Escribe Marcelo Espiñeira.
El regreso discográfico de un inspirado David Bowie (Londres, 1947-2016) nos produjo entera felicidad, pero lo que no podíamos prever era que su fallecimiento se produciría justo dos días después de la edición de Blackstar o de su sexagésimo noveno aniversario.
Retirado de los escenarios luego de haber sufrido un incidente cardíaco durante su última gira, el Duque Blanco tampoco se comunicaba directamente con la prensa desde hacía varios meses atrás. Su última entrevista la realizó tras la edición del estupendo The Next Day en 2013, que obró como una resurrección artística repentina tras una serie de lanzamientos fallidos a finales de los 90´s y principios de este siglo.
La vitalidad de aquel disco proyectó un halo esperanzador para los admiradores de Bowie, que lejos estaban de imaginar que el ícono pop del siglo XX estaba luchando contra el cáncer. Por desgracia, su vida no tardó más de 18 meses en extinguirse, no sin antes ofrecernos su póstumo legado en forma de un álbum tan hechizante como Blackstar (2016) en el mismo día de su último cumpleaños.
Desde diciembre pasado, el escalofriante videoclip del track inicial que da título a la obra auguraba una subida de tensión en las relaciones entre el artista y su público. Diez minutos de una pieza envolvente con sus etapas bien diferenciadas alcanzan para hipnotizar hasta al más distraído. El director Johan Renck merece una mención especial en esta colaboración con Bowie que él mismo define como soñada.
La canción es un viaje en sí misma y apoyada por las imágenes del clip se eleva a categoría de imprescindible. El saxo del jazzman Donny McCaslin se retuerce hasta encontrar las notas exactas, con ciertas reminiscencias del estilo de Andrew T. Mackay en los mejores álbumes de Roxy Music a mediados de los 70s. Como también nos recuerda al papel que jugaba la guitarra de Robert Fripp en Heroes (1977) del propio Bowie.
Inevitablemente atractiva, la nueva canción bien valía la presente edición, aunque nos complace afirmar que ha venido muy bien acompañada. Blackstar no está sola en este precioso ejercicio estilístico. En una frecuencia bastante cercana aparece Lazarus, otra canción perfecta con esa carga pesada y seductora de un bajo gordo como base que todo lo aguanta. De nuevo el saxo de McCaslin va y viene insinuando el dramatismo que acecha siempre en la voz de un Bowie inmaculado. La soltura con la que todos los instrumentos encajan en una canción tan climática es el secreto de un éxito que Robert Smith de The Cure ha perseguido durante años. Tis a pitty she was a whore y Sue nos engañan en primera instancia, ya que previamente editadas en sencillos durantes 2014 no poseían la magnitud que ahora destilan en Blackstar. Ambas ganan en el tratamiento recibido y nuevamente el saxo se lleva las palmas en este proceso. El solo en Tis a pity... es impresionante.
En los minutos finales, el disco nos reserva tres experiencias gratificantes. Girl loves me posee la cadencia mística del Bowie más elaborado, el que compartía la mesa de estudio con Brian Eno en Low (1977). La canción transcurre sobre unas bases irregulares y un bajo de amplio espectro, sin guitarras ni saxo, con la voz muy al frente. Bien distinto a lo que sucede en la balada Dollar days, un tema más cercano al Bowie mas hippie, melódico y anclado en guitarras acústicas de rasgueo folk. Aquí el saxo se permite dibujar un nuevo paisaje inolvidable en el solo.
El cierre definitivo queda a cargo de I can´t give everything away, más ligera que la anterior pero tan digna como todo el resto del álbum, más que nada por la magnífica guitarra de Ben Monder que adorna el final con unos acordes perfectos.
Blackstar contiene algo más de 41 minutos del mejor Bowie que hayamos escuchado desde los años 70´s. Sin dudarlo, un adiós dignísimo para un artista que ha marcado a varias generaciones posteriores de músicos y aficionados a la música pop con su impronta inigualable.
