Escribe Marcelo Espiñeira.
Si pudiéramos ser más justos y democráticos, en las elecciones alemanas que se celebrarán este otoño próximo deberíamos tener derecho a voto todos los ciudadanos europeos. A todos nos gustaría elegir a quién dirigirá los destinos de Europa. No podemos olvidar que nadie preguntó en 2010 si aprobábamos que Angela Merkel y su corte ministerial se quedaran con la última palabra acerca del cierre de nuestros colegios, el horario de atención de los ambulatorios, el salario de los funcionarios o el alcance de las pensiones.
Tras el quiebre de Lehman Brothers en 2008, el velo de la fertilidad se desvaneció bruscamente en la Unión Europea, dejando aflorar profundas desigualdades sociales y un sinnúmero de grietas en la base de sus estructuras disfuncionales. Los efectos de la crisis económica y la ineficacia de nuestros líderes políticos para atajarla, han conducido a la duda a una gran mayoría de ciudadanos europeos, acerca de la estricta conveniencia del sistema vigente. ¿Conviene realmente mantener la unión monetaria? ¿Quién nos defiende de la misma UE?
Un coro de chicos malos
Sobre todo en aquellos países que pidieron un rescate financiero a las instituciones (la Troika) que rigen los destinos del selecto club continental, se terminó hundiendo el consumo interno. Buena parte de la otrora abundante clase media sufrió un constatable empobrecimiento a través del cruel embate de los mercados. Primero Grecia, luego Portugal e Irlanda, más tarde España e Italia y últimamente Chipre, han solicitado estas ayudas a sus socios. Un pedido ante el cual, el eje franco-alemán respondió muchas veces con dudas y retraso, así como también con severos castigos. Así la austeridad hizo su irrupción como receta única posible para sanear al Sur "enfermo" y no contagiar al Norte "sano". Sin embargo, tres largos años después, vivimos en arenas movedizas.
El próximo 22 de setiembre se renovará el Bundestag y la canciller alemana Merkel necesitará el apoyo de 300 congresistas para reeditar su mandato todopoderoso. Su antiguo gran socio francés, en la voz del socialista François Hollande, últimamente ha subido el volumen en sus reclamos, a coro con los "chicos malos" del sur de Europa. Se pide incentivos al crecimiento y atención a la terrible emergencia del paro juvenil (57% en España, 55% en Grecia, 38% en Italia, 37% en Portugal, 34% en Eslovaquia, 31% en Irlanda). Sin embargo, la derecha alemana no está para atender quejas ahora mismo, absolutamente centrada en consolidar su prédica entre un electorado doméstico (con solo 8% de paro juvenil) que aborrecería cualquier repunte inflacionario o recalentamiento de su economía, un acto reflejo heredado de los años de entreguerras cuando la pobreza y la inflación se fusionaron en Alemania, dando paso al cultivo del nazismo.
Ahora Merkel no amaga con cambiar un ápice la fórmula de sus remedios continentales: recortes, austeridad y rebaja del déficit, pase lo que pase, caiga quien caiga.
La flexibilidad, que históricamente nunca ha sido una virtud germana destacable, se impone como antídoto inevitable para frenar, en primera instancia, este verdadero suicidio colectivo (mortandad de empresas, paro, recesión, desahucios, pérdida de derechos laborales). Si en algo estamos de acuerdo todos los ciudadanos es que por este camino no se saldrá adelante. El riguroso sacrificio impuesto nos sabe a injusticia, torpe ortodoxia y estrechez de miras (siendo suaves). Y para completar el cuadro, este descontento ya está siendo capitalizado en las urnas, por los populistas y xenófobos de turno (en Grecia, Italia y ahora también el Reino Unido).
