Escribe Marcelo Espiñeira.
Antes de realizar cualquier análisis es obligatorio condenar con firmeza los salvajes actos de violencia perpretados por un puñado de radicales islamistas durante la semana pasada en Francia. Tanto el asesinato de los dibujantes en la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo como el asedio a un supermercado relacionado con la comunidad judía y la toma posterior de rehenes, han sido hechos criminales de una brutalidad extrema.
Ahora bien, una vez superado el estupor que estos atentados suelen ocasionar en una sociedad que no percibe estar atravesando tiempos de guerra, valdría que aclaremos algunos conceptos para evitar respuestas confusas a las nuevas preguntas que inevitablemente se nos plantean.
Otro elemento importante en esta espinosa cuestión lo hallaremos en la fracasada integración de buena parte de los hijos de inmigrantes magrebíes residentes en suelo francés. Emigrados de Argelia, Marruecos y Túnez (como orígenes más destacados) representan algo más de 2,5 millones de ciudadanos, alcanzando hasta el 18% en áreas metropolitanas. En términos de tasas de natalidad, esta comunidad aumenta su representación, con índices más elevados que los de orígen europeo. Entre este particular grupo social que podríamos denominar como franceses de orígen magrebí, los expertos saben que los yidahistas basan sus esfuerzos por establecer células que actúen en Europa. Fomentar una mala relación entre los jóvenes franceses de orígen magrebí y la población autóctona sería una de las consignas más rentables para el futuro de Al Qaeda.
En este escenario tan delicado, el respeto entre las diferentes creencias debería anteponerse como fundamental para salvaguardar la buena salud de la convivencia. Sin embargo, la aguda crisis económica no parece favorecer el desarrollo de vias de diálogo o el fortalecimiento de la cohesión del tejido social en su conjunto. Así, las posturas políticas radicalizadas, como la del Front National que lidera Marine Le Pen poco ayudan en este sentido. El pedido de suspender los tratados de Schengen o la instauración de la pena de muerte como reacción inmediata a los atentados de Paris, tan solo podría conducirnos a un marco infinitamente más represivo que nos zambulliría en una escalada del conflicto abierto contra la yihad.
Ante esta respuesta poco sutil de la poderosa ultraderecha francesa, el resto del arco político parece haber encontrado un inesperado punto de confluencia que apueste por controles más sensatos, menos traumáticos para la gran mayoría. Abstenerse de recortar las libertades individuales representadas en la libre circulación de las personas en que se basa cualquier posible triunfo de la Unión Europea, parece lo más adecuado.
Antes de realizar cualquier análisis es obligatorio condenar con firmeza los salvajes actos de violencia perpretados por un puñado de radicales islamistas durante la semana pasada en Francia. Tanto el asesinato de los dibujantes en la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo como el asedio a un supermercado relacionado con la comunidad judía y la toma posterior de rehenes, han sido hechos criminales de una brutalidad extrema.
Ahora bien, una vez superado el estupor que estos atentados suelen ocasionar en una sociedad que no percibe estar atravesando tiempos de guerra, valdría que aclaremos algunos conceptos para evitar respuestas confusas a las nuevas preguntas que inevitablemente se nos plantean.
Soldados franceses en territorio de Mali. |
¿Por qué Francia es el blanco elegido por el Estado Islámico o Al Qaeda? Considero básico recordar el papel que Francia ha desempeñado en el terreno militar durante los últimos años, coincidiendo con la presidencia del socialista François Hollande. Aunque muchos lo ignorásemos o no le otorgásemos mayor importancia, el gobierno francés se convirtió en el principal aliado militar de EEUU en el plano internacional. Una decidida intervención bélica en los convulsos territorios de Mali o la República Centroafricana y también en Siria contra la ofensiva del provocativo E.I., fue coronada en febrero de 2014 por la ostentosa cumbre Hollande-Obama en la sede de Washington. Si tenemos en cuenta que un mandatario galo no pisaba suelo americano desde hacía 20 años, el hecho gana en significación y sirve para ratificar el gran acercamiento posicional entre franceses y norteamericanos.
Al Qaeda continúa en activo. Su prédica radicalizada no ha cesado tras el asesinato de Bin Laden y como bien sabemos se sirve de todas las herramientas tecnológicas para captar nuevos adeptos. A través de las redes sociales, como lo hacen tantos grupos radicales occidentales, los yidahistas encuentran nueva sangre fanática con la que nutrir sus filas. Favorecidos por el marco de confusión que garantiza el territorio sirio y la guerra civil que allí se sufre, Al Qaeda montó campos de entrenamiento yidahista en la región. Americanos y franceses han atacado estas posiciones con bombardeos aéreos sobre enclaves supuestamente dedicados a la formación de los nuevos soldados del terror, convirtiéndose así en la prueba del pulso militar directo que Francia mantiene contra la peligrosa banda terrorista.
Obama y su equipo de gobierno asisten a la operación militar que acabaría en el asesinato de Bin Laden. |
Mujeres francesas de origen magrebí. |
Ante esta respuesta poco sutil de la poderosa ultraderecha francesa, el resto del arco político parece haber encontrado un inesperado punto de confluencia que apueste por controles más sensatos, menos traumáticos para la gran mayoría. Abstenerse de recortar las libertades individuales representadas en la libre circulación de las personas en que se basa cualquier posible triunfo de la Unión Europea, parece lo más adecuado.
La lider nacionalista francesa Marine Le Pen reclama la suspensión de Schengen en Europa. |
Ante un ataque tan directo al corazón de nuestras diferencias culturales con buena parte del mundo islámico, no debería caber la simple venganza como posible reacción. La islamofobia no es la salida al problema que representa el difícil encaje de dos sociedades con conceptos notoriamente contrapuestos en aspectos sensibles. El rol de la mujer, la libertad de expresión y el cuestionamiento de los espacios sagrados se reconocen como diferencias sustanciales entre el que conocemos como mundo occidental y aquel que tiene base islámica. Así como los ciudadanos musulmanes tienen que aceptar un mínimo razonable de condiciones culturales para residir en suelo europeo, y nadie lo discute, también es necesario que se contemple la diferencia.
El conflicto palestino-israelí mantiene la llama encendida de la violencia, desde Europa no deberíamos ayudar a que esta se esparza libremente y nos abrace sin más.
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