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Argentina estará en el Mundial de Futbol de Sudáfrica.

Tras un angustioso camino en las Eliminatorias sudamericanas, la selección argentina de futbol obtuvo la cuarta plaza en su grupo y clasificó directamente para el Mundial de Sudáfrica 2010.

El ciclo de más de dos años, ha estado marcado por las malas decisiones, un espíritu mercantilista y el eterno problema de integración entre los numerosísimos jugadores convocados.

El máximo directivo del futbol argentino desde hace casi treinta años atrás, Julio Grondona, ha manejado con dudoso acierto este proceso. Primero, contratando a Alfio Basile como entrenador. Un hombre que ya expone una veteranía exagerada, tiene escaso contacto con el futbol europeo y que jamás pudo dominar a un grupo de jóvenes futbolistas que, en teoría, parecían la mejor opción. La mayoría de ellos jugaban en clubes europeos y nunca encontraron una buena fórmula para integrar sus conocimientos al servicio de un seleccionador anquilosado en el tiempo. De estilo dubitativo y francamente mediocre en el juego y en los resultados, la selección de Basile tuvo su final en agosto de 2008, cuando Grondona se vió con el agua al cuello y la estrepitosa posibilidad de una Argentina fuera del Mundial. Fue justamente una derrota ante la sorprendente selección chilena, estupendamente comandada por Marcelo Bielsa, el detonante decisivo.


Mientras la selección penaba en las eliminatorias, Checho Batista obtenía la medalla olímpica en Beijing, con un equipo basado en Messi y otros jóvenes talentos. Lo que reforzaba la idea del fracaso de Basile. Inmediatamente, Batista se convirtió en un buen candidato a la sucesión. El otro, era el eterno aspirante, Carlos Bianchi. El que tantas victorias cosechara en Velez y Boca, y el que no pudo imponerse en el futbol europeo tras dos gestiones fracasadas en Italia y España. Sin embargo, Grondona se vió en la necesidad de reflotar mediaticamente a un equipo hundido en lo moral y en los resultados como nunca antes en los tiempos del futbol moderno. ¿Por qué decimos mediaticamente? Porque los derechos de explotación de los rentables partidos amistosos que Argentina juega durante el año fueron cedidos a un empresario ruso. Y éste exigió que Argentina volviese a ser noticia, que generase expectación allí donde jugase. Entonces, qué mejor idea que asociar nuevamente al Dios del futbol con la camiseta albiceleste. El puesto de entrenador le fue concedido a Diego Maradona. Con escasísima experiencia previa como entrenador, y además muy pobre en resultados. Con la inquietud de siempre sobre su conducta fuera del campo de juego, con sus explosiones habituales y sus vaivenes emocionales. Maradona aceptó el desafío, que todos intuíamos se convertiría en una aventura, dejando en el camino las posibilidades ciertas de Batista y Bianchi.

Sin demasiado tiempo para organizar algo serio, y con la ayuda de otro veterano (es verdad que con laureles), Carlos Bilardo, la selección debutó con gran revuelo en campo escocés. Y tan mal no le fue. Siguieron otros encuentros amistosos, hasta que llegó el momento decisivo de jugar por lo puntos. Y también sin Riquelme, ya que luego de trascender públicamente su enfrentamiento con el nuevo entrenador, y su posible mala relación con Lionel Messi, el mediocampista anunció una nueva renuncia a las convocatorias. Ya en aquel momento el seleccionado argentino trascendía más por las polémicas que por la recuperación de su juego.

En marzo de este año, el estreno llegó con contundencia ante Venezuela, 4-0 y tres puntos importantes. Claro, que a los pocos días, llegó el primer temblor de tierra para Maradona. El espectacular 6-1 que encanjara frente a los bolivianos en la altura, encendió todas las alarmas y evidenció que todo podía suceder. Y que para este mundial, habría que sudar mucho más de lo esperado.