Euroescépticos
El euroescepticismo puede ser tan válido como cualquier otra idea, pero es necesario entender que suele venir acompañado de los mismos ideales nacionalistas rancios y exacerbados que hundieron a este continente en dos guerras fraticidas. Las mismas que aún marcan a fuego los cimientos del mundo que habitamos. Olvidarlo sería una torpeza extrema de nuestra parte. La Unión Europea es necesaria, absolutamente perfectible, pero indispensable al mismo tiempo. No estaría mal reclamar un incremento democrático en la toma de las grandes decisiones o introducir cambios en el sistema representativo, antes que una ruptura definitiva del ente comunitario.
Europa necesita madurar su fusión. La Unión no puede limitarse a imprimir billetes para los 27 socios y luego dejarse arrastrar por el capricho de las mareas financieras. Está en juego la misma supervivencia del proyecto, urge hallar los mecanismos básicos de protección para la integridad de sus ciudadanos.
Posee recursos de sobra para superar las horas bajas que le toca vivir, aunque si Alemania pretende legitimar su liderazgo, tendrá que actuar en una línea diferente a la actual, sacrificando parte de su ganancia interna en pos de un beneficio más amplio para el resto de países.
Beneficio egoísta
La angustia arrecia en los territorios donde se aplica el plan económico oficial. Mariano Rajoy se ha atrevido a pedirnos un poco más de paciencia, pero ya no nos queda margen alguno para ejercitarla. Los portugueses viven una situación política al borde del colapso, los griegos caminan por una cornisa resbaladiza y los italianos ya han dicho basta. A la misma velocidad que se agotan las fuentes de trabajo y crece el desempleo, algunos irresponsables prefieren trasladar sus ahorros o dinero negro a prósperos bancos o empresas alemanas y suizas, buscando refugio en la nueva burbuja financiera y aquel beneficio egoísta que el Papa Francisco I ha denunciado de manera elocuente.
Todo está fallando en este momento, salvo para algunos. En el peor de los escenarios está quien lucra con la desgracia ajena, esto es algo que forma parte de la misma naturaleza humana. Pero resulta inadmisible que la clase dirigente, elegida a través del voto popular, favorezca estas desigualdades a la vista de todos u omita correcciones sobre un sistema que despluma a la mayoría y enriquece a unos pocos. Y la causa de que esto suceda es atribuible antes que nada a las autoridades locales.
El PP de Rajoy no puede ocultarse tras el escaso margen de maniobra disponible para enfrentar la crisis. Debería ser prioritario para este gobierno, intentar revertir la situación de emergencia humanitaria que atraviesa a buena parte de la población española. Sin embargo, se escuda en la obediencia debida al ultraliberalismo más ortodoxo y ejecuta una silenciosa tortura promovida por el implacable Wolfgang Schäuble.
El "desgobierno" de Rajoy ya calcula dejar el poder para 2015, entregando el país en los mismos niveles económicos desoladores de finales de 2011, cuando asumiera el mando con mayoría absoluta parlamentaria. Dentro de un par de años, España sufrirá los mismos problemas estructurales que antes, con un tremendo desgaste encima fruto de los años del “austericidio”, y con un nuevo marco legal establecido para garantizar la más injusta concentración de riqueza desde los años del franquismo. Y en esto no habrá manera de cargar las culpas sobre Alemania.
Más democracia
Estos últimos cinco años han dejado una huella profunda en el continente. Existen conclusiones ineludibles que sacar respecto a las recetas económicas aplicadas y al sistema de representación en sí mismo. El presente y más que nada el futuro, exigen reformas precisas y ambiciosas. Algunas requieren una urgencia especial, como poner en caja los excesos del sistema financiero o contener la fabulosa evasión fiscal de las multinacionales. Los paraísos fiscales deberían desaparecer a la brevedad, pese a la ruidosa oposición de algunos sectores. Aunque sabemos que la solución a este tema excede la política regional y cabría propulsar algún tipo de legislación mundial al respecto. EEUU ha demostrado mayor efectividad que la UE en la lucha contra la evasión fiscal a gran escala, y se debe tomar debida nota del asunto.
