Escribe Marcelo Espiñeira.
El empleo en España atraviesa su peor momento histórico desde la reinstauración del sistema democrático en junio de 1977. El paro juvenil ya supera todos los niveles soportables para una sociedad cohesionada, alcanzando un porcentaje superior al 57%. Para completar el dramático panorama, las medidas aplicadas por el gobierno de Rajoy en materia económica distan muchísimo de corregir semejante desajuste social.
El deterioro general de la economía española se ha acelerado desde el estallido de la gran crisis financiera en 2008, se ha extendido hasta dejar a uno de cada tres ciudadanos en el paro en 2013. Una proporción insostenible para cualquier sistema de seguridad social serio, cuya posibilidad de quiebre es la principal amenaza que ahora se cierne sobre los asalariados en este país.
Reclamo organizado
El declive pronunciado de la actividad en el sector de la construcción debido a la explosión de la denominada burbuja inmobiliaria generó más de un millón de empleos perdidos. Al que ahora debemos sumar otro millón más proveniente de los despidos masivos en las industrias satelitales del otrora motor económico de la región. Como consecuencia inmediata, hemos sufrido una abrupta caída del consumo interno que además se ha combinado con una intensa política de austeridad "sugerida" desde los centros de poder europeos.
Los "brotes verdes" de la economía española no aparecen por ninguna parte. La política de cobertura de los parados resulta escasa y los temores por lo incierto que se presenta el futuro a corto y mediano plazo, han creado una atmósfera enrarecida que podría ser aprovechada por grupos que buscan fijar sus posiciones a largo plazo, bien lejos de cualquier gesto solidario con el resto.
Desde sectores tradicionalmente conservadores, como la CEOE de los empresarios, la patronal bancaria o algunos dirigentes situados a la derecha del mismo presidente Rajoy, se oyen voces que ensayan propuestas dirigidas a recuperar una supuesta competitividad perdida en el sector productivo. El ex presidente Aznar o la autoexiliada Aguirre no han dudado últimamente en alzar el tono de sus reclamos al gobierno cuando le solicitaron una bajada generalizada de impuestos, acabar con cualquier vestigio de los derechos laborales que aún perviven o privatizar lo que aún queda en manos del Estado.
Desde Europa, ya sea a través del gobierno alemán o desde el BCE, ya no se esconde más el indudable rango de "país intervenido" que ostenta España luego de aceptar el rescate bancario de 2012. El mismo vocablo que se le atragantara al presidente español hasta dejarlo sin habla durante unos cuantos meses y que hoy se ha convertido en la espada de Damocles de un mercado laboral atenazado por la desidia y las políticas poco amistosas hacia las franjas más desprotegidas de la sociedad.
Modelo alemán
En situaciones desesperantes, se suele echar mano de las recetas exitosas del pasado. Tal vez por este motivo, ahora son muchos los "expertos" locales que reclaman el encaje de los llamados "minijobs" en nuestra legislación. Otra fórmula "made in Germany" que ayudó a maquillar los elevados números de la tasa del paro alemán tras la compleja reunificación del país en 1989.
Este modelo de empleo a jornada reducida, implica un sueldo máximo de 400 euros y un límite de 40 horas mensuales. De fiscalidad exigua para los empleadores, genera un aporte casi nulo a la seguridad social por parte del empleado. Los minijobs han sido concebidos como un "puente" para los desempleados de larga data, un método extremo para reintroducir al mercado a los sectores menos cualificados. Así, muchos jóvenes o mujeres con escasa educación consiguieron un pequeño empleo remunerado con esta fórmula, un nuevo sector que ha arrasado hasta representar el 18% de la fuerza laboral alemana actual. Siete millones y medio de minijobs corroboran que el objetivo inicial se ha desvirtuado bastante y que probablemente el "puente" no enlace con nada mejor que estos trabajos precarios.
