Escribe Lilian Rosales de Canals.
Asistimos a otro decepcionante período de mutaciones políticas en la Europa del bienestar. Un tiempo oscurecido signado por profundos cambios estructurales que devienen de presiones económicas y de luchas de poder.
Las fronteras se han desdibujado bajo el rótulo de comunidad europea, fortaleza o amenaza cuando se trata de estar bajo una misma dirección de orquesta postulada desde la tiranía del poder económico: Alemania y Francia.
El descrédito, la anomia, la fractura política y la ausencia de visión han ahondado en síntomas de pérdida de la legitimidad de la autoridad y socavado la voluntad de los ciudadanos en las principales democracias de la unión. Movidos por la insatisfactoria gestión de sus dirigentes se decantan por otorgar impulso a los tecnócratas frente a los demócratas que otrora configuraban la garantía de la justicia.
En apenas 15 días, italianos y griegos han visto cómo la crisis de la deuda soberana tumbaba los Gobiernos que habían elegido en las urnas. Los golpes de Estado tecnócratas en ambos países revelan el poder que la dirigencia de la UE puede ejercer sobre la política interna de los Estados miembros y empujan a sus líderes hacia un callejón sin salida, quienes obligados a tomar medidas restrictivas deben, en igual medida, impulsar políticas de estímulos a sus economías con el fin de evitar así que las multitudes se lancen a las calles enardecidas y que en las urnas castiguen a toda la clase política.
Pero la austeridad no es una elección en este momento, es un mandato de urgencia para estos países. De no concretarse, los mercados elevarán sus primas de riesgos, señalando sus economías heridas mortalmente y condenándolas a una intervención externa nada deseada. En el peor de los casos podrían forzar la retirada de la ayuda financiera por parte de sus homólogos europeos.
Demócratas, tecnócratas o populistas
Asistimos a otro decepcionante período de mutaciones políticas en la Europa del bienestar. Un tiempo oscurecido signado por profundos cambios estructurales que devienen de presiones económicas y de luchas de poder.
Las fronteras se han desdibujado bajo el rótulo de comunidad europea, fortaleza o amenaza cuando se trata de estar bajo una misma dirección de orquesta postulada desde la tiranía del poder económico: Alemania y Francia.
El descrédito, la anomia, la fractura política y la ausencia de visión han ahondado en síntomas de pérdida de la legitimidad de la autoridad y socavado la voluntad de los ciudadanos en las principales democracias de la unión. Movidos por la insatisfactoria gestión de sus dirigentes se decantan por otorgar impulso a los tecnócratas frente a los demócratas que otrora configuraban la garantía de la justicia.
En apenas 15 días, italianos y griegos han visto cómo la crisis de la deuda soberana tumbaba los Gobiernos que habían elegido en las urnas. Los golpes de Estado tecnócratas en ambos países revelan el poder que la dirigencia de la UE puede ejercer sobre la política interna de los Estados miembros y empujan a sus líderes hacia un callejón sin salida, quienes obligados a tomar medidas restrictivas deben, en igual medida, impulsar políticas de estímulos a sus economías con el fin de evitar así que las multitudes se lancen a las calles enardecidas y que en las urnas castiguen a toda la clase política.
Pero la austeridad no es una elección en este momento, es un mandato de urgencia para estos países. De no concretarse, los mercados elevarán sus primas de riesgos, señalando sus economías heridas mortalmente y condenándolas a una intervención externa nada deseada. En el peor de los casos podrían forzar la retirada de la ayuda financiera por parte de sus homólogos europeos.
Monti (Italia) |
Desde otra perspectiva esto no es otra cosa que una sentencia a la democracia que abre las puertas a la tecnocracia. Una élite capaz de poner freno a los desajustes estructurales existentes que la política tradicional no ha podido enfrentar con eficacia.
¿Podría acaso significar que los políticos se rinden ante los mercados al colocar sin mediación de la consulta popular del voto a estos expertos? Seguramente los líderes políticos reconocen la fractura de su poder y de su legitimidad, también su incapacidad para obrar como malabaristas del circo de este desajuste aterrador.
Pero tal elección entroniza otro peligro sustancial, en tanto que significa adjudicar la responsabilidad de asumir las riendas de un país a individuos cuya autoridad es ilegítima (ya que no deriva de una consulta mediante el mecanismo del voto) y se fundamenta en la fe puesta en ellos por parte de los mercados y poderosos agentes influyentes de las esferas internacionales.
Desde que el mundo es mundo tal "absolutismo ilustrado" es solo aceptable por los ciudadanos si y solo si, la gestión que se les adjudica tiene resultados positivos inmediatos. Lo que supedita su legitimidad a una utopía, toda vez que los agentes participantes en este escenario económico no solo dependen de una gestión individual, sino de múltiples factores ajenos.
En el peor de los casos donde los tecnócratas, rendidos ante tales circunstancias den fe de su inoperancia y añadan su fracaso al de los políticos tradicionales, se abonará el terreno al florecimiento, sin ninguna duda, de populistas carismáticos o líderes autocráticos quienes inflarán expectativas y prometerán el oro y el moro al margen de toda norma democrática.
