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CARNAVALES, orígenes de la fiesta del pueblo.


Escribe Lilian Rosales de Canals.


No es un secreto que el origen del carnaval se remonta, según los etnólogos, a las antiguas fiestas paganas del imperio romano: las bacanales (en honor al dios del vino Baco), las saturnales (a las fiestas de invierno)  y  las lupercales (para honrar al dios Pan). Que también encuentra raíces en las festividades dionisíacas griegas, en las realizadas en honor a Apis, en Egipto y en las celebradas por las antiguas civilizaciones Sumerias (5.000 años atrás). Pero es gracias al imperio romano que esta fiesta popular daría un salto universal expandiéndose por toda Europa hasta alcanzar los territorios conquistados por españoles y portugueses en el continente americano (siglo XV).También es posible encontrar alguna reminiscencia en las ceremonias andinas prehispánicas e incluso, en las festividades afroamericanas.



No haremos una revisión de los renombrados carnavales de la actualidad,
eso ocupa a muchas plumas por estos días y me refiero a plumas de escribir. Intentaremos echar una mirada al espíritu carnavalesco de las primigenias festividades, a su legado en la literatura y en el teatro de hoy. Un vuelo rasante y concentrado que estimule la curiosidad.


A pesar de estos orígenes muy diversos, el carnaval fue una expresión popular impuesta en la edad media como respuesta al sistema feudal represivo y a una cultura cristiana formal, estructurada y rígida. Su objetivo era ofrecer un período de permisividad pagana, como contrapartida a la severidad de la liturgia de la Cuaresma cristiana a la que antecede. Es entonces, una manifestación de la cultura popular opuesta a la cultura oficial que consagraba la inmanencia del régimen serio, religioso y feudal.


Sin embargo, lo más interesante de hurgar en el tiempo supone la posibilidad de comprender su estética, una concepción del mundo que le soporta y su repercusión más allá de la celebración misma, en el génesis de la comedia y la sátira. 
Por tanto es necesario dibujar las fronteras y aclarar que no era un género más del espectáculo teatral, sino una forma concreta de la vida misma. No era simplemente representada en un escenario, sino más bien, vivida en la duración del carnaval.

El nombre tal y como lo conocemos hoy día, nace en la baja edad media. Etimológicamente "carnaval" proviene del latín vulgar "carne -vale" que de alguna manera puede interpretarse como "abandonar la carne" (coincidiendo justamente con la prescripción obligatoria de la iglesia católica de no comer carne durante los viernes de la Cuaresma). Otros autores insisten en afirmar que la palabra deriva de la voz italiana  "carnevale", adjudicando su origen a la antigua acepción "carne levare" (quitar la carne). En español, Carnaval aparece ya en el Diccionario de Nebrija, en 1495, definido como "carnes tollendas": del latín "tollere" (abandonar) sinónimo de "carnis priuium"  (privación de la carne), de allí el término acuñado en la voz vulgar de "carnestolendas". Sin embargo, estudiosos de la literatura vinculan éstas variantes a una pseudoetimología: lo obsceno, lo antes prohibido y ahora permitido.

En esta línea controvertida del origen pagano del nombre, entraron otras tesis elaboradas durante el pleno s. XX. y a juicio personal, poco probables. Estas hipótesis vinculan el término carnaval a la diosa Celta de las habas y el tocino Carna. De la misma manera como la vincularon a fiestas de origen indoeuropeo dedicadas al dios Karna (que aparece en el Mahabhárata como un ser humano, hermano mayor de Pándavas, hijo del Sol y la reina Kuntí) o a una supuesta antigua tradición en la que se ofrecía carne al dios Baal (carna-baal) en una fiesta de donde "todo vale".

Pero lo trascendental  del carnaval del Medioevo-Renacimiento es el "otro" lado de la realidad, la confusión donde todo es válido. En él no existe dimensión del espacio y todo se incorpora a través de procedimientos de inversión de roles donde se degradan los conceptos de autoridad, de usurpación y de invención. La estética predominante del carnaval es el "realismo grotesco", basada en la degeneración de lo que se decía llamar "la vida elevada" hasta ponerla en contacto con "la vida inferior", aquella que hacía referencia al parto, al sexo, a la glotonería con un sentido universal de renovación y de renacimiento, de metamorfosis del hombre.

El entonces carnaval se convierte en  la segunda vida del pueblo, sustentada en el principio de la risa, capaz de penetrar en un reino utópico de igualdad, abundancia y libertad. Era la vida festiva. Por su carácter lúdico el carnaval se relaciona con formas artísticas como el teatro, sin ser él. Sin embargo, los expertos no lo consideran circunscrito a ninguna categoría ajena de sí y afirman que se encuentra "entre el arte y la vida misma". Vida representada con elementos de juego, ya que la gente "vivía" el carnaval y no "asistía" al carnaval. Además, la fiesta carnestolenda  era para "todo el mundo" (no para actores, no tenía escenario ni frontera espacial).