El empleo en España atraviesa su peor momento histórico desde la reinstauración del sistema democrático en junio de 1977. El paro juvenil ya supera todos los niveles soportables para una sociedad cohesionada, alcanzando un porcentaje superior al 57%. Para completar el dramático panorama, las medidas aplicadas por el gobierno de Rajoy en materia económica distan muchísimo de corregir semejante desajuste social.
El deterioro general de la economía española se ha acelerado desde el estallido de la gran crisis financiera en 2008, se ha extendido hasta dejar a uno de cada tres ciudadanos en el paro en 2013. Una proporción insostenible para cualquier sistema de seguridad social serio, cuya posibilidad de quiebre es la principal amenaza que ahora se cierne sobre los asalariados en este país.
Reclamo organizado
El declive pronunciado de la actividad en el sector de la construcción debido a la explosión de la denominada burbuja inmobiliaria generó más de un millón de empleos perdidos. Al que ahora debemos sumar otro millón más proveniente de los despidos masivos en las industrias satelitales del otrora motor económico de la región. Como consecuencia inmediata, hemos sufrido una abrupta caída del consumo interno que además se ha combinado con una intensa política de austeridad "sugerida" desde los centros de poder europeos.
Los "brotes verdes" de la economía española no aparecen por ninguna parte. La política de cobertura de los parados resulta escasa y los temores por lo incierto que se presenta el futuro a corto y mediano plazo, han creado una atmósfera enrarecida que podría ser aprovechada por grupos que buscan fijar sus posiciones a largo plazo, bien lejos de cualquier gesto solidario con el resto.
Desde sectores tradicionalmente conservadores, como la CEOE de los empresarios, la patronal bancaria o algunos dirigentes situados a la derecha del mismo presidente Rajoy, se oyen voces que ensayan propuestas dirigidas a recuperar una supuesta competitividad perdida en el sector productivo. El ex presidente Aznar o la autoexiliada Aguirre no han dudado últimamente en alzar el tono de sus reclamos al gobierno cuando le solicitaron una bajada generalizada de impuestos, acabar con cualquier vestigio de los derechos laborales que aún perviven o privatizar lo que aún queda en manos del Estado.
Desde Europa, ya sea a través del gobierno alemán o desde el BCE, ya no se esconde más el indudable rango de "país intervenido" que ostenta España luego de aceptar el rescate bancario de 2012. El mismo vocablo que se le atragantara al presidente español hasta dejarlo sin habla durante unos cuantos meses y que hoy se ha convertido en la espada de Damocles de un mercado laboral atenazado por la desidia y las políticas poco amistosas hacia las franjas más desprotegidas de la sociedad.
El presidente de la CEOE, Joan Rosell, mantiene un ataque sostenido contra los derechos laborales. |
Modelo alemán
En situaciones desesperantes, se suele echar mano de las recetas exitosas del pasado. Tal vez por este motivo, ahora son muchos los "expertos" locales que reclaman el encaje de los llamados "minijobs" en nuestra legislación. Otra fórmula "made in Germany" que ayudó a maquillar los elevados números de la tasa del paro alemán tras la compleja reunificación del país en 1989.
Caído el muro de Berlín, el canciller Helmut Kohl (de la misma CDU que Angela Merkel) gobernaba la próspera Alemania Occidental. Durantes aquellos años difíciles le tocó liderar la integración con la pauperizada economía de la antigua RDA oriental que llevaba décadas bajo la órbita soviética. Esta fusión que fue muy traumática, en un inicio provocó un fulminante incremento del desempleo que alcanzó el 10%. Posteriormente, durante los primeros años de gobierno de Gerhard Schröder (SPD) el paro volvió a pegar un fuerte repunte hasta superar la tasa del 12%. Fue entonces cuando el canciller que fuera reelegido en 2002 presentó su famosa Agenda 2010, un paquete de medidas que liberalizó el mercado laboral, el sistema de pensiones, de salud y endureció las leyes de inmigración. Visiblemente enfrentado a los ideales de su tradicional electorado de izquierdas, Schröder introdujo los minijobs entre sus pases mágicos y el truco funcionó, aunque perdiera luego las elecciones en 2005.