Si las cargas fiscales continúan asfixiando a las pequeñas pymes sin acceso al crédito bancario, y se conceden exenciones de todo tipo a las grandes firmas que además poseen la infraestructura idónea para desviar fondos a los paraísos fiscales, el sistema seguirá demasiado alejado de alguna mínima noción de solidaridad fiscal. En este sentido, esperemos que se acuerden los cambios que inauguren la unión bancaria y fiscal del continente. Más Europa y mayor integración política, una instancia que todavía produce demasiado vértigo a los líderes alemanes, holandeses, finlandeses, austríacos, británicos y franceses; una indecisión estratégica que nos cuesta demasiado sacrificio a los ciudadanos comunes.
Si pudiéramos ser más justos y democráticos, en las elecciones alemanas que se celebrarán este otoño próximo deberíamos tener derecho a voto todos los ciudadanos europeos. A todos nos gustaría elegir a quién dirigirá los destinos de Europa. No podemos olvidar que nadie preguntó en 2010 si aprobábamos que Angela Merkel y su corte ministerial se quedaran con la última palabra acerca del cierre de nuestros colegios, el horario de atención de los ambulatorios, el salario de los funcionarios o el alcance de las pensiones.
Tras el quiebre de Lehman Brothers en 2008, el velo de la fertilidad se desvaneció bruscamente en la Unión Europea, dejando aflorar profundas desigualdades sociales y un sinnúmero de grietas en la base de sus estructuras disfuncionales. Los efectos de la crisis económica y la ineficacia de nuestros líderes políticos para atajarla, han conducido a la duda a una gran mayoría de ciudadanos europeos, acerca de la estricta conveniencia del sistema vigente. ¿Conviene realmente mantener la unión monetaria? ¿Quién nos defiende de la misma UE?
Una persona rebusca en un contenedor de residuos en una calle española. |
Un coro de chicos malos
Sobre todo en aquellos países que pidieron un rescate financiero a las instituciones (la Troika) que rigen los destinos del selecto club continental, se terminó hundiendo el consumo interno. Buena parte de la otrora abundante clase media sufrió un constatable empobrecimiento a través del cruel embate de los mercados. Primero Grecia, luego Portugal e Irlanda, más tarde España e Italia y últimamente Chipre, han solicitado estas ayudas a sus socios. Un pedido ante el cual, el eje franco-alemán respondió muchas veces con dudas y retraso, así como también con severos castigos. Así la austeridad hizo su irrupción como receta única posible para sanear al Sur "enfermo" y no contagiar al Norte "sano". Sin embargo, tres largos años después, vivimos en arenas movedizas.
El próximo 22 de setiembre se renovará el Bundestag y la canciller alemana Merkel necesitará el apoyo de 300 congresistas para reeditar su mandato todopoderoso. Su antiguo gran socio francés, en la voz del socialista François Hollande, últimamente ha subido el volumen en sus reclamos, a coro con los "chicos malos" del sur de Europa. Se pide incentivos al crecimiento y atención a la terrible emergencia del paro juvenil (57% en España, 55% en Grecia, 38% en Italia, 37% en Portugal, 34% en Eslovaquia, 31% en Irlanda). Sin embargo, la derecha alemana no está para atender quejas ahora mismo, absolutamente centrada en consolidar su prédica entre un electorado doméstico (con solo 8% de paro juvenil) que aborrecería cualquier repunte inflacionario o recalentamiento de su economía, un acto reflejo heredado de los años de entreguerras cuando la pobreza y la inflación se fusionaron en Alemania, dando paso al cultivo del nazismo.
El ministro de Hacienda alemán, Wolfgang Schäuble. |
Ahora Merkel no amaga con cambiar un ápice la fórmula de sus remedios continentales: recortes, austeridad y rebaja del déficit, pase lo que pase, caiga quien caiga.
