Escribe Marcelo Espiñeira.
Envueltos en un sospechoso halo de secretismo, dirigentes europeos y norteamericanos llevan más de un año celebrando negociaciones que persiguen la creación de un mercado común de libre comercio que se denominaría TTIP. Un tratado que pretendería firmarse sin la menor intervención de la opinión ciudadana y admitiendo una importante injerencia de las corporaciones multinacionales.
Sobre el TTIP se sabe poco y nada en España, y lo único que se ha oído oficialmente es pura propaganda oficial que se ha resuelto en el Congreso de los Diputados con un rechazo por parte de PP, PSOE, CiU y UPyD al pedido de un referendum vinculante (al estilo del celebrado en relación a la permanencia española en la OTAN en 1986) por parte de la bancada de Izquierda Unida.
“A callar y tomar, que ya estamos nosotros para resolver lo realmente importante”, parece ser la política elegida por los partidos más cercanos al poder económico en nuestro país. Es natural que estas reacciones generen todo tipo de suspicacias en torno al impacto que este acuerdo bilateral pudiera tener en nuestras vidas cotidianas en un futuro cercano.
Como antecedente reciente tenemos el caso del NAFTA, el acuerdo que vincula desde 1994 a tres naciones tan dispares como EEUU, Canadá y México en una zona de libre mercado un tanto desigual. Según los especialistas, la economía mexicana ha cambiado radicalmente desde entonces, con algunos sectores que han resultado muy beneficiados con el acuerdo y otros que ahora se encuentran en severos problemas. Entre los ganadores deberíamos citar a los ensambladores de automóviles, un sector que creció más del doble de su tamaño, pasando de las 13 plantas del ´93 hasta las 30 de hoy día. También se ha expandido el sector que fabrica cristales, llantas, pintura y refacciones en general. Sin embargo, se calcula que los niños mexicanos de 1994 consumían un 80% de juguetes fabricados en el país, un sector que agrupaba a más 350 fabricantes de juguetes que pasaron a ser 30 en solo dos años. Actualmente, el sector está hecho polvo y solo sobreviven algunos que se han asociado con los fabricantes chinos en la distribución y se dedican a la importación únicamente. Por su parte, el sindicato que agrupa a los trabajadores del sector industrial en EEUU, asegura que el NAFTA ha significado la pérdida de 700.000 empleos, la mayoría de los cuales se habrían ido a México. Así, mientras una ciudad mexicana como Hermosillo es considerada como la "nueva Detroit", la Detroit original es ahora la mayor ciudad declarada en quiebra en toda la historia de EEUU.
En contraposición, el sector agrícola norteamericano se ha beneficiado claramente en detrimento del mexicano, que ha perdido fuerza y mercado porque las exportaciones de granos y carne desde EEUU hacia México se han quintuplicado desde que se firmó el acuerdo de libre comercio. Otro rasgo distintivo del panorama actual, 20 años después de la firma del NAFTA, que enumera sus efectos devastadores en las sociedades involucradas en este experimento comercial.
De regreso al TTIP que involucra a europeos y norteamericanos, lel discurso oficial de sus promotores gira en torno al incremento de las ventas y la promesa de creación de cientos de miles de nuevos empleos. Como siempre, se elige hablar de aquellos que ganarían con este acuerdo, pero nunca de los que perderán. En este sentido, los ecosocialistas alemanes de Die Linke lo tienen muy claro. Uno de los grupos políticos más activos en cuanto al reclamo de mayor transparencia en estas negociaciones, los verdes de Alemania han denunciado que el TTIP es una especie de caballo de Troya que oculta un blindaje jurídico confeccionado a medida de las compañías multinacionales, y en contra de los parlamentos nacionales y el poder ciudadano. En particular señalan que se prevee crear una nueva instancia que resuelva las futuras disputas judiciales entre las empresas y los Estados. El ISDS sería el nuevo instrumento legal que permitiría derivar todos los pleitos judiciales entre empresas y países a un arbitraje que quedará en manos de abogados y juristas supuestamente imparciales, que impediría que ninguna nación pudiera juzgar a ninguna multinacional en una jurisdicción local.
