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WATERLOO. El simbólico exilio de un conquistador perdido



Escribe Marcelo Espiñeira.

...“Si es imprescindible tener Govern, si hay que sacrificar al presidente Puigdemont, tendremos que sacrificarlo”...
                                                                          Joan Tardà, diputado nacional por ERC

Si algo va quedando claro en el gran entuerto de la política catalana es que Carles Puigdemont y la CUP necesitan leyes especiales, cortadas a medida, para poder encajar sus propuestas cada día más descabelladas o alejadas de las reales necesidades de los ciudadanos. Transcurrido un mes y medio luego de los comicios prenavideños, la Generalitat sigue acéfala, bajo los designios del Artículo 155, y privada de ejercer su autonomía.


Lejos de todo apuro por recuperar el control institucional, el bloque -o exbloque- independentista va de reunión en reunión por los despachos del Parlament, los cafés de Bruselas y ahora también la mansión de Waterloo... el Chateau Puigdemont (a 4.400€ de alquiler por mes)...sin conseguir un acuerdo de mínimos. JxC, ERC y la CUP continúan así alimentando las dudas preexistentes sobre su verdadera capacidad para gobernar Catalunya. 


Mientras tanto, la justicia española no tiene en su horizonte más que un garrote ejemplarizante para los implicados en el Referendum ilegal del 1-O; y la Moncloa se refuerza en el aplazo sine die del debate de una reforma constitucional que muchos españoles están reclamando.

Hasta el escándalo de la trama Gürtel, confirmada por juez y partes como asociación ilícita en toda regla, queda tapado por las desventuras de este conquistador perdido en que se acabó convirtiendo el otrora comedido Carles Puigdemont. Si no son conferencias televisadas por una  descaradamente utilitaria TV3, son mensajes telefónicos pillados por un cámara de Telecinco, y si no... alguna entrevista con el primer medio europeo que soporte el trabalenguas ininteligible en que se ha convertido el discurso del fugado expresident. La cuestión es acaparar la atención de los demás, sea como sea, porque no parece interesarle demasiado si en el intento cae en el ridículo más absoluto. O será que no se entera ya.

Acabar en Waterloo tiene mucho de simbólico, pues en estos suburbios cercanos a Bruselas perdió la batalla decisiva Napoleón Bonaparte hace 202 años atrás. Si aquella derrota significó el final definitivo de las guerras napoleónicas... ¿podremos decir lo mismo de los desvaríos puigdemónicos?

La formación del nuevo Govern debió haber sido consumada al menos quince días atrás, cuando el flamante president del Parlament, Roger Torrent, optó por aplazar el debate de investidura porque no disponían de otro candidato que don Carles de Bruselas. Ni la CUP, ni el entorno del expresident quieren oir hablar de otro candidato, aunque Oriol Junqueras y el resto de dirigentes de Esquerra opinen lo contrario. Envueltos en esta dinámica del desacuerdo, los días pasan, las reuniones se alargan y las propuestas imaginativas afloran. 

La última dicen que se ha fraguado en Bruselas -habrá que revisar el nivel de oxígeno que se respira en la capital belga- y propondría que el Consell de la República (sic) pudiera nombrar a Puigdemont como president de una Generalitat simbólica, paralela, o virtual (ya se aclararán), con residencia en el exterior. Es decir, que el nuevo guión diría que este recién inventado Consell de la República (el Consell de Cargos Electos -un mero registro en Internet de cargos electos que apoyan la independencia- y los colegas de Puigi en Bélgica), estaría en condiciones de otorgar un poder simbólico ilimitado al inquilino de Waterloo. Al cierre de esta edición ignoramos si la ceremonia de nombramiento incluiría la entrega de la espada de Sant Jordi a Don Carles I, o si el Dragón habría sido invitado a tan solemne ceremonia.

Los 7.453.957 habitantes de Catalunya
somos tan importantes como Carles Puigdemont
Así como ninguno, tan terco
como el expresident exiliado en Bruselas

Lo cierto es que la lista de invitados poco nos interesa, así como tampoco las mil y una ocurrencias de un expresident que se rehusa a dar un oportuno paso al costado.
Porque a decir verdad, los 7.453.957 habitantes de Catalunya somos tan importantes como Carles Puigdemont, así como ninguno tan terco.

