Escribe Lilian Rosales de Canals.
Racismo
Aunque racismo y xenofobia sean términos íntimamente relacionados, no pueden utilizarse indistintamente ya que aluden a dos jerarquías conceptuales diferentes. El racismo por su parte, es un comportamiento inspirado en una doctrina que establece la clasificación en rangos de los diferentes grupos humanos, diferenciados por sus características raciales. Es por tanto una ideología. Ideología que, durante el siglo XIX pretendió erigirse sobre fundamentos científicos, asegurando que las variaciones genéticas provocaban menudas correspondientes en desigualdades en cuanto a inteligencia, desa-rrollo cultural, afectividad, personalidad,... y, en consecuencia, procuraba justificar el dominio de un grupo humano sobre otro. Este componente ideológico ha impregnado a lo largo de la historia doctrinas políticas y comportamientos sociales entre las que podemos destacar: el nacionalsocialismo de Hitler, el fascismo de Mussolini, la bochornosa tradición de comportamientos post-esclavistas en Estados Unidos, más marcados y persistentes en los estados sureños que pertenecieron a la Confederación y finalmente, sirvió de inspiración para la mismísima Constitución y una amplia legislación derivada en la República de Sudáfrica hasta la abolición del "apartheid" en 1991.
El principio ético de igualdad entre todos los seres humanos en cuanto a dignidad y derechos humanos y civiles, tendría que ser suficiente para dejar sin efecto toda discusión sobre el racismo. Sin embargo sabemos que persiste como un cáncer que se cierne amenazador sobre nuestras sociedades en pleno siglo XXI. A pesar de que ni siquiera sea necesario recurrir a este principio de los Derechos Universales ya que ha quedado científicamente demostrado la falsedad de la existencia de una supuesta superioridad de razas. Estas aseveraciones -más que una base genética- solo tienen un fundamento en los intereses socioeconómicos, culturales o políticos de determinados grupos humanos.
Ridículo sería esgrimir una tesis de superioridad racial en España, ya que partiendo de una mezcla celtibérica recibimos aportes de sangre fenicia y cartaginesa, posteriormente el ejército romano se encargó afanosamente de diseminar genes variados (ya que para nada podían considerarse una "raza pura"). Ni decir de la herencia árabe recibida durante ocho siglos antes y después de que los Reyes Católicos expulsaran a ese pueblo. Algo similar sucedió con el pueblo judío. Así que con este crisol de genes, ¿acaso alguno puede distinguir la raza autóctona?
Xenofobia
La xenofobia por su parte, lamentablemente subsiste, porque no pretende justificarse en fundamentos científicos sino más bien construye un conjunto de actitudes identificadas con la hostilidad, el rechazo o el odio hacia lo extranjero, hacia determinadas personas, su aspecto, sus costumbres o su religión. Podría afirmarse que el racismo concebido desde esa perspectiva ideológica no tiene lugar entre el pensamiento del siglo XXI y sirve de paraguas a las conductas xenófobas. Este tipo de actitudes sí que surgen por doquier cuando la proporción de la población inmigrante aumenta y comienzan a aparecer fricciones sociales, laborales, escolares o de cualquier otro tipo.
Hay que llamar la atención sobre un detalle que puede pasar desapercibido y es que la xenofobia no se manifiesta solamente en aquellas acciones con resultados a veces abominables, sino de manera más cercana en los prejuicios, opiniones o comportamientos negativos o ambiguos y en las omisiones ante las discriminaciones que ocurren en nuestro entorno, cuando sin participar directamente, somos testigos pasivos y culpables por ello.
La red que ha tejido la era digital ha colaborado, probablemente, a la proliferación de las ideas xenófobas, otrora circunscritas a sectores sociales más definidos. Es pasmosa la cantidad de información atizando los odios y resquemores que proliferan en internet. Podríamos convenir que el poder social está intentando imponer, a través de mecanismos de marginación y coacción, una única manera de pensar y de ver el mundo, un planteamiento de sometimiento a un modelo homogeneizador donde lo diferente y lo diverso no tenga cabida.
