Una crítica de Lilian Rosales de Canals.
Chico es un pianista cubano quien, a pesar de su talento, no sobresale en la escena artística y como consecuencia es presa del gran sueño americano. Rita, una cantante sensual, talentosa y descarada que para sobrevivir a las penurias de los suburbios habaneros de los que proviene, trabaja en un cabaret prestando servicios de "compañía" a los turistas, cada vez más frecuentes en la Cuba de 1940. Un encuentro fortuito desata entre ellos la pasión incontrolada. Se desarrolla así una historia de amor matizada por desavenencias y traiciones que derivan del éxito alcanzado por cada uno en los escenarios donde germina el latín jazz a caballo entre los EEUU, Europa y Cuba.
TRUEBA, MARISCAL Y VALDÉS: LA TRIADA CONFABULADA
Es ésta la última obra de Fernando Trueba (Madrid, 1955), Chico y Rita , un film de animación (coproducción hispano-británica) que
conjuga un extraordinario guión, la pluma del dibujante Javier Mariscal (Valencia, 1950) y la música del maestro Bebo Valdés (La Habana, 1918) para completar un potente cóctel sin precedentes.
Esta curiosa triada creativa implica a un director meticuloso y lógico como Trueba, a un curtido y virtuoso músico como Bebo, y a un artista etéreo, caóticamente genial como Mariscal, confabulados, para así lograr retos personales en un objetivo común: ni Trueba había hecho animación, ni Mariscal un largometraje, mientras Bebo, a sus 93 años había manifestado en reiteradas ocasiones desear hacer de todo mientras Dios le diera vida.
Está claro que ese drama romántico, intenso y turbulento, es tan solo un pretexto para penetrar en las profundas raíces del latín jazz, rico legado del mambo, de melodías sincopadas, que evolucionarían desde el "Afro-CubanJazz", el llamado luego "Cubop neoyorkino" y el "Cubibop habanero" hasta eclosionar en el género que hoy en día nos cautiva.
Asistimos así a un momento de la historia donde la Cuba, previa a la revolución, "refleja y refracta" la urdimbre social y contagia al mundo entero, fusionando sus ritmos afroantillanos en esas cópulas transoceánicas para regalarnos uno de los géneros musicales más dialógicos de la historia: el jazz.
Valdés ha creado la banda sonora para esta aventura. Junto a sus canciones, otras reconocidas y ya clásicas composiciones hayan lugar. El tema final, en la voz de Estrella Morente, acaba cerrando con sutileza y nostalgia.
NO SOLO DE AMOR Y JAZZ
No conforme con una historia ya redonda, sus creadores pareciesen hacer un pronunciamiento ante la búsqueda de la fama y su coste: el sudoroso sabor del éxito, el del fracaso, el de la renuncia a la felicidad. La intriga, la traición, la duda, el sueño americano, la violencia… Chico y Rita, plasman como jamás otro trabajo de animación lo hubiere hecho antes, la idiosincrasia del pueblo cubano, su genialidad creativa, su peculiar forma de verbalizar, el clima de barrio habanero, pero también, el de los grandes escenarios y suburbios neoyorkinos.
Es una polifonía simbólica, un festín discursivo: sexo, bongoes y congas, muchos meneos de caderas y el sello de identidad caribeña que va impreso como carta de presentación en sus personajes. Partituras que se van armando, vaquetas que insisten en golpear platillos, dedos que se deslizan sobre las teclas de un piano…por fin, la presencia legendaria y las múltiples referencias a Budd Powell, Tito Puente, Dizzy Gillespie, Machito (Frank Grillo), Miguel Valdés, Chano Couso y hasta la mismísima orquesta del Club Tropicana terminan de dar contexto a la historia.
EL PARTO CREATIVO: 80 dibujantes para dar vida a 25 dibujos por segundo
Desconocemos si el guión ha sido fruto de una mera explosión de creatividad de Fernando Trueba. Acaso se nos es permitido especular, encontró raíces en historia del propio Bebo Valdés, cuya vida y composiciones se ven reflejadas en un video clip de La Negra Tomasa. Sin embargo, el propio Trueba asegura que se trata tan solo de "un homenaje a todos aquellos músicos cubanos de los cuarenta y los cincuenta".