La amenaza de pretender ir a nuevas elecciones si no se le encuentra un lugar en el nuevo Govern, hace de Puigdemont y sus seguidores en el PDCat y la CUP, la panda más grande de irresponsables que hayamos visto en las últimas décadas de política local, lo cual es decir mucho.

En la acera opuesta, el carnaval también está encendido. Desde la derrota fulminante del 23D, el PP catalán no encuentra mejor argumento que intentar empujar a Inés Arrimadas a una investidura fallida, imposible desde la aritmética electoral e inoportuna desde lo político. Las relaciones postelectorales entre PP y Ciudadanos parecen haberse resquebrajado, porque entienden en Madrid que Rivera tendría aspiraciones desmedidas de poder. No es difícil percibirlo, ya que el líder de los naranjitos sigue muy aupado por buena parte de la prensa nacional y los resultados de casi todas las encuestas en las que rozaría el primer lugar para las presidenciales. Según el barómetro de octubre del CIS
C´s estaría tercero, pero para todos los demás medios (Público, El Español, El País y ABC) los de Rivera estarían en francas condiciones de arrebatarle el poder a los populares si se votara ahora mismo. Ya vemos las consecuencias reales del Procés en España, Ciudadanos pasaría del cuarto hasta un posible primer lugar en las encuestas. Meteórico ascenso que sufriría en sus propias carnes Podemos, PSOE y PP

Pero el asunto no termina aquí. Porque esa fantasía inverosímil llamada Tabarnia, esa zona territorial que ocuparía buena parte de la franja litoral de las provincias de Tarragona y Barcelona más el cinturón que rodea a la capital catalana, está creciendo de manera insospechada. Inflamada desde Madrid por personajes con un gran sentido lúdico como el dramaturgo Albert Boadella, los seguidores de Tabarnia tienen previsto manifestarse por las calles de Barcelona el próximo 25 de febrero. Contra el independentismo, el lema sigue siendo un “anti”, Boadella, Tomas Guasch, Jaume Vives y Miguel Martínez han convocado a esta insólita concentración sosteniendo una ridícula bandera tabarnesa. Si el tema no tuviera la gravedad que sabemos que tiene podría resultarnos hasta gracioso, pero viendo cómo y con qué facilidad se acumulan el odio y la división en la Catalunya actual, mejor sería no alimentar estas simplistas salidas al enorme problema que tenemos. Entre Puigdemont y los tabarneses, no hay nada con lo que quedarse.

En esta parcela que antes de la existencia de Whatsapp y Twitter llamábamos mundo real, los problemas de los ciudadanos de Catalunya se acumulan. Los muertos por accidentes en carreteras como la N-340 siguen multiplicándose, los servicios en los hospitales continúan siendo muy mejorables, el turismo no rinde como antes de octubre, el presidente del MWC asusta a todos cuando habla de inestabilidad, y el paro crece más aquí que en el resto de España. Es decir, hay mucho, pero mucho por hacer. 

Nos sorprende bastante que luego de todo lo ocurrido desde el 1-O hasta la fecha, todavía estemos metidos en este limbo oscuro y denso. El dictamen de las urnas fue muy claro. Debe gobernar la coalición soberanista dentro de los límites establecidos por la Constitución española. No queda margen para Consells de la República o Tabarnias. Nadie ha votado por estas ocurrencias y todos debemos respetar la Ley. Si Puigdemont está prófugo de la justicia no puede ser investido presidente autonómico. Otro tanto sería aplicable a Oriol Junqueras mientras esté en prisión, o a Jordi Sánchez, o a todo aquel que no haya saldado sus cuentas judiciales. Ni Inés Arrimadas, ni otro candidato “constitucionalista” debería gobernar con los resultados obtenidos en diciembre pasado. Entonces, no quedan muchas opciones disponibles. Si el PDCat no dispone de un candidato capaz de asumir la presidencia de la Generalitat debería dejar esta responsabilidad a quién pueda asumirla en ERC. El tiempo corre y no precisamente a favor de los que reclamamos un gobierno estable y respetuoso de todos los ciudadanos catalanes por igual. ¿Qué ha quedado de aquello de la feina ben feta?
                                

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