Escribe Joaquín Daniel . joacodaniel@gmail.com
Es domingo, llueve una vez más en Barcelona, y copa de vino en mano me sumerjo en un viaje reflexivo. Es que ayer conversé largo con mi primo de Madrid, recién llegado de Buenos Aires, y durante la charla en la que primero confesó su reconciliación con la Argentina y su intención de comenzar el retorno, debatimos sobre los pros y los contras de nuestra inquietante identidad. La distancia es un regalo. El hecho de llevar años fuera nos brinda un cierto poder de análisis, simplemente porque no podemos evitar comparar y es cuando nos hacemos conscientes de defectos que antes nos parecían virtudes y viceversa; cada vez que volvemos alucinamos con el exagerado apasionamiento que nos rige
(como ejemplo reciente, observemos el casi grado de santidad que adquirió Raul Alfonsín tras su muerte); redescubrimos los contrastes extremos y entendemos claramente que un país no puede avanzar si 10 tiran comida por la ventana mientras 200 se mueren de hambre."El sálvese quien pueda persiste, sí", confiesa mi primo.Es complejo entender por qué está tan afianzado como filosofía general… Y entonces me imagino a esos millones de emigrantes, de toda Europa, dolidos por dejar su lugar y sus seres queridos, después de años de indignidad, llegando a esa tierra virgen, con todo por hacer, aunque plenos de añoranzas y promesas de regreso. Trato de entender que esos seres, desde una inconsciencia desesperada, cada día se enfrentaban a una lucha de supervivencia donde todo valía para el objetivo: "Aquí y ahora, cuanto más pueda y cómo sea. No sé cuánto estaré en este sitio, siempre sueño con volver a casa, así que hay que embolsar, juntar y alguna vez volver." Me imagino que este pensamiento, multiplicado y difundido entre esos millones de recién llegados, comenzó a establecer un sistema de estafas, traiciones múltiples, paranoias varias, vendettas y violencia, en el marco de un poder central que sólo se sirvió del vale todo para incrementar sus beneficios. Es decir, son pocos los poderosos de la Argentina que durante estos jóvenes 200 años alguna vez plantearon la viabilidad del país con valores sólidos y con un pacto de convivencia que medianamente rija las circunstancias (por cierto, Alfonsín ha sido de los últimos que al menos hablaba del tema ¿lo ha hecho alguno de los que lo sucedieron?)Pero bueno, lo positivo de ser un país joven, con identidad adolescente, es la fuerza, el entusiasmo. Mi primo me cuenta: "todo con el que te cruzas te dice 'che, tenemos que hacer algo'." Admite que en un mes, habló aproximadamente de 40 proyectos posibles. Muchos descabellados, algunos definitivamente imposibles, otros no tanto, pero todos dicen "Tenemos que hacer algo". Y eso es una inyección de vida que media Europa envidiaría. Probablemente en lo que aún tenemos mucho que aprender es en el QUÉ y el CÓMO hacemos los "algos".
Es domingo, llueve una vez más en Barcelona, y copa de vino en mano me sumerjo en un viaje reflexivo. Es que ayer conversé largo con mi primo de Madrid, recién llegado de Buenos Aires, y durante la charla en la que primero confesó su reconciliación con la Argentina y su intención de comenzar el retorno, debatimos sobre los pros y los contras de nuestra inquietante identidad. La distancia es un regalo. El hecho de llevar años fuera nos brinda un cierto poder de análisis, simplemente porque no podemos evitar comparar y es cuando nos hacemos conscientes de defectos que antes nos parecían virtudes y viceversa; cada vez que volvemos alucinamos con el exagerado apasionamiento que nos rige
(como ejemplo reciente, observemos el casi grado de santidad que adquirió Raul Alfonsín tras su muerte); redescubrimos los contrastes extremos y entendemos claramente que un país no puede avanzar si 10 tiran comida por la ventana mientras 200 se mueren de hambre."El sálvese quien pueda persiste, sí", confiesa mi primo.Es complejo entender por qué está tan afianzado como filosofía general… Y entonces me imagino a esos millones de emigrantes, de toda Europa, dolidos por dejar su lugar y sus seres queridos, después de años de indignidad, llegando a esa tierra virgen, con todo por hacer, aunque plenos de añoranzas y promesas de regreso. Trato de entender que esos seres, desde una inconsciencia desesperada, cada día se enfrentaban a una lucha de supervivencia donde todo valía para el objetivo: "Aquí y ahora, cuanto más pueda y cómo sea. No sé cuánto estaré en este sitio, siempre sueño con volver a casa, así que hay que embolsar, juntar y alguna vez volver." Me imagino que este pensamiento, multiplicado y difundido entre esos millones de recién llegados, comenzó a establecer un sistema de estafas, traiciones múltiples, paranoias varias, vendettas y violencia, en el marco de un poder central que sólo se sirvió del vale todo para incrementar sus beneficios. Es decir, son pocos los poderosos de la Argentina que durante estos jóvenes 200 años alguna vez plantearon la viabilidad del país con valores sólidos y con un pacto de convivencia que medianamente rija las circunstancias (por cierto, Alfonsín ha sido de los últimos que al menos hablaba del tema ¿lo ha hecho alguno de los que lo sucedieron?)Pero bueno, lo positivo de ser un país joven, con identidad adolescente, es la fuerza, el entusiasmo. Mi primo me cuenta: "todo con el que te cruzas te dice 'che, tenemos que hacer algo'." Admite que en un mes, habló aproximadamente de 40 proyectos posibles. Muchos descabellados, algunos definitivamente imposibles, otros no tanto, pero todos dicen "Tenemos que hacer algo". Y eso es una inyección de vida que media Europa envidiaría. Probablemente en lo que aún tenemos mucho que aprender es en el QUÉ y el CÓMO hacemos los "algos".
Perdón no voy a comentar el artículo pero no se como averiguar donde puedo encontrar la revista en Cerdanyola de Vallés. si alguien lo sabe o sabe donde lo puedo preguntar agradeceré
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