En la sociedad que promociona el miedo,
el "otro" es amenaza
El hombre en esta sociedad vuelve a sentir la dependencia, el desvalimiento y la contingencia. Ante esta percepción de vulnerabilidad, de lo incontrolado como fuente de temores y conflictos, surgen los intentos religiosos de dominar la contingencia. Un aumento de desconfianza frente a la razón propende las condiciones para que lo emocional prive sobre lo cognitivo y así, la razón crítica peligra en medio de una dictadura de sentimientos y emociones.
Una sociedad que promociona el miedo y la sensación de inseguridad convierte esta “seguridad” en uno de los principales temas de debate. Paradójicamente, como defensa compulsiva, abundan las reacciones de crispación y violencia. En consecuencia surgen las condiciones ideales para que aumenten las actitudes y reacciones de reclusión y gueto como defensa frente al peligro que son los otros: lo desconocido, lo diverso.
El problema es que en nuestra sociedad la diversidad es considerada como desigualdad, "los diversos" son siempre los otros, sobre todo los que tienen menos que nosotros, los que además de tener menos tienen otra cultura a la que consideramos inferior y simplemente es diferente.
Quiénes son hoy los diversos?
Los inmigrantes, los gitanos, los negros, los pobres, los latinos, los musulmanes, los que causan problemas de convivencia y no estudian, los no católicos, …todos envueltos en una generalidad sin parangón.
La sociedad actual es compulsivamente cambiante y nos envuelve en el vértigo de lo que pasa a nuestro alrededor, sin dejarnos tiempo suficiente para poder digerir ni percibir sus mensajes profundos. Ello nos llena de incertidumbre por la incapacidad de aproximarnos con una mínima predictibilidad a los sucesos locales y globales. La inseguridad encuentra lugar en nuestro interior y la infructuosa pretensión de predecir nos colma de perplejidades que pretendemos controlar aferrándonos al presente y a las seguridades pretéritas que, por ser pasadas, carecen de significación alguna en el momento actual.
Ahora igualdad se opone a desigualdad y no a diferencia y diversidad. En el terreno real, los iguales son diferentes y diversos siempre. Pluralidad, heterogeneidad propia de la naturaleza.
Sin embargo, en el presente se utiliza el término “diversidad” para mantener el status quo de las desigualdades y a más, profundizar en ellas. La terminología introducida en el concepto "la atención a la diversidad", se ha convertido en la excusa ideal para justificar y afianzar la discriminación de los desiguales estigmatizándoles de tal modo que nunca podrán ser iguales a los que se consideran superiores.
El Darwinismo social imperante -una medida para preservar el stablishment - ha establecido toda una categorización de situaciones de desigualdad (diversidad) con el fin de preservar a cada cual en su parcela. Siendo extraños los casos en los que a los diversos (desiguales) se les permite salir verdaderamente de esa situación desigual.
Algunas características políticas de nuestra sociedad actual, marcada por el predominio del neoconservadurismo instaurado tras la caída de muro de Berlín, profundizan en estos modelos anacrónicos.
El pragmatismo, centrado en el realismo, impide que todo proyecto alternativo se desarrolle felizmente al catalogarlo de utópico, lo que ha ocasionado una profunda crisis del modelo socialdemócrata. Mientras que la izquierda democrática se ve seriamente afectada, se presenta una mutación ideológica con predominio de lo que han decidido llamar la Tercera Vía. Este concepto es un viaje a ninguna parte donde los mercados y sus dinámicas competitivas fuerzan una imagen de preocupación social en defensa del estado de bienestar.
En este contexto, subyace el predominio de la mentalidad de la eficacia y eficiencia inspirada en el aforismo: calidad total.
