar.
Las diversas tecnologías aplicadas a lo largo de la historia en la tarea de encontrar, almacenar, interpretar la información, de orientar nuestra atención y dar uso a nuestros sentidos, han constituido la base de la estructura física y del funcionamiento de la mente humana en cómo recordamos y cómo olvidamos. Su uso ha fortalecido y debilitado circuitos neuronales y con ello, funciones. Es así como el concepto de neuroplasticidad se entiende como el estado en constante cambio de nuestros cerebros, a razón de nuestras experiencias y nuestra conducta. No existe un cerebro estático.
Sin embargo, debido a la plasticidad de nuestro cerebro, en la medida en la que usemos más y más el internet, más lo entrenaremos para distraerse, para adaptarse a la multiplicidad de estímulos, para captar y procesar la información cada vez más rápidamente, de forma eficiente pero sin una atención sostenida.
Esta adaptación del cerebro al uso cotidiano de internet y a la estructuración de la información en la red, explica la falta de concentración que muchos de nosotros referimos, incluso lejos del uso del ordenador. Nuestros cerebros se han convertido en unos "expertos en olvido e ineptos para el recuerdo".
Las investigaciones en el cerebro de monos realizadas por Michael Merzenich (Doctor en Fisiología de la Universidad John Hopkins), redescubre el fenómeno de la neuroplasticidad. Prácticamente todos nuestros circuitos neuronales que se ocupan de cualquier tarea (ver,oler,pensar…) están sometidos a constante cambio y reitera el científico que el cerebro adulto es "tremendamente plástico". En apoyo a esta tesis otros estudios realizados por el biólogo Erick Kandel en la década del 70 (con una especie de babosa de mar, la Aplysia) determinaron que las sinapsis pueden experimentar cambios grandes y duraderos que requieren una cantidad relativamente pequeña de entrenamiento.
Las sinapsis, por su parte, son la unión intercelular especializada entre una neurona transmisora (célula nerviosa por excelencia) y una receptora o postsináptica; en este espacio es donde se depositan proteínas segregadas o neurotransmisores capaces de estimular o inhibir la acción de la neurona receptora.
Los estudios con la Aplysia revelaron que el cerebro posee una arquitectura básica: ciertas conexiones sinápticas están genéticamente determinadas, pero nuestras experiencias regulan el vigor de esas conexiones y su persistencia en el tiempo. Lo que determinaría el "rediseño" de nuestra mente y de nuestros patrones de comportamiento. El modelo "mecanicista" del cerebro de antaño pasó a la historia. Sin embargo, al ser elástico, nuestro cerebro tiene la propiedad de arraigar también malos hábitos, y la participación de la mente en este proceso es fundamental en los caminos trazados.
La posibilidad de deterioro intelectual es inherente a la plasticidad de nuestro cerebro, o sea que si dejamos de ejercer nuestra capacidad mental, el cerebro no se limita a olvidar, el espacio reservado para las viejas habilidades se ocupa con las nuevas que se practican, las cuales se harán más profundas en la medida que sean más frecuentes.
Entretanto, Carr sostiene que la mayoría de nosotros pasaremos no menos de dos horas diarias en internet, probablemente más. Durante ese período repetiremos acciones a gran velocidad, (y acaso sin mediar juicio) una y otra vez, respondiendo a enlaces, vínculos, estímulos, en fin: "invitaciones a la distracción". La vista y el oído estarán atentos. De lo que no tenemos consciencia es que durante ese proceso Internet emite una serie de inputs a nuestras cortezas cerebrales: visuales, somático-sensoriales y auditivas ya que además de texto, otros elementos como imágenes, sonidos, llamados, hipervínculos, textos, colores, cursores que cambian de forma, botones, íconos, aviso de nuevos emails, interactúan con nosotros demandando atención y la toma de una decisión (pulsar o descartar, arrastrar o soltar…)Y por si fuera poco, aparecen intermitentes los anuncios y casillas de formularios para rellenar o ejecutar una votación.
Extraordinariamente montada, la Red nos premia por seguir enganchados. Un sistema de recompensa y respuestas rápidas contribuye a la repetición de esas acciones físicas y mentales. Al buscar una palabra se despliega un enorme menú de resultados, datos que sin duda no dejan de ser interesantes de evaluar, y seguramente difíciles de abandonar sin cautivar nuestra atención, aunque sea tan solo momentáneamente. Tras un email enviado, recibimos al instante una respuesta. Al conectarnos al Facebook estrechamos lazos, hacemos nuevos amigos, de despierta un sentimiento de identificación y arraigo, al escribir un tweet entramos en la competencia de posicionamiento en una comunidad virtual a través de Twitter, aumentando nuestros seguidores.
