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DÉFICIT. El crecimiento no compensa el déficit estructural español

Escribe Marcelo Espiñeira.


..."Bajando impuestos agresivamente hemos cumplido con el objetivo de déficit, porque se estimuló la economía con la rebaja impositiva"...
 Cristóbal Montoro Romero

Es muy importante que pongamos en contexto el actual estado de la -para muchos- enigmática y contradictoria economía española, antes de poder deslizar cualquier juicio de valor acerca de la misma. La historia es siempre importante y más en casos como estos, por eso comenzaremos recordando que el gobierno de Mariano Rajoy heredó una situación complicada al asumir el poder a finales de 2011. Tras el estallido de la burbuja inmobiliaria en setiembre de 2008, España sufrió un shock de realidad extrema. De la Champions pasamos a jugar en Segunda B, un sacudón histórico que barrió la cultura del ladrillo de un plumazo. Un terremoto que dejó grietas notables, como la destrucción masiva del empleo, la escasa liquidez, la retracción del crédito o la fortísima rebaja en la demanda interna. Factores combinados durante los últimos dos años del mandato de Rodriguez Zapatero y los dos
primeros de Rajoy, que resituaron al país en una difícil posición. Una con un déficit estructural elevado que llegó a comprometer el mismo acceso a nueva financiación en los mercados. 

Aquellos fueron años de zozobra en Iberia, retratados en el varias veces multimillonario rescate a la banca de 2012. Un rescate que nunca quiso pronunciar Rajoy, acaso por vergüenza o porque sabía que estaba hipotecando el futuro de varias generaciones de compatriotas que habían confiado en su capacidad de gestión. Nunca sabremos exactamente las razones de este ninguneo histórico pero sí entendemos que el rescate a la banca significó un antes y un después que encogió el tamaño de la economía española y obligó a recalificar a la baja su capacidad potencial productiva. 



En estas circunstancias recesivas, con la prima de riesgo bailando flamenco por los parquets bursátiles de media Europa, el presidente gallego recibió la receta mágica de la Austeridad Presupuestaria dentro de un paquete prolijamente forrado con austero papel kraft y con sellos postales de una oficina de Berlín oriental estampados en su exterior. Tras abrir la curiosa encomienda y leer las instrucciones del caso, enseguida aplicó la fórmula con real esmero, desde su sombrío despacho en La Moncloa. Por suerte y cuando todos preveíamos el peor de los finales o el regreso a las polvorientas pesetas, los salvavidas del “Super” Mario Draghi -lanzados desde el buque insignia BCE- apaciguaron el acecho cruel de unos escualos que ya podían olfatear la sangre que se desparramaría en el Mediterráneo del sur europeo. Algún dinero llegó y al menos sirvió para tapar algunos de los mil agujeros existentes.

Bajo aquel cielo plomizo, los domados líderes sindicales aceptaron una nueva Ley Laboral de miseria que en poco rato ayudó a que las exportaciones se disparasen con cierta fuerza. Algunos márgenes de beneficios lograron así recuperarse hasta niveles anteriores a la gran crisis, pero allí se quedaron estas ganancias. Algunos euros se enviaron -como siempre- a buen cobijo en alguna isla lejana de nombre impronunciable, otros a las blindadas cajas fuertes alpinas y otros pocos fueron a parar a la cuenta donde se cobran los malditos impuestos. Sin embargo, poco y nada de este nuevo tesoro ha fluído hasta las capas inferiores de nuestra pirámide social, tan afectada por el temporal de desgracias que ya dura largos ocho años. Pero eso sí, la buena noticia es que ahora tenemos más millonarios que nunca en España o que también se venden muy bien los artículos de lujo en esas tiendas tan alucinantes del centro de Madrid o Barcelona. Sin embargo, está claro que podríamos estar sufriendo una de las severas contraindicaciones reseñadas en el prospecto de la medicina suministrada por nuestro laboratorio farmacológico alemán, el síndrome de desigualdad social agudo. Rajoy, ante la duda, deberías consultar a tu médico...

Pero hay más, porque la brusca caída del precio internacional del crudo -el oro negro- a principios de 2014, generó nuevos vientos favorables para nuestra economía. Una bocanada de aire fresco para una industria manufacturera que recuperó el aliento y algunos modelos de coches nuevos para armar. Al mismo tiempo, la inestabilidad política en el mundo árabe (Turquía, Tunez o Egipto) propició una gran expansión del mercado turístico local. Los guiris se multiplicaron y algunos hasta nos dejaron sus bienvenidos billetones. Pronto el crecimiento de la demanda exterior y el auge del turismo lowcost, se vieron asociados a esos minisalarios de los jóvenes empleados con contrato temporal. Las rebajas en los costes de los procesos industriales, sobre todo el transporte, hicieron el resto. Así nació este fuerte viento de popa que Rajoy no dudó en bautizar como la recuperación económica. Una indudable mejora de los datos macroeconómicos basada en variables poco sostenibles en el largo plazo. En particular, cuando analizamos al mercado de la esclavitud, perdón... al mercado laboral. Esa extendida base de nuevos empleos con salarios insuficientes o rematadamente bajos con un índice de temporalidad altísimo, que parecen inspirados en el lejano oriente, en el peor de sus aspectos, justamente en el referido al de la explotación del hombre por el hombre.