La pérdida de legitimidad en las instituciones públicas y políticas, el deterioro en el reconocimiento a las autoridades y modelos actuales, erosionan la vida pública y así los ciudadanos no encuentran referentes en la estructura clásica que les proteja de lo que perciben como amenaza quedando a merced de "las fuerzas alternativas".
Pero el aspecto político se ve seriamente reforzado por los rasgos culturales que han destruido al sujeto individual y colectivo por medio de la sistemática formación de un colectivo idiota, gracias a la telebasura. Por si fuera poco, la prevalencia de una enseñanza contra educación o una enseñanza sin educación, fortalecen la actitud acrítica contribuyendo a la germinación de la filosofía neoconservadora que justifica la impotencia ante los problemas de la actualidad (pobreza, hambre, esclavitud, globalización,…).
El Darwinismo social, cultura de la meritocracia, puede en su concepción más ultra contener un desprecio hacia el perdedor. Sometidos a esta visión, pierden continentes enteros y de esta forma quedan estigmatizados como "desimportantes", "insolventes", "inútiles", o "invisibles”. Y el desmesurado aumento de la pobreza pasa a ser interpretado como un coste marginal del cambio y la evolución. De esta forma, la evolución de la especie pasa ineludiblemente por el mejoramiento de las condiciones de vida de los más dotados y la desaparición de los peor dotados. Considerando que dedicar recursos a los que no aprenden ni quieren aprender sea inútil.
El 20% de los más ricos consume 16 veces más que el 20% más pobre, posee el 80% de la producción mundial frente al 1,1%, acapara el 93,3% de los accesos a Internet, contra un 0,2 del 20% más pobre. Dos terceras partes de la humanidad nunca ha llamado por teléfono, los bienes de las 358 personas más ricas son mayores que la renta anual de 2.600 millones de habitantes, los 3 más ricos superan la suma del PIB de todos los países subdesarrollados (600 millones de habitantes).
El nuestro es otro siglo de personas desplazadas, deportaciones en masa, limpieza étnica, confusión de culturas y emigraciones masivas del sur al norte. Se calcula un tráfico de unos 150 millones de migrantes, aumentando de 3 a 4 millones al año. Van del sur hacia el norte y del este al oeste.
Un informe de la ONU en el año 2000 proyectaba la siguiente visión futura: en el 2050 España tendrá 30 millones de habitantes y será la población más envejecida del mundo (54 años de media) necesitando 12 millones de inmigrantes a una media de 240.000 anuales desde este momento para poder mantener el "estado del bienestar".
Panorama europeo
Una muestra clara de la xenofobia que subyace como campo minado a nuestra sociedad la encontramos en el triunfo de Timo Soini en Finlandia, representante del partido ultraderechista “Los Auténticos Finlandeses”. Con un discurso abiertamente "anti-inmigrantes" Soini obtuvo en las parlamentarias de abril de este año una alta votación (19,1 % del escrutinio), para sorpresa de muchos, en uno de los países que fuera considerado como “bastión de la tolerancia” y las prácticas gubernamentales acorde con la llamada Tercera Vía.
Jimmie Akesson de los Nacionalistas Demócratas de Suecia. |
El caso de Suecia engrosa esta lista. Uno de los símbolos socialdemócratas mundiales, estandarte del bienestar social en Europa, ha visto con sorpresa el resurgimiento del otrora partido neonazi Nacionalistas Demócratas de Suecia, con la llegada al Parlamento sueco del líder Jimmie Akesson. El discurso de este líder político se fundamenta en la crítica a la permanencia de Suecia en la Unión Europea y en la incompatibilidad, que él asume prudente, entre el Islam y los valores del país escandinavo, propiciando una política de inmigración férrea contra los inmigrantes ilegales y en especial, contra la comunidad musulmana.
