Escribe Marcelo Espiñeira.
La amenaza electoral del polémico candidato ultraderechista brasileño Jair Bolsonaro finalmente se transformó en una clara victoria por el 55% de los votos en la segunda vuelta. Tras treinta años como diputado y una militancia hasta en ocho partidos políticos diferentes, el excapitán del ejército asumirá en enero próximo como presidente del mayor país sudamericano, y novena potencia económica mundial.
Protagonista de una escandalosa campaña en el más puro estilo de Donald Trump, Bolsonaro negó los canales tradicionales del debate con sus rivales, difamó a los mismos de manera insultante, y prometió medidas, que de cumplirlas, pondrían a prueba la resistencia de los propios cimientos del sistema democrático de su país.
En opinión de los analistas locales, el atentado contra su vida sufrido en la primera parte de la campaña (fue apuñalado en la vía pública) facilitó el triunfo del polémico candidato. Un fuerte sentimiento anti-PT, atribuido al 20% del electorado, tras trece años del partido de la izquierda en el poder (Lula da Silva y Dilma Rousseff), habría sido decisivo para plasmar la llegada del populista al Palacio del Planalto en Brasilia. Votar a alguien supuestamente “nuevo”, que ha buscado siempre presentarse como un “outsider” (aunque no lo sea) podría explicar el voto de millones de personas hartas de una miseria que ha recobrado fuerzas durante los últimos tres años y una violencia callejera que lleva décadas instalada en los grandes centros urbanos del país.
Bolsonaro no ha parado de proclamar sus mágicas recetas contra la delincuencia, que incluyen armar a los civiles, o dotar de la máxima impunidad posible a los policías que maten en el ejercicio de sus funciones. Plantea liberalizar la venta de armas entre los ciudadanos, y aplaude la consumación de una supuesta justicia a mano propia. El gatillo fácil figura entre los planes del futuro presidente de Brasil.
En frecuencia con la recuperación de los supuestos valores tradicionales que defendiera la dictadura militar (entre 1964 y 1985), el ultraderechista ha recibido el estratégico apoyo de la poderosa iglesia evangélica del país. El pastor Silas Malafaia, abiertamente homófobo y antiabortista, suele aparecer junto a Bolsonaro en sus mítines. Con una fortuna personal, valorada por Forbes en 150 millones de dólares, Malafaia es solo uno de los aliados más importantes de Bolsonaro. El juez Sérgio Moro, de alto perfil mediático tras encabezar las investigaciones que acabaron con Lula da Silva condenado por corrupción y luego encarcelado, ha aceptado ser el futuro ministro de justicia en el gobierno.
Toda compañía con intereses en la deforestación del Amazonas también debería apoyar al próximo presidente, ya que el exmilitar tiene firmes intenciones de retirar a su país del Acuerdo por el Clima de Paris y fusionar los ministerios de Agricultura con el de Medio Ambiente, que es como decir que piensa cargarse cualquier política ambientalista y abrazar las tendencias desarrollistas, tan en boga durante los años de la dictadura.
La amenaza de Bolsonaro pendiendo sobre el Amazonas nos incumbe a todos. La buena salud del pulmón del planeta es indispensable para regular el clima cuando anualmente le quita a la atmósfera un billón de toneladas de CO2 ayudando a contrarrestar el efecto invernadero. El futuro del corredor ecológico AAA que protege una amplia zona del Amazonas hasta su fusión con los Andes, está señalado por las teorías de Bolsonaro que anteponen la soberanía nacional sobre la ecología. Los de Bolsonaro acusan a los ambientalistas de pretender internacionalizar la región, y bajo esta excusa intentarán militarizarla para garantizar su explotación agraria. Las consecuencias de este cambio de paradigma en Amazonia podrían ser devastadoras para todos.
Como siempre sucede, tras un discurso populista como el de Trump o Bolsonaro se esconden oscuros intereses económicos que precisan de un golpe autoritario o un deterioro de las libertades democráticas para ejecutar sus planes de pura rapiña.
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