Escribe Marcelo Espiñeira.
El imponente desfile militar por las calles de Beijing que sirviera para conmemorar el 70º aniversario de la victoria china sobre las invasoras tropas japonesas, ha sido también una exhibición de músculo que persigue imponer respeto sobre sus enemigos. La invasión rusa de Crimea y la disputa armada en el noroeste de Ucrania, va un paso más allá de la simple advertencia, con acciones militares y cientos de bajas. La guerra civil siria es aquello que todos deberíamos querer evitar, un conflicto armado fuera de control donde solo distinguimos un ganador: el que fabrica y vende el armamento empleado en esta masacre. Pero, ¿existe realmente el negocio de matar? Los beneficios producidos por la arraigada industria militar parecerían decirnos que sí.
En primer lugar deberíamos entender que la fabricación de armas a nivel industrial se aceleró de manera exponencial durante el transcurso de las dos Grandes Guerras de alcance mundial. En particular, la Segunda Guerra se decidió a favor de los avances tecnológicos que las potencias militares alcanzaron. Ya finalizada la contienda, esta gran industria no detuvo su andadura, al contrario, continuó su avance hasta fundar un nuevo orden mundial conocido como la Guerra Fría. Un estado de situación que enfrentaba a dos fuerzas letales con una capacidad de destrucción más elevada que nunca y un poder de disuasión inédito. En cierta manera, este equilibrio en el poder destructivo ha evitado una tercera guerra mundial en los últimos setenta años, pero en contrapartida, ha asentado la necesidad de un poder militar incontestable para obtener un respeto político. Así, el club de las naciones con poder nuclear se amplió hasta los nueve integrantes: EEUU, Rusia, Francia, Reino Unido, China, India, Pakistán, Corea del Norte e Israel. Un número que parece estabilizado, aunque otros países sigan aspirando a integrarlo con programas secretos, como el caso iraní o saudí.
Lo cierto es que la industria militar ha ganado la reputación de ser un negocio muy rentable. Los estados poderosos suelen invertir en promedio entre el 3 y el 6% de su PIB en gasto de esta índole, con un record del 4% del PIB mundial (1990). Un mercado que en 2012 alcanzó los 354 mil millones de euros en trasacciones internacionales reconocidas por las diferentes naciones y recopiladas por el Instituto Internacional de Estocolmo de Investigación para la Paz (SIPRI). Es decir que esta cifra no contempla las numerosas ventas realizadas en los mercados marginales, un espacio vigilado por los servicios de inteligencia, pero del que no se disponen estadísticas fiables. No obstante, sabemos que durante los últimos cinco años, los mayores exportadores fueron EEUU, Rusia, China, Alemania y Francia, y los principales importadores: India, Arabia Saudí, China, Emiratos Árabes Unidos y Pakistán.
En la fabricación y desarrollo de nuevo armamento destaca la presencia del capital privado, especialmente en los EEUU y Europa. Dentro del ranking de las diez principales empresas privadas fabricantes de armas, encontraremos a 6 norteamericanas, con Lockheed Martin a la cabeza. Esta compañía emplea a más de 115.000 personas, factura más de 40 mil millones de euros y obtiene beneficios anuales por 2.674 millones. Con estas impactantes cifras no es tan extraño que la invasiones de Irak o Afghanistan fueran vistas como un fabuloso negocio en los años de George Bush. ¿Recuerdan a Aznar y sus previsiones económicas?
En realidad, estos conflictos se convierten en un tremendo despilfarro de recursos humanos, tecnológicos y económicos. Sin embargo, todo depende del objetivo con el cual se los mire. Para una empresa que fabrica nuevos modelos de rifles o aviones de guerra de manera constante, los conflictos armados representan un mercado floreciente, una coyuntura perfecta para aumentar las ventas y reemplazar el armamento destruido por nuevos equipos supuestamente más eficiente y rendidor en el arte de matar. Por este motivo funcionan diversas ferias de exhibición y venta de armas militares diseminadas estratégicamente por el mundo. Destaca Sofex, que organiza el ministerio de Defensa del reino de Jordania. En 2016 se realizará la XIª edición del salón que reúne a los principales fabricantes de armas con sus numerosos clientes. Esta auténtica feria ofrece, sin pudor alguno, las técnicas más sofisticadas para derrotar a tu enemigo en el campo de batalla. Una rocambolesca situación que consigue agrupar en una misma sala de conferencias a quienes mañana o pasado serán rivales a muerte utilizando similares juguetes destructivos adquiridos en un mismo y extraño supermercado letal.
