Escribe Marcelo Espiñeira.
La economía mundial sufre turbulencias nuevamente. ¿Tan graves como las de 2008? A priori, podríamos decir que no. No obstante, la evidencia es que existe un frenazo en las grandes economías, incluso en la china y una fuerte recesión en la brasileña. La última reunión del G20 se saldó con conclusiones escasas sobre las posibles causas de esta desaceleración.
Es más, lo único concluyente es que cada estado tomaría sus propias medidas o aplicaría las correcciones a sus políticas según sus propias necesidades.
El precio del petróleo sigue en cotas mínimas y otro tanto sucede con las materias primas de origen agrícola. Si bien esto beneficia a los grandes importadores, también perjudica a las economías basadas en la manufactura y la exportación de sus productos terminados. La política de estímulos norteamericana con un precio del dinero en el 0% ha llegado a su fin en diciembre pasado y se espera una ralentización de este mercado a partir de ahora.
Como ya hemos dicho antes, China atraviesa una caída importante de su actividad económica. En parte debido a una corrección que no podía aplazarse más en el tiempo, porque sus exportaciones no podían seguir creciendo de forma indefinida al ritmo que llevaban durante las últimas dos décadas. China necesita que crezca su mercado interno, que el consumo de sus familias tenga un papel importante en su futuro cercano. En esta complicada tarea se encuentra el gigante asiático y su reducción de las importaciones ha afectado directamente a países como Brasil.
Los cariocas llevan un año de pésimas noticias, tienen inestabilidad política con un gobierno en minoría parlamentaria y las manos atadas, sufren un severo bajón del consumo interno relacionado con un modelo que luce agotado, se han destapado importantísimos casos de corrupción en tramas que vinculaban a políticos de primer nivel con empresarios de elite (caso Petrobras) y los mercados internacionales les ha retirado la confianza ciega de otrora. La deuda soberana ha comenzado a crecer demasiado y las inversiones retroceden. Un cóctel explosivo que arrastra también a economías muy dependientes de Brasil como la argentina.
Por su parte, Europa sigue anclada en sus propias dinámicas, con el Reino Unido pendiente de un referendum que decidirá su adhesión futura a la UE, Alemania con fuertes signos de retroceso industrial y los países mediterráneos con un déficit todavía importante y la deuda soberana en máximos históricos. Por último, los conflictos armados experimentan un auge en Medio Oriente, donde las relaciones entre Arabia Saudita e Irán están más tensas que nunca. La guerra siria se eterniza y la amenaza terrorista del Dáesh es un lastre importante para Rusia, EEUU y Europa. De manera obvia, el frenazo económico también afectará a España.
La economía mundial sufre turbulencias nuevamente. ¿Tan graves como las de 2008? A priori, podríamos decir que no. No obstante, la evidencia es que existe un frenazo en las grandes economías, incluso en la china y una fuerte recesión en la brasileña. La última reunión del G20 se saldó con conclusiones escasas sobre las posibles causas de esta desaceleración.
Es más, lo único concluyente es que cada estado tomaría sus propias medidas o aplicaría las correcciones a sus políticas según sus propias necesidades.
El precio del petróleo sigue en cotas mínimas y otro tanto sucede con las materias primas de origen agrícola. Si bien esto beneficia a los grandes importadores, también perjudica a las economías basadas en la manufactura y la exportación de sus productos terminados. La política de estímulos norteamericana con un precio del dinero en el 0% ha llegado a su fin en diciembre pasado y se espera una ralentización de este mercado a partir de ahora.
Como ya hemos dicho antes, China atraviesa una caída importante de su actividad económica. En parte debido a una corrección que no podía aplazarse más en el tiempo, porque sus exportaciones no podían seguir creciendo de forma indefinida al ritmo que llevaban durante las últimas dos décadas. China necesita que crezca su mercado interno, que el consumo de sus familias tenga un papel importante en su futuro cercano. En esta complicada tarea se encuentra el gigante asiático y su reducción de las importaciones ha afectado directamente a países como Brasil.
Los cariocas llevan un año de pésimas noticias, tienen inestabilidad política con un gobierno en minoría parlamentaria y las manos atadas, sufren un severo bajón del consumo interno relacionado con un modelo que luce agotado, se han destapado importantísimos casos de corrupción en tramas que vinculaban a políticos de primer nivel con empresarios de elite (caso Petrobras) y los mercados internacionales les ha retirado la confianza ciega de otrora. La deuda soberana ha comenzado a crecer demasiado y las inversiones retroceden. Un cóctel explosivo que arrastra también a economías muy dependientes de Brasil como la argentina.
Por su parte, Europa sigue anclada en sus propias dinámicas, con el Reino Unido pendiente de un referendum que decidirá su adhesión futura a la UE, Alemania con fuertes signos de retroceso industrial y los países mediterráneos con un déficit todavía importante y la deuda soberana en máximos históricos. Por último, los conflictos armados experimentan un auge en Medio Oriente, donde las relaciones entre Arabia Saudita e Irán están más tensas que nunca. La guerra siria se eterniza y la amenaza terrorista del Dáesh es un lastre importante para Rusia, EEUU y Europa. De manera obvia, el frenazo económico también afectará a España.
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