Escribe Xavi Queralt Pons.
No sin cierta demora, los efectos del cambio climático se han convertido en un tema prioritario en la agenda de las grandes potencias occidentales. En la reciente reunión del G7, celebrada en un idílico enclave bávaro, se suscribió un compromiso para acabar con el uso de los combustibles fósiles a lo largo de este siglo, que por vez primera incluye un gesto político importante de los EEUU en la materia.
Con mayor contundencia aún, hace dos semanas atrás se confirmó la rotunda apuesta francesa por un modelo basado en las energías renovables. El gobierno encabezado por François Hollande, a través de la ministra de Ecología, Ségolène Royal, consiguió la aprobación de la Ley de Transición Energética en la Asamblea Nacional de su país. Así, esta nación que tradicionalmente ha defendido el uso de la energía nuclear, impone ahora un límite muy preciso a este sector estratégico, se compromete a reducir un 40% las emisiones de gases invernadero hasta 2030 y que las energías limpias alcancen hasta el 50% del consumo energético total en 2050.
Este ambicioso plan no fue aprobado por los diputados del UMP, el partido de Nicolás Sarkozy, porque rechazan el cierre de los reactores nucleares. Sin embargo, esta ley pretende que la energía nuclear no supere el 50% de la generación eléctrica para 2025. El generoso presupuesto aprobado para llevar a cabo las reformas necesarias ronda los diez mil millones de euros para los próximos tres años. De esta manera, se prevé renovar las instalaciones de medio millón de edificios por año, e imponer que la construcción de nuevas viviendas respeten una estricta normativa medioambiental. El reemplazo del parque automotor por uno del tipo eléctrico también requerirá de un gran esfuerzo colectivo en el país traspirineico. En principio, los vehículos oficiales, luego los taxis y más tarde los particulares deberán adherirse al cambio energético. Para facilitar este paso, está prevista la instalación de una red de suministro para coches eléctricos con 7 millones de puestos de recarga. Con valentía, Francia apuesta por reducir la contaminación ambiental con un plan de choque ambicioso a mediano plazo.
No sin cierta demora, los efectos del cambio climático se han convertido en un tema prioritario en la agenda de las grandes potencias occidentales. En la reciente reunión del G7, celebrada en un idílico enclave bávaro, se suscribió un compromiso para acabar con el uso de los combustibles fósiles a lo largo de este siglo, que por vez primera incluye un gesto político importante de los EEUU en la materia.
Con mayor contundencia aún, hace dos semanas atrás se confirmó la rotunda apuesta francesa por un modelo basado en las energías renovables. El gobierno encabezado por François Hollande, a través de la ministra de Ecología, Ségolène Royal, consiguió la aprobación de la Ley de Transición Energética en la Asamblea Nacional de su país. Así, esta nación que tradicionalmente ha defendido el uso de la energía nuclear, impone ahora un límite muy preciso a este sector estratégico, se compromete a reducir un 40% las emisiones de gases invernadero hasta 2030 y que las energías limpias alcancen hasta el 50% del consumo energético total en 2050.
Este ambicioso plan no fue aprobado por los diputados del UMP, el partido de Nicolás Sarkozy, porque rechazan el cierre de los reactores nucleares. Sin embargo, esta ley pretende que la energía nuclear no supere el 50% de la generación eléctrica para 2025. El generoso presupuesto aprobado para llevar a cabo las reformas necesarias ronda los diez mil millones de euros para los próximos tres años. De esta manera, se prevé renovar las instalaciones de medio millón de edificios por año, e imponer que la construcción de nuevas viviendas respeten una estricta normativa medioambiental. El reemplazo del parque automotor por uno del tipo eléctrico también requerirá de un gran esfuerzo colectivo en el país traspirineico. En principio, los vehículos oficiales, luego los taxis y más tarde los particulares deberán adherirse al cambio energético. Para facilitar este paso, está prevista la instalación de una red de suministro para coches eléctricos con 7 millones de puestos de recarga. Con valentía, Francia apuesta por reducir la contaminación ambiental con un plan de choque ambicioso a mediano plazo.
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