No podemos negar que la Red proporciona una extraordinaria herramienta para comunicarnos, para recabar información pero, "también nos convertimos en Cobayas de laboratorio que accionan constantemente palancas a cambio de migajas", mientras tenemos la sensación de que estamos "integrados" a una sociedad que no perdona ir a un ritmo más pausado.
La extrema exposición a la que estamos sometiendo a nuestros cerebros ha creado un cerebro diferente, ha modelado de forma masiva nuestros procesos cognitivos, ya que nuestra mente fortalece los procesos que se ejercitan con mayor intensidad y repetición. Y a pesar de que hoy en día es impensable la vida sin internet, el autor al citar a Merzenich reafirma: "SU USO CONTINUADO ENTRAÑA CONSECUENCIAS NEUROLÓGICAS".
Advierte, con una contundencia aterradora, cómo el coste de aumentar nuestro consumo en la red generará consecuencias neurológicas aún cuando no estemos conectados. Explica que las sinapsis generadas para hacer frente a todos estos procesos en la pantalla, debilitan otras, otrora encargadas de procesos vinculados a funciones intelectuales. Y menciona con rotundidad que mientras el tiempo que pasamos buceando en la red supere el tiempo de lectura de libros, el tiempo que pasamos enviando mensajitos en bits esté por encima de los que dedicamos a redactar párrafos y en la medida en que excedamos el tiempo que dedicamos a meditar y contemplar en una calma con ese brincar eterno entre vínculos y enlaces, los circuitos desarrollados por nuestro cerebro, las redes sinápticas construidas para nuestras antiguas funciones intelectuales, sufrirán un descalabro.
Debido a que el lenguaje representa en sí mismo el principal vaso del pensamiento consciente humano y en especial, de las formas superiores de pensamiento, todas las tecnologías que redimensionan y reestructuran dicho lenguaje poseen una capacidad de afectación elevada sobre nuestra vida intelectual.
Para Carr: "la historia de la lengua es también una historia de la mente"
El autor destaca que lectura-escritura son actos "contranatura" y exigen una conformación deliberada del cerebro, ya que requieren de educación y práctica.
Estudios sobre personas alfabetizadas y analfabetos, muestran una clara diferencia en la forma en la que, no solo entienden el lenguaje, sino en la manera cómo perciben las señales y las procesan, en cómo razonan y lo que es más asombroso, en la manera cómo forman sus recuerdos.
La comunicación en su evolución ha marcado las pautas de la cultura y modificado el proceso de percepción, aprendizaje y concepción del mundo.
En la cultura oral, el pensamiento se rige puramente por la capacidad de la memoria humana y el autor señala que bien podían gozar de una implicación intuitiva y una profundidad emocional de la que hoy apenas tenemos conocimiento teórico.
Más tarde, la palabra escrita liberó al conocimiento de los límites de la memoria, de las formulas rítmicas de la oratoria, abriendo la mente a las fronteras de la nueva expresión y pensamiento. Afirma el investigador clásico Walter J Ong: "la capacidad de escribir es absolutamente inestimable, y de hecho esencial, para la realización completa del potencial humano"(…) y prosigue, "escribir eleva la consciencia".
¿Pero cómo puede afectar el soporte las implicaciones cognitivas y mentales?
En los antiguos libros de los escribas, las palabras manaban una tras otra ininterrumpidamente, sin espacios que les separaran para dictar el fin de palabra, de estrofa y de idea. Es lo que se conoce como la scriptura continua y responde a los orígenes orales del lenguaje escrito.
Lo interesante que apunta el autor mediante cita a John Saenger en su libro "Space between words", es que durante la Edad Media "la falta de separación entre palabras, unido a la ausencia de normas sobre su orden, determinarían una carga cognitiva suplementaria a los lectores antiguos, con una repercusión en la forma como desplazarían la vista, lenta y vacilante sobre el texto”. La lectura era un rompecabezas que comprometía toda la corteza cerebral (incluso áreas frontales vinculadas a la resolución de problemas y toma de decisiones). Y la falta de espacio no se percibía como un impedimento para el rendimiento (como en el caso del lector moderno que procura la rapidez). Nadie leía en silencio.
