Escribe Marcelo Espiñeira.
...“independencia es una palabra hermosa que inflama el corazón de los jóvenes y que moviliza a las gentes”...
Joan Manel Serrat
En ese vértigo tan excitante que se mueve la política whatsapp han ocurrido una serie interminable de megasucesos coordinados por una mayoría que responde obediente al llamado de una pretendida cita con la historia. En tan solo un par de semanas hemos pasado de aquella escena sensiblera -propia de un culebrón latino- cuando Carme Forcadell preguntara inocentemente (sic) a Marta Rovira si la "señora diputada tiene algo que decirme" para enseguida sancionar la Ley de Transitorietat -sin debate alguno con los opositores-… y luego a los palos indiscriminados de unos especialmente motivados policías antidisturbios “justicieros” que intentaban quedarse con las papeletas, las urnas y por lo visto… también con una muestra de sangre de los votantes que hacían barreras humanas, tal vez como recuerdo personal del crucero a Barcelona que les pagara el desgobierno de Mariano Rajoy con los impuestos de todos.
A todos aquellos -dicho sin pretensión alguna- que todavía se mueven por la vida intentando apelar a cierta razón o reflexión antes que dejarse arrastrar por la pasión o las emociones pasajeras, supongo que esta serie vertiginosa de arrebatos colectivos les habrá erizado el vello de manera inmediata. Llamadlo miedo, incredulidad o incertidumbre, igual da, pero el cóctel de sentimientos angustiosos que este enfrentamiento fraticida callejero me ha generado en las entrañas es genuino e inédito en los quince años que llevo viviendo en nuestra querida Catalunya.
Creo más que nunca que es tiempo de hablar por uno mismo, preguntarse, escucharse y elegir aquello que nos convenga a la mayoría, por eso me causa una insoportable urticaria escuchar a los improvisados voceros del Procés en los medios o en las calles, hablando en nombre de todos los catalanes. En mi humilde opinión, un argentino con apellido de origen gallego, los catalanes también somos todos aquellos que hacemos que Catalunya se despierte, bostece, camine, trabaje, sude, almuerce, meriende, cene y se vuelva a dormir cada día. Es una obviedad decirlo, pero no hace falta portar una estelada en el pecho o en el culo para ser más catalán o sentirse igual de catalán. Otra cuestión muy distinta sería que desde un tiempo a esta parte, un grupo de familias muy catalanas se haya dedicado a sembrar un mensaje de exclusión social quasi étnico entre sus vecinos y que esta proclama haya cuajado de manera sorprendente entre los mismos. Pero, sinceramente, no me creo mucho este cuento de los abducidos que propaga el ABC y el igualmente irracional ultranacionalismo español.
Mariano Rajoy y Artur Mas
no supieron administrar
con suficiente justicia
el esfuerzo colectivo demandado
por Angela Merkel y el BCE
luego del rescate en 2012
En cambio, sí creo que la estafa masiva del ladrillazo y los años del derroche hispano-catalán pasaron una factura insoportable al conjunto de la sociedad en España. O que tanto los gobiernos de Mariano Rajoy como el de Artur Mas no supieron administrar con suficiente justicia el esfuerzo colectivo que demandaba Angela Merkel y el Banco Central Europeo luego del rescate en 2012. O que las estructuras estatales se han quedado obsoletas para resolver problemas tan esenciales como un millón de ciudadanos sin vivienda. O que como sociedad no estábamos preparados para encajar el duro golpe de la recesión económica y la posterior pérdida masiva del empleo que cambiaría nuestro estilo de vida para siempre.
Ante retos tan enormes, como el que ha debido afrontar España y Catalunya en los años posteriores a la crisis, siempre es factible que florezcan ideas o fantasías de prosperidad generalizada en forma de mensaje político, tal cual ha sabido vender los líderes del independentismo catalán a buena parte de su electorado. Otro tema muy distinto es que un cierto sentimiento de desamparo esté ampliamente justificado en Catalunya, lo cual no nos obliga a escoger la desconexión unilateral como único camino posible. Al respecto creo que el gobierno de Rajoy ha sido nefasto para la región en líneas generales. Pero tampoco puedo dejar de señalar que la mayoría de los políticos catalanes solo han sabido sostener su probada ineptitud durante estos últimos cinco años, con un relato naif pleno de una dialética enrevesada que siempre incluía la promesa de una mágica salida rumbo a la independencia, como supuesta panacea basada en la emoción y nunca en la razón.