Es decir, que en un futuro cercano ningún Parlamento de ninguna nación europea podría sancionar leyes que obstruyeran los intereses comerciales de las corporaciones multinacionales, porque casi con seguridad luego serían desplumados en querellas multimillonarias por parte de los bufetes de estas poderosas corporaciones a instancias del nuevo arbitraje del ISDS, contemplado en el diseño original del TTIP.
Menos soberanía para los Estados, menos poder para los ciudadanos, mayores ventajas y excenciones fiscales para las grandes compañías y menor control sobre sus actividades comerciales. El espíritu del TTIP preocupa y mucho ya que la actual situación europea es deficiente en términos de transparencia y equidad fiscal, aunque todavía diste bastante del marco desregulado que favorecen las políticas norteamericanas en términos industriales.
Según las escuetas declaraciones de los propios protagonistas del acuerdo, actualmente se encontrarían trabajando a destajo para limar las diferencias existentes en el marco legal entre ambas partes. Bien se sabe que en estos casos, históricamente se suele igualar hacia abajo para igualar legislaciones desparejas. Es decir, que la UE daría un giro a su política reguladora y reduciría sus controles hasta nivelarse con los norteamericanos. Algo que no podría anticiparse como positivo ya que prácticas polémicas como el fracking o el libre empaquetado de los cigarrillos quedarían protegidas luego de una hipotética firma del TTIP, por citar dos ejemplos evidentes que ya han generado más de una disputa en los tribunales.
El escándalo que salpica al mismísimo presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, quien ha sido denunciado por favorecer la exención fiscal de las ventas europeas de más de 300 multinacionales radicadas en Luxemburgo, pone de manifiesto las relaciones peligrosas que unen a ciertos políticos encumbrados de la región con las todopoderosas corporaciones. La cuestión es qué instrumentos tendremos los ciudadanos en un futuro para enfrentar los posibles abusos de mercado que las compañías con posiciones monopólicas pudieran cometer o hasta qué punto quedaríamos desamparados frente a los lobbys industriales luego de la firma del nuevo tratado de libre comercio con EEUU. Es nuestra responsabilidad exigir un debate abierto sobre el diseño o la simple firma del TTIP y decidir cuál será el marco regulatorio que queremos defender en el futuro.
Envueltos en un sospechoso halo de secretismo, dirigentes europeos y norteamericanos llevan más de un año celebrando negociaciones que persiguen la creación de un mercado común de libre comercio que se denominaría TTIP. Un tratado que pretendería firmarse sin la menor intervención de la opinión ciudadana y admitiendo una importante injerencia de las corporaciones multinacionales.
Sobre el TTIP se sabe poco y nada en España, y lo único que se ha oído oficialmente es pura propaganda oficial que se ha resuelto en el Congreso de los Diputados con un rechazo por parte de PP, PSOE, CiU y UPyD al pedido de un referendum vinculante (al estilo del celebrado en relación a la permanencia española en la OTAN en 1986) por parte de la bancada de Izquierda Unida.
“A callar y tomar, que ya estamos nosotros para resolver lo realmente importante”, parece ser la política elegida por los partidos más cercanos al poder económico en nuestro país. Es natural que estas reacciones generen todo tipo de suspicacias en torno al impacto que este acuerdo bilateral pudiera tener en nuestras vidas cotidianas en un futuro cercano.
Como antecedente reciente tenemos el caso del NAFTA, el acuerdo que vincula desde 1994 a tres naciones tan dispares como EEUU, Canadá y México en una zona de libre mercado un tanto desigual. Según los especialistas, la economía mexicana ha cambiado radicalmente desde entonces, con algunos sectores que han resultado muy beneficiados con el acuerdo y otros que ahora se encuentran en severos problemas. Entre los ganadores deberíamos citar a los ensambladores de automóviles, un sector que creció más del doble de su tamaño, pasando de las 13 plantas del ´93 hasta las 30 de hoy día. También se ha expandido el sector que fabrica cristales, llantas, pintura y refacciones en general. Sin embargo, se calcula que los niños mexicanos de 1994 consumían un 80% de juguetes fabricados en el país, un sector que agrupaba a más 350 fabricantes de juguetes que pasaron a ser 30 en solo dos años. Actualmente, el sector está hecho polvo y solo sobreviven algunos que se han asociado con los fabricantes chinos en la distribución y se dedican a la importación únicamente. Por su parte, el sindicato que agrupa a los trabajadores del sector industrial en EEUU, asegura que el NAFTA ha significado la pérdida de 700.000 empleos, la mayoría de los cuales se habrían ido a México. Así, mientras una ciudad mexicana como Hermosillo es considerada como la "nueva Detroit", la Detroit original es ahora la mayor ciudad declarada en quiebra en toda la historia de EEUU.