Los rasgos fundamentales que diferenciaban a la fiesta de carnaval, en su acepción más primigenia, era que abolía la jerarquía, los privilegios, las reglas y los tabúes, se oponía a la perpetuación, al perfeccionamiento, a la reglamentación, representaba un ideal utópico: el hombre es sí mismo. Mientras la fiesta oficial (de la iglesia o del estado feudal) contribuía a sancionar, fortificar y consagrar el régimen, la inmutabilidad, la perennidad traicionando la verdadera naturaleza de la fiesta humana, como recurso necesario para el descanso periódico con objetivos superiores que debían emanar de los ideales y no de otra cosa.

El carnaval era entonces el triunfo de una liberación transitoria, más allá de la órbita de la dominación y las barreras infranqueables. Solo así la alienación desaparecía provisionalmente. Liberados de toda norma y etiqueta, se creaban nuevos lenguajes y formas comunicativas próximas, inconcebibles en situaciones normales; se abolían todas las distancias entre los individuos y se creaba un sistema de expresión dinámico y aberrante impregnado de la relatividad de las verdades y su fluctuación. Una forma de comunicación que se caracterizaba por la lógica original de las cosas "al revés" y "contradictorias".  Así las figuras retóricas del proceso carnavalesco como recurso de liberación fueron la ironía, la parodia, la sátira como duelo verbal con intención social y política, la hipérbole como exageración, las profanaciones, los derrocamientos burlonescos y las coronaciones.

De la cultura del carnaval se desprendía la risa, como elemento vital. La Risa carnavalesca, patrimonio del pueblo, universal pero a la vez ambivalente: era burlona y sarcástica, negaba y afirmaba, amortajaba y resucitaba.
El realismo grotesco también incorporó la máscara como negación de identidad, siendo el tema más complejo y lleno de sentido de la cultura popular: era negación de coincidencia con uno mismo y del sentido único de las cosas. Por tanto, encarnaba lo dialógico y expresaba la alteridad del ser humano: soy otros. Era un diálogo inacabado,  ya que el hombre no coincidía con él mismo.

La risa carnavalesca se ha preservado como un germen en el humor moderno satírico, con diferencias importantes ya que se ha destruido el aspecto general cómico del mundo, al ponerse el autor fuera del objeto aludido,  además de ser un humor negativo…la risa liberadora y universal, se ha convertido en un fenómeno particular. Por otra parte encontramos en las "groserías modernas" una supervivencia petrificada y negativa de la concepción carnavalesca del cuerpo: humillan al destinatario, le envían a un lugar inferior - corporal "vete al …" donde será destruido y engendrado de nuevo de acuerdo al realismo grotesco y su concepción estética.

Y aunque la parodia actual es hija pródiga del carnaval medieval, ya que degrada (continúa así vinculada al principio material  y corporal), ahora esta degradación adquiere un sentido negativo que carece de esa ambivalencia regeneradora y pierde así su significación original.
Infinidad de obras verbales (en latín y lengua vulgar) mantenían viva la risa festiva medieval: "La cena de Cipriano" (Coena Cypriani) inversión de las sagradas escrituras con fuertes ecos lejanos de las saturnales romanas o  el "Vergilius Marus Grammaticus", parodia de la gramática latina y de los métodos escolásticos, son algunas de ellas.

Estos dos textos inauguran la literatura cómica y sientan un precedente importante para el apogeo del realismo grotesco como concepción estética de la cultura popular carnavalesca del Medioevo y el Renacimiento. Más tarde el grotesco degenera al convertirse en pura tradición literaria, se formalizan las imágenes grotescas y se pierden los lazos populares.  Más, sin embargo, es posible encontrarle cumpliendo una función similar en las comedias de Moliere, las parodias del siglo XVII, la novela filosófica de Voltaire y de Diderot en La Comedia del Arte.

Fuera del carnaval, en la propia edad media, aparecen personajes permanentes que llevan lo carnavalesco a la vida cotidiana, se trata de los bufones y payasos, he allí su origen. La diferencia con los actuales es que los primeros viven toda su vida representando. Son payasos y bufones hasta en la intimidad.

En la segunda mitad del s. XVII declina el carnaval, se traslada a los circos y a finales s. XVIII, a las corridas de toros. Es en el s. XVII cuando el proceso de descomposición de la risa (de la fiesta popular carnavalesca) toca su fin. Eclosionan los nuevos géneros de la literatura cómica, satírica y recreativa que dominarán los siglos  XIX y el XX. Se construyen las modernas formas restringidas de risa: humor, ironía y sarcasmo que evolucionarían como componentes de los géneros serios conocidos en la actualidad.

Hoy en día, el carnaval se ha despojado de su sentido más antiguo, se ha desnudado de su raigambre antropológica primaria y cósmica, de su capacidad de liberar al hombre mediante esa transformación que sobrepasaba las formas y expresiones físicas. Convertido en una fiesta popular vistosa, no hay duda de que conserva su carácter lúdico pero, inclusive, se confunde entre otras festividades que no están situadas en el tiempo de las carnestolendas (previo a la Cuaresma), ya que comparten elementos formales similares, como los desfiles de comparsas.






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