De cualquier modo, la biografía como fuente de inspiración deja de ser relevante cuando nos topamos con algunas cifras. Seis años desde que decidieran hacer juntos, Trueba y Mariscal, una película, dos con el guión listo entre manos (escrito entre Fernando Trueba e Ignacio Martínez de Pisón), otro año más buscando financiación. Al final, 10 millones de euros invertidos, meses de preproducción y hasta seis equipos de animación (en Brasil, Letonia, Madrid, Filipinas, Hungría y Barcelona) conectados por medio de un software que ha permitido el envío de dibujos y programas vía web. Alrededor de 80 animadores para dar vida a 25 dibujos por segundo, 1.500 dibujos por minuto, 144.000 dibujos en 96 minutos de película y todo el comando centralizado en las oficinas de Mariscal (Palo Alto, Barcelona).
Vale desmenuzar la laboriosa pre-producción para encontrar a dibujantes que recrean con gracia y exactitud cada uno de los personajes, basados en la actuación de actores reales cubanos de la emblemática escuela de San Antonio de los Baños de La Habana. Manera ésta a través de la cual logran captar expresiones, intenciones, emociones, así como el clima dramático, la composición de escenas y cuadros, la reproducción de los movimientos de cámara, de forma tan real que, inevitablemente, sumergen al espectador en la trama sin titubeo alguno.
Sendos recursos han permitido a Mariscal desarrollar la reproducción del entorno con perfección abismal. Detalles de las ciudades que dejarían pasmado a cualquier pintor hiperrealista: fachadas, rasgos arquitectónicos, cableados, avisos comerciales, marcas de productos, modelos de coches y un sinfín de minuciosidades para recrear ese entorno cuasi real.
Curiosamente estos fondos barrocos, inundados en detalles, contrastan con el diseño de los personajes en una línea pura, acabada y muy limpia.
LA FASCINACIÓN HECHA DE LUZ, COLOR Y ACCIÓN
Otros de los aspectos a destacar resulta el manejo puro y muy logrado de la luz en la creación de atmósferas, de climas emocionales sugestivos. Destaca la escena de la casa de Chico bañada por los rayos del sol colándose entre las rendijas de las ventanas cuando inicia su flash back introductorio a la narración.
Relevante es el uso del color, siempre apropiado: vivaz en muchos de sus cuadros y por tanto, representativo del Caribe; en otros, sin embargo, con una fuerte predominancia de tonalidades sepias que nos apuntan directamente a una visión retro y/o a la decadencia de los arrabales habaneros, donde se desarrollan algunas escenas.
Es memorable la escena onírica de Chico, a modo de flash forward de la New York que imagina. En tonos intensos, esta escena irrumpe drásticamente y rompe la secuencia anterior de sepias. Posiblemente pretendan sus creadores destacar la diferencia entre el estado de vigilia y el de ensoñación, logrando al tiempo sumergir al espectador en esa visión subjetiva del personaje, aventura o drama, que se avecina.
También el lenguaje simbólico ha tenido un espacio en este discurso cinematográfico, donde podemos recordar la ralentización de un coche que se desarma al estamparse contra la vitrina de una tienda y la resolución de la escena mediante una recuperación del ritmo natural.
Chico y Rita constituye un maridaje exquisito entre música e imágenes, un merecido repaso a la historia, un trabajo cinematográfico que raya los límites de la genialidad. No en vano, ha recorrido con merecido éxito el Festival de Toronto provocando una inmejorable crítica en la prensa especializada. Similar respuesta ha obtenido en Holanda, Francia (festival de Les Arcs), Abu Dabi, Reino Unido, Irlanda y Cuba (festival de La Habana). Ahora toca las carteleras españolas para seguir cosechando seguramente victorias y reiterar la buena traza del trío Trueba- Mariscal-Valdés.
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