Escribe Lilian Rosales de Canals.
Cuando Charly García profirió el irreverente "saludos, Cocalombia" a su llegada a Bogotá en 2005, según la prensa del momento alborotó al nacionalismo light, abriendo una herida en la "gente bien" y las "señoras decentes" de la "Colombia es pasión" (campaña para vender la marca país). Desde ese instante pegatinas con la frase "hablar mal de Colombia es muy feo y de mal gusto" se reprodujeron en todos los baños dentro de una campaña de concientización espanta fantasmas. Lo cierto es que poco pudo hacer para ocultar la realidad. Charly, como de costumbre solo pretendía provocar y lo consiguió. Como reza el viejo refrán "el que se pica es porque ají come", tras aquella manifiesta incomodidad, había un doloroso e inconveniente reconocimiento: Colombia había sido por muchos años, y continuaba siendo a pesar de los esfuerzos por lavarse la cara y controlar el narcotráfico, la nación de la coca y del gusto por lo "narco", junto a México claro está.
El estigma al que ha dado lugar la presencia de los narcos en la historia de estos pueblos no es simple guasa. Superado el ámbito policial y delictivo, lo narco ha saltado como era de esperar al universo psicosocial, se ha incorporado y reciclado hasta instalarse en un proceso de resocialización inclusivo de todos los habitantes, desde líderes políticos hasta campesinos. Lo narco es entonces ese cumulo de referentes, pautas y abstracciones que orientan las conductas de colectivos cada vez más extensos, que desborda lo estrictamente vinculado con la actividad delictiva como tal. Reúne así aspectos utilitarios, estéticos, morales; una cosmovisión y una filosofía que edifica la nueva identidad de buena parte de los colombianos, mexicanos y latinoamericanos.
Este, el gran relato nacional, recuerda entonces -según afirma Martin Barbero- que "por vivir en Colombia se es hijo del narcotráfico y de su modo de pensar (billete mata cabeza), de su forma de hacer (justicia es lo que yo pueda comprar), de su gusto y estética (el exceso y el grotesco), de su machismo (beber, tirar y matar), de sus mujeres producidas (diablas y mamacitas), de sus políticos (ignorantes que obedecen), de su presidente (montar a caballo antes que leer)". Así se naturaliza en la tele la exuberancia de colores, formas, carnes y morales de nuestra realidad.
Sin tetas no hay paraíso (producción de Caracol) el producto estrella de este decenio, documenta que para ser exitosas en Colombia las mujeres han de usar silicona, estar dispuestas a ir a la cama a como dé lugar, "ser hembras". Una legitimación de la prostitución y el crimen como formas válidas para huir de la pobreza. Así, la marca Colombia queda asociada a la silicona como estética en la medida que lo narco habita como cultura. Las tetas de silicona, las prepago (putas finas) y la ética del billete negro están presentes en la televisión de Latinoamérica de los últimos tiempos. Sin tetas no hay farándula, ni modelos, ni actrices. Sin tetas no hay televisión, ni felicidad, no hay paraíso. Contagiada cada vez más la sociedad, en la ficción literaria, la producción musical y televisiva, el lenguaje de la creación, la arquitectura, el fútbol y la política, celebra los valores de lo narco. Mientras la prensa y la audiencia apenas si lo advierten…
Cuando Charly García profirió el irreverente "saludos, Cocalombia" a su llegada a Bogotá en 2005, según la prensa del momento alborotó al nacionalismo light, abriendo una herida en la "gente bien" y las "señoras decentes" de la "Colombia es pasión" (campaña para vender la marca país). Desde ese instante pegatinas con la frase "hablar mal de Colombia es muy feo y de mal gusto" se reprodujeron en todos los baños dentro de una campaña de concientización espanta fantasmas. Lo cierto es que poco pudo hacer para ocultar la realidad. Charly, como de costumbre solo pretendía provocar y lo consiguió. Como reza el viejo refrán "el que se pica es porque ají come", tras aquella manifiesta incomodidad, había un doloroso e inconveniente reconocimiento: Colombia había sido por muchos años, y continuaba siendo a pesar de los esfuerzos por lavarse la cara y controlar el narcotráfico, la nación de la coca y del gusto por lo "narco", junto a México claro está.