En junio llegaron partidos decisivos. Compromisos que no darían tregua a un equipo en búsqueda permanente, con despistes y poco rodaje. Maradona intentó recomponer la imagen ante los colombianos y lo logró por los pelos con un 1-0, sin margen para el lucimiento. La prensa argentina y los aficionados comenzaban ya a plantearse si Messi era realmente tan bueno como decimos los que lo disfrutamos en Barcelona. Una nueva e inservible polémica que solo sumaría incertidumbre y agregaría presión extra a la jóven estrella. Nuevamente, de visitante, el seleccionado sucumbió ante el rival de turno. Esta vez, el verdugo fue Ecuador y lo que es peor, la situación en la tabla de posiciones ya no dejaba margen para más errores. El 0-2 en Quito, provocó el asedio de los medios sobre Maradona y la luna de miel con el entrenador acabó pronto.

El gran reto para la reinvindicación tenía fecha y lugar escogido. Sería el 5 de setiembre en Rosario. Luego de la enésima polémica de Maradona. En esta oportunidad, discutiendo la histórica sede del Monumental para jugar de local e imaginando que Messi podría reencontrarse con la magia perdida, consiguió mudarse al estadio de Rosario Central para enfrentar a Brasil. Pero, el rival venía cargado de estrellas y buen juego. Y nada pudieron hacer, o casi nada. El 1-3 lacónico dejó a Maradona sin respuestas y desencajado. Se filtró algun descontento del entorno de Messi, en cuanto a las pocas o nulas indicaciones que el entrenador le daría para jugar. Y el clima comenzó a enrareserse demasiado. Muy propio del manejo que tiene Diego con los medios locales. Esa mezcla de amor y odio, y de mutua necesidad para extender sus dominios en el tiempo.

La inmediata visita a los paraguayos se anticipaba como muy dura y peligrosa. Y así resultó, sin sorpresas, Argentina cayó nuevamente. Y esta vez venía en picada, con peligro de quedar afuera del Mundial y todo.

El pasado 10 de octubre, llegó un choque a todo o nada contra los peruanos, ya eliminados. Argentina volvió a jugar mal. Con algunas pinceladas de ilusión en el primer tiempo, fruto de algunos encuentros entre un recuperado Pablo Aimar y el esperado Lionel Messi. El gol llegó de una combinación entre ellos y una buena definición de Gonzalo Higuaín. Luego se diluyeron, se desdibujaron y dejaron que Perú empatase en el último minuto. Parecía el más triste de los finales para los argentinos. Sin embargo, en el segundo minuto añadido un gol en offside de Martin Palermo le otorgó un angustiante triunfo. Una victoria que sumada a resultados favorables en otros estadios, dejaron a Argentina dependiendo de sí misma para el último choque ante los uruguayos y de visitante.

Finalmente, anoche y con la convicción de que un empate era victoria, Argentina comandada por Sebastian Verón, se hizo dueña del balón en el Centenario. Lo entretuvo hasta que no pudo más, y por decantación logró un gol de rebote marcado por Mario Bolatti sobre el final de un partido bastante aburrido de ver.
Un Uruguay-Argentina no suele garantizar juego bonito, y anoche la tradición se mantuvo. Tampoco ninguno de los dos abusó del juego sucio o las acciones violentas. Julio Caceres vió la roja cuando faltaban pocos minutos para el final y fue por una acción más torpe que agresiva. El gran mérito de Argentina fue dormir el balón. Si esa fuera la indicación de Maradona, el plan se cumplió y el pasaje a Sudáfrica se obtuvo sin tener que pasar por el repechaje. El triunfo en el Centenario debería servir para barajar y dar de nuevo. Ni Maradona, ni Grondona, pueden permitirse más errores. De lo contrario, la triste imagen ofrecida por el entrenador en la conferencia de prensa de anoche, se terminará convirtiendo en lo importante de remarcar. Cuando todos intuímos, que Maradona y el futbol argentino están para cosas más importantes que para putear a la prensa.

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