Desde donde estábamos a donde estamos ahora, existe una diferencia innegable. El tema es que presumimos con firmeza, y entiendo que no somos los únicos, que esta receta necesita correcciones urgentes. Desde Europa, también lo entienden así, porque continúan exigiendo reformas que corrijan los defectos estructurales. No se puede continuar mucho tiempo más con un nivel de paro tan exagerado (22,7%), con escasa o nula cobertura social para ese 1,5 millón de hogares con todos sus miembros en paro o con este nivel tan miserable de remuneración en los empleos. Si además agregamos el pírrico aporte fiscal de las grandes empresas y un nivel de corrupción política por las nubes, la ecuación no cuaja. Uno de cuatro españoles la está pasando realmente mal todos los días y lo único que se les dice es que todo está mejorando, que pronto verán la luz al final del túnel.


Sin embargo, la actual tendencia positiva de la economía se basa en factores puntuales que podrían evaporarse sin dejar muchos rastros. Sabemos de sobra que la factura de los carburantes no puede mantenerse en este nivel bajísimo por mucho tiempo más y que tarde o temprano recuperará los valores de 2012, cuatro veces mayor que el actual. Para contrarrestar este fantasma, España cuenta con escasos recursos. Las prospecciones de nuevos pozos han fracasado y solo se señala al fracking como una probable vía de contención para este contratiempo. No obstante, se sabe que este método puede resultar muy caro desde un punto de vista ecológico. 

En cuanto a la creación de empleo no se pueden esperar milagros. El sector de la innovación es limitado y la industria tiende a la automatización. El sector de los servicios podría crecer pero es el que más relacionado está con la temporalidad. El turismo se concentra en pocos meses del año y nadie puede vivir trabajando tan solo en el verano. A su vez, los bajos salarios no permiten que se consolide la demanda interna con la fuerza necesaria para mantener al tejido comercial con buena salud. El millón y medio de empleos perdidos en el sector de la construcción todavía nos pasa factura y afecta al delicado sistema de la Seguridad Social. No se avisoran alternativas válidas con potencia suficiente para recuperar el músculo productivo atrofiado y todos sabemos que las pensiones del futuro cercano penden de un delgado hilo. El desafío es enorme.

¿Quién puede mantener
una familia o tener hijos
si gana 650€ al mes
por empleos
de seis meses de duración?

Con mucho viento a favor, el estado español ha necesitado endeudarse a niveles record (100% del PIB) para atender sus obligaciones y las empresas han tirado adelante reduciendo los costes de plantilla a la máxima expresión y aprovechando los bajos precios de la gasolina. Se ha parado en seco la inversión en infraestructura, se ha reducido un 30% el presupuesto en educación y sanidad, y se han bajado algunos impuestos cuando no correspondía. No obstante, pronostican que el próximo gobierno deberá profundizar en los recortes sociales para cumplir con el objetivo de déficit marcado desde Bruselas, bajo la intimidación de sufrir fuertes multas.

Mientras tanto, la pobreza se normaliza y amenaza con dejar en blanco a toda una generación arrasada por los malos empleos y la poca educación de calidad. ¿Quién puede mantener una familia o tener hijos si gana 650€ al mes por empleos de seis meses de duración? La fórmula de los contratos basura no funciona por variados motivos, principalmente porque perpetúa los índices de desigualdad social. España mantiene un fuerte déficit estructural aunque haya crecido un 3,2% en 2015. En buena parte, porque sus presupuestos todavía soportan la carga del abultado desempleo que genera un gasto inédito, solventado con nuevo endeudamiento. Su desbalanceada economía necesitaría una corrección con  alto nivel de crecimiento sostenido durante una década consecutiva, lo cual es del todo improbable. Si la mala herencia del ladrillazo de Aznar y Zapatero todavía proyecta su sombra con índices record de paro, el correctivo de la austeridad amenaza con el final definitivo de las clases medias y los buenos servicios públicos. Si para competir con China, nos proponen superarlos en precariedad laboral, es que han equivocado el camino. Pero lamentablemente, podría ser todo lo contrario.

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