Escribe Marcelo Espiñeira.
Si alguna pequeña sorpresa nos dejaron los resultados electorales del 21D fue el ascenso meteórico de la candidata por Ciudadanos: Inés Arrimadas. Además de ser la más votada, su lista registró un crecimiento de más del 40% respecto a los comicios del 2015. Es decir que 367.189 nuevos votantes apoyaron a la jefa de la oposición en el Parlament, cuyo partido obtuvo 36 escaños.
El análisis del 21D supone que buena parte de esos 164.336 votos que perdió el Partido Popular fueron captados por C´s. Es decir, que la polarización del electorado fue capitalizada por Arrimadas y su imagen del cambio. El alto índice de participación ha hecho el resto, ya que resulta evidente que la joven candidata supo seducir a un electorado temeroso del avance del independentismo. Así, a doce años de su fundación, el partido que manifiesta haber nacido para frenar al nacionalismo catalán obtuvo su máximo rédito electoral convirtiéndose en la primera minoría del Parlament. Un privilegio insuficiente para investir a Arrimadas como presidenta de la Generalitat, ya que el bloque independentista difícilmente se lo permita. No obstante, el empuje recibido sitúa a la dirigente en una situación ideal para liderar el postindependentismo, un período iniciado con la aplicación del artículo 155 tras el exabrupto ilegal de la dirigencia soberanista que dejara a las instituciones catalanas expuestas a la pérdida del autogobierno.
La nueva legislatura acabará por despejar las dudas sobre cuál será el rol de una Arrimadas que aspira a presidir el Parlament. También hará falta algo de tiempo para dilucidar sus verdaderas intenciones políticas o si su crecimiento personal alcanza para aglutinar una nueva coalición constitucionalista que sepa negociar con el Estado un nuevo encaje para Catalunya. El estancamiento del PSC y Podem, y la desaparición del PPC han abierto el camino para Inés Arrimadas en 2018. Enseguida lo comprendió así Albert Rivera, que ni lerdo, ni perezoso, buscó escenificar el triunfo de su compañera como la antesala del suyo en España. Nada está dicho, porque el escenario catalán no se puede transpolar. No obstante, los roces entre Rajoy y Rivera se han intensificado tras el triunfo de Arrimadas. La competencia es feroz y no deja dormir a nadie tranquilo, ni siquiera al impasible presidente.
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