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AUSTERIDAD. El rotundo fracaso de la política económica restrictiva.

Escribe Marcelo Espiñeira.


A casi cinco años del pinchazo inmobiliario español, podemos afirmar que las políticas económicas de corte restrictivo no han servido para sanear la mala situación, más bien todo lo contrario.

Durante el último lustro se ha disparado la deuda externa, se han masacrado tres millones de empleos, se ha reducido la riqueza per cápita, se han sacrificado ciento de miles de pymes y se ha puesto en vilo el mismísimo sistema institucional del país. Una devastadora debacle económico social que lo ha barrido todo al son de la bendita y pregonada austeridad.


Nadie puede negar que había que introducir un severo cambio en las dinámicas que nos regían hasta 2008, pero la receta utilizada ha sido errónea. Porque si bien era necesario cortar unos cuantos gastos superfluos, una nación de más de 47 millones de habitantes nunca se puede administrar con las mismas reglas que aplicaríamos a una economía familiar. Un Estado no puede cerrar el grifo sin más y esperar que todo se solucione sin su intervención, y menos cuando llevábamos años acostumbrados a su decisiva injerencia en lo cotidiano.


Europa contiene y condiciona
El gran continente que asfixia a sus contenidos, así podríamos definir al presente europeo. Una Europa bajo el mando ejecutivo alemán, que aplica una política monetaria de dudosa eficacia para el conjunto y que restringe el margen de maniobra a prácticamente cero. Una gran realidad que contiene cientos de micro-realidades en su interior y que viven en constante colisión múltiple. 


Merkel le pide a Rajoy que cumpla con un determinado índice de déficit, Rajoy le pide a Mas algo parecido, Mas se lo exige a Mas Colell, los ayuntamientos se quedan sin liquidez y el ciudadano sin empleo. Una espiral de miseria incontenible que como un tsunami tardío se va extendiendo desde el Mediterráneo hacia la fría Europa nórdica, la última en enterarse que este método no sirve y la primera que reaccionará cuando se vea realmente afectada.


Este planazo de austeridad no puede aplicarse con objetivos comunes cuando las economías no están niveladas. Sería factible una política similar para franceses y alemanes, pero es impensable extenderla sin matices al sur europeo y menos con la celeridad que se ha pretendido. Para los griegos ha significado la auténtica ruina, sin eufemismos. 

Tras el descubrimiento del gran desfalco de las hipotecas basura, nunca se intentó comprender el mecanismo que lo propició o investigar debidamente la trama para llevar ante la justicia a sus responsables. Esta innoble tarea se relegó a las investigaciones de prensa y a algunos documentalistas osados que consiguieron seguir el hilo de la gran madeja hasta los políticos travestidos de Wall Street. Algo que a escala local, solo hemos podido sospechar y jamás corroborar con contundencia. Ningún banquero español ha pagado por sus delitos y a cinco años del gran estallido de la burbuja, sabemos que nadie lo hará. El gran reguero de parados y desahuciados debería generar un poco más de responsabilidad y respeto en los que se presentan a elecciones para representarlos, pero no es así.


El peor remedio

Tras la investidura facilitada por ERC para su segundo mandato, Artur Mas nos ha desvelado el objetivo ineludible de recortar otros 4.000 millones de euros más en el presupuesto de 2013. Su fiel escudero Mas Colell lucía el rostro desencajado durante el anuncio oficial, como el galeno que no se fía de las medicinas que le está recetando a este enfermo terminal que le ha tocado atender. El conseller sabe, como buen economista, que este remedio es peor que la enfermedad. Que este ayuno impuesto desde tierras lejanas no puede curarnos esta pulmonía y que probablemente la agravará.


Si la austeridad ha servido para asustarnos y adoptar una sana prudencia que evite prolongar el despilfarro de antaño, ya ha cumplido de sobra su cometido. Ahora bien, ya es tiempo de reemplazarla por una estrategia urgente que incluya a ese 27% de parados que nos indigna a la mayoría. La austeridad ya no es sostenible para una enorme franja social en España y Catalunya. Y en este sentido tampoco alcanzan las salidas independentistas por sí solas. Tan solo López Tena (Solidaritat) se fiaba de sus matemáticas simplistas y ya hemos visto cómo le ha ido en las últimas elecciones. Lo primero ahora es definir cómo volveremos a incluir a los parados y presionar en el ámbito que toque para lograr este primordial objetivo con la inmediatez que sugiere el hambre de los niños excluidos.

Olivier Blanchard, economista del Fondo Monetario Internacional.

Mea culpa
El reciente informe firmado por las máximas autoridades del Fondo Monetario Internacional, los economistas Olivier Blanchard y Daniel Leigh, en el que admiten haber errado el diagnóstico y la receta para la crisis europea pone de manifiesto la imprudencia con que se ha venido manejando la solución de esta coyuntura. 

No solo la austeridad desmedida ha sido un error político mayúsculo, sino también el silencio cómplice de la clase política europea que la ha aplicado. La abrumadora falta de ideas de los dirigentes actuales, la escasez de miras y el nulo sentido de bienestar común, no podía más que conducirnos a un enorme fiasco. 

Se confirma aquello de que vivimos en un tiempo de “especialistas”, integrados a equipos de trabajo con responsabilidades excesivamente fragmentadas, sin un real espíritu que fluya como conductor y que ante el menor fallo de uno de sus elementos, el todo tiende a tornarse en caos. Tal cual el sistema bancario que nos sodomizó en la etapa pre-crisis financiera. Cuando los gerentes de las sucursales eran simples piezas de un engranaje que no permitía el menor análisis de situación, que imponía limitarse a cumplir los estrictos objetivos de comercialización instruidos desde la casa matriz, sin la menor posibilidad de confrontar las necesidades y posibilidades reales que les ofrecía el trato personal con sus clientes. Una monumental cadena de obediencia debida, compensada por frondosas comisiones de varios ceros, que nos acabó enterrando en este desaguisado histórico.

Analizando la actuación del Banco de España también se arriba a la misma conclusión. Si los inspectores detectaban irregularidades y hasta delitos en las Cajas de Ahorro que monitoreaban, finalmente la cúpula del ente regulador miraba hacia otro lado. No era el momento “político” de intentar desarmar ese entramado de corrupción organizada. 

De esta mezcla de ineptitud, falta de responsabilidad, corrupción y escasos escrúpulos ha resultado un cóctel difícil de digerir, que la abstinencia económica autoimpuesta tampoco ha conseguido corregir. Se dice rápido aquello de que nos costará mucho esfuerzo encaminarnos nuevamente hacia una economía más sana, pero jamás debería ser a costa del sufrimiento programado de millones de ciudadanos. La austeridad ha fracasado y Merkel, Rajoy y Mas deben admitirlo ya mismo.






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