Este modelo de empleo a jornada reducida, implica un sueldo máximo de 400 euros y un límite de 40 horas mensuales. De fiscalidad exigua para los empleadores, genera un aporte casi nulo a la seguridad social por parte del empleado. Los minijobs han sido concebidos como un "puente" para los desempleados de larga data, un método extremo para reintroducir al mercado a los sectores menos cualificados. Así, muchos jóvenes o mujeres con escasa educación consiguieron un pequeño empleo remunerado con esta fórmula, un nuevo sector que ha arrasado hasta representar el 18% de la fuerza laboral alemana actual. Siete millones y medio de minijobs corroboran que el objetivo inicial se ha desvirtuado bastante y que probablemente el "puente" no enlace con nada mejor que estos trabajos precarios.
Aunque los minijobs se acoplaron perfectamente en el patrón exportador que ha distinguido a Alemania durante los últimos decenios, las reformas iniciadas por Schröder tardaron tres años en revertir la mala tendencia que ostentaba el mercado laboral. Ya con Merkel en el poder, el paro finalmente se redujo hasta el 6% actual. En cuanto a cifras, el cambio se evidencia como positivo pero, los miniempleos alemanes no garantizan calidad de vida alguna.
Según un informe de la agencia de noticias Reuters (de 2012) muchos trabajadores alemanes apenas si cubren sus necesidades básicas. Se han registrado numerosos casos de personas que llegan a trabajar por menos de un euro la hora. La precarización es notable y algunos se sienten explotados en toda regla y en tan triste situación, lo aceptan por no encontrar alternativas mejores. La política de moderación salarial y las reformas de Schröder han reducido la tasa de desempleo alemán hasta los niveles actuales, pero los críticos señalan que han propugnado un aumento considerable de las desigualdades.
Milagro no extrapolable
Los salarios bajos son la base del supuesto milagro económico. Entre 2005 y 2010 sólo se ha expandido la contratación de trabajadores por salarios insignificantes y esto explica en parte por qué los germanos no gastan más que antes, simplemente porque no disponen para hacerlo. El salario mínimo oficial no existe en este país, lo que provoca que en algunas regiones del Este se contraten por sumas ridículas a algunos trabajadores. Situación que ha generado fuertes reclamos de diversos dirigentes al gobierno de Merkel para que introduzca una valoración oficial al salario mínimo por ley, en notoria contraposición con el pedido del presidente del Banco de España en estos días. Recordemos que Luis María Linde bregó recientemente por imitar el modelo germano que no contempla el salario mínimo entre sus preceptos, cayendo en la peligrosa comparación de una situación con la otra. Porque justamente las diferencias entre Alemania y España son enormes, la introducción de estas premisas no garantizarían ningún éxito en nuestro país.
Es curioso, pero mientras se pregona la desregulación laboral en todos los países europeos afectados por la crisis de deuda, el gobierno alemán se dirige hacia una nueva regulación del mercado interno e incluso ésta forma parte de las promesas electorales de Angela Merkel, quien busca su tercera reelección. Se podría concluir que el período del mercado liberalizado alemán acompañó una década de fuertes exportaciones hacia el resto de la UE, creando el sector de salarios bajos más importante de la región. Algo de lo cual hoy todavía se jacta el ex canciller Schröder en sus contadas apariciones públicas.
Teniendo en cuenta que la Troika (FMI, BCE y CE) lleva tres años exigiendo las reformas de corte alemán en Portugal, Grecia, España e Italia, no es complicado comprender por qué estas medidas no cuajan o no dan el resultado esperado en los países "rescatados". El modelo exportador germano no es extrapolable a tantos países asfixiados al mismo tiempo. Menos cuando se exige un severo control del déficit público, una reducción del tamaño de las administraciones en tiempo record y se acompaña con prestamos de dinero a tasas extremadamente elevadas. La ecuación no cuadra de ninguna manera y únicamente apunta a aumentar la brecha existente entre el norte y el sur de Europa.