El Procés de Artur Mas, Oriol Junqueras, la ANC, la CUP y Carles Puigdemont ha elegido surfear las altas olas de la gran crisis, montado sobre una obsoleta idea patriótica, cínica y en muchos sentidos peligrosa por su alejado anclaje de una realidad palpable que nos rodea. Es cierto que para que algo ocurra, primero hay que soñarlo, más tarde verbalizarlo y luego provocarlo. Pero, en este caso particular, creo que a estos líderes les ha faltado paciencia y sobrado prisas, abusando de las ocurrencias para acomodar un discurso político demasiado maleable, delirante y sinuoso, que no han dudado en mutar constantemente -según el interlocutor que dispusieran- a lo más conveniente para cada ocasión.
La fantasía popular
de una Catalunya indepediente,
la de los adherentes a pie de calle,
descansa sobre premisas muy poco probables
La fantasía popular de una Catalunya indepediente, la de los adherentes a pie de calle, descansa sobre premisas muy poco probables. Como que una Unión Europea en manos de los socios políticos de Rajoy (conservadores europeos) se decida a otorgar luz verde a su irrupción como nuevo estado miembro. O que el coste de la financiación internacional, indispensable para cualquier estado independiente, fuera asumible por los ciudadanos catalanes sin sufrir una suba importantísima en su carga fiscal actual. O que Catalunya como estado no aceptado por la Unión Europea no necesitaría disponer de un ejército propio. O que la actividad económica no se vería profundamente afectada por la deslocalización de las grandes empresas hacia España o la merma del intercambio de mercancías con una España profundamente ofendida por la escisión. O que el estándar de vida actual de los catalanes sería factible de ser mantenido en los años posteriores a la independencia, sobre todo en lo referente a servicios públicos básicos como sanidad, educación y el pago de las pensiones o subsidios. No hablemos ya del encaje de Catalunya en el marco de la geopolítica internacional, que presumiblemente encontraría poca complicidad con los gobiernos de estados que tienen tensiones territoriales internas, como Francia, Alemania, Holanda, Bélgica y tantos otros en Europa.
Se mire por donde se mire, el Proces eligió tomar una velocidad suicida, propia del vértigo de la política whatsapp, en el peor momento posible. Un factor clave que no puede justificarse de ninguna manera tras la censurable violencia policial del 1-O, porque el Procés iba a toda pastilla desde hace meses, manteniendo la muy discutible celebración de unos comicios que ya habían sido impugnados por la justicia estatal y el Constitucional, sin contar con complicidades destacables en el exterior.
Existen verdades que son irrefutables, como que el gobierno de Rajoy jamás cedería a la celebración de un Referendum pactado y legal. O como que el gobierno de Rajoy no será eterno o que su debilidad es manifiesta cuando se basa en una mayoría poco estable. Ante estas dos certezas, Puigdemont eligió abandonar todo vestigio de negociación en las reuniones de la reforma del sistema de financiación autonómico. Renunciando así al modelo actual en nombre de todos los catalanes, los que votaron a su partido y los que no. Luego, decidió respetar la hoja de ruta impuesta por la CUP con la incómoda DUI como único desenlace. Finalmente, ante la explícita amenaza de represión estatal -Gobierno, Tribunal Constitucional, jueces y policías- Puigdemont no dudó en exponer a su pueblo como escudo humano. La violencia podría haberse evitado si hubiera señalado al terco de Rajoy, sin arriesgar a la gente indefensa. Para colmo, algunos dirigentes independentistas no dudaron en resaltar el salto a los telediarios internacionales obtenido tras la dura represión policial. Es decir, que la sangre de muchos sirvió para internacionalizar el conflicto.
El frenesí de la política whatsapp
resulta ideal para liberar esa rauxa
que ha reemplazado al seny
Como hemos visto en estas últimas semanas y desde hace tiempo, la desconexión social entre muchos catalanes -probablemente más de la mitad del padrón- con el gobierno de Rajoy es otra certeza más. Sin embargo, esta realidad no legitima el salto ilegal que pretende dar el movimiento transversal que sostiene al Procés. La política whatsapp podrá servir para parar Catalunya, para esconder urnas y papeletas, para protestar ante todas los edificios de las instituciones españolas, o para señalar a todos aquellos que no compartimos este salto al vacío. Pero dudo mucho que sirva para construir un país serio o inclusivo. Este frenesí es ideal para liberar esa rauxa que ha reemplazado al seny. Pero jamás servirá para tomar decisiones reflexionadas, respetuosas de las minorías, y en definitiva... democráticas. Lo constato a diario cuando intento debatir con amigos independentistas sobre las razones que sostienen este movimiento.
