Una crítica de
Marcelo Espiñeira.
Hombrecillos del tamaño de diminutas lagartijas, que portan trajes grises, camisa blanca, corbata oscura y sombrero de ala a juego, al mejor estilo de los actores de Hollywood de los años cincuenta. Entran y salen aleatoriamente en la vida cotidiana de un profesor universitario ya sexagenario.
Realmente fantástico
Sobre esta base fantástica, el autor Juan José Millás (Valencia, 1946) construye una deliciosa novela sincopada, astutamente narrada en una treintena de capítulos cortos y un epílogo.
Millás describe con solvencia a un hombre que se gana la vida escribiendo sobre el ondulante comportamiento bursátil, al tiempo que da pequeños mordiscos a mendrugos de pan que esconde en sus bolsillos. Comportamientos compulsivos o hasta maniáticos que su mujer detesta y que a él le causan enorme placer.
Desde estos bolsillos con panecillos carcomidos se filtrarán los hombrecillos a su historia. Primero a manera de encuentros esporádicos, luego secuestrando su líbido, hasta llegar a comandarle el cerebro a tiempo completo.
El autor explora magistralmente los difusos límites entre la razón y el delirio. Y justifica desde lo surreal, la concreción de los deseos más inconfesables para un hombre. Haciendo gala de conocer el terreno que describe, y deleitándonos con ficción de altísimo nivel, mientras desliza conclusiones filosóficas sin aspavientos.
Casi sin darnos cuenta, la lectura nos va llevando por paisajes cuasi policiales, con ingredientes propios de una novela negra que crece desde los definidos rasgos psicológicos de sus personajes y un erotismo extremo que contrasta con la tibieza y los tonos grises que nos sugiere la vida del catedrático.
Como si el escritor se hubiera propuesto obtener un thriller sexual y pleno de escenas contundentes, desde el desértico escenario de un escritorio ocupado por un escriba sin horizontes, sin esperanzas en quienes le rodean, y menos aún en ser feliz.
Las fronteras
Los hombrecillos, y más precisamente uno creado a su imagen y semejanza, vendrán a trastocarlo todo, a sacudirlo del letargo, obligándolo a desempolvar incluso hasta su sexo latente. No le darán tregua y lo someterán a exámenes de conciencia muy duros, acercándolo al límite de su propia existencia.
Pero tantos sobresaltos, no podrán evitar que nuestro antihéroe siga pensando en términos económicos, que no es lo mismo que economicistas.
El profesor sabe mucho sobre la materia, y aunque en la ficción escriba a veces con cierto desgano sus artículos, compartirá con el lector sabrosísimas críticas y elucubraciones suculentas capaces de poner en entredicho sus mismos cimientos. Aquellos sobre los que construimos a diario nuestras vidas.
La economía atraviesa de pleno nuestras existencias, y Millás consigue destripar el razonamiento que acompaña tantas de nuestras decisiones cotidianas. A través de su cansino profesor, como un espejo aplicado con puntería, no podremos evitar reflexionar sobre el orden de las cosas que casi siempre aceptamos como “ordenadas”.
La buena literatura tiene arte para subvertir, y “Lo que sé de los hombrecillos” (Editorial Seix Barral, Barcelona, 2010) tiene gran sutileza para consumarlo. El mismo autor admite que subyace un ineludible guiño a Franz Kafka en su novela, los insectos aparecen mezclados con los líquidos que produce la misma muerte. El desdoblamiento es intenso en todo el relato y el homenaje al estilo del maestro de Praga es conciente.
Tan conciente como cuando elige al delirio como espacio diferencial para la opinión: “Los niños son muy delirantes. Ser adulto es salir de ese delirio, arrancarte de allí. Ser adulto es despreciar toda esa zona de la realidad con la que no queremos tratos. Y si los tienes, que nadie se entere. El artista en general, y el escritor, que creo que es una persona que ha tenido dificultades para madurar, no abandona ese territorio. Sigue viendo hombrecillos de adulto. Ese es el caso del narrador. Y hay mucha gente que no ve hombrecillos ni ve nada, porque la educación ha sido muy eficaz”, asevera un agudo Millás.
“Cuando vemos cómo se produjo el desastre económico en el que estamos... nos metimos en un sueño del que estamos despertando y ha resultado ser una pesadilla. Si hubiésemos podido enfocar la cámara bien hubiéramos visto que todo era una locura”, el autor-profesor marca los límites de la cordura. Y cuando quiere remata sin concesiones: “Hay una cosa que me fascina, las tensiones entre original y copia. Por ejemplo, me pregunto hasta qué punto las mafias, que son el Estado paralelo, la copia del Estado, han sustituido al original”.
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