Así funciona este negocio, un entramado integrado por altos cargos militares, políticos y fabricantes de mercancía peligrosa que bebe sin parar de los generosos presupuestos reservados para la defensa por parte de nuestros estados. En este sentido, no dejaremos pasar por alto que el gobierno de Rajoy ha hecho malabares para disimular las fuertes cantidades invertidas en gasto militar con los supuestos anuncios de recorte en estas partidas. O que el ministerio de Defensa es un lugar reservado exclusivamente para integrantes del poderoso lobby de la industria militar.
El imponente desfile militar por las calles de Beijing que sirviera para conmemorar el 70º aniversario de la victoria china sobre las invasoras tropas japonesas, ha sido también una exhibición de músculo que persigue imponer respeto sobre sus enemigos. La invasión rusa de Crimea y la disputa armada en el noroeste de Ucrania, va un paso más allá de la simple advertencia, con acciones militares y cientos de bajas. La guerra civil siria es aquello que todos deberíamos querer evitar, un conflicto armado fuera de control donde solo distinguimos un ganador: el que fabrica y vende el armamento empleado en esta masacre. Pero, ¿existe realmente el negocio de matar? Los beneficios producidos por la arraigada industria militar parecerían decirnos que sí.
En primer lugar deberíamos entender que la fabricación de armas a nivel industrial se aceleró de manera exponencial durante el transcurso de las dos Grandes Guerras de alcance mundial. En particular, la Segunda Guerra se decidió a favor de los avances tecnológicos que las potencias militares alcanzaron. Ya finalizada la contienda, esta gran industria no detuvo su andadura, al contrario, continuó su avance hasta fundar un nuevo orden mundial conocido como la Guerra Fría. Un estado de situación que enfrentaba a dos fuerzas letales con una capacidad de destrucción más elevada que nunca y un poder de disuasión inédito. En cierta manera, este equilibrio en el poder destructivo ha evitado una tercera guerra mundial en los últimos setenta años, pero en contrapartida, ha asentado la necesidad de un poder militar incontestable para obtener un respeto político. Así, el club de las naciones con poder nuclear se amplió hasta los nueve integrantes: EEUU, Rusia, Francia, Reino Unido, China, India, Pakistán, Corea del Norte e Israel. Un número que parece estabilizado, aunque otros países sigan aspirando a integrarlo con programas secretos, como el caso iraní o saudí.
Lo cierto es que la industria militar ha ganado la reputación de ser un negocio muy rentable. Los estados poderosos suelen invertir en promedio entre el 3 y el 6% de su PIB en gasto de esta índole, con un record del 4% del PIB mundial (1990). Un mercado que en 2012 alcanzó los 354 mil millones de euros en trasacciones internacionales reconocidas por las diferentes naciones y recopiladas por el Instituto Internacional de Estocolmo de Investigación para la Paz (SIPRI). Es decir que esta cifra no contempla las numerosas ventas realizadas en los mercados marginales, un espacio vigilado por los servicios de inteligencia, pero del que no se disponen estadísticas fiables. No obstante, sabemos que durante los últimos cinco años, los mayores exportadores fueron EEUU, Rusia, China, Alemania y Francia, y los principales importadores: India, Arabia Saudí, China, Emiratos Árabes Unidos y Pakistán.
Los mayores exportadores de armas
son EEUU, Rusia,
China, Alemania y Francia.
Los principales importadores,
India, Arabia Saudí, China,
Emiratos Árabes Unidos y Pakistán.
En la fabricación y desarrollo de nuevo armamento destaca la presencia del capital privado, especialmente en los EEUU y Europa. Dentro del ranking de las diez principales empresas privadas fabricantes de armas, encontraremos a 6 norteamericanas, con Lockheed Martin a la cabeza. Esta compañía emplea a más de 115.000 personas, factura más de 40 mil millones de euros y obtiene beneficios anuales por 2.674 millones. Con estas impactantes cifras no es tan extraño que la invasiones de Irak o Afghanistan fueran vistas como un fabuloso negocio en los años de George Bush. ¿Recuerdan a Aznar y sus previsiones económicas?
Ministros, militares y productores de armas negocian en las ferias de armamento militar. |
Ningún país por humilde que sea, consigue resistirse a los escaparates de una feria como Sofex. |
Desfile militar indio. Muchas naciones apelan al poder militar para ganar respeto. |
Como si fuese un mundo aparte o incontrolable para los ciudadanos, el poder inmenso del negocio militar interviene en el desarrollo de los acontecimientos más desgraciados de nuestra historia. Nos bastaría con analizar el génesis de las guerras en Siria o Libia para ver como influye este negocio de matar.
FANTASTICO ARTICULO
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