Una crítica de Lilian Rosales de Canals.
Es 1979 y (…) "hoy emprendemos el regreso a la Argentina". Así comienza Infancia clandestina, la historia de Juan (Teo Gutiérrez Moreno), un carismático niño de 12 años quien luego de vivir en el exilio vuelve a su país aún sometido por el régimen militar que un día le hizo marchar junto a la familia. Pero ese retorno significaría mucho más que continuar la huida, Juan ha de convertirse en Ernesto para protagonizar una odisea de escondites, realidades inventadas, pasaportes falsos y dolorosas renuncias.
Cacahuetes con chocolate
Proveniente de Cuba llega en compañía de sus padres Horacio (César Troncoso) y Charo (Natalia Oreiro), y son recibidos por el tío Beto (Ernesto Alterio), quien tras el negocio de cacahuetes con chocolate esconde un frente de acción armada. En el epicentro de la historia la identidad trasmutada no parece ser una elección y con especial interés su director Benjamín Ávila deja traslucir el compromiso ideológico que adquiere el protagonista, como por ósmosis, al tiempo que revela cierto anhelo del chico por llevar una vida más normal.
Presentado como un relato de amor adolescente, Infancia clandestina es también la reflexión de cómo un niño es obligado a desarrollar una consciencia político-ideológica de forma precoz y es confinado a vivir una situación familiar que le desborda, sumiso y sin objeciones. El director hábilmente omite el lugar común de la violencia que supone la lucha armada cuando, desde los ojos del niño, mira y centra su lente en un intimismo que permanece durante toda la cinta. Éste resulta el rasgo que dota de personalidad al relato y funge como distintivo frente al género abundante en el país austral. Así las acciones violentas por excelencia quedan reducidas a un recuerdo magníficamente resuelto mediante la animación del ilustrador Andy Riva, subrayando que -lejos de los ojos de Juan- las muertes terribles son incorporadas a través de la reconstrucción imaginaria que el protagonista hace de los hechos.
Es 1979 y (…) "hoy emprendemos el regreso a la Argentina". Así comienza Infancia clandestina, la historia de Juan (Teo Gutiérrez Moreno), un carismático niño de 12 años quien luego de vivir en el exilio vuelve a su país aún sometido por el régimen militar que un día le hizo marchar junto a la familia. Pero ese retorno significaría mucho más que continuar la huida, Juan ha de convertirse en Ernesto para protagonizar una odisea de escondites, realidades inventadas, pasaportes falsos y dolorosas renuncias.
Cacahuetes con chocolate
Proveniente de Cuba llega en compañía de sus padres Horacio (César Troncoso) y Charo (Natalia Oreiro), y son recibidos por el tío Beto (Ernesto Alterio), quien tras el negocio de cacahuetes con chocolate esconde un frente de acción armada. En el epicentro de la historia la identidad trasmutada no parece ser una elección y con especial interés su director Benjamín Ávila deja traslucir el compromiso ideológico que adquiere el protagonista, como por ósmosis, al tiempo que revela cierto anhelo del chico por llevar una vida más normal.
Presentado como un relato de amor adolescente, Infancia clandestina es también la reflexión de cómo un niño es obligado a desarrollar una consciencia político-ideológica de forma precoz y es confinado a vivir una situación familiar que le desborda, sumiso y sin objeciones. El director hábilmente omite el lugar común de la violencia que supone la lucha armada cuando, desde los ojos del niño, mira y centra su lente en un intimismo que permanece durante toda la cinta. Éste resulta el rasgo que dota de personalidad al relato y funge como distintivo frente al género abundante en el país austral. Así las acciones violentas por excelencia quedan reducidas a un recuerdo magníficamente resuelto mediante la animación del ilustrador Andy Riva, subrayando que -lejos de los ojos de Juan- las muertes terribles son incorporadas a través de la reconstrucción imaginaria que el protagonista hace de los hechos.
El niño Teo Gutiérrez Moreno en el papel de Juan. |
Una historia propia
El prólogo, otro tanto ilustrado, nos introduce con un ritmo que cuesta conservar en las escenas subsecuentes. El film no hay dudas de que tiene sus momentos reflexivos e intensos, pero a razón de la verdad, a menudo parece encharcarse en una secuencia estándar que lanza ideas sin decir nada interesante, salvo por su función referencial. La comida de montoneros es una prueba de ello. Algunas escenas resultan demasiado largas, lo que es bastante común cuando se trata de contar la propia historia.