El regreso discográfico de un inspirado David Bowie (Londres, 1947-2016) nos produjo entera felicidad, pero lo que no podíamos prever era que su fallecimiento se produciría justo dos días después de la edición de Blackstar o de su sexagésimo noveno aniversario.
Retirado de los escenarios luego de haber sufrido un incidente cardíaco durante su última gira, el Duque Blanco tampoco se comunicaba directamente con la prensa desde hacía varios meses atrás. Su última entrevista la realizó tras la edición del estupendo The Next Day en 2013, que obró como una resurrección artística repentina tras una serie de lanzamientos fallidos a finales de los 90´s y principios de este siglo.
La vitalidad de aquel disco proyectó un halo esperanzador para los admiradores de Bowie, que lejos estaban de imaginar que el ícono pop del siglo XX estaba luchando contra el cáncer. Por desgracia, su vida no tardó más de 18 meses en extinguirse, no sin antes ofrecernos su póstumo legado en forma de un álbum tan hechizante como Blackstar (2016) en el mismo día de su último cumpleaños.
Desde diciembre pasado, el escalofriante videoclip del track inicial que da título a la obra auguraba una subida de tensión en las relaciones entre el artista y su público. Diez minutos de una pieza envolvente con sus etapas bien diferenciadas alcanzan para hipnotizar hasta al más distraído. El director Johan Renck merece una mención especial en esta colaboración con Bowie que él mismo define como soñada.
La canción es un viaje en sí misma y apoyada por las imágenes del clip se eleva a categoría de imprescindible. El saxo del jazzman Donny McCaslin se retuerce hasta encontrar las notas exactas, con ciertas reminiscencias del estilo de Andrew T. Mackay en los mejores álbumes de Roxy Music a mediados de los 70s. Como también nos recuerda al papel que jugaba la guitarra de Robert Fripp en Heroes (1977) del propio Bowie.
Inevitablemente atractiva, la nueva canción bien valía la presente edición, aunque nos complace afirmar que ha venido muy bien acompañada. Blackstar no está sola en este precioso ejercicio estilístico. En una frecuencia bastante cercana aparece Lazarus, otra canción perfecta con esa carga pesada y seductora de un bajo gordo como base que todo lo aguanta. De nuevo el saxo de McCaslin va y viene insinuando el dramatismo que acecha siempre en la voz de un Bowie inmaculado. La soltura con la que todos los instrumentos encajan en una canción tan climática es el secreto de un éxito que Robert Smith de The Cure ha perseguido durante años. Tis a pitty she was a whore y Sue nos engañan en primera instancia, ya que previamente editadas en sencillos durantes 2014 no poseían la magnitud que ahora destilan en Blackstar. Ambas ganan en el tratamiento recibido y nuevamente el saxo se lleva las palmas en este proceso. El solo en Tis a pity... es impresionante.
En los minutos finales, el disco nos reserva tres experiencias gratificantes. Girl loves me posee la cadencia mística del Bowie más elaborado, el que compartía la mesa de estudio con Brian Eno en Low (1977). La canción transcurre sobre unas bases irregulares y un bajo de amplio espectro, sin guitarras ni saxo, con la voz muy al frente. Bien distinto a lo que sucede en la balada Dollar days, un tema más cercano al Bowie mas hippie, melódico y anclado en guitarras acústicas de rasgueo folk. Aquí el saxo se permite dibujar un nuevo paisaje inolvidable en el solo.
El cierre definitivo queda a cargo de I can´t give everything away, más ligera que la anterior pero tan digna como todo el resto del álbum, más que nada por la magnífica guitarra de Ben Monder que adorna el final con unos acordes perfectos.
Blackstar contiene algo más de 41 minutos del mejor Bowie que hayamos escuchado desde los años 70´s. Sin dudarlo, un adiós dignísimo para un artista que ha marcado a varias generaciones posteriores de músicos y aficionados a la música pop con su impronta inigualable.
Comentarios
Publicar un comentario