La flexibilidad, que históricamente nunca ha sido una virtud germana destacable, se impone como antídoto inevitable para frenar, en primera instancia, este verdadero suicidio colectivo (mortandad de empresas, paro, recesión, desahucios, pérdida de derechos laborales). Si en algo estamos de acuerdo todos los ciudadanos es que por este camino no se saldrá adelante. El riguroso sacrificio impuesto nos sabe a injusticia, torpe ortodoxia y estrechez de miras (siendo suaves). Y para completar el cuadro, este descontento ya está siendo capitalizado en las urnas, por los populistas y xenófobos de turno (en Grecia, Italia y ahora también el Reino Unido).
Indigencia en Atenas, capital de Grecia. |
Euroescépticos
El euroescepticismo puede ser tan válido como cualquier otra idea, pero es necesario entender que suele venir acompañado de los mismos ideales nacionalistas rancios y exacerbados que hundieron a este continente en dos guerras fraticidas. Las mismas que aún marcan a fuego los cimientos del mundo que habitamos. Olvidarlo sería una torpeza extrema de nuestra parte. La Unión Europea es necesaria, absolutamente perfectible, pero indispensable al mismo tiempo. No estaría mal reclamar un incremento democrático en la toma de las grandes decisiones o introducir cambios en el sistema representativo, antes que una ruptura definitiva del ente comunitario.
Europa necesita madurar su fusión. La Unión no puede limitarse a imprimir billetes para los 27 socios y luego dejarse arrastrar por el capricho de las mareas financieras. Está en juego la misma supervivencia del proyecto, urge hallar los mecanismos básicos de protección para la integridad de sus ciudadanos.
Posee recursos de sobra para superar las horas bajas que le toca vivir, aunque si Alemania pretende legitimar su liderazgo, tendrá que actuar en una línea diferente a la actual, sacrificando parte de su ganancia interna en pos de un beneficio más amplio para el resto de países.
El presidente francés, François Hollande. |
Beneficio egoísta
La angustia arrecia en los territorios donde se aplica el plan económico oficial. Mariano Rajoy se ha atrevido a pedirnos un poco más de paciencia, pero ya no nos queda margen alguno para ejercitarla. Los portugueses viven una situación política al borde del colapso, los griegos caminan por una cornisa resbaladiza y los italianos ya han dicho basta. A la misma velocidad que se agotan las fuentes de trabajo y crece el desempleo, algunos irresponsables prefieren trasladar sus ahorros o dinero negro a prósperos bancos o empresas alemanas y suizas, buscando refugio en la nueva burbuja financiera y aquel beneficio egoísta que el Papa Francisco I ha denunciado de manera elocuente.
Todo está fallando en este momento, salvo para algunos. En el peor de los escenarios está quien lucra con la desgracia ajena, esto es algo que forma parte de la misma naturaleza humana. Pero resulta inadmisible que la clase dirigente, elegida a través del voto popular, favorezca estas desigualdades a la vista de todos u omita correcciones sobre un sistema que despluma a la mayoría y enriquece a unos pocos. Y la causa de que esto suceda es atribuible antes que nada a las autoridades locales.
El PP de Rajoy no puede ocultarse tras el escaso margen de maniobra disponible para enfrentar la crisis. Debería ser prioritario para este gobierno, intentar revertir la situación de emergencia humanitaria que atraviesa a buena parte de la población española. Sin embargo, se escuda en la obediencia debida al ultraliberalismo más ortodoxo y ejecuta una silenciosa tortura promovida por el implacable Wolfgang Schäuble.
El "desgobierno" de Rajoy ya calcula dejar el poder para 2015, entregando el país en los mismos niveles económicos desoladores de finales de 2011, cuando asumiera el mando con mayoría absoluta parlamentaria. Dentro de un par de años, España sufrirá los mismos problemas estructurales que antes, con un tremendo desgaste encima fruto de los años del “austericidio”, y con un nuevo marco legal establecido para garantizar la más injusta concentración de riqueza desde los años del franquismo. Y en esto no habrá manera de cargar las culpas sobre Alemania.
