Una investigación
de Marcelo Espiñeira.
La importancia de la industria militar en EEUU está fuera de toda discusión. Sólo para que tengamos una idea aproximada al respecto, el presupuesto de 2013 aplicado en Defensa por el gobierno norteamericano ascendió a los 495.264 millones de euros, igual al 3,8% del PIB de esta superpotencia. Para orientarnos sobre lo que esto significa, el presupuesto español actual está en el 0,9% del PIB, aunque recientemente el gobierno de Rajoy se haya comprometido ante la OTAN a incrementarlo hasta el 2% en el plazo de una década. Así y todo, los 6.500 millones de euros gastados por España (2013) son incomparables con la inversión estadounidense.
Para situarnos en contexto, deberemos aclarar que la opinión pública americana suele asimilar sin demasiados complejos el protagonismo del elevado gasto militar entre sus egresos, sin embargo el dilatado proyecto del avión caza supersónico F-35 parece haber traspasado la línea roja del despilfarro, alterando la percepción de propios y extraños.
El proyecto de desarrollo de este aparato de quinta generación fue iniciado en 1993 cuando el Ministerio de Defensa decidió que reemplazaría gran parte de su flota de aviones por un modelo de última tecnología capaz de cubrir todas las funciones que estaban repartidas entre diferentes modelos de miles de aeronaves ya obsoletas. El desafío era grande y dos empresas privadas superaron el filtro inicial del concurso público. De inmediato, Boeing y Lockheed Martin acabaron compitiendo por imponer las virtudes de sus prototipos. Así, cada fabricante recibió 750 millones de dólares del Estado en 1996 para poder financiar sus invenciones y también para que el perdedor no cayera en bancarrota. En octubre de 2001, el Lockheed Martin X-35 ganó la pulseada y oficialmente se quedó en sus manos con el proyecto de fabricación más ambicioso en toda la historia de la aviación americana. Es importante agregar que en el mismo también han intervenido, a diferentes niveles de implicación, el Reino Unido y otros 8 países más (Australia, Canadá, Dinamarca, Francia, Italia, Holanda, Noruega y Turquía). Siendo Gran Bretaña el socio más importante de EEUU, corrió a su cuenta con aproximadamente un 10% de los gastos totales.
En 2006, el F-35 despegó por primera vez de tierra, inaugurando así lo que el paso del tiempo convertiría en un verdadero martirio de pruebas que siempre han resultado insuficientes para aprobar un diseño definitivo que permita la fabricación en serie del sofisticado aparato militar. Como era de esperar tras las innumerables prórrogas sufridas por el proyecto, la irritación de las autoridades del Pentágono acabó por aflorar. Este malestar se filtró en los medios de prensa y se acentuó al trascender la noticia de los 400.000 millones de dólares gastados en trece años de desarrollo acumulados por el fabricante Lockheed Martin. El debate se extendió como un reguero de pólvora y muchos han cuestionado públicamente si vale la pena continuar inyectando dinero en un modelo interminable que nunca irá a despegar. Como guindilla de un postre envenenado, en julio pasado se incendió en el aire un motor del último prototipo en pruebas, sin que se establecieran todavía las causas del fallo. Lo único positivo del caso es que el experimentado piloto consiguió aterrizar la nave en llamas, sin que se produjera la pérdida de vidas humanas. No obstante este último episodio, las complicaciones para el F-35 se multiplican también fuera de EEUU. La mala economía de los socios europeos, aunque se trate de participaciones menores, condiciona la continuidad del costoso proyecto. El caso italiano ha estallado en la opinión pública de manera muy virulenta. El elevado precio de los contratos asumidos por el gobierno itálico en la fabricación y la posterior adquisición de 90 unidades asciende hasta los 14.000 millones de euros. Una cifra inexplicable para un gobierno que lleva adelante un severo plan de recortes en el gasto público y una ciudadanía que no vislumbra la salida de la crisis en el horizonte. Muchísimos italianos creen que ese dinero podría utilizarse en partidas sociales consideradas más urgentes que la compra de estos aviones. El tema también se ha colado en Escocia, porque los nacionalistas se han mostrado reacios a continuar sosteniendo el que consideran un exorbitante gasto militar británico.
de Marcelo Espiñeira.
La importancia de la industria militar en EEUU está fuera de toda discusión. Sólo para que tengamos una idea aproximada al respecto, el presupuesto de 2013 aplicado en Defensa por el gobierno norteamericano ascendió a los 495.264 millones de euros, igual al 3,8% del PIB de esta superpotencia. Para orientarnos sobre lo que esto significa, el presupuesto español actual está en el 0,9% del PIB, aunque recientemente el gobierno de Rajoy se haya comprometido ante la OTAN a incrementarlo hasta el 2% en el plazo de una década. Así y todo, los 6.500 millones de euros gastados por España (2013) son incomparables con la inversión estadounidense.