El estigma al que ha dado lugar la presencia de los narcos en la historia de estos pueblos no es simple guasa. Superado el ámbito policial y delictivo, lo narco ha saltado como era de esperar al universo psicosocial, se ha incorporado y reciclado hasta instalarse en un proceso de resocialización inclusivo de todos los habitantes, desde líderes políticos hasta campesinos. Lo narco es entonces ese cumulo de referentes, pautas y abstracciones que orientan las conductas de colectivos cada vez más extensos, que desborda lo estrictamente vinculado con la actividad delictiva como tal. Reúne así aspectos utilitarios, estéticos, morales; una cosmovisión y una filosofía que edifica la nueva identidad de buena parte de los colombianos, mexicanos y latinoamericanos.
Su estética ostentosa, expresiva y altamente emocional, la del melodrama y la grandilocuencia, está imbricada en la personalidad de estos pueblos. Se manifiesta en su lenguaje, su música, su televisión, y hasta en la arquitectura. Al recurrir a la promoción de símbolos de status que van desde autos de alta gama, sorprendentes viviendas y fincas, al vestuario llamativo y la música estridente, hunde sus raíces en el tuétano de la cultura popular capitalista. El billete (dinero), las armas y las mujeres hermosas de largas uñas acrílicas y prótesis de silicona, son más que un símbolo, el fin último de muchos esfuerzos.
Su ética es la del rápido triunfo y el exceso. Profesa una moral católica que perdona, pero también sindica y venga, en justificación ante la amenazante pobreza. Su justicia está regida por el "ojo por ojo".
Despreciada por las élites y los autodenominados ilustrados, esta cultura nacida de entre las comunidades desposeídas asomadas a la modernidad, va permeando clases y sectores diversos.
Quienes la legitiman
Mientras los gobiernos colombiano y mexicano invierten millones de dólares en la lucha contra el narcotráfico, éste paradójicamente legitima su sistema de valores, trascendiendo las fronteras de ambas naciones hasta convertirse en denominador común del continente en lo que se ha decidido llamar la narcocultura.
Los territorios ganados sobrepasan las portadas de la prensa que dan fe de operativos por parte de las fuerzas de seguridad y también de los cruentos desmanes cometidos por los carteles enfrentados. Esos espacios conquistados nos hablan de nuevos escenarios donde su música, su literatura y su televisión legitiman valores propios, costumbres, creencias y estética, mientras aparentemente solo "retratan" aquella realidad. Quiero pensar que algunos de los autores en cumplimiento del deber artístico no advierten su contribución a la instauración de las nuevas estructuras mentales, las mismas que han llegado a secuestrar la consciencia colectiva en una paradójica fascinación.
La naturalización de la narcocultura se ha beneficiado de la implicación de deportistas, modelos, reinas de belleza y músicos en el negocio. Sin reservar la exclusividad a estos colectivos, legisladores y políticos untados con las mieles del poder de los carteles han otorgado su aporte. Juntos rediseñan el nuevo esquema de valores y revisten execrables rasgos delictivos con el halo de talento, popularidad y orgullo necesarios para vaciar de contenido peyorativo al término narco, otrora impensable.
Dimensión mágico-religiosa
Para el ensayista argentino Guadi Calvo (autor de "La Sicaresca como una de las bellas artes"), esta verdadera cultura de la muerte (del sicario) generó ritos propios inspirados en tradiciones campesinas y superchería. En la llamada "rezada", cada mañana hierven las balas en agua bendita para luego cargar el arma, y ofrecerle alguna a la imagen de la Virgen, encendiendo una vela y susurrando la oración del Santo Juez que los protege de sus enemigos. "Estos muchachos agradecen a la virgen haber quebrado al man tan solo de un tirito" escribe Calvo. "Su cuerpo lo acorazan con escapularios en los lugares sensibles del sicario, el corazón que siente, el brazo que dispara, el pie que corre y se apoya en la moto".
El universo de valores narco implica una tradición mágico-religiosa que incorpora deidades provenientes de la arraigada tradición católica y evangélica latinoamericana a un sincretismo extendido que da lugar a figuras propias, como el santo patrono Jesús Malverde, "el ángel de los pobres". Un legendario bandido originario de Culiacán y cuyo culto se ha multiplicado por toda Sinaloa, Tijuana, Chihuahua hasta llegar a Colombia y Los Ángeles poblando de capillas el territorio narco donde le rinden culto a golpe de tambor.