A partir del segundo milenio se imponen las primeras normas al orden de las palabras. Nace la sintaxis. Y la escritura comenzó a saltar de la vista a la vista y al oído. Los espacios entre palabras habían aliviado la carga cognitiva que significaba descifrar los textos, dando cabida así a la lectura en silencio, a la mejor comprensión y a la rapidez. Este proceso significó la adopción de importantes cambios en el cerebro humano, estimulando así áreas destinadas a representar la información visual, fonológica y semántica destacada, además de recuperarla, todo ¡a gran velocidad!
La corteza visual desarrolla así la implicación de un conjunto de neuronas para identificar las imágenes visuales de la escritura, los patrones de letra y las palabras. A medida que se repite reiteradamente el proceso, el cerebro se hace más ágil, más automático y puede invertir más recursos en la interpretación del significado. Este es el mecanismo por medio del cual el autor identifica la lectura profunda.
Carr menciona que sumergirse en las páginas de un libro fue posible solo cuando el hombre logró desarrollar la concentración, la atención sostenida, y añade que el estado natural del cerebro humano tiende a la distracción: ya que cualquier cambio en el entorno es interpretado instintivamente como una amenaza o una oportunidad.
Al ser la lectura un proceso antinatural, las personas tuvieron que obligar a sus cerebros a reforzar los enlaces neuronales necesarios para contrarrestar la distracción que le era instintiva, aplicando un mayor control de arriba-abajo sobre su atención.
Con el devenir de los tiempos los argumentos en los libros se hicieron más desafiantes, largos y profusos. La lectura a ser personal y silenciosa. El desarrollo del conocimiento se convirtió en un acto cada vez más privado. El sentido del individualismo se reforzaba en la medida en que el conocimiento era producto de la internalización de conceptos e ideas interpretadas individualmente. La originalidad del pensamiento y la creatividad tenían cabida y se erigían como forma modélica del pensamiento.
Mucho más tarde, la irrupción de la imprenta de Gutenberg entreveraría libros en la vida cotidiana. Asequibles, personales, llevaderos, los libros entonces permitirían a los hombres contrastar sus pensamientos y experiencias, más a allá de lo meramente clerical que dominaba la cultura del Medioevo. Y se dio una apertura en la mentalidad, que de estar circunscrita a los monasterios y los claustros, se extendió al mundo entero. De esta forma, tal y como reconoció Bacon: "el mundo se había rehecho".
Y refiere el autor que, en comparación con nuestros antepasados de la baja Edad Media, hoy nos encontramos entre dos mundos tecnológicos. Transcurridos 550 años la imprenta y sus maravillosos productos están siendo marginados del centro de nuestra vida intelectual.
A mediados del s. XX se inicia esta nueva era, caracterizada por los artefactos eléctricos y electrónicos. Pero la gran dificultad que presentaban para reemplazar (no desplazar) al libro en el mismísimo terreno, era su gran inconveniente para transmitir la palabra escrita.Y la cultura dominante continuaría ligada a la imprenta.
El problema radica en que el mundo de la pantalla no se parece en nada al del papel y la imprenta. Y a él subyace, como en todos los tiempos, una nueva ética que se abre camino con nuestra complacencia. Junto a ella, los caminos de nuestro cerebro se someten a un rediseño.
Para Carr, la revolución electrónica comienza a llegar a la cúspide con el ordenador portátil. En tanto que internet se ha convertido en nuestro aliado e inseparable compañero para almacenar, compartir y procesar información, incluida la textual. Para Walter Ong es éste un fenómeno de "tecnologización de la palabra" y una vez "tecnologizada", la palabra no puede "destecnologizarse". Y sí, suena como un trabalenguas infantil pero tiene un trasfondo tan profundo y tan dramático en nuestra cultura que parece preferible por un momento tararearlo y sonreír mientras nos regalamos un espacio a la reflexión.
Un pensamiento de calidad "Staccato"
Muy a pesar de la tesis que ocupa al autor, éste no titubea en reconocer los beneficios de la Red. Sobre todo en los procesos cognitivos en las personas mayores o las facilidades que ha ofrecido a él mismo como autor.
Sin empachos acerca de los beneficios, cita a los enamorados de la Red y a personas educadas para escribir, como un conocido patólogo de la Universidad de Michigan o un ex estudiante de literatura, ahora bloguer Scott Karp, quienes reconocen haber perdido el hábito de la lectura y notan como se están alterando su concentración, sus capacidades para retener el contenido de un artículo largo y cómo han ido adquiriendo un pensamiento de calidad "Staccato". Y aunque estas personas reconocen que han perdido habilidades mientras hacen "scrolling" para detectar contenidos clave, ven en la red una forma eficiente de expandir la mente o considera alguno de ellos, que le ha hecho más inteligente. El autor dice (…) "han sacrificado algo importante, pero no regresarían al estado anterior de las cosas".
