Crítica de Marcelo Espiñeira.
En 2007, el ex-president de la Generalitat de Catalunya y alcalde de la ciudad de Barcelona, don Pasqual Maragall fue diagnosticado con principios del Mal de Alzheimer.
Fiel a su estilo ejecutivo, y gracias a que la enfermedad fue detectada en una fase muy temprana, Maragall decidió que presentaría batalla a la (de momento) incurable afección.
Siendo el tamaño de figura pública que es, convocó a todos los medios y personalidades para anunciar oficialmente su padecimiento. A continuación, junto a su familia y equipo de trabajo habitual, comenzó a trazar el diseño de una Fundación. Una institución pensada para aunar los esfuerzos que ya realizaba la comunidad científica buscando erradicar esta enfermedad.
Retratar la génesis de la Fundación Pasqual Maragall ha sido el objetivo principal de la cinta documental que ha estrenado recientemente en el Festival de San Sebastián, el periodista y cineasta Carles Bosch. Un realizador responsable de éxitos como “Balseros” o “Setiembres” y que consigue conmovermos con su nueva producción titulada “Bicicleta, cullera, poma”, en honor a una serie de objetos con los que trabajan los médicos cuando atienden a pacientes de Alzheimer.
El documental cubre dos años en la vida de los Maragall, Pasqual, su esposa y sus tres hijos. Con gran sensibilidad consigue mostrar cómo afecta a todos esta terrible enfermedad que inevitablemente terminará con un paciente demente. Por supuesto que la cinta se sostiene en el personaje entrañable que demuestra ser este político, en la extrema sinceridad de sus familiares y en la confianza que nos transmiten sus escenas.
En paralelo, Bosch nos va mostrando que un país como la India tiene estadísticas tan preocupantes en cuanto al Alzheimer, que pronto se verán envueltos en un gravísimo caos sanitario si no se consigue parar los efectos de esta verdadera pandemia.
Abundan las opiniones científicas que otorgan el rango de nueva epidemia al Alzheimer, y se deja entrever que en décadas venideras, una de cada tres personas lo padeceremos. Realmente impactante, si tomamos en cuenta que era ésta una dolencia practicamente ignorada por la mayoría de nosotros hasta hace pocos años atrás, una de aquellas consideradas minoritarias y muy poco investigada.
Se desliza en este documental que actualmente las vías de investigación abiertas son infinitas. Aunque ya existan algunos fármacos que parecen estar siendo efectivos en ratones y hasta en algunos pacientes humanos.
Lo que se busca, al menos, es ralentizar el deterioro neuronal que provoca este mal, producto de una proteína que se acumula en el sector del cerebro que administra los recuerdos y que destruye los tejidos. Literalmente el cerebro afectado comienza a reducir su tamaño, consumiéndose hasta desencadenar la misma muerte del paciente. Un proceso que no está excento de efectos psicológicos complicados en las víctimas. En el caso de Maragall, un hombre informado y muy conciente de los riesgos, los cambios parecen potenciarse.
La cámara de Bosch consigue captar sutilmente la preocupación que el mismo protagonista evidencia por el avance del mal y sus consecuencias inmediatas. Logros que nos llegan sin golpes bajos, y que nos dejarán muy sensibilizados. Uno no puede menos que abandonar el cine, deseando poner un granito de arena en esta conmovedora lucha. Con esto último, sintetizo que el filme funciona, ya que ésta ha sido su razón básica de producción.
En 2007, el ex-president de la Generalitat de Catalunya y alcalde de la ciudad de Barcelona, don Pasqual Maragall fue diagnosticado con principios del Mal de Alzheimer.
Fiel a su estilo ejecutivo, y gracias a que la enfermedad fue detectada en una fase muy temprana, Maragall decidió que presentaría batalla a la (de momento) incurable afección.
Siendo el tamaño de figura pública que es, convocó a todos los medios y personalidades para anunciar oficialmente su padecimiento. A continuación, junto a su familia y equipo de trabajo habitual, comenzó a trazar el diseño de una Fundación. Una institución pensada para aunar los esfuerzos que ya realizaba la comunidad científica buscando erradicar esta enfermedad.
Retratar la génesis de la Fundación Pasqual Maragall ha sido el objetivo principal de la cinta documental que ha estrenado recientemente en el Festival de San Sebastián, el periodista y cineasta Carles Bosch. Un realizador responsable de éxitos como “Balseros” o “Setiembres” y que consigue conmovermos con su nueva producción titulada “Bicicleta, cullera, poma”, en honor a una serie de objetos con los que trabajan los médicos cuando atienden a pacientes de Alzheimer.
El documental cubre dos años en la vida de los Maragall, Pasqual, su esposa y sus tres hijos. Con gran sensibilidad consigue mostrar cómo afecta a todos esta terrible enfermedad que inevitablemente terminará con un paciente demente. Por supuesto que la cinta se sostiene en el personaje entrañable que demuestra ser este político, en la extrema sinceridad de sus familiares y en la confianza que nos transmiten sus escenas.
En paralelo, Bosch nos va mostrando que un país como la India tiene estadísticas tan preocupantes en cuanto al Alzheimer, que pronto se verán envueltos en un gravísimo caos sanitario si no se consigue parar los efectos de esta verdadera pandemia.
Abundan las opiniones científicas que otorgan el rango de nueva epidemia al Alzheimer, y se deja entrever que en décadas venideras, una de cada tres personas lo padeceremos. Realmente impactante, si tomamos en cuenta que era ésta una dolencia practicamente ignorada por la mayoría de nosotros hasta hace pocos años atrás, una de aquellas consideradas minoritarias y muy poco investigada.
Se desliza en este documental que actualmente las vías de investigación abiertas son infinitas. Aunque ya existan algunos fármacos que parecen estar siendo efectivos en ratones y hasta en algunos pacientes humanos.
Lo que se busca, al menos, es ralentizar el deterioro neuronal que provoca este mal, producto de una proteína que se acumula en el sector del cerebro que administra los recuerdos y que destruye los tejidos. Literalmente el cerebro afectado comienza a reducir su tamaño, consumiéndose hasta desencadenar la misma muerte del paciente. Un proceso que no está excento de efectos psicológicos complicados en las víctimas. En el caso de Maragall, un hombre informado y muy conciente de los riesgos, los cambios parecen potenciarse.
La cámara de Bosch consigue captar sutilmente la preocupación que el mismo protagonista evidencia por el avance del mal y sus consecuencias inmediatas. Logros que nos llegan sin golpes bajos, y que nos dejarán muy sensibilizados. Uno no puede menos que abandonar el cine, deseando poner un granito de arena en esta conmovedora lucha. Con esto último, sintetizo que el filme funciona, ya que ésta ha sido su razón básica de producción.
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