Escribe Marcelo Espiñeira.
El segundo mandato de José Luis Rodriguez Zapatero va arribando a su esperado final. Espoleado duramente por la crisis financiera mundial que en nuestro país se ha cebado especialmente en el ámbito laboral.
La enorme cifra de parados, más de 5 millones, amenaza ya mismo la cohesión del tejido social. Digamos que los parámetros que en marzo de 2008 llevaron a los españoles a decantarse por un candidato que prometía reducciones en el pago del IRPF y derechos sociales más amplios, se han hecho trizas. España es otra ahora y Europa también lo es.
El desbarranco del crédito hundió la economía del ladrillo. Se paró en seco la venta de inmuebles, la construcción de nueva vivienda y por ende... la trama siniestra que sostenía a muchísimos municipios: el suelo fiscal. La financiación de los ayuntamientos está ahora en serios problemas.
El paro creció en un comienzo por la desconfianza que genera cualquier crisis. Luego ha seguido en aumento porque no ha habido reacciones potentes desde los despachos de las autoridades estatales y actualmente podríamos asegurar que resultará imposible que detenga su escalada sino se modifican las leyes laborales existentes. Menuda encerrona para el trabajador...
Entre otras cosas, esta brutal crisis ha venido a cargarse los derechos del empleado europeo. Si no se puede competir con China, muchos opinan que deberíamos comenzar a parecernos a ellos y adoptar sus condiciones de producción. Lo cual no solamente es discutible, sino simplemente detestable.
Es cierto que el liberalismo a ultranza que ha manejado Wall Street desde los años ´80 ha provocado esta debacle, pero también deberíamos preguntarnos por el papel de China en todo este entuerto, quien ahora ha adquirido gran parte de los bonos de la deuda española, y ya veremos a qué precio...
Deuda pública elevada y poco controlada en su evolución, desempleo altísimo y finalmente: un endeudamiento de las familias (mayormente en créditos hipotecarios) mucho más grande de lo aconsejable. Estos tres factores combinados hacen que la economía española provoque poca ilusión en los comicios del próximo 20N.
Alguien deberá hacerlo
Cualquier trabajador debería saber que Rajoy o Rubalcaba no tendrán mucho margen de maniobra en el próximo gobierno. Hablando de macropolíticas, claro está.
Durante este mes, hemos escuchado los mil y un argumentos desde un partido y el otro, intentando convencernos sobre la conveniencia de otorgarles su apoyo. Pero el verdadero problema seguirá estando allí el 21N.
Nuestra riqueza está pésimamente mal distribuida, medio millón de personas en este país poseen una acumulación de capital desmedida y probablemente las reglas del juego próximas intentarán favorecer aún más este desbalance.
En contrapartida, muchos tendremos la gran oportunidad de ejercer los derechos democráticos que exceden el ejercicio del voto en los comicios. Deberemos preguntarnos si estos recortes y los que vendrán son realmente justos. Si suprimir atención sanitaria o reducir el sistema educativo es la verdadera salida para el futuro de nuestros hijos.
En muchos sentidos, la confusión podría derivar en problemas mayores.
El próximo gobierno deberá jugar claro y hacerse entender sin claroscuros. España dispone de infraestructura suficiente para aguantar el mal tiempo. Necesita un pacto social urgente para crear empleo. Podría continuar manteniendo un nivel de inversión pública con parámetros razonables. Y por supuesto, que deberá racionalizar el gasto desmedido de las administraciones, pero sin generar una estampida aún peor.
Rajoy o Rubalcaba (ojalá hubieran más opciones disponibles) no podrán descuidar la política exterior. Un ámbito que Zapatero ha manejado con escasa habilidad. España deberá defender sus posiciones en esta Europa alemanizada al extremo.
El reto es abrumador, pero ineludible. Si triunfa Rajoy (según marcan las encuestas) nos gustaría verlo centrado desde el primer minuto, apuntando bien y sin demagogias. Gobernando para todos, y evitando los revanchismos poco constructivos. Si le tocara a Rubalcaba, deberá esforzarse mucho para imponer un cambio de rumbo, e inyectar un poco de moral en una sociedad que por momentos aparece un tanto abatida en su ánimo.
Uno u otro, imaginamos que no solucionarán nada por influjos de la magia o la fe que mueve montañas. No les quedará mejor alternativa que involucrar a la mayoría en un proyecto creíble, inclusivo y garantista de nuestros derechos. No hay demasiado margen para el error, deberían saberlo.
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