Escribe Marcelo Espiñeira.
En primera instancia parece mentira que la misma marca que había fabricado el modelo de coche más exitoso de la historia haya podido defraudarnos de una manera tan bochornosa. El recuerdo colectivo del viejo y fiable escarabajo Wolkswagen, con el record de 30 millones de unidades vendidas en todo el mundo, se desdibuja en el presente con un fraude industrial que no sólo nos engaña a todos sino que también contamina y en definitiva nos mata a través de la polución ambiental. Un hecho de extrema gravedad si tomamos en cuenta que la Organización Mundial de la Salud estima que en 2012, alrededor de 7 millones de personas murieron como resultado de la exposición a la contaminación del aire (una de cada 8 del total de muertes en el mundo en un año).
Si nos fijáramos en la técnica de ensayo y error que rige generalmente la dinámica de los avances tecnológicos hasta alcanzar su consolidación, podríamos comprender perfectamente que una compañía que fabrica automóviles pudiera tener un fallo leve o grave en uno o varios de sus modelos. Esto no es lo deseable porque además deben pagar por estos errores. Sin embargo, este no es un descargo aplicable al reciente caso de la adulteración informática del rendimiento de los motores EA189 diseñados por el gigante industrial alemán Wolkswagen.
Bien es sabido que las normativas europeas y norteamericanas no son iguales en muchos aspectos, y en particular si nos referimos a las relativas a los motores diesel pues resulta que tampoco. En EEUU las leyes que regulan la emisión de gases provenientes de los medios de locomoción fueron ajustadas durante los últimos años. Todo esto en el marco de las políticas adoptadas por la Administración Obama que busca de una manera u otra reducir la fuerte contaminación provocada por la superpotencia industrial. Sabemos que la cuestión del calentamiento global entró de lleno en la agenda de la política americana a partir de acontecimientos evidentes como la devastación causada por el huracán Katrina en 2005. Con un costo en vidas humanas y daños materiales altísimo, este acontecimiento desgraciado sirvió para virar muchas conciencias acerca del rol que el consumo desaforado de la sociedad estadounidense estaría provocando directamente en la salud de nuestro planeta.
Aunque el cambio todavía ni se acerque al que debería producirse, porque EEUU continúa siendo un gran contaminador, el rumbo parece haber comenzado a corregirse. Una tendencia positiva que en diciembre próximo, debería sellarse con un compromiso firme del gobierno de esta nación en la Conferencia Mundial de Paris sobre el Cambio Climático, COP21. Una reunión clave en la que se preve que Occidente intente poner ciertos límites al aumento de la contaminación originada por el desarrollo chino.
Pero más allá de las constantes disputas mantenidas entre las grandes potencias mundiales, la cuestión es que la existencia de una legislación más estricta en los EEUU en cuanto a los límites de contaminación ambiental se erigió como el gran obstáculo para el asalto al primer mercado mundial fuera de Europa que planeaba Wolkswagen. Por el contrario, el triunfo experimentando por la marca desde los años 90 en el mercado europeo, donde es líder absoluto con el 25% sobre las ventas totales, se había consolidado definitavemente desde el inicio de la crisis en 2008. No olvidemos que el conglomerado alemán reúne la titularidad sobre marcas destacadas como Porsche, Audi, Seat, Bugatti, Bentley, Lamborghini, Sköda, Scania, MAN y Ducati. Este grupo, con la marca Wolkswagen como estandarte, es el tercer fabricante mundial de coches, con 45 factorías distribuidas en 20 países distintos.
Esta multinacional poderosísima basó su éxito europeo en la venta de una gama de motores diesel publicitados como potentes y ecológicos al mismo tiempo. Nada mejor que reducir las emisiones de CO2 pudiendo conducir un coche de prestaciones deportivas, pensaríamos la mayoría. Es importante saber que el motor diesel representa tan solo el 2% del parque automotor norteamericano, pero en cambio alcanza hasta el 53% del europeo, y el 67% del español. Es decir, que mientras la industria alemana inundaba el mercado europeo con sus motores diesel sin toparse con inconvenientes legales, en EEUU debía presentarse con alguna táctica diferente si pretendía superar con éxito las diferencias normativas.