A seis décadas y media del mayor genocidio perpetrado en aras de estas diferencias insalvables, el resurgimiento y auge de los partidos xenófobos y ultraderechistas ponen en alerta a la sociedad civil europea y a sus partidos tradicionales. Se identifica como un fenómeno que sobrepasa las fronteras escandinavas y se expande epidémicamente por diversos países.
Sin embargo, durante la última década las más visibles victorias de los partidos de ultraderecha han tenido lugar en Italia y Suiza. El partido ultraconservador italiano La Liga del Norte a cuya cabeza se encuentra el líder Umberto Boss, ha obtenido tal relevancia en la política de su país como para que el mismo Silvio Berlusconi haya nombrado a cuatro miembros de esa agrupación política como ministros de su gabinete. Entretanto en Suiza, el SVP (Unión Democrática de Centro) está en el poder desde 2007 y mantiene un duro discurso nacionalista para impedir el ingreso del país helvético a la UE. Conocido por su exitosa campaña en contra de la construcción de minaretes y mezquitas en el territorio suizo, este partido que se prevé que quedará posicionado como el más fuerte en la cámara baja del Parlamento en las elecciones nacionales de octubre, plantea enmendar la Constitución para fijar cuotas anuales que limiten los permisos de residencia otorgados a los extranjeros.
Puede que el ejemplo más reseñable de esta nueva oleada ultraderechista sea la que abanderan los Le Pen (padre e hija) a la cabeza del Frente Nacional (FN) francés. Le Pen logró entrar a la segunda vuelta para la presidencia de Francia en 2002, cayendo derrotado luego por Jacques Chirac. Y aunque el FN no tiene mayor representación en el parlamento galo, ha tenido éxito en lograr la aprobación de leyes anti-islámicas como la prohibición del uso de la burka en Francia.
Le Pen del Frente Nacionalista francés. |
En torno a la matanza de Oslo y Utoya, y buscando atizar el fuego anti-inmigración, Le Pen dijo: "Lo que me parece grave, y queda demostrado por este caso, es la ingenuidad y la inacción del Gobierno noruego frente a la inmigración".
En Dinamarca el Partido del Pueblo Danés, liderado por Pía Kjaersgaard, logró el 13% de los votos para el parlamento en 2007 y puso contra las cuerdas a la coalición del hoy primer ministro Lars Lokke Rasmussen, que se vio obligado a pactar con la ultraderecha para mantener su mayoría parlamentaria. En Austria, el xenófobo y populista Partido para la Libertad se consolidó como la tercera fuerza política del país en noviembre de 1991, al igual que su similar holandés, el Partido para la Libertad liderado por el islamófobo Geert Wilders.
Geert Wilders del Partido para la Libertad holandés. |
Hace unos pocos días que llegaron a nuestra redacción un par de comunicados via email. Uno contenía una invitación para una concentración en Barcelona dirigida por autores anónimos de dudosa moral y que pretenden defender los derechos de los autóctonos ante la amenaza de los inmigrantes y foráneos. El otro, en una suerte de adoctrinamiento sistemático con claro mensaje anti-islámico distribuye un discurso emitido en 2009 por Geert Wilders, el enfant terrible de la política holandesa. En él expresa su aversión hacia los musulmanes, quien fuera enjuiciado en octubre 2010 con cargos de incitación al odio y discriminación hacia este grupo étnico, luego absuelto en junio 2011 y conocido como el "Cruzado holandés contra la islamización".
El texto plantea que en Holanda el 60% de la población considera que la inmigración masiva de musulmanes representaba la política más equivocada que se hubiere instaurado desde la Segunda Guerra Mundial y que el Islam es la más importante amenaza que enfrentamos. Agregando que los barrios musulmanes "están surgiendo en todas las ciudades de Europa como si fuesen hongos".
Este líder ultraderechista pidió en su momento que se prohibiese el Corán, al compararlo con el "Mein Kampf" de Hitler. De igual modo plantea el cese total de la inmigración procedente de países musulmanes o la construcción de mezquitas.
