Tan cercano, franco y confidente como estimulante resulta el primer disco solista de Enric Montefusco. Como si este lúcido cantautor hubiera propuesto despojarse de todo código innecesario y llegar de la manera más espontánea posible, sus canciones siempre vivas e impetuosas se transforman ahora en inmediatos flechazos. Aún para todo aquel que haya disfrutado antes con su obra en el grupo Standstill, la cual requería inevitablemente un acercamiento impregnado de cierta paciencia o un tiempo razonable para asimilarla plenamente. Porque en las canciones de “Meridiana” (Bona Sort, 2016), Montefusco encuentra un cable directo a los impulsos más primarios de nuestro cerebro, sin interferencia alguna.
Acústico de principio a fin, el nuevo proyecto contiene once temas apoyados en un piano, un acordeón, algunas guitarras, muchos violines, coros, palmas y una percusión precisa. Ni un solo bajo, ni media guitarra enchufada necesitó esta vez el autor para arropar su lírica brutalmente honesta, autobiográfica, crítica y plena de un humor cálido.
Autoproducido y responsable de cada tramo de la grabación, Montefusco consagra más que nunca el santo grial de la independencia artística. A Meridiana se le notan las costuras de cuero como refuerzos y huele a feria medieval de pueblo con la marca a fuego del herrero incluida. Este aroma artesanal seduce desde el instante mismo en que uno topa con canciones tan decisivas como Todo para todos, Flauta Man, Vida Plena, Uno de Nosotros u Obra Maestra.
La voz del cantante y sus estribillos resuenan como ese trueno que anuncia un diluvio, un piano o una guitarra que delinea una melodía clara y persistente para que nos empapemos en sus verdades, no hace falta mucho más para conquistarnos definitivamente.
“Os deseo una oportunidad, un compañero, haber tocado fondo alguna vez, que en tu leyenda diga que alzaste el vuelo” nos recita con bravura en Todo para todos, una canción predestinada a convertirse en himno popular. Una poesía tan magnética como la ironía corrosiva de Flauta Man, un frugal enunciado de todas aquellas calamidades cotidianas que han formado parte de nuestra mala educación colectiva: “Gracias por las clases de flauta, por las pelis de acribillar, por los afluentes del Duero, por el timbre del recreo, por las gustos de mi peluquero, las collejas por ser sincero...”
El tono del disco bascula entre lo épico, la revelación y el recuerdo más íntimo. Lo bueno del caso es poder identificarse tanto y de manera tan sencilla con este sincero diálogo entre el artista, su pasado, presente y futuro. “Vendrás a pedirnos dinero, sabrás a que sabe un domingo, y si te descuidas habrá un cura en tu funeral” reconoce el autor en Uno de nosotros, probablemente la canción más importante en esta hermosa colección, porque “vayas donde vayas, digas lo que digas, siempre serás uno de nosotros”.
Un vals con ritmo de acordeón afrancesado nos inunda de nostalgia y nos permite oir a Montefusco cantando en catalán. El riu de l´oblit es una pieza de frágil belleza, como un hilo de agua bajando entre la hojarazca de algún bosque.
En una escena de bar plena de colores sepia y personajes golpeados por la vida, estalla un costado gitano capaz de rellenar esos huecos que llevamos dentro y entonces “si el duende sale del dolor, esto será una obra maestra”. Pues, sin duda, lo es. Aunque nuestro héroe no sepa hacer un soneto u ose cagarse en la madre puta y luego nos pida perdón, esta es la manera que encuentra Enric Montefusco para expresar su amor por la Vida plena, con todos los riesgos que esta elección pueda suponerle. Comenzar de cero otra vez, partir sin equipajes a una ruta incierta, entregarse al vacío nuevamente.
Meridiana es una confesión profunda, con sus marejadas y sus instantes de calma, con resabio a catársis personal que seguramente irá encontrando un intenso ida y vuelta con el correr del tiempo, porque las canciones que lo integran están hechas de una sustancia resistente que invitan a ser transmitidas, tarareadas en grupo, para constatar que existen muchos allí afuera con ganas de compartir esta angustia, este desamor, este deseo y esta ilusión. Una grata responsabilidad que Montefusco nos ha delegado.
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