En primera instancia parece mentira que la misma marca que había fabricado el modelo de coche más exitoso de la historia haya podido defraudarnos de una manera tan bochornosa. El recuerdo colectivo del viejo y fiable escarabajo Wolkswagen, con el record de 30 millones de unidades vendidas en todo el mundo, se desdibuja en el presente con un fraude industrial que no sólo nos engaña a todos sino que también contamina y en definitiva nos mata a través de la polución ambiental. Un hecho de extrema gravedad si tomamos en cuenta que la Organización Mundial de la Salud estima que en 2012, alrededor de 7 millones de personas murieron como resultado de la exposición a la contaminación del aire (una de cada 8 del total de muertes en el mundo en un año).
Si nos fijáramos en la técnica de ensayo y error que rige generalmente la dinámica de los avances tecnológicos hasta alcanzar su consolidación, podríamos comprender perfectamente que una compañía que fabrica automóviles pudiera tener un fallo leve o grave en uno o varios de sus modelos. Esto no es lo deseable porque además deben pagar por estos errores. Sin embargo, este no es un descargo aplicable al reciente caso de la adulteración informática del rendimiento de los motores EA189 diseñados por el gigante industrial alemán Wolkswagen.
Bien es sabido que las normativas europeas y norteamericanas no son iguales en muchos aspectos, y en particular si nos referimos a las relativas a los motores diesel pues resulta que tampoco. En EEUU las leyes que regulan la emisión de gases provenientes de los medios de locomoción fueron ajustadas durante los últimos años. Todo esto en el marco de las políticas adoptadas por la Administración Obama que busca de una manera u otra reducir la fuerte contaminación provocada por la superpotencia industrial. Sabemos que la cuestión del calentamiento global entró de lleno en la agenda de la política americana a partir de acontecimientos evidentes como la devastación causada por el huracán Katrina en 2005. Con un costo en vidas humanas y daños materiales altísimo, este acontecimiento desgraciado sirvió para virar muchas conciencias acerca del rol que el consumo desaforado de la sociedad estadounidense estaría provocando directamente en la salud de nuestro planeta.
Aunque el cambio todavía ni se acerque al que debería producirse, porque EEUU continúa siendo un gran contaminador, el rumbo parece haber comenzado a corregirse. Una tendencia positiva que en diciembre próximo, debería sellarse con un compromiso firme del gobierno de esta nación en la Conferencia Mundial de Paris sobre el Cambio Climático, COP21. Una reunión clave en la que se preve que Occidente intente poner ciertos límites al aumento de la contaminación originada por el desarrollo chino.
Pero más allá de las constantes disputas mantenidas entre las grandes potencias mundiales, la cuestión es que la existencia de una legislación más estricta en los EEUU en cuanto a los límites de contaminación ambiental se erigió como el gran obstáculo para el asalto al primer mercado mundial fuera de Europa que planeaba Wolkswagen. Por el contrario, el triunfo experimentando por la marca desde los años 90 en el mercado europeo, donde es líder absoluto con el 25% sobre las ventas totales, se había consolidado definitavemente desde el inicio de la crisis en 2008. No olvidemos que el conglomerado alemán reúne la titularidad sobre marcas destacadas como Porsche, Audi, Seat, Bugatti, Bentley, Lamborghini, Sköda, Scania, MAN y Ducati. Este grupo, con la marca Wolkswagen como estandarte, es el tercer fabricante mundial de coches, con 45 factorías distribuidas en 20 países distintos.
Esta multinacional poderosísima basó su éxito europeo en la venta de una gama de motores diesel publicitados como potentes y ecológicos al mismo tiempo. Nada mejor que reducir las emisiones de CO2 pudiendo conducir un coche de prestaciones deportivas, pensaríamos la mayoría. Es importante saber que el motor diesel representa tan solo el 2% del parque automotor norteamericano, pero en cambio alcanza hasta el 53% del europeo, y el 67% del español. Es decir, que mientras la industria alemana inundaba el mercado europeo con sus motores diesel sin toparse con inconvenientes legales, en EEUU debía presentarse con alguna táctica diferente si pretendía superar con éxito las diferencias normativas.
¿El liderazgo político
alemán ha creado las
condiciones idóneas
para que sus productos
monopolicen el mercado
a cualquier precio,
incluso saltándose
la ley vigente?