Según Carr, Internet ha demostrado tantas utilidades que explica el por qué celebramos cada nueva incursión y alcance como propio. Por esta razón poco nos detenemos a reflexionar en los efectos que están teniendo en nuestros trabajos, nuestra educación, nuestras relaciones, nuestros hogares.
Pero los estudios avalan que la "generación Web" no lee una página de izquierda a derecha, y de arriba hacia abajo; pueden incluso saltarse páginas en busca de información clave. Una profesora universitaria de la Universidad Duke, Katherine Hayle, menciona la imposibilidad de sus alumnos (estudiantes de Literatura) para leer.
Otros estudios citados por el autor, corroboran los efectos neurológicos de la lectura profunda. En la revista Psychological Science (2009), una investigación realizada en el laboratorio de Cognición Dinámica de la Universidad de Washington demostró, mediante el uso del scanner cerebral, lo que ocurre dentro de las cabezas de las personas que leen ficción. El hallazgo fue impactante: "los lectores simulan mentalmente cada nueva situación que se encuentra en una narración. Los detalles de las acciones y sensaciones registrados en el texto se integran en el conocimiento personal de las experiencias pasadas". "Las regiones del cerebro que se activan a menudo son similares a las que se activan cuando la gente realiza, imagina u observa actividades similares en el mundo real".
Para Nicole Speer, principal investigadora del estudio, la lectura profunda "no es un ejercicio pasivo". El lector se hace libro.
En el momento en el que pinchamos, chateamos, o nos dejamos escurrir entre los enlaces de internet activamos nuestro lóbulo frontal (la parte del cerebro encargada de la adopción de decisiones). Ya que el propio medio se encarga de mantenernos en una eterna toma de decisiones mediante enlaces RSS, actualizaciones en el perfil de Facebook de amigos, novedades en páginas sindicadas, actualizaciones de software, y que todas comprometen la decisión de aceptar o no, es el mismo medio el que configura en última instancia nuestro cerebro.
La adaptación al medio es, sin objeción alguna, la clave de nuestro éxito evolutivo. Pero esta modificación cerebral por adaptación al medio no se asemeja a la que hiciera nuestro cerebro, en antaño, a la lectura lineal de escriptura continua, que forjó la consciencia intelectual de las élites de Occidente. Este nuevo ajuste es el abandono de aquellos caminos de aprendizaje en aras de la distracción permanente de la Red. A propósito de ello se pregunta el autor: ¿por qué razón un e-book debe tener enlaces o vínculos?, solo así somos capaces de perder la atención en el contenido del libro para adentrarnos en la biografía del autor en la Wikipedia, las páginas que critican la obra o la vinculan con otros inimaginables temas, respondiendo tan solo a "las cuestionables prácticas de Google" y el modo en que esta empresa dispone, organiza, jerarquiza y filtra la información.
Marshall Mc Luhan en "Comprender los Medios de Comunicación" dijo: "Un medio nuevo nunca es una adición a otro viejo". No deja de oprimirlo hasta forzarlo a ser otra cosa, a asumir otra forma o posición. Cuando la Red absorbe cualquier otro medio, los recrea: modifica su forma física, lo siembra de hiperenlaces, fragmenta su contenido a favor de las búsquedas y lo integra a un pool donde comparte espacio con los demás medios absorbidos.
Cuando un texto es absorbido por la red, ésta no se limita a transformar la manera de navegar en el texto, sino que afecta el grado de compromiso, de atención y de inmersión en él. Por si fuera poco, los hipertextos (que pretenden hacer las veces de las citas textuales a pie de página) nos invitan a pulsarlos y a abandonar la página que les contiene.
¿Controlados por nuestros medios?
Es anatema la idea de que estamos controlados por nuestras herramientas. Indica el autor que, al adoptar una perspectiva histórica y social tiene cabida una visión determinista acerca del papel de los medios en nuestras vidas. El hecho de que, como individuos y colectivos, tomemos decisiones muy diferentes respecto al uso de nuestras herramientas, no da lugar a concluir que como especie tengamos o hayamos ejercido el control sobre el progreso tecnológico. El progreso, en sí mismo, tiene su propia lógica o no necesariamente es siempre coherente con los deseos e intenciones de fabricantes y usuarios.
