Escribe Marcelo Espiñeira.
Hay muy pocas voces con la capacidad de llenar el vacío existente. Hablamos de aquellas que a través de un suave susurro, un tarareo o un grito desconsolado saben saltar las barreras de nuestra educación mezquina o directamente arrebartarnos el alma. Son también las que acarician con belleza y ternura toda palabra abrazada y las que expanden tanta música impregnada.
Hay muy pocas voces con la capacidad de llenar el vacío existente. Hablamos de aquellas que a través de un suave susurro, un tarareo o un grito desconsolado saben saltar las barreras de nuestra educación mezquina o directamente arrebartarnos el alma. Son también las que acarician con belleza y ternura toda palabra abrazada y las que expanden tanta música impregnada.
Su fino instrumento nos llamaba la atención desde sus tiempos en Las Migas, ese cuarteto femenino tan original que igual se sumergía en la copla, la habanera, el tango o el flamenco y salía bien parado con absoluta destreza. Un cálido cobijo que sin exigencias comerciales ni apuros excesivos permitió a esta inmensa cantante crecer y afianzarse como artista. Al tiempo que colaboraba con músicos de la talla de Chicuelo, Toti Soler o Duquende, Silvia se acercaba al inevitable inicio de una carrera solista. Una dirección que aceptó finalmente luego de la pérdida de su padre, a quién dedicó el magnífico 11 de novembre (2012), un punto de partida inmejorable para descubrirla también como compositora.
Semejante esfuerzo anímico fue compensado luego con la edición del esperado granada (2014) junto a Refree. El dúo a guitarra y voz atacó una bella colección de canciones ajenas para interpretar, para dejarse la piel en escena. Las nuevas audiencias también dijeron presente en una gira más que exitosa.
Continuaba así desparramándose el secreto mejor guardado, el del maravilloso encuentro entre esta joven de Palafrugell y la música de raíz. El del irresistible encanto de su voz y las canciones que se propusiera interpretar. Porque un año antes también tuvo tiempo para recibir un premio Goya por su colaboración con Chicuelo en la canción No te puedo encontrar para la película Blancanieves.
Su voz continuaba esparciendo brujería cuando el cineasta Eduard Cortés le propuso un inédito salto al vacío: interpretar y cantar en su próximo largometraje, un musical bautizado Cerca de tu casa. Con los malditos desahucios del comienzo de la crisis como telón de fondo y un personaje atravesado por la pena, la injusticia y la frustración que provoca perder el hogar a mano de los trileros profesionales.
La implicación de Silvia fue tal que todo acabó en un puñado de canciones que ahora compiten con los diamantes en su hermosura y la edición de un disco que la cantante -en su faceta compositora- ha titulado Domus y que nadie acaba de creerse por ser demasiado bello. Sin embargo, existe y puede oírse, aunque produzca adicción inmediata.
En el inicio, No hay tanto pan expresa en aparente simpleza la humillación con la que convivimos. Es indecente, gente sin casa y casa sin gente canta Pérez Cruz con magnífica voz de sirena de ultramar. Son cuarenta minutos intensos, como la emoción de los que luchan por evitar un destierro. La artista se ha puesto el traje y le sienta bien, su interpretación es sublime.
Quiero soñar que vuelo lejos, lejos de aquí suplica en la imprescindible De frente. Igual todo fluye de la mejor manera, con envidiable sutileza para superar el ultraje infame del desahucio. Si no duermes no podrás saber que hay dos soles y un mundo al revés susurra en Duérmete, la nana del final. Un arrullo necesario, refugio uterino, que en la voz de Silvia alcanza condición de magistral redención de todo vacío posible e indecente.
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