Papademos (Grecia). |
De momento ya los ciudadanos se lanzan a las calles como en las manifestaciones de Milán contra "el gobierno de los banqueros" o en la protesta masiva de Atenas al día siguiente del nombramiento de Papademos.
A ambos lados del Atlántico se comparten decepciones: el Movimiento 15-M en España y el de Ocupa Wall Street, son síntomas evidentes de esa pérdida de legitimidad. "Los ciudadanos perciben a los políticos como una casta privilegiada", declara Marco Incerti, investigador del Centre for European Policy Studies (CEPS).
Y peor aún, muchos ciudadanos perciben que han perdido el control sobre lo que está sucediendo y se escucha: "es hora de que surja gente capaz de devolver la dignidad y la autoridad a la política como Churchill y De Gaulle en su tiempo".
De castigar la inoperancia
y poner la oreja a promesas dudosas
Las disputas entre los líderes enfrentados en la contienda política española no escapan a este sempiterno dilema. Y es más que casual la llegada de la centro derecha al poder, que el castigo intencionado al gobierno predecesor.
"La centro derecha es como una preferencia natural en tiempos de crisis" según Piotr Kaczynski del Centro de Estudios de Política Europea.
Y aunque la promesa de Mariano Rajoy de acabar con la crisis con una inyección de empleo parezca muy razonable y ansiada, muchos sabemos que tales hilos no se mueven desde la Moncloa exclusivamente, entretanto que la CE dicte el protocolo para administrar con prudencia, rigor contable, austeridad y contención del gasto.
Este no se presenta como un escenario prometedor para los primeros años de gestión del PP. Habrá que inyectar optimismo y confianza a la población sobre quien pesa el enorme poder del voto y la legitimidad. Contentar a los mercados, a la Unión, a los votantes, a los simpatizantes, a la clase política y a todo Dios, con la patata caliente entre manos no puede ser sencillo, ni posible.
Deudores y acreedores:
dos fuerzas que tiran en sentidos contrarios
En los países acreedores (Austria, Alemania, Finlandia, Eslovaquia y Países Bajos) buena parte de los ciudadanos se muestra contraria a la decisión de continuar financiando el salvamiento de los insolventes. Como la otra cara de la moneda, los países deudores se niegan rotundamente a que desde el "eje de poder" se determinen los términos de la austeridad que castigue los fallos de gestión y contengan la propagación. Dos fuerzas que tiran en sentidos contrarios…
La crisis europea en este punto aciago es un catalizador que desestabiliza las políticas nacionales, que obliga a los actores políticos a asumir posturas, en algunos acasos muy contrarias a los planes de rescate, la agenda europea o ignorando las demandas ciudadanas.
Neoliberalismo y democracia
El neoliberalismo, como principio organizador de la política, la estructura social y económica en la actualidad, se enrumba en ataque contra la democracia, desmantela las históricas provisiones sociales garantizadas por el estado de bienestar, los bienes públicos y los valores del consenso.
Angela Merkel (Alemania) |
Esta ideología se erige como irrenunciable, obvia los temas de contingencia y lucha social, celebra en cualquier caso la indefectible e ineludible necesidad de las leyes económicas, cuyo ideal ético de intervenir en el mundo se justifica en la expresión "no tenemos opción", su visión distópica de la realidad nos repite que no hay alternativas, lo que nos recuerda una y otra vez al discurso de la Merkel. Herida la democracia, el populismo amenaza con colarse.
Reducido margen de maniobra
La clase política se haya en una disyuntiva. Apoyar los rescates o ignorar las demandas, en cualquiera de los casos resulta impopular. Queda claro que todo movimiento de ficha puede costar la vida política de un dirigente. Iveca Radicova, primera ministra eslovaca es un claro ejemplo del coste de estos asuntos. Su negativa a firmar el rescate griego determinó el fin de su carrera. No cabe duda, que la crisis constituye un agente perturbador de las políticas nacionales.
Los líderes se ven sometidos a una prisión de obligaciones, compromisos y a un dilema. La metamorfosis de un Zapatero "líder de los derechos sociales" a "mutilador del gasto público", costó a su partido cuatro millones de votos.
La capacidad de autogobierno se esfuma a nivel de naciones europeas. Debilitada, abona el terreno para la reivindicación de la tecnocracia desde el BCE y la Comisión Europea. La petición de otorgar poderes especiales al comisario de Asuntos Económicos Monetarios, Olli Rehn, con libertad para intervenir en los asuntos presupuestarios de las naciones de la UE, supone vulnerar la capacidad de autogestión en la que descansan las democracias.
Que el ojo de los comisarios esté metido en las gestiones de los países y que sus opiniones se escuchen con la autoridad que debería tener el voto de los ciudadanos, es un peligro. Durante décadas el FMI hizo de las suyas en Latinoamérica, metiendo sus tentáculos en la política de las naciones y sancionando medidas de ajuste sin otro agente de contención o control. ¿Puede acaso esto sonarnos parecido?