La Red es una máquina de Turing (la máquina de escribir que usaban los Nazis para cifrar y descifrar mensajes) pero con un poder inconmensurable - dice el autor - que, por demás, está sometiendo a la mayoría de las tecnologías intelectuales.
Desde 1940, fecha en la que se monta la primera mainframe, la velocidad de los ordenadores ha sido desenfrenada, mientras que los costes de procesamiento y transmisión de datos ha ido a la baja para favorecer que la tecnología esté a la orden de cualquier bolsillo.
Para amplificar su poder, Internet tiene otra ventaja sobre el resto de los medios de comunicación o la mayoría, es bidireccional. La velocidad de la Red se ha multiplicado y de la misma manera nuestras horas navegando en un sinfín de tareas, mientras que el consumo de los otros medios como la TV ha aumentado.
Pero más alarmante es la disminución del tiempo que pasamos leyendo una publicación impresa, según asevera el autor. Los resultados que publicó en 2008 la Oficina de Estadísticas Laborales de los EEUU concluyen que la lectura de obras impresas en personas mayores de 14 años, había caído 143 minutos semanales. Mientras que la franja entre 25 a 34 años (más ávidos usuarios de la Red) solo dedicaba 49 minutos por semana, es decir, un 29 % menos que en 2004.
La Red fragmenta los contenidos: en una sola página podremos encontrar un video, audio, widgets, actualizaciones de software,…estímulos a la dispersión que compiten en un cerrar y abrir de ojos por nuestra atención.
En internet los productores están acortando los contenidos para adaptarse a la capacidad de atención del lector on line, cada vez menor. Música, libros, notas, todo de descuartiza, disecciona y sintetiza para poder ofrecerlo en podcast o stream, a través de Amazon o de Googlebooks Search, You Tube, iTunes o Spotify. Lo deshilvanado y breve es la norma.
No es de extrañar, que como en una suerte de salto atrás, la imagen de las webs inspire a los diseñadores sobre el papel que ahora llenan sus portadas de trozos de información, resúmenes, colorines y gráficos. Es el caso de la revista Rolling Stone.
Es una realidad inobjetable que cada día somos más hábiles en la recolección, como lo eran nuestros antepasados antes de la era de la escritura, curiosamente. Pero ahora recolectamos trozos de información, los manejamos más rápido pero más superficialmente, nos fiamos de lo que nos dicta una breve ojeada y aunque no fuere así, la Red está diseñada para ocasionar en nosotros un síndrome del "picoteo ansioso" que nos impide parar. Con lo cual somos presa de un apetito insaciable de información que nos llama, nos ocupa, pero la cual somos incapaces de abordar con reflexión y contemplación debido a la falta de concentración.
Estamos externalizando nuestras tareas cognitivas-intelectuales y supeditando nuestro aprendizaje a un ritmo insostenible para ser eficientes. La red nos está convirtiendo a su imagen y semejanza.
Sin ninguna duda, este libro cambiará la forma en la que emplearemos las nuevas tecnologías y abrirá un debate profundo, tal vez poco favorecedor al gigante que está dando nombre a la nueva era: Google.
Engañados: la metáfora de la inteligencia artificial
La red pretende confundir en una suerte de metáfora la inteligencia artificial con la orgánica, sin considerar que resulta la mayor falacia de los últimos tiempos. Para esta observación, el autor desarrolla un desenfadado análisis y una profusa revisión de estudios que recorre la opinión de expertos para desestimar la comparación de un ordenador con la memoria biológica. A este propósito Carr dice: "gobernados por señales biológicas muy variables, químicas, eléctricas y genéticas, todos los aspectos de la memoria humana - como se formó, como se mantiene conectada y como recuerda- presentan gradaciones casi infinitas. La memoria de un ordenador existe como simple sucesión de bits binarios - unos y ceros- que se procesan a través de circuitos fijos que solo pueden estar abiertos o cerrados sin más opción intermedia".
Mientras el cerebro artificial recoge la información e inmediatamente la guarda en la memoria, nuestro cerebro continúa procesándola durante mucho tiempo y la calidad de los recuerdos depende de cómo sea ese procesamiento.
Los que auguran un nuevo tiempo donde la gran novedad es la "externalización" de la memoria -argumenta Carr- "se han dejado engañar por una metáfora". Aunque internet represente una alternativa suplementaria a la memoria, cuando la empleamos como sustituto de la propia, corremos un gran riesgo de permitir el saqueo en nuestra mente de sus riquezas.