Sin embargo, las escenas familiares son mejores y en términos dramáticos, la secuencia de la visita de la abuela Amalia (Cristina Banegas) marca un punto de inflexión cuando da rienda suelta a sus temores.
Ávila retoma algunos tópicos post dictadura como la identidad falseada y la recuperada, acentos abordados ya con anterioridad por el mismo autor en su documental "Nietos" (2004). Ficciones agotadas que repite sobre un episodio harto conocido por la audiencia de su país y poco revelador para el internacional. La dictadura militar argentina del 70 ha sido retratada en reconocidas piezas cinematográficas como "La historia Oficial" de Luis Puenzo (ahora productor de Infancia clandestina), "La noche de los lápices", "Garage Olimpo" y "Kamchatka" entre un sinfín de producciones.
Una escena de Infancia clandestina con la actriz Cristina Banegas. |
Temática ultraexplotada aparte, parece que siempre ha sido un buen pasaporte a los festivales y no quita méritos el sumar nuevos enfoques, sobre todo sin son contados desde las propias vísceras. El autor logra sacar un buen jugo desde la pequeña anécdota y da un giro a un guión simple, rectilíneo, carente de florituras cinematográficas cuando pone la cámara en el ojo de Juan. Y no es que esta tampoco sea la apuesta más novedosa. Asistimos a un tiempo de cine donde los pequeños han desplazado en buena medida el protagonismo a los adultos.
El carácter autobiográfico de la cinta muestra las memorias de la vida temprana del creador argentino Benjamín Ávila y aunque pone al descubierto la realidad de los montoneros, la convierte en un relato de ficción. Ávila emplea su licencia artística para diseñar el andamiaje narrativo que destaque la compleja coexistencia entre las experiencias infantiles diarias y las presiones intensas de vivir tras la sombra de la militancia y el miedo, en ese intento de conciliación entre la vida cotidiana y la pesada carga de portar falsas identidades.
Contada desde una perspectiva de lo vivido, se aproxima con buena mano a los conflictos que genera la experiencia eminentemente adulta en los pequeños obligados a vivir y comprender tamaña prueba ideológica, contrapartida de lo que sería la temática de "La Vida es bella" del italiano Begnini.
La actriz Violeta Palukas en una escena de Infancia clandestina. |
Cine de autor
Un mérito de este film recae sobre el hecho de que su autor evita lo impuro y feroz, el sarcasmo, la mordacidad, la crueldad y lo invierte en lo impoluto de la fantasía, trocando a sus personajes en una especie de mitos literarios que trascienden a sus modelos reales. En su ambicioso intento por congraciar la autobiografía, el mural sociopolítico y el conmovedor drama romántico, el cineasta alcanza un resultado bastante aceptable.
Sin embargo, Infancia clandestina ha ganado donde se ha presentado. En los premios Sur, el equivalente argentino a los Goya, se quedó con un buen número de estatuillas y en el Festival de San Sebastián el público la ovacionó durante 10 minutos, aunque haya sido desplazada por la chilena "No" de Larraín en la "short list" de la Academia de Hollywood como mejor film en lengua extranjera.
Lejos de cualquier alarde narrativo la cinta tiene una intención de mostrar cierta fragilidad que se columpia con la fortaleza. Desde el punto de vista documental su pesquisa resulta superflua pero se encuentra bien hilvanada para transitar las salas. Su narración es sobria, nada pirotécnica, sin insolencias melodramáticas.
El director Benjamín Ávila. |
La simplicidad estructural de Infancia clandestina muestra ese claro divorcio con toda la arquitectura enrevesada de los films de guerra, le convierte en casi una apuesta de cine de autor no comercial. Esta característica también es la que nos permite entonces disfrutar de breves situaciones, sutiles, simples, bien plasmadas y lo que despierta el apetito de los amantes del cine, a quienes le resultará más que correcta e interesante, a propósito de las pasiones que suscita el tema en Argentina, toda vez que las heridas dejadas por aquel conflicto políticosocial continúan abiertas.
La actriz Natalia Oreiro, como la madre de Juan. |
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