El coste de la vieja bonanza
La bonanza en la que ha vivido gran parte de Europa, inclusive España, se debe en gran medida a errores de diseño del euro y al mal uso que hemos hecho de él, a los tipos de intereses bajos, al acceso al mercado de capitales endeudándonos demasiado y a las inversiones fallidas. Por lo demás, cada país tiene su propia historia desde la quiebra de Lehman Brothers en 2008. En España los líderes no deshincharon a tiempo la burbuja especulativa, ni gravaron adecuadamente las plusvalías inmobiliarias, ni dieron un trato fiscal más favorable a las rentas del trabajo.
Se plantean tres vías para salir de la crisis monetaria: la modificación de la naturaleza del euro, la reducción del perímetro geográfico de su acción o el refuerzo de la solidaridad continental, lo que significaría un paso adelante hacia el federalismo fiscal suponiendo delegar libertades a los más poderosos. ¿Hasta qué punto es una herramienta intervencionista que atenta contra las democracias?
Pero ¿se trata de "federalismo" entendido como respeto a la diversidad dentro de la unidad? Es evidente que existe un severo desequilibrio que pone de relieve la preponderancia de los intereses alemanes y franceses. Al parecer se subordinan los objetivos comunes a los particulares. Sin embargo ninguno podrá poner en duda que el camino de la desintegración del euro puede ser más duro aún. Imaginemos a Europa con sus 27 países en solitario, defendiendo sus propias monedas y sus destinos, frente a los colosos chino y norteamericano, y hasta delante de las potencias emergentes como India y Brasil.
John Gray, analista inglés. |
Para el ex asesor de Margaret Thatcher, profesor de teoría política de la Universidad de Oxford y neoliberal reciclado, John Gray, "el modelo de Europa se está desintegrando, no se puede exportar y esa desintegración reforzará a los EEUU, no porque sea muy fuerte 'per se', sino porque es un estado moderno, poderoso, incluso con los problemas actuales; de hecho, EEUU se está beneficiando de la crisis europea".
La actual preocupación de los mercados financieros es el crecimiento más que el control del déficit público pero el ajuste exigido actualmente desde la CE puede impedirlo. Es conditio sine qua non normalizar la tasa de crecimiento y volver a estándares altos de empleo para poder seguir financiándonos. Pero una reducción rápida del déficit resulta imposible sin afectar al crecimiento. Es el pez que se muerde la cola.
A propósito Jean-Claude Juncker, presidente del Eurogrupo, dice: "Todos sabemos lo que se necesita hacer para salvar el euro, lo que no sabemos es cómo ser reelegidos después".
Tal vez los técnicos sean los únicos dispuestos a hacer el trabajo sucio, por tal motivo Giovanni Grevi, analista en Bruselas del think tank Fride, dice: "van a aplicar las reformas necesarias e inevitables. Algunas de esas políticas son las que los Gobiernos previos no fueron capaces de poner en marcha debido al coste político que tienen, tanto para la derecha como para la izquierda".
La crisis se ha convertido en la máquina de derribar líderes políticos.
La punta del iceberg
La unión monetaria-económica del continente surgió sin un sistema político vertebrador lo suficientemente fuerte, y ante la opulencia, la democracia quedaba reducida a un mero carácter formal. Al surgir la crisis, como consecuencia del incompleto diseño monetario y económico continental, hemos podido apreciar cómo se han puesto en entredicho los recursos del autogobierno y de la democracia.
Este capítulo de la historia europea merece particular atención y estudio. Frente a la urgencia ocasionada por la crisis colisionan dos centros de poder. Por un lado, el de las democracias nacionales y por el otro, aquel legitimado por los mercados que toma las decisiones ejecutivas. Semejante tensión acrecienta una incertidumbre que las agencias calificadoras de riesgo traducen en nuevos records para la región.
A juicio de John Gray, la recesión en la eurozona "no es sólo financiera, sino también geopolítica" y sus soluciones deberían ser de igual naturaleza, no solamente técnicas. Gray afirma que la UE en su fundación se creó objetivos muy ambiciosos al pretender incluir a todos los países del continente en la unión sin considerar las profundas diferencias entre unos y otros. Una diversidad en historias, expectativas y niveles de desarrollo que abre sendos baches. Tal estructura, grande y heterogénea, es difícil de armonizar.
La definición de esta crisis como "estrictamente económica" implica un planteamiento muy ideológico para justificar las soluciones técnicas. El objetivo es que se instale la idea de que "solo hay una solución posible".
Los tecnócratas podrán divisar la punta del iceberg que se asoma en Bruselas o en cada una de las naciones, pero los costes políticos de colocar "paños calientes" pueden ser devastadores.
Desde la perspectiva estadounidense y en el peor de los casos, es claramente preferible una Europa más centralizada y menos democrática que el riesgo de otra recesión. Para el orden mundial sostenido por EEUU y Europa, sería desastroso un estallido de nacionalismos que desintegrara el bloque continental.
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