Nuestra dependencia cada vez mayor de la web como almacén de la propia información podría ser el resultado de un bucle que se perpetúa a sí mismo.
Google abre el apetito
de píldoras de información urgente
Respecto al gran Google, el autor la define como "La iglesia", cuyos postulados Taylorianos de máxima velocidad, máxima eficiencia, máximo rendimiento, están más presentes que nunca en la ética, a modo de religión.
Entonces vale para Google que el cálculo técnico sea superior al juicio humano, que el juicio humano no sea digno de confianza y que los asuntos de los ciudadanos deban ser gestionados mediante algoritmos en la creación de un motor de búsqueda perfecto.
Gracias al sistema de subastas AdWords, Google ha sobrepasado su misión de convertirse en la mayor base de datos del mundo, para convertirse en un negocio altamente lucrativo. Google recibe sus beneficios económicos al ligar la colocación de los anuncios a los clics del ratón, y en una especie de espiral sin fin, aumenta el porcentaje de estos clics.
El boom del AdWords disparó en poco tiempo el número de anunciantes y la probabilidad de clics. ¡Nadie quería estar fuera del negocio!
Pero todo no queda allí. Google está diseñado para producir mejores resultados a medida que la Web crece. Su objetivo general es: digitalizar cada vez más tipos de información, llevarlos a la Web, alimentar con ella su base de datos, tamizarlos mediante algoritmos de clasificación y servir al internauta en un solo plato "fragmentos con guarnición publicitaria". Cuantos más sitios y enlaces visitemos, Google evalúa con más precisión. Cuanto más rápido naveguemos, más enlaces pulsemos, más páginas veamos, más información es capaz de analizar sobre nosotros Google y de insertar anuncios a la medida de nuestros perfiles. Pero cada clic, además, resulta una interrupción de nuestra atención. Lo más remoto que desea hacer Google, según el autor, es fomentar la lectura lenta, profunda.
La carnicería de la información es para Google ganancia. Mientras más entradas y salidas rápidas de usuarios se lleven a cabo, más beneficios económicos percibe el grande de Silicon Valley.
En el Googleplex se trabaja para convertir nuestra distracción en dinero y fomentar con razón nuestro apetito de píldoras de información urgente.
La gran ironía radica en el hecho de que Google, en su esfuerzo por aumentar la eficiencia de la lectura, socava la eficiencia instaurada durante siglos. Al liberarnos de la necesidad de descifrar el texto, razón que nos ha convertido en lectores de profundidad, nos convierte en consumidores apresurados de fragmentos inconexos de información y obviamos, sin echar de menos, la compresión profunda y la aprehensión personal de las connotaciones del texto.
Impactante y esclarecedora la lectura de este ensayo no cabe duda de que tendrá gran repercusión en la cultura de nuestro tiempo. Su estilo desenfadado, permite comunicar al lector de una manera grata un planteamiento que por demás resultaría incómodo: "estamos convirtiéndonos en meros tontos" y por una cuestión de honradez intelectual, Nicholas Carr empieza consigo mismo cuando al inicio del libro menciona: "echaba de menos mi viejo cerebro".
Nicholas Carr
Escribe sobre tecnología, cultura y economía. Sus libros han sido traducidos a veinte idiomas. “Lo que el Internet está haciendo a nuestras mentes, Superficiales”, ha sido finalista del Premio Pulitzer 2011. Carr es el autor de dos libros anteriores, “The Big Switch” (2008) y “Does It Matter?” (2004).
Ha sido columnista de The Guardian y ha escrito para The Atlantic, The New York Times, The Wall Street Journal, la revista Wired, The Times de Londres, The New Republic, The Financial Times, Die Zeit y otras publicaciones periódicas. Su ensayo "Is Google Making Us stupids?" ha sido recogido en diversas antologías, entre ellas The Best American Science y Nature ( 2009), recibiendo el premio a la mejor escritura tecnológica de 2009.
Carr es miembro del consejo editorial de la Enciclopedia Británica de asesores, está en la junta de dirección del proyecto del Foro Económico Mundial de Computación Nube, y escribe el popular blog Rough Type. Al principio de su carrera, fue editor ejecutivo de la Harvard Business Review. Tiene un B.A. en el Dartmouth College y una maestría en Lengua y Literatura Americana, de la Universidad de Harvard.
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