Una crítica de Lilian Rosales de Canals.
La más reciente película de Isabel Coixet (Barcelona, 1960) es un dramón que descompone el cuerpo lentamente, y una lectura futurista que hace la autora de la crisis actual, en los efectos sociales y las experiencias humanas más íntimas.
Como telón nos ofrece una España que en 2017 ha logrado hundirse hasta las entrañas de la recesión con siete millones de parados y más de trece millones de viviendas arrebatadas a sus dueños a razón de los impagos. Un país que despierta cada nuevo día con sus habitantes más pobres…
La más reciente película de Isabel Coixet (Barcelona, 1960) es un dramón que descompone el cuerpo lentamente, y una lectura futurista que hace la autora de la crisis actual, en los efectos sociales y las experiencias humanas más íntimas.
Como telón nos ofrece una España que en 2017 ha logrado hundirse hasta las entrañas de la recesión con siete millones de parados y más de trece millones de viviendas arrebatadas a sus dueños a razón de los impagos. Un país que despierta cada nuevo día con sus habitantes más pobres…
Al centro de la puesta en escena, nunca mejor dicho porque la pieza cinematográfica es herencia del teatro, está una pareja que separada años atrás como consecuencia de un trágico suceso, renueva en su encuentro la ira, la amargura, el resentimiento en un acalorado debate que destila cierto ajuste de cuentas.
Ayer no termina nunca está basada en un texto de la holandesa Lot Vekemans y constituye un muy austero reto narrativo de la autora catalana en cuanto a personajes y recursos, que nada desmerece a la demoledora historia que le sustenta. Protagonizada por Candela Peña y Javier Cámara, narra la experiencia vivida tras un terrible suceso donde ella, abandonada en su dolor, lo ha perdido todo y él huyendo del mismo drama, se ha escurrido lejos por una ruta de escape junto a otra familia. Al final la historia es también una alegoría a la renovación y al perdón.
Con esta producción Coixet parece haber vuelto a beber de sus fuentes primigenias, las que inspiraron “Mi vida sin mi” (2003) o "Cosas que nunca te dije" (1996), sello identitario y de calidad que de seguro ha contribuido en la obtención de la Biznaga de Plata del Jurado y el galardón a la mejor actriz por la soberbia participación de Candela Peña en el reciente Festival de Cine de Málaga 2013.
Partiendo de que se trata de un guión que conserva cierto espíritu de “Gif”, pieza teatral que le inspiró, los diálogos en medio del natural caos dialéctico, cargan con la responsabilidad de soportar absolutamente la acción dramática. Sus dos únicos personajes van deshilachando verdades hasta dejar al desnudo lo que resulta importante y doloroso, y en esa tarea Javier Cámara luce imprescindible y magnífico.
Javier Cámara y Candela Peña en "Ayer no termina nunca". |
La película muestra la antinomia y la complementariedad de sus protagonistas. Dos personas con visiones disimiles a cerca de una realidad que atañe a ambos y de la cual no han podido huir, donde la simpatía o aversión que nos inspiran muda permanentemente de un uno a otro. Pero más allá alude también a la crisis en la intimidad de muchas casas, muchas parejas, muchos individuos cuyos lazos se socavan hasta la destrucción cuando enfrentan atroces circunstancias derivadas de las decisiones tomadas por el Estado. El film de Coixet denuncia los fallecimientos, divorcios, distanciamientos, rupturas, soledades y grandes tragedias que se esconden tras las medidas de austeridad y arremete contra los recortes sanitarios, los bancos malos y el paro con una sutileza dramática. Para los que vivimos en España tendrá toda clase de connotaciones emocionales, para la audiencia extrajera será tal vez otra pequeña ventana al drama nacional.
La simbología está a la orden en esta producción que introduce como referentes conceptuales y metafóricos una cueva, una silla y un rígido e impersonal escenario de hormigón, abandonado y deteriorado, constrictivo y apocalíptico, en plena sintonía con el flujo de emociones y vivencias que se ventilan en la conversación. En un buen ritmo narrativo estas locaciones alternan con espacios abiertos perfectamente coincidentes con recuerdos más edificantes y liberadores. Aquí el manejo a turnos del color, y del blanco y negro, tienen similar función de mostrar la turbación y esa memoria fragmentada por el paso del tiempo.
La directora Isabel Coixet y los dos protagonistas de "Ayer no termina nunca". |
Muchos primeros planos marcan la densidad de los sentimientos agarrotados por los años, por el resentimiento y la incomunicación. En cambio la apertura de planos pareciera coincidir con momentos en los que sus personajes han descargado la pesada mochila de las emociones camino al entendimiento, en la comprensión de que ese ayer no acabó para ninguno.
A pesar de breves fragmentos en el diálogo que podían parecer algo forzados y de cierta ausencia de aquella elocuencia en algunos silencios a la que nos ha tenido acostumbrados la autora, las idas y venidas desde el exterior hasta el interior de los personajes para mostrar una superposición de pensamientos, de emociones y las actitudes inconscientes para intoxicar la experiencia pasada, parecen bien logradas.
Es evidente que Isabel Coixet se ha valido de muchos clichés narrativos en este arriesgado ensayo cinematográfico. Los recursos empleados en el corte a los monólogos interiores dan fe de ello, sin embargo al final resulta una obra equilibrada, que sostiene la tensión y acaba como la realidad misma, evitando los rimbombantes finales "color rosa" y la edulcoración que parece imperativa cuando se pasea al público durante más de una hora por el fangoso mundo interior de personajes atormentados y afligidos.
"Ayer no termina nunca" de Isabel Coixet
se ha estrenado el 26 de abril en España.
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