Ceremonia de entierro de un narco mexicano. |
Temible benefactor
Como el capo de la mafia italiana, el narco ya no es percibido como "bandido". Alcanza un estatus de negociador y hasta de héroe. Los latinoamericanos lanzados en un mundo cada vez más hostil ven en el lujo que le rodea y en la impunidad que le salvaguarda, una alternativa efectiva y viable a la amenaza de la pobreza siempre atenta.
Estos héroes se trastocan con los otrora antihéroes. Escobar, el patrón del mal (serie de TV) es entonces un boom! Elevado el dinero por encima de toda moral, los narcotraficantes y sus cómplices que han adquirido gran poder (incluso en el ámbito político), llegan a convertirse en ídolos de una sociedad escasa de éxitos. Crean moda, encarnan hazañas y mueven hilos. Como un temido Robin Hood de nuestro siglo, en medio de los pueblos deprimidos que les han visto nacer, los narcos retribuyen a sus comunidades con donaciones, construcción de capillas religiosas y obras sociales en clara muestra de un tutelaje, a caballo entre el control y la generosidad.
Sin embargo, al tiempo que se aproximan al común de la gente mediante una cuidada imagen de benefactores, cultivan un preventivo distanciamiento basado en el falso respeto que más bien se traduce en un profundo temor fundado. Sometidas a la coacción y en medio de una probada corrupción judicial, las comunidades son abandonadas a la impotencia y al miedo. Mientras la brutalidad de sus crímenes resulta aleccionadora, el icónico personaje que encarna el triunfo y que ilusoriamente parece escapar de aquella cultura de la pobreza, contribuye a conservar los resortes de la miseria, muy a pesar de los símbolos de estatus que le rodean. Su lucrativo y próspero negocio, resulta un poderoso imán para los jóvenes que sueñan con escapar de su penuria de forma vertiginosa, emocionante y "fácil", alternativa a una vida condenada al sacrificio y al esfuerzo.
Narcoliteratura, dos perspectivas
La narcoliteratura al retratar esta realidad ha supuesto la introducción de relatos plagados de truculencia, exceso y admiración hacia sus figuras protagonistas. Sicario y capo están en el centro de estas historias.
Tanto el capo como el sicario, son figuras capaces de despertar sentimientos ambivalentes. A un desprecio que ronda el pánico, le sigue la identificación positiva y la empatía por parte del lector. Como sucede con el personaje de Tony Soprano en la destacada serie norteamericana de la mafia Los Soprano, el ensayista colombiano, William Ospina, describe una singular sentimentalidad entorno a estas figuras: "vemos a estos jóvenes matar y morir en una danza impulsiva, irreflexiva, carente de sentido, y no conseguimos odiarlos, porque nos parece que se matan con la misma inocencia con la que se abandonan al amor o la música".
La narcoliteratura engloba dos perspectivas. La de una estética joven en la épica del éxito rápido y la muerte prematura del sicario para quien la vida es un soplido, y la correspondiente a la expresión de "los patrones", "los amos". Una vista desde arriba, otra desde abajo del propio fenómeno social. Ambas hurgando en las entrañas.
La narrativa colombiana tiende a representar los personajes secundarios del narcotráfico (sicario, mula, chica prepago) para mostrar así el deterioro de las estructuras sociales. Insisten sus autores que "desde abajo se ve mejor". Los novelistas mexicanos se posicionan desde arriba, en el centro del poder, su figura central es "el capo" y las narraciones no precisan de la descripción global del fenómeno. Los personajes ficticios conducen la trama, controlan el relato desde adentro, donde el trasfondo es el narcotráfico para permitir desarrollar un espectro narrativo rico que bebe de los clásicos, de la novela negra y la tragedia. Es una narrativa inteligente, más ficción y menos documental para algunos críticos.
Mientras que la figura del capo remite a la opulencia y el poder, la figura del sicario nos acerca a la perspectiva "de la vida como un soplido", la filosofía de la instantaneidad y la religiosidad. Sicario es el joven cuya existencia corta, intensa, boyante de adrenalina es enteramente puesta al servicio de matar por encargo, para dejarle algo a su madre quien le sobrevive. Un héroe efímero cuyo tránsito acelerado hace de su vida un vértigo absoluto. Señala Omar Rincón en un artículo para la Revista Nueva Sociedad (Narco.estética y narco.cultura en Narco.lombia): un sicario "mata por trabajo, reza a la virgen, adora a su mamá, tiene novia pura y amante hembra" Sicario es quien afirma que "madre solo hay una porque padre puede ser cualquier hijueputa". La fusión Madre-Virgen es sagrada para el sicario, sinónimo de amor, entrega y adversidad ante la ausencia del padre.