Los fanatismos han calado y alimentan el miedo colectivo, apelando a un sentido de pertenencia en pro de la defensa de nuestros valores y de la vida misma. El miedo induce a muchos individuos (a los más vulnerables y desinformados) a aglutinarse en torno a estas manifestaciones.
En lo referente al Reino Unido (el British National Party), en España (los Falangistas Franquistas) y en Alemania (la Unión del Pueblo Alemán), no se advierte una clara trascendencia de sus postulados xenófobos en la escena internacional, y por el momento no poseen opciones reales de acceso al poder.
En Catalunya, autonomía con mayor índice de inmigrantes en su población, el caso es bien distinto y al mismo tiempo preocupante. Quienes fueran tomados como un accidente anecdótico con su irrupción electoral de 2009, hablamos de Plataforma x Catalunya, se han convertido en una fuerza política con alto nivel de representación en varios consistorios del territorio, luego de las pasadas elecciones que consagraron a CIU en el poder.
Josep Anglada de Plataforma x Catalunya. |
Los 67 regidores de esta agrupación con claras intenciones xenófobas, ya han dejado de ser una broma pesada para transformarse en un partido que aparece en el telediario con suma frecuencia. Salpicado constantemente por el escándalo que causan sus apariciones públicas, el líder Josep Anglada ya establece lazos internacionales con el austríaco Heider y sueña con un eurodiputado. Mientras que en ciudades como El Vendrell, Vic, Sant Boi del Llobregat o Torelló han alcanzado una cuota de poder nada despreciable y que ya impone su intolerancia.
El auge de los partidos ultranacionalistas o xenófobos en Europa se ha visto inspirado en la amenaza que interpretan tras la llegada masiva de inmigrantes en busca de una mejor calidad de vida y un trabajo digno. El flujo migratorio se traduce, inevitablemente, en la arribada de nuevas culturas que los locales asumen como un peligro para sus propios valores tradicionales. Muchos de estos líderes xenófobos han recurrido al nacionalismo y a la estrategia mediática del miedo, introduciendo conceptos en sus discursos como la "Eurabia", haciendo referencia a la voluminosa inmigración musulmana recibida, o culpando abiertamente a los inmigrantes de los crímenes urbanos que acontecen en las ciudades europeas.
Estos diversos grupos cuentan con un denominador común: un cuerpo emocional que se defiende con ahínco de lo que ven como una expoliación. Sin embargo, la enorme cantidad de matices nacionales les impide aglutinarse en la Eurocámara como una mega coalición, donde ya sumarían aproximadamente un 10 % de la totalidad, motivo por el cual su mensaje no trasciende tanto aún.
Posibles motivos del resurgimiento
La crisis económica europea ha funcionado como una cápsula de Petri donde germinan felizmente los valores de la derecha extrema, encontrando asidero en la ausencia de respuestas oportunas de la izquierda socialista o en el debilitamiento del comunismo ante las demandas de la clase trabajadora. Como guindilla al postre, la masiva llegada de inmigrantes (que suman una aproximada cifra de 50 millones de personas en la UE) caldean los ánimos. La lista nutritiva pica y se extiende: aumento de la violencia, recortes sociales, pérdida de derechos fundamentales, inflación, inseguridad, rescates financieros, rechazo a organizaciones trasnacionales, repudio a la globalización, falta de empleo, etc. Todo sirve de argumento para estos grupos.
Pero mientras sigan existiendo diferencias económicas abismales entre los países desarrollados de la Unión Europea y los países en desarrollo de nuestro entorno, así como los de Latinoamérica, la afluencia de inmigrantes empujados por el sueño de un trabajo y una mejora de vida seguirá en aumento.