Ahora, tras el escándalo entendemos como algo evidente que Wolkswagen supiese que sus motores no estaban en condiciones de competir eficientemente en el mercado americano. Al mismo tiempo, los laxos controles efectuados por las instituciones europeas salvaban a la compañía de sincerar los valores de emisión de gases de sus automóviles, que en realidad eran mucho más elevados de lo que a todos nos hacían creer. Sin embargo, como el escollo técnico no era tan sencillo de superar y las políticas comerciales de la compañía no se ajustaban a los tiempos requeridos por sus departamentos de investigación e innovación, finalmente sus ingenieros optaron por el fraude para ganar ese tiempo que no obtenían desde la dirección comercial de la empresa. Así fue que diseñaron el tristemente famoso parche informático para superar de manera fraudulenta los controles de las autoridades americanas de Medio Ambiente (EPA).
El problema real para Wolkswagen se presentó cuando un equipo de investigación científica de la Universidad de West Virginia descifró casualmente el engaño durante uno de sus tantos experimentos con nuevas tecnologías aplicadas al consumo de energía. Luego de conseguir la reproducción en el laboratorio de las condiciones reales de circulación para el motor EA189, se comprobó que los datos obtenidos no se correspondían en absoluto con los ofrecidos por el fabricante a la Agencia de Protección Medioambiental (EPA). Es más, la emisión de gases se disparaba hasta 40 veces lo informado y publicitado por Wolkswagen. Ante tamaña diferencia en los registros obtenidos, los científicos no dudaron en comunicarse con la EPA que finalmente contactó con el fabricante en busca de alguna respuesta satisfactoria. Desde Alemania contestaron que probablemente se trataría de un problema de reglajes o de configuración en el laboratorio universitario ya que consideraban que estos controles eran muy complejos en su realización. Así el tema se dilató un año hasta setiembre pasado en que acabó trascendiendo públicamente. Más tarde llegaron las increíbles explicaciones de Wolkswagen, la admisión de la trampa ante el mundo entero y la posterior identificación de 11 millones de coches con este dispositivo instalado en diferentes países del mundo, a cuyos dueños deberán dar una solución urgente.
La compañía alemana dilapida el recuerdo del escarabajo con este escándaloso fraude |
La inmediata consecuencia se registró con el desplome en Bolsa de los títulos de la compañía automotriz líder en Europa, luego rodaron algunas cabezas muy visibles en el directorio de la sede central y más tarde han intervenido los gobiernos en primera persona.
El ejecutivo de Angela Merkel encabeza ahora mismo una investigación interna que intentará construir un relato que satisfaga a la mayoría y salve la reputación notoriamente roída de la industria pesada germánica. Es de esperar que realicen todos los esfuerzos posibles para salvar a la marca alemana del desprestigio, al menos en el mercado europeo, ya que en EEUU han optado por retirar de la venta todos sus modelos diesel.
El golpe es duro y posiblemente afecte la producción y ventas del líder regional en el corto plazo. Más de 750.000 empleos alemanes dependen de la industria del automóvil, de manera directa o indirecta. El capital afectado por este escándalo es formidable y la multa a la que podría enfrentarse la compañía en EEUU podría ser abultada. Los cálculos en este sentido dicen que este incidente podría costarle 47.000 millones de euros a Wolkswagen, entre gastos jurídicos, indemnizaciones a clientes y reparaciones de los coches. No obstante esta hemorragia monetaria que marcará un antes y un después en la industria europea, es la memoria de los consumidores la que debería preocupar más a estos fabricantes tramposos ya que su falta de ética ha sido muy grave. Podríamos decir que esta mentira sofisticada no solo alimenta el desprestigio de una compañía, también aumenta la sensación de impunidad para unos pocos poderosos que ya se respiraba en la Unión Europea desde el estallido de la gran crisis en 2008.
Ante este mareante descubrimiento se nos presentan infinitinas cuestiones, algunas muy importantes: ¿El liderazgo político alemán ha creado las condiciones idóneas para que sus productos monopolicen el mercado a cualquier precio, incluso saltándose la ley vigente? ¿Hasta dónde puede llegar la codicia de las multinacionales para tomar posiciones dominantes en un mercado determinado? ¿Están las autoridades de Bruselas capacitadas para defender a los consumidores de estos engaños? ¿Puede sobrevivir el sistema capitalista si se divorcia totalmente de la ética?
Demasiados interrogantes se abren tras el escándalo de los EA189 trucados por los ingenieros de Wolkswagen. Son tantos y tan gordos que difícilmente un informe del gobierno alemán pueda rebatirlos con la altura que este vergonzoso fraude requeriría. Por último, una última pregunta... ¿Qué hubieran dicho en Berlín si un timo similar si hubiera pergeñado en alguno estudio de ingeniería griego?
kuiris
ResponderEliminarQUE VUELVA EL PACTO DE VARSOVIA
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