A partir de este universo, mezcla de liturgia y gatillo, se construyen más de una docena de novelas y textos colombianos entre los que destacan: No nacimos pa' semilla (Alonso Salazar, 1990), El pelaíto que no duró nada (Víctor Gaviria, 1991), La virgen de los sicarios (Fernando Vallejo 1994) y Rosario Tijeras (Jorge Franco Ramos 1999).
Mientras, en México estas formas extremas de violencia también dieron impulso a una nueva forma de abordar el texto literario, gracias a la inagotable fuente de tramas y personajes. Según el crítico azteca Federico Campbell, el autor Elmer Mendoza es "el primer narrador que logra una verdadera causa de los efectos del tráfico de drogas en México". Entres sus obras destacan: Balas de plata (2007), Cóbraselo caro (2005) y El efecto tequila (2004); Arturo Pérez-Reverte ha dicho sobre Mendoza que ha sido su maestro y asegura que "La Reina del Sur" (2002) nació de las tabernas, el narcocorrido, la música y la influencia de sus novelas.
Para el autor polaco Ryszard Kapuscinski (1932-2007) no basta con leer los diarios y las noticias para comprender a un país. Hay que ir a los novelistas e incluso, a los poetas jóvenes. Es posible que la narcoliteratura sea nuestro más preciado recurso para la interpretación de este fenómeno.
Desde tu pantalla
Pero, en palabras de Jesús Martín Barbero, Colombia está mejor contada en sus telenovelas que en sus noticieros. Para el filósofo y antropólogo son el modelo narrativo por excelencia a fin de comprender la política latinoamericana. Son la esfera pública para pensarse como sociedad y el producto cultural más exportado que refleja fielmente esos pueblos de enorme energía, arrastrando desesperanzas, negados a sucumbir y aferrados al poder como única balsa de salvamento. El tono y estilo empleado en estas producciones revela explícitamente que "hay que salir adelante cueste lo que cueste y no precisamente con el esfuerzo diario". Y es en estos relatos donde encontramos reunidos aspectos definitorios de la narcocultura, presentes en el día a día de la sociedad colombiana y por extensión, de la latinoamericana: corrupción y venganza, tetas y armas, y en medio un dilema: traficar coca, ser guerrillero, hacerse paraco (paramilitar) o estar en el gobierno. Temas que se manifiestan en producciones como Pasión de gavilanes, Sin tetas no hay paraíso, Los protegidos, El cartel, La guaca, Inversiones ABC y Las Muñecas de la Mafia (basada en la novela "Las Fantásticas" de Andrés López López y Juan Camilo Ferrand) son espejo de una realidad innegable sí, pero contribución al fatalista destino, inevitable, desgraciado e irrenunciable, donde queda asumido que todo colombiano lleva un narco en su interior. Ya Ignacio Martín Baró había señalado que el fatalismo es en Latinoamérica una forma de posicionarse ante la vida, denominador común que lo obliga a someterse a la suerte prescrita, le empuja al conformismo y a la resignación.
Este, el gran relato nacional, recuerda entonces -según afirma Martin Barbero- que "por vivir en Colombia se es hijo del narcotráfico y de su modo de pensar (billete mata cabeza), de su forma de hacer (justicia es lo que yo pueda comprar), de su gusto y estética (el exceso y el grotesco), de su machismo (beber, tirar y matar), de sus mujeres producidas (diablas y mamacitas), de sus políticos (ignorantes que obedecen), de su presidente (montar a caballo antes que leer)". Así se naturaliza en la tele la exuberancia de colores, formas, carnes y morales de nuestra realidad.