La crisis global ha sido un freno para la inmigración, aunque nunca lo suficientemente poderoso de momento. Los países de origen no parecen tener posibilidades de acceder, por sí mismos, a una estabilidad económica y social. Más bien al contrario, la mayor parte de ellos parecen estar cada vez más lejos de poder alcanzar la ansiada estabilidad cuya consecuencia favorecería un asentamiento más estable de su población. Por otro lado, los países ricos no parecen estar por la labor de ayudar de manera seria y comprometida a los países necesitados de ayuda externa.
El fenómeno ideológico y político merece atención. Los partidos conservadores y de extrema derecha llevaban 80 años sin obtener alicientes para desplegar sus alas. Desde los años ´30 no contaban con el protagonismo mediático y social que hoy día les identifica. Preocupante resulta el discurso empleado que les ha permitido refrescar su imagen, inocular su retórica populista en el electorado y conseguir alejarse de los estereotipos nazis, en algunos casos.
La ausencia de una consciencia histórica hace mella y prepara el camino para la xenofobia, la islamofobia, la homofobia, el antisemitismo, por nombrar algunas vertientes de intolerancia. Las ideologías de ultraderecha - ataviadas con una máscara democrática- no hacen más que colisionar de manera abrupta con los principios de respeto a la diversidad del ideario europeo e inevitablemente, con la Declaración de los Derechos Humanos.
La membrecía a la Unión Europea es otra de las grandes críticas compartidas por estos partidos de la ultraderecha radical. El nacionalismo exacerbado es la herramienta para disentir de la política de inmigración consagrada en el tratado Schengen, el euro como moneda vehicular, las políticas económicas y comerciales comunes, los costos del Parlamento Europeo y los polémicos rescates financieros a las economías en crisis; siempre con el hipotético fin de mantener la estabilidad de la Unión.
Pero los brotes ultraderechistas no son patrimonio de los países más prósperos de Europa. En Hungría y Bulgaria se hacen patentes en contra de la población gitana. El partido de derecha populista, Unión Cívica Húngara, ostenta dos tercios del parlamento de Budapest desde abril de 2010. Viktor Orban, su líder, ha dado el visto bueno a la propuesta del partido abiertamente antisemita Jobbik ("Los Mejores), de encerrar a los gitanos en campamentos o guetos, debido al supuesto riesgo para la seguridad que estos representarían.
Otro dato increíble es la existencia de una cadena de televisión -propiedad del Partido Contra los Ataques Gitanos- que transmite en Bulgaria contenidos de claro corte radical contra los gitanos, judíos, turcos y homosexuales sin mediación legal ni control de ninguna índole.
Si la tendencia al alza de este tipo de discursos se mantiene, es probable que se pueda llegar a situaciones extremas como las vividas en la primera mitad del Siglo XX en el Viejo Continente y para nada será útil el esfuerzo en obtener excelsos índices de alfabetización y conocimiento del sistema político, si estas ideologías “anti” o poco democráticas logran imponerse sobre los valores democráticos más nobles.
Aunque la crisis ha ahuyentado el sueño de la “madre tierra”, éste sigue existiendo y en paralelo ha recrudecido la sensación de que el inmigrante ha desplazado al autóctono de sus puestos de trabajo y sus oportunidades.
El diagnóstico de la actualidad en esta materia no es para nada tranquilizador. Mientras el resto de Europa quedaba atónita por el triunfo de un partido de ultraderecha en coalición para gobernar Austria, en España parecía que se veían los toros desde la barrera. Hasta que saltaron incidentes en nuestro propio terreno de juego con la persecución de inmigrantes, quema de sus negocios y viviendas, y asalto a las sedes de las organizaciones no gubernamentales que se habían destacado por su labor de apoyo en El Ejido.
Es una pena que los pueblos olviden su historia. Los ciudadanos austríacos deben haber olvidado las barbaridades ejecutadas por su paisano Adolf Hitler el día que votaron al partido de Haider. Los españoles también olvidan que, durante un puñado de años, millones de compatriotas tuvieron que instalarse en Alemania, Suiza o Francia para sacar de la miseria a sus familias y en consecuencia, también contribuyeron al desarrollo de la economía de aquellos países de acogida. Estos recuerdos han quedado escritos en las páginas de la historia y como país de acogida que somos ahora parece que los hemos sepultado al fondo de un cajón.