Para situarnos en contexto, deberemos aclarar que la opinión pública americana suele asimilar sin demasiados complejos el protagonismo del elevado gasto militar entre sus egresos, sin embargo el dilatado proyecto del avión caza supersónico F-35 parece haber traspasado la línea roja del despilfarro, alterando la percepción de propios y extraños.
El proyecto de desarrollo de este aparato de quinta generación fue iniciado en 1993 cuando el Ministerio de Defensa decidió que reemplazaría gran parte de su flota de aviones por un modelo de última tecnología capaz de cubrir todas las funciones que estaban repartidas entre diferentes modelos de miles de aeronaves ya obsoletas. El desafío era grande y dos empresas privadas superaron el filtro inicial del concurso público. De inmediato, Boeing y Lockheed Martin acabaron compitiendo por imponer las virtudes de sus prototipos. Así, cada fabricante recibió 750 millones de dólares del Estado en 1996 para poder financiar sus invenciones y también para que el perdedor no cayera en bancarrota. En octubre de 2001, el Lockheed Martin X-35 ganó la pulseada y oficialmente se quedó en sus manos con el proyecto de fabricación más ambicioso en toda la historia de la aviación americana. Es importante agregar que en el mismo también han intervenido, a diferentes niveles de implicación, el Reino Unido y otros 8 países más (Australia, Canadá, Dinamarca, Francia, Italia, Holanda, Noruega y Turquía). Siendo Gran Bretaña el socio más importante de EEUU, corrió a su cuenta con aproximadamente un 10% de los gastos totales.
En 2006, el F-35 despegó por primera vez de tierra, inaugurando así lo que el paso del tiempo convertiría en un verdadero martirio de pruebas que siempre han resultado insuficientes para aprobar un diseño definitivo que permita la fabricación en serie del sofisticado aparato militar. Como era de esperar tras las innumerables prórrogas sufridas por el proyecto, la irritación de las autoridades del Pentágono acabó por aflorar. Este malestar se filtró en los medios de prensa y se acentuó al trascender la noticia de los 400.000 millones de dólares gastados en trece años de desarrollo acumulados por el fabricante Lockheed Martin. El debate se extendió como un reguero de pólvora y muchos han cuestionado públicamente si vale la pena continuar inyectando dinero en un modelo interminable que nunca irá a despegar. Como guindilla de un postre envenenado, en julio pasado se incendió en el aire un motor del último prototipo en pruebas, sin que se establecieran todavía las causas del fallo. Lo único positivo del caso es que el experimentado piloto consiguió aterrizar la nave en llamas, sin que se produjera la pérdida de vidas humanas. No obstante este último episodio, las complicaciones para el F-35 se multiplican también fuera de EEUU. La mala economía de los socios europeos, aunque se trate de participaciones menores, condiciona la continuidad del costoso proyecto. El caso italiano ha estallado en la opinión pública de manera muy virulenta. El elevado precio de los contratos asumidos por el gobierno itálico en la fabricación y la posterior adquisición de 90 unidades asciende hasta los 14.000 millones de euros. Una cifra inexplicable para un gobierno que lleva adelante un severo plan de recortes en el gasto público y una ciudadanía que no vislumbra la salida de la crisis en el horizonte. Muchísimos italianos creen que ese dinero podría utilizarse en partidas sociales consideradas más urgentes que la compra de estos aviones. El tema también se ha colado en Escocia, porque los nacionalistas se han mostrado reacios a continuar sosteniendo el que consideran un exorbitante gasto militar británico.
En condiciones normales, en EEUU nadie suspendería proyecto militar alguno. La doctrina de la defensa está tan aceptada en la sociedad estadounidense que únicamente un error de tan grueso calibre como el abultado presupuesto del F-35 consiguiría torcer esta idea. Este avión impagable parece haber superado toda previsión posible del fracaso que tuviera el Pentagono en 2001. Sus defensores argumentan que el F-35 ha generado 32.500 empleos sólo en EEUU y que la economía de varias regiones dependen del éxito final del proyecto.
Es posible que así fuera, pero cómo hacer para no imaginarnos a esos 32.500 trabajadores empleados en alguna otra industria que tuviera un compromiso más sólido con el futuro de la humanidad? Difícil, verdad?
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