En contraposición, el sector agrícola norteamericano se ha beneficiado claramente en detrimento del mexicano, que ha perdido fuerza y mercado porque las exportaciones de granos y carne desde EEUU hacia México se han quintuplicado desde que se firmó el acuerdo de libre comercio. Otro rasgo distintivo del panorama actual, 20 años después de la firma del NAFTA, que enumera sus efectos devastadores en las sociedades involucradas en este experimento comercial.
De regreso al TTIP que involucra a europeos y norteamericanos, lel discurso oficial de sus promotores gira en torno al incremento de las ventas y la promesa de creación de cientos de miles de nuevos empleos. Como siempre, se elige hablar de aquellos que ganarían con este acuerdo, pero nunca de los que perderán. En este sentido, los ecosocialistas alemanes de Die Linke lo tienen muy claro. Uno de los grupos políticos más activos en cuanto al reclamo de mayor transparencia en estas negociaciones, los verdes de Alemania han denunciado que el TTIP es una especie de caballo de Troya que oculta un blindaje jurídico confeccionado a medida de las compañías multinacionales, y en contra de los parlamentos nacionales y el poder ciudadano. En particular señalan que se prevee crear una nueva instancia que resuelva las futuras disputas judiciales entre las empresas y los Estados. El ISDS sería el nuevo instrumento legal que permitiría derivar todos los pleitos judiciales entre empresas y países a un arbitraje que quedará en manos de abogados y juristas supuestamente imparciales, que impediría que ninguna nación pudiera juzgar a ninguna multinacional en una jurisdicción local.
Una viñeta de Maguire sobre la influencia de las multinacionales en el mundo |
Menos soberanía para los Estados, menos poder para los ciudadanos, mayores ventajas y excenciones fiscales para las grandes compañías y menor control sobre sus actividades comerciales. El espíritu del TTIP preocupa y mucho ya que la actual situación europea es deficiente en términos de transparencia y equidad fiscal, aunque todavía diste bastante del marco desregulado que favorecen las políticas norteamericanas en términos industriales.
Según las escuetas declaraciones de los propios protagonistas del acuerdo, actualmente se encontrarían trabajando a destajo para limar las diferencias existentes en el marco legal entre ambas partes. Bien se sabe que en estos casos, históricamente se suele igualar hacia abajo para igualar legislaciones desparejas. Es decir, que la UE daría un giro a su política reguladora y reduciría sus controles hasta nivelarse con los norteamericanos. Algo que no podría anticiparse como positivo ya que prácticas polémicas como el fracking o el libre empaquetado de los cigarrillos quedarían protegidas luego de una hipotética firma del TTIP, por citar dos ejemplos evidentes que ya han generado más de una disputa en los tribunales.
El escándalo que salpica al mismísimo presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, quien ha sido denunciado por favorecer la exención fiscal de las ventas europeas de más de 300 multinacionales radicadas en Luxemburgo, pone de manifiesto las relaciones peligrosas que unen a ciertos políticos encumbrados de la región con las todopoderosas corporaciones. La cuestión es qué instrumentos tendremos los ciudadanos en un futuro para enfrentar los posibles abusos de mercado que las compañías con posiciones monopólicas pudieran cometer o hasta qué punto quedaríamos desamparados frente a los lobbys industriales luego de la firma del nuevo tratado de libre comercio con EEUU. Es nuestra responsabilidad exigir un debate abierto sobre el diseño o la simple firma del TTIP y decidir cuál será el marco regulatorio que queremos defender en el futuro.
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