El conflicto por los derechos
No se trata de obviar lo que resulta lógico. Mientras el inmigrante demanda respeto a sus derechos fundamentales, ha de plantearse que precisa de asumir una actitud igualmente respetuosa hacia el país y la cultura que le acogen. Ninguna doctrina religiosa ni tradición propia ha de vulnerar las libertades y derechos establecidos como norma de convivencia en el lugar.
Pero la crisis global se ha encargado de desenmascarar un debate más descarnado. El que tiene como colofón la triste proclama: “Nosotros primero”. Nuestros empleos, nuestro estado del bienestar, nuestros valores "auténticos". Y esto cabe para españoles, húngaros, franceses, italianos, austríacos, finlandeses, etc. Nosotros primero, los "otros" después.
¿Acaso los inmigrantes carecen de un similar orden de prioridades? Por supuesto que no. Como todos los ciudadanos del mundo tienen un "nosotros primero" también. Reclamando un “derecho" a la educación, a un trabajo digno, al progreso, a la seguridad, a los servicios, y a ofrecer a sus hijos mejores oportunidades de las que han tenido.
Visto de otro modo, los conflictos migratorios no son otra cosa que conflictos de derechos. El derecho del inmigrante al desarrollo, frente al derecho de quien lo acoge a conservar los privilegios alcanzados y la sociedad construida con esfuerzo.
La atención debería concentrarse en las condiciones del contrato social. Una obsesiva restricción anti-migratoria vulnera los derechos éticos básicos. Propiciar los nacionalismos a ultranza inyectará más tensión al sistema, pervertirá los ajustes culturales, sociales y económicos; y finalmente, aletargará la necesaria reflexión en torno a los derechos fundamentales de todos los ciudadanos.
Es innegable el derecho a circular libremente, a emigrar y a buscar prosperidad más allá de nuestros países de origen. Vulnerar este derecho solo puede ser aceptado bajo la premisa de una reflexión lógica y no a priori, sobre la base de la defensa de la homogeneidad cultural. Uniformidad que por demás, deviene en una sociedad entrópica que acaba por empobrecerse.
Ordenar el proceso migratorio a fin de garantizar los derechos de los nuevos ciudadanos y de sus sociedades de acogida debería ser el objetivo. Jamás impedir la movilidad, sería esto como negar que las sociedades estén sujetas a un cambio constante, a manera de un organismo vivo.
Y aunque la globalización lleve consigo la imposición de la homogenización y el dominio de los modelos culturales, políticos y económicos de los países ricos. La identidad implica el reconocimiento de la diversidad. Es fundamental mantener la diversidad en la unidad. Debería tratarse de adaptar el proceso tecnológico, laboral, ideológico a las culturas, adaptar la mundialización a la diversidad y creatividad locales y no al revés....
"Es en estos momentos de incertidumbre, perplejidad y crisis donde se generan las grandes oportunidades de los sistemas humanos" (Gorostiaga, 1996).
Se trata de percibir la realidad desde una nueva mirada y desde una profunda reforma del pensamiento. Hoy las investigaciones científicas más modernas, las ciencias de la vida, nos dicen claramente que es necesario un profundo cambio conceptual: donde hay vida hay dinamismo, desequilibrio, indeterminación e inestabilidades, hay diversidad, hay impredictibilidad... pero es precisamente eso lo que da lugar a nuevas estructuras de orden, complejidad y de vida más complejas y armónicas. Es esta una lectura positiva de los rasgos propios de la vida. Porque donde hay equilibrio estático, uniformidad, homogeneidad, simplificación, determinación, predictibilidad y estabilidad solo hay muerte, sin espacio para sistemas vivos.
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