Crítica de Marcelo Espiñeira.
No podía caer en mejores manos la responsabilidad de enmarcar al flamenco dentro de dos horas formato cine. Tanta belleza, tanta plasticidad, tanta elegancia, solo podía captarse con los ojos experimentados de Carlos Saura (Huesca, 1932).
Probablemente sea su experimento de cine musical más acabado, porque este “Flamenco, flamenco” posee una fuerza sobrenatural en sus imágenes, transforma la gran pantalla en un lienzo que admite un explosivo baile de tonalidades, es una caricia para la vista.
Si hablamos de estilos, Saura ha querido retratar la nueva camada de artistas, la gran renovación que ha surgido desde las entrañas del género en las últimas décadas. Por eso ha reunido a gente como Miguel Poveda, Montse Cortes, Diego Amador, José Mercé, María Bala, Estrella Morente, Eva “Yerbabuena”, Sara Baras, Javier Latorre, Farruquito, o David Carmona entre otros. A los cuales ha sabido acoplar con el gran Paco de Lucía, Tomatito o “La Tana”.
Con estos ingredientes tan sustanciosos, el director tan sólo les ha pedido que hagan lo que mejor saben hacer. A lo suyo, y él también. Tras las cámaras tomando instantáneas de intenso valor estético, creando climas que no interrumpan las músicas, los bailes, los cantes. Más bien que se complementen en imágenes únicas, perfectas postales de un arte recientemente declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco.
Miquel Póveda y Eva Yerbabuena en un pasaje de "Flamenco, flamenco" de Carlos Saura. |
La primera maravilla llega con la bailaora Sara Baras enfundada en su vestido rojo sangre, interpretando una alegría “A mi niña Sarita” y muy bien secundada por tres guitarras y sendos cantaores. Su baile está filmado de manera exquisita y no cabe más que emocionarse. Algo similar sucede con las dos intervenciones del sublime Miguel Poveda. En una primera escena, cantando una copla por bulería en una mesa de tablao, junto a dos palmeros. En la siguiente, cantando bajo la lluvia “Nana y café” junto a la estupenda bailaora Eva “Yerbabuena”.
El film está compuesto integramente por interiores. Los artistas, su arte, un escenario. Estos tres elementos resultan suficientes para soportar la austera puesta. Sin aditivos, sin más guión que el que proponen la danza, el zapateo, el fraseo o los acordes de una guitarra.
Los sonidos son el gran banquete. Los movimientos son la salsa. Y los colores, el gran secreto. Una composición que sigue un único orden, aquel que impone el ciclo de la luz durante el día y la noche.
Saura registra un instante único del misterioso arte que marca indeleble esta tierra. Y lo hace con maestría.
Paco de Lucía en "Flamenco, flamenco". |
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