Sin tetas no hay paraíso (producción de Caracol) el producto estrella de este decenio, documenta que para ser exitosas en Colombia las mujeres han de usar silicona, estar dispuestas a ir a la cama a como dé lugar, "ser hembras". Una legitimación de la prostitución y el crimen como formas válidas para huir de la pobreza. Así, la marca Colombia queda asociada a la silicona como estética en la medida que lo narco habita como cultura. Las tetas de silicona, las prepago (putas finas) y la ética del billete negro están presentes en la televisión de Latinoamérica de los últimos tiempos. Sin tetas no hay farándula, ni modelos, ni actrices. Sin tetas no hay televisión, ni felicidad, no hay paraíso. Contagiada cada vez más la sociedad, en la ficción literaria, la producción musical y televisiva, el lenguaje de la creación, la arquitectura, el fútbol y la política, celebra los valores de lo narco. Mientras la prensa y la audiencia apenas si lo advierten…
Las narconovelas de la televisión aseguran que esta estética que reviste la nueva cultura llegue a cada rincón del continente y traspase el Atlántico acaparando audiencias y normalizando una violencia estructural donde la superación y el revanchismo social, son argumento moral para justificar masacres y ajustes de cuenta. Pero el cine también la ha hecho suya para mostrar esta paradoja social, con las producciones Sumas y restas de Víctor Gaviria (2005), las adaptaciones de Rosario Tijeras dirigida por Emilio Maillé (2005) y La virgen de los sicarios por Barbet Schroeder (1999) y la mexicana, Miss bala de Gerardo Narajo (2011), entre muchos otros títulos.
Narcosonido
Para los colombianos la ranchera mexicana es ya parte de su cultura. En su acepción original que canta al amor y al dolor, es conocida como la música del despecho. Pero cuando trata del narcotráfico es "un corrido prohibido". El producto de la mezcla entre corrido norteño mexicano, ranchera y cumbia es un territorio simbólico común a ambas naciones: el relato del narcotráfico colombiano y mexicano que rinde culto al héroe altanero y prepotente mientras conserva los viejos temas del desafío, la ilegalidad y la traición de una mujer bonita. La estética colmex (Colombia-México) reúne lo popular, lo narco, lo gringo, lo mexicano y lo colombiano con el exceso del Caribe y canta, alentado por la congénita frustración social, a la insaciable sed de venganza, al destino trágico de ser hijos de la injusticia y la pobreza; a la culpa de los EEUU y a la hazañas de valientes que burlando a las autoridades, hacen mucha "plata" para comprar buena vida, mujeres y excesos.
Los llamados corridos prohibidos hoy han perdido su carácter clandestino y "Los cocodrilos" se canta a todo pulmón en cualquier barra de un bar.
La otra conquista
Las narconaciones cada vez tienen menos vergüenza de ser como son y sus valores conforman una diáspora indetenible. Negarlo sería un grave error. La narcocultura no indigna a ninguno y apenas se percibe la naturalización que experimenta. Aunque cante a la violencia no evidencia trasgresión formal de ningún fundamento del Estado (escudada en las propias libertades individuales) y a pesar de que congregue elementos morales excluyentes, reacomoda hasta los valores religiosos latinoamericanos en su beneficio.
El narcotráfico ha entrado con todo a la cultura Latinoaméricana, mientras abre de par en par la puerta a aquellos hombres y mujeres que, lejos de estar inmiscuidos en su mundo, visten, se comportan e imitan el estilo. Pese a esta realidad constatable, la elite de "los bien educados" y "guardianes de los principios morales", se empeña en negar su propagación asegurando que el narcosistema de valores está circunscrito al rancho (chabola) y los territorios en conflicto. Nada más incierto. Cada noche la narcocultura entra fanfarrona a las casas por la televisión o por la radio, las revistas del corazón o mediante el twitter de modelos y famosillas. ¿Qué repercusiones podría tener tal evasión?
Esta es la guerra que no se puede combatir de manera efectiva con el exclusivo uso de las armas. Detrás de la alarmante cifra de homicidios violentos que registra América Latina en la actualidad y que constituyen el 20 % del total mundial (BID 2013), se ha declarado otra guerra en el terreno simbólico, la proteica narcocultura conquista el espacio cultural. Si se le quiere ganar al narcotráfico, la verdadera batalla habrá de librarse en la esfera del pensamiento mediante la conquista de las aspiraciones de sus ciudadanos.
Que asco de programa humoristico (video penultimo)...cual es el pais que acepta tal lenguaje de bajo nivel?
ResponderEliminarperu....
EliminarNo se llaman "corridos prohibidos".. Acá en México son simplemente narcocorridos.
ResponderEliminarUna muy interesante aproximación al tema del narco hecha en el extremo sur.
Saludos a los hermanos Argentinos!