El excanciller Gerhard Schröder, el padre de los minijobs alemanes. |
Si en Alemania el auge del empleo precario facilitó la reducción del índice de desempleo es fundamentalmente porque el resto de Europa permitió en su momento que este país creciera, precisamente yendo en la dirección contraria. Esto significó que Alemania jamás fuera penalizada por aumentar su deuda soberana o que el control de la UE sobre su déficit interno fue nulo o muy laxo. En este contexto permisivo, los minijobs fueron un instrumento más dentro de un proceso que gozó de una libertad considerable para maniobrar en la dirección deseada. Alemania consiguió reconducir su preocupante situación interna, gracias al apoyo incondicional de sus socios europeos, a los cuales inundó con sus buenas producciones tecnológicas. Las principales industrias germanas son la automoción, la electrotecnia, la ingeniería mecánica y la industria química. A las que deberíamos sumar otras intensamente desarrolladas: biotecnología, aeronáutica, navegación por satélite, información y comunicaciones, medio ambiente, energías renovables, medicina técnica, productos farmacéuticos, servicios, tejidos y materias sintéticas. Con este perfil industrial tan destacado, la gran potencia europea es actualmente el segundo exportador mundial después de China, justo por encima de EEUU. Una razón más que suficiente para entender porque sus particulares recetas anticrisis no consiguen adaptarse sin fricciones al modelo mediterráneo. El entorno y las condiciones en las cuales Alemania se recuperó del golpazo de su reunificación política, no son parecidas ni de lejos a las que rodean hoy a los países llamados PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España) de forma socarrona y grosera por la prensa británica y germana.
Desigualdad en aumento
En las principales economías mundiales se constata un fenómeno inequívoco de carácter residual que acompaña la realización de sus buenos resultados macroeconómicos. Se podría decir que el aumento de las desigualdades sociales es intrínseco en el desarrollo del siglo XXI. El exitoso devenir de China y Alemania dentro de un modelo laboral poco regulado, apoyan este argumento. Aquella panacea europea que intentó blindar con derechos fundamentales al grueso de sus trabajadores se ha desplomado tras la crisis financiera. Ahora, el ejemplo alemán se presenta como el modelo a seguir, como la única solución posible. Sin embargo, desde las entrañas del gigante industrial, hay quienes opinan lo contrario. "Los empleos a tiempo completo normales se están dividiendo en minijobs" afirma Holger Bonin del ZEW, un think tank con sede en Mannheim. ¿Será este el principal motivo de Joan Rosell, líder de la patronal española, cuando pide introducir los minijobs en nuestro país?
Reemplazar el ladrillo sigue siendo la gran cuenta pendiente de la ahora alicaída economía local. La liberalización del mercado laboral por sí sola no producirá el milagro deseado. Se podría copiar íntegramente la legislación germana que tampoco veríamos la luz. Cargamos con un gravísimo problema de regeneración, al que también se ha añadido una acumulación de cuestiones estratégicas sin resolver, tal el caso del elevado costo del abastecimiento energético. Y la única intención comprobable del gobierno es intentar delegar toda la responsabilidad de la regeneración económica al sector privado, con los peligros implícitos que esta opción siempre representa. La total desregulación del sector del empleo no garantiza un repunte de la actividad económica per se, además de avivar el riesgo palpable de la precarización más absoluta de las condiciones de trabajo. El único efecto contrastable luego de tres años de la aplicación de las recetas del "milagro alemán" en un entorno que no reúne las condiciones necesarias.
El Mediterráneo al completo debería comenzar a diagramar una salida alternativa mucho más realista que la ruta propuesta por la Troika. Para eso hará falta una implicación política que se avisora lejana de momento. Invocar la implementación de los minijobs, huele a tecnicismo fetichista que posibilite inhibir en el futuro cualquier posibilidad de un indispensable ascensor social.
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