La democracia no se limita a la manifestación callejera, es un sistema político mucho más complejo e intrincado que ante todo debe contemplar las garantías para todos los ciudadanos por igual, o que necesita sus tiempos para funcionar acorde a los controles cruzados diseñados para evitar la toma de decisiones apresuradas y fervorosas en perjuicio de los demás. Así como es muy poco democrático que Rajoy haya dotado de poderes especiales o ejecutivos al Tribunal Constitucional, tampoco resulta muy democrático que el Govern catalán de por buenos los resultados de unos comicios irregulares y viciados de nulidad de principio a final. Ni hablemos ya, de la imposición de la voluntad de los que salen a manifestarse a las calles sobre los que eligen no hacerlo, por muchos que parezcan o que griten más fuerte. Esto sería legitimar la ley de la selva o del más fuerte.
Creo sinceramente que los vericuetos dialécticos de los gobiernos de Rajoy y Puigdemont han colaborado en la creación de una confusión generalizada que hoy nos domina y acaba por amenazar la buena convivencia en Catalunya. Todos perdemos con estos acontecimientos frenéticos, violentos, sin reflexión. Antes que nadie, perdemos los que vivimos en Catalunya. Los actuales responsables de la Generalitat y el Gobierno central han utilizado estas importantes instituciones centenarias para avivar un incendio propio de pirómanos. A diario irrumpen en los medios de comunicación con declaraciones efervescentes e incendiarias, esparciendo el abono fértil para el enfrentamiento radical y la fractura social que hoy percibimos con suma tristeza. Las palabras tienen su peso, y luego de años de agresiones mutuas podemos confirmar la huella que dejan. Cuando se desfigura el ángulo del bien común, la responsabilidad de los líderes políticos se hace evidente, porque antes que ningún otro objetivo, deberían esforzarse en velar por la convivencia pacífica entre los ciudadanos. El enfrentamiento callejero entre policías agresivos y ciudadanos enardecidos en Catalunya, nos habla de la profundidad de la grieta que han cavado estos dirigentes irresponsables.
Creo en la razón, en la aceptación de un resultado tras unos comicios acordados con garantías, y en el sistema democrático como mejor herramienta para mantener la buena convivencia en una sociedad tan heterogénea como esta. No creo en la política whatsapp, en su arrebato pasional, en la revancha histórica, o en los cobardes que se cubren tras jueces, policías o manifestantes.
Deseo que el seny sea recuperado pronto, que los independentistas abandonen la rauxa y que el tozudo españolismo se abra ya mismo al diálogo. Exijo que haya negociación, comprensión del conflicto y buena voluntad para resolverlo por las buenas. ¿Será tanto pedir?
Estoy de acuerdo contigo. Ademas, somo muchos ciudadanos europeos, residentes desde tiempo en catalunya, que ni podemos expresar nuestra opinión al no poder votar, ni en elecciones ni en referendum ( excepto al 9N) - Creo que si finalmente se celebra un referendum, deberian dejarnos la opcion de votar, como se hizo en Escocia.
ResponderEliminarDe acuerdo con el análisis, pero moralmente no se puede comparar a quien se salta hasta sus propias leyes, convirtiendo el capricho, la ocurrencia y el engaño en su pauta de actuación, devastando moral y económicamente a un país entero (dentro de poco se empezará a ver la profundidad de la sima en la que ha caído Cataluña) con quien -estés o no de acuerdo- no se ha apartado de la Constitución, la ley, la sujeción a unas pautas jurídicas previsibles y aceptadas por todo el mundo, y ha sido respetuoso con el sistema que ha dado a España (a ver si somos realistas) un progreso que no había conocido en la vida. Con los primeros y sus chantajes no se puede dialogar, es imposible, es premiar la felonía. Hay que restaurar la ley. Y luego lo que haga falta.
ResponderEliminarGracias por tu apreciación, igual creo que nunca hemos querido comparar desde un aspecto moral las posiciones de la Generalitat y la Moncloa. Más bien hemos intentando describir, desde nuestro lugar de residencia (Catalunya), un conflicto que ha ido escalando por motivos diversos. Como habrás podido ver, nos guía la máxima prudencia en pos del bien común, porque además representamos a una minoría muy pequeña en esta sociedad, la de los inmigrantes que hemos elegido residir aquí. Un saludo grande.
EliminarYo no creo que sea una palabra hermosa sino estúpida. Y un peligro para todas las personas decentes y pacíficas que nos sentimkos por igual catalanes y españoles.
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