Una crítica de Marcelo Espiñeira.
Constantemente comparados con los clásicos o los eternos consagrados, los tejanos de Spoon han debido acumular una suculenta cantidad de ediciones brillantes para finalmente ser tenidos en cuenta por su propia valía. Curioso o no tanto, ya que la prensa musical acarrea entre sus notorios pecados con la manía de encasillar a todo músico que ande por allí. Veinte años después del debut, todo es diferente. Ahora, la industria aguarda con ansias cualquier edición de Spoon. Y con “They want my soul” la paciente espera de 4 años ha tenido sus frutos.
Con el antecedente inmediato de “Transference” (2010) y la nutriente experiencia de Britt Daniel en Divine Fits (2012), el nuevo registro abría expectativas contrapuestas. ¿Se reciclaría Spoon en una dirección más cercana al pop experimental o mantendría su raigambre rock ante todo? El riff stoniano de “Rent I pay” zanjó la cuestión en un milisegundo. El grupo asimiló lo mejor del experimento de su líder y fijó sus virtudes en un disco que los confirma potentes y elegantes, sin estridencias.
El disco encaja como un perfecto puzzle, merece oirse en el orden original, es aconsejable. Destaca por su enorme consistencia, por sus pasajes profundamente originales y por su inmensa coherencia. Abre espacios inexplorados, como en la exótica “Inside out”, retiene la mejor base de bajo y batería posible en “Rainy taxi” o “They want my soul”, imprime a fuego una melodía soul en el superhit “Do you”, regala guitarrazos inolvidables en “Knock, knock, knock”, o teclados setentosos en “Outlier”, se viste de Lennon en “Just dont understand”, vuelve al más puro Spoon en el suspense de “Let me be mine” y se despide bailando con el “New York kiss”.
Sin olvidar jamás de donde han venido, los Spoon avanzan sin temor hacia otro disco trascendente.
Constantemente comparados con los clásicos o los eternos consagrados, los tejanos de Spoon han debido acumular una suculenta cantidad de ediciones brillantes para finalmente ser tenidos en cuenta por su propia valía. Curioso o no tanto, ya que la prensa musical acarrea entre sus notorios pecados con la manía de encasillar a todo músico que ande por allí. Veinte años después del debut, todo es diferente. Ahora, la industria aguarda con ansias cualquier edición de Spoon. Y con “They want my soul” la paciente espera de 4 años ha tenido sus frutos.
Con el antecedente inmediato de “Transference” (2010) y la nutriente experiencia de Britt Daniel en Divine Fits (2012), el nuevo registro abría expectativas contrapuestas. ¿Se reciclaría Spoon en una dirección más cercana al pop experimental o mantendría su raigambre rock ante todo? El riff stoniano de “Rent I pay” zanjó la cuestión en un milisegundo. El grupo asimiló lo mejor del experimento de su líder y fijó sus virtudes en un disco que los confirma potentes y elegantes, sin estridencias.
El disco encaja como un perfecto puzzle, merece oirse en el orden original, es aconsejable. Destaca por su enorme consistencia, por sus pasajes profundamente originales y por su inmensa coherencia. Abre espacios inexplorados, como en la exótica “Inside out”, retiene la mejor base de bajo y batería posible en “Rainy taxi” o “They want my soul”, imprime a fuego una melodía soul en el superhit “Do you”, regala guitarrazos inolvidables en “Knock, knock, knock”, o teclados setentosos en “Outlier”, se viste de Lennon en “Just dont understand”, vuelve al más puro Spoon en el suspense de “Let me be mine” y se despide bailando con el “New York kiss”.
Sin olvidar jamás de donde han venido, los Spoon avanzan sin temor hacia otro disco trascendente.
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