Escribe Marcelo Espiñeira.
..."Aspiramos a ser la Massachusetts en los EEUU de Europa" ... Artur Mas
En su tercera gira por tierras norteamericanas, el president Artur Mas se esforzó por conquistar a un auditorio ávido de respuestas claras. Flanqueado por su embajador universitario predilecto, el excéntrico economista Xavier Sala i Martin, Mas eligió palabras elegantes para describir los objetivos que se ha planteado su gobierno respecto al futuro institucional de Catalunya, aunque no tuviera más remedio que admitir la espera de un camino muy sinuoso en el horizonte.
Para saber a dónde vamos siempre es conveniente saber de dónde venimos. Justamente el pasado reciente de Artur Mas lo retrata como un experto en hacer equilibrio, en balancearse para conservar el poder mientras se encuentra rodeado de fuertes presiones de toda índole. Podríamos decir que esta virtud del político no es nociva por si misma, pero es cierto que no es suficiente si pensamos que se postuló a gobernar un pueblo diezmado por el desempleo y acechado por la miseria. En este aspecto tan sensible, la crónica de los días de Mas no pasarán a la historia como fructíferos en el rescate de las personas, más bien todo lo contrario. Mas jamás se ha diferenciado de la política de severa austeridad impuesta desde Bruselas, impulsada desde Madrid y aceptada en los despachos con vistas a la Plaza Sant Jaume.
..."Aspiramos a ser la Massachusetts en los EEUU de Europa" ... Artur Mas
En su tercera gira por tierras norteamericanas, el president Artur Mas se esforzó por conquistar a un auditorio ávido de respuestas claras. Flanqueado por su embajador universitario predilecto, el excéntrico economista Xavier Sala i Martin, Mas eligió palabras elegantes para describir los objetivos que se ha planteado su gobierno respecto al futuro institucional de Catalunya, aunque no tuviera más remedio que admitir la espera de un camino muy sinuoso en el horizonte.
Para saber a dónde vamos siempre es conveniente saber de dónde venimos. Justamente el pasado reciente de Artur Mas lo retrata como un experto en hacer equilibrio, en balancearse para conservar el poder mientras se encuentra rodeado de fuertes presiones de toda índole. Podríamos decir que esta virtud del político no es nociva por si misma, pero es cierto que no es suficiente si pensamos que se postuló a gobernar un pueblo diezmado por el desempleo y acechado por la miseria. En este aspecto tan sensible, la crónica de los días de Mas no pasarán a la historia como fructíferos en el rescate de las personas, más bien todo lo contrario. Mas jamás se ha diferenciado de la política de severa austeridad impuesta desde Bruselas, impulsada desde Madrid y aceptada en los despachos con vistas a la Plaza Sant Jaume.
Nuestro equilibrista comenzó su primera legislatura con un nuevo pacto de financiación como meta principal. Entonces no dudó en tender puentes hacia la butaca ocupada por Alicia Sánchez Camacho, creyendo en la posible reedición del exitoso tándem Aznar-Pujol, cuando Rajoy no necesitaba un socio catalán incómodo en su espinoso viaje por el desierto de la crisis económica. Este rechazo lo condujo hacia un divorcio político que se consumó con rapidez, la misma que llevó a los militantes soberanistas de base a ocupar el espacio público. Luego, los resultados electorales de la fallida "mayoría excepcional" restaron tanto poder parlamentario a su coalición política, que acabó acordando una nueva hoja de ruta con el republicano Oriol Junqueras. Ante tamaño golpe de timón, el monárquico Duran i Lleida se ofuscó definitivamente y así Unió comenzó a resquebrajar la integridad de la formación política emblemática de la burguesía vernácula.