Un indigente duerme a la intemperie en una calle de Canarias. |
Más democracia
Estos últimos cinco años han dejado una huella profunda en el continente. Existen conclusiones ineludibles que sacar respecto a las recetas económicas aplicadas y al sistema de representación en sí mismo. El presente y más que nada el futuro, exigen reformas precisas y ambiciosas. Algunas requieren una urgencia especial, como poner en caja los excesos del sistema financiero o contener la fabulosa evasión fiscal de las multinacionales. Los paraísos fiscales deberían desaparecer a la brevedad, pese a la ruidosa oposición de algunos sectores. Aunque sabemos que la solución a este tema excede la política regional y cabría propulsar algún tipo de legislación mundial al respecto. EEUU ha demostrado mayor efectividad que la UE en la lucha contra la evasión fiscal a gran escala, y se debe tomar debida nota del asunto.
Si las cargas fiscales continúan asfixiando a las pequeñas pymes sin acceso al crédito bancario, y se conceden exenciones de todo tipo a las grandes firmas que además poseen la infraestructura idónea para desviar fondos a los paraísos fiscales, el sistema seguirá demasiado alejado de alguna mínima noción de solidaridad fiscal. En este sentido, esperemos que se acuerden los cambios que inauguren la unión bancaria y fiscal del continente. Más Europa y mayor integración política, una instancia que todavía produce demasiado vértigo a los líderes alemanes, holandeses, finlandeses, austríacos, británicos y franceses; una indecisión estratégica que nos cuesta demasiado sacrificio a los ciudadanos comunes.
El hallazgo de los correctivos apropiados y la recuperación del bien general como objetivo final debería ser el leitmotiv de los candidatos a las elecciones del Europarlamento previstas para junio de 2014. Si estas premisas no se impusieran, un indeseado derrumbe de la Unión Europea podría desencadenarse sin atenuantes.
La canciller alemana, Angel Merkel, espera ser reelecta en setiembre próximo para un tercer mandato. |
Refundación
Desde la caída del Muro de Berlín, los europeos se han regalado años de convivencia pacífica, un cruce cultural incesante y un despegue económico más que remarcable. Pese a los errores de cálculo citados y conocidos por todos ahora, la Unión Europea llegó a representar el oasis de la clase media, con acceso a una educación, sanidad y justicia de excelente nivel. Europa nos garantizaba una buena calidad de vida.
Sin embargo, las circunstancias varían. El explosivo fenómeno del comercio global que había favorecido la conquista de los niveles de bienestar en la gran mayoría de europeos, ahora nos muestra su efecto inverso. La fortísima irrupción de China, Rusia, Brasil, India y Sudáfrica en el comercio mundial, captando porcentajes altísimos de manufactura, están reequilibrando el flujo de la riqueza. La tendencia a futuro marca un descenso paulatino del dominio de la UE, EEUU y Japón en los años sucesivos, a la par de un ascenso sostenido de los citados países BRICS.
Si este proceso imparable no encontrara a Europa fuerte y unida, la debacle regional podría ser mayúscula. Dependiente de la importación en áreas sensibles como la energética, la UE necesitaría aceitar su gobernanza hasta alcanzar una rapidez de reflejos de la que ahora carece, para disponer de una capacidad de reacción mucho mayor. Los expertos vislumbran un mundo mucho más equilibrado, con fuentes de conflictos en ascenso y una disputa muy cruda por la utilización de los recursos naturales disponibles (en especial el agua dulce).
Aunque la conyuntura sea bien compleja y las sensaciones de hastío nos indiquen lo contrario, bien vale salvaguardar este proyecto de la UE. El gran capital europeo hasta ahora siempre han sido la imaginación, la inteligencia y las buenas ideas. Las mismas armas que podrían rescatarnos del descalabro actual, en el que hemos caído por beber de un explosivo cóctel que mezcla grandes dosis de codicia, corrupción, individualismo y ceguera. El antídoto para evitar el final, sería dejar de beberlo.
Una votación en el Europarlamento de Bruselas. |
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