Los últimos dos años se vivieron en un duelo verbal in crescendo con Madrid. Se tensó la cuerda hasta el límite y tras el histórico acto electoral del 9N pasado, Artur Mas acabó enredado por la maquinaria judicial española, sin otra salida que convocar unas elecciones que volvieran a ordenar el caos institucional provocado por las circunstancias. Y aunque las organizaciones independentistas pidieran las urnas para febrero, nuestro equilibrista apostó por el patriótico setiembre catalán como fecha para la próxima cita electoral con carácter plebiscitario. Unos comicios que en teoría le darían tiempo suficiente para reorganizar a sus propios rebeldes, promover algunas mínimas medidas de corte social para maquillar la mala situación de tantos e intentar convencer a la máxima cantidad de votantes posible de que la independencia de Catalunya es el mejor remedio a la crisis económica que nos azota.
Sin embargo, la erosión de su gobierno se ha hecho evidente. El certero misil españolista en el submarino Pujol estremeció la calma en la marea soberanista. Sus sucias cuentas en Andorra y Suiza salpicaron a los desprevenidos. Estos fraudes no conjugan con ninguna revolución cívica que pregona la defensa de la equidad fiscal y los derechos sociales. El daño ocasionado al independentismo catalán por el destape de la financiación ilegal del clan Pujol y en consecuencia CiU, es todavía inestimable. El suflé bajó con tanto silencio cómplice de la máxima dirigencia convergente y el golpe bajo fue acusado por nuestro funámbulo de vocación que esta vez no encontró la elegancia de las palabras para evitar un parricidio público. Ni Junqueras consiguió desmarcarse a tiempo, porque estaba muy cercano en el momento de la explosión.
Tan terrible estallido fue sutilmente aprovechado por quienes creen que el destino les ha reservado encabezar la Santa Regeneración Política Española. El magnetismo de las figuras de Ada Colau o Albert Rivera cobró renovados bríos hasta hacerlos irresistibles en las nuevas encuestas. Se sabe que La Sexta Noche es el nuevo cuadrilátero preferido por la audiencia y allí casi no intervienen los atletas del independentismo. Sin embargo, en este espacio de riña constante y ultrajante, se pretenden arreglar todos los desaguisados del Reino, y entre ellos está la cuestión catalana, claro está. Allí mismo, el viejo Pujol fue destripado en directo y su carroña ha servido para contener lo que parecía incontenible.
El soberanismo ha bajado en todas las encuestas y es un hecho que los nuevos partidos podrían quedarse con una porción importantísima de los votos de setiembre. Desde un sector importante de la prensa madrileña se fogonea sin tapujos el vociferado ascenso de Ciutadans, acaso porque lo imaginarán como el antídoto perfecto para aquello que han elegido bautizar como la deriva soberanista de Mas. Aunque en realidad el varapalo de Rivera podrían sufrirlo más las bancadas del PPC y el PSC, seriamente amenazadas por su pertenencia al pasado corrupto. En cambio, la irrupción de Ada Colau y su Barcelona En Comú bien podría captar un electorado disgustado con el escándalo de Pujol o la persistente cercanía de Esquerra con este gobierno. El proyecto de Colau se ha gestado en la generosa obra de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y ha crecido de manera transversal a través de una importante red de organizaciones barriales, más que nada en aquellas zonas degradadas de la capital catalana donde el paro, los desahucios y los recortes sanitarios han hecho estragos. La Catalunya desatendida que podría volcar los comicios del Ayuntamiento en mayo próximo.
Mientras tanto, Duran ha seguido dibujando líneas rojas que distancian a Unió de Convergencia, el otrora glorioso PSC no encuentra el final de su caída e Iniciativa se disfraza de Podemos. Cambia, todo cambia, pero el equilibrista estrella ha vuelto a la arena luego del vendaval andaluz. La derrota pepera en la tierra de los olivos hace prever un 2015 con suspense y en este terreno Mas sabe moverse con astucia. Para evitar el destino del exlehendakari Ibarretxe necesitará complicidades muy variopintas, y a nadie podemos descartar en este sentido, porque hasta el ministro Montoro está pensando en ofrecerle un nuevo arreglo fiscal al president. ¿Quién lo diría? O será que en la política actual solo se trata de mantener el equilibrio propio. Esperemos que nuestro destino no sea tan mezquino y que setiembre nos depare lo mejor posible para la gran mayoría.
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