Escribe Tom Dieusaert, desde Copiapó (Chile).
Hace unos dos meses Víctor Segovia volvió de la muerte, junto con los otros 32 mineros atrapados en la mina chilena de San José. Desde entonces le pasaron muchas cosas, entre otras, pero quizás la más importante, la fama.
Entre ofertas para sacar un libro, invitaciones para viajar al extranjero y el retomar de su actividad laboral, este hombre sensible, hosco y recatado se apoya en su familia y sus viejos amigos para encontrarse de nuevo.
Viajé al desierto de Atacama e hice este reportaje en Copiapó.
Conocí a Víctor Segovia en octubre, pero sólo por una foto. En el campamento Esperanza, arriba de la maldita mina San José, sus familiares habían colgado su imagen en la carpa donde dormían, esperando un rescate milagroso. Ya se acercaba la fecha del 12 de octubre, cuando la llamada operación San Lorenzo se ponía en marcha, y yo era uno de los cientos de periodistas acosando a su familia, tratando de sacarles algún comentario, una emoción, una lágrima. El rescate minero era un circo mediático sin parangón pero a la vez, era un momento real y emocional. Más allá de las cámaras, nadie realmente sabía si el rescate se podría llevar a cabo exitosamente. Y con la familia de Víctor tuve una conexión especial, o sentí una buena onda, como suelen decir en Sudamérica.
Era gente normal, abierta, los 9 hermanos y los tantos sobrinos de Víctor tuvieron mucha paciencia con los periodistas, quienes hasta se metieron en su carpa. Siempre respondieron amablemente, no pidieron dinero para las entrevistas (lo que hacían muchos otros familiares), fueron francos y parecían gente común y corriente, gente trabajadora y sana. Compartimos mate y un asado.
Además, desde el relato de sus familiares, surgió un personaje interesante. Víctor había empezado a escribir un diario bajo tierra, se le había nacido en sus propias palabras.
También era, aparentemente, un hombre a quien le encantaba la música, especialmente las rancheras y norteñas mexicanas.
Luego del rescate, el jueves 15 de octubre, me invitaron a la casa de la mamá de Víctor, mientras éste se recuperaba en el hospital de Copiapó y compartimos cervezas con la extensa familia. A Víctor nunca lo había visto, porque intuí que el día después, cuando ya retornara a casa, este lugar estaría atestado de periodistas que irían a pedirle que posara con un instrumento musical o algo por el estilo.
El peor enemigo del periodista es la misma prensa, porque las cámaras convierten un hecho real en un hecho mediático. Transforman la realidad en ficción (en una ficción de telenovela). Porque ya la prensa, al servicio del consumo masivo de noticias, tiene que regirse por las pautas del entretenimiento. Y de esta forma ya no registra, aunque sí que construye su propia seudo-realidad. Pero…bueno, lo importante es que me perdí la vuelta a casa de Víctor y nunca lo pude conocer personalmente.
Tuve una segunda oportunidad a mitad de diciembre. Volví a la casa de la madre de Víctor, en Paipote, un barrio humilde de Copiapó. Llevé unos vinos y una carne (un pedazo de vacío o embarrigado, como dicen en Chile) porque hacían una pequeña reunión familiar para despedir al tío que estuvo viviendo en la casa materna estos dos meses desde que volvió de la mina. Tocar tierra se llama esto.
Estaban algunas de sus hermanas, la madre, y sus sobrinos ayudándome con el fuego. De repente apareció silenciosamente Víctor, me saludó corto y dijo algo como: "Víctor Segovia, uno de los 33 mineros". No me acuerdo bien, porque fue un momento raro, ya que me parecía muy conocido aunque nunca lo había visto, era idéntico al hombre de la foto. Con su cara de sorprendido, serio, un poco hinchado como si se hubiese levantado hace poco con una resaca. Estaba impecablemente vestido, con una camisa blanca y una chaqueta negra, botas vaqueras.
Charlamos, comimos juntos con la familia, brindamos y vimos juntos el video (que él todavía no había visto) del momento exacto cuando entró en la capsula Fénix que lo sacó de la mina. Luego me puse a charlar con él, atrás, en el jardín.
¿Te estás yendo de la casa de tu madre?
Victor Segovia: Si, es tiempo de irme. Me costó porque mi mamá no quiere que me vaya, pero tengo que hacer mi vida. Estos meses viajé mucho y por eso me quedé acá. Pero es un poco difícil para ver a mis hijas, así que vuelvo a Copiapó.
Ahora todos los mineros se fueron para Inglaterra, fueron invitados para ver al Manchester United. ¿Por qué no te has ido con ellos?
No, no quería. Ya se volvió un circo y no me interesa todo esto. De todos hay solo un par con quien tengo un buen contacto, Omar Reygadas y mi primo Pablo Rojas. Pero, hay un par que me están molestando por el tema de mi libro. Dicen que quieren parte de los derechos. Pero es algo mío, no escribí sobre ellos, ni nada de esto. Encima mi otro primo, Esteban Rojas, habla con ellos. Son unos ambiciosos.
El famoso diario de Víctor. En cuanto se supo que uno de los mineros había redactado un diario, las editoriales llegaron y le ofrecieron el oro y el moro para comprar los derechos en cuanto saliera de la mina. Pero nadie ha visto el libro, ni siquiera saben si tiene algún valor literario.
Continúa Victor: Mira, yo empecé a escribir para mi, cuando estaba ahí abajo en la mina. Escribí un cuaderno, luego otro… y así seguí. Estaba seguro que íbamos a morir ahí y quería dejar un testimonio. Y esperaba que después nos fueran a encontrar junto a los escritos… Lo que pasó es que después que nos encontraron (el día 22 de agosto, dos semanas después del derrumbe) bajaron con una cámara y empezaron a filmarnos. Y el que presentaba todo era Mario Sepúlveda. Y éste, al presentarme a la audiencia, me llamó el escritor "que está haciendo el diario". Me agarró de sorpresa porque mi idea no era que fuera algo público.
Fue como una terapia también…
Lo que más se extrañaba abajo era la familia y me volvía loco pensar que la gente allí arriba no sabía que estábamos vivos o que dejaran de buscarnos. No había manera de hacerles saber que estábamos bien. Sufrí mucho por mis padres.
¿Cómo eran las condiciones de vida abajo? Luego supimos que sólo podían comer una cucharada de atún cada 48 horas… ¿En qué estado estaban?
Muy mal, imagínate. Comiendo un par de galletas cada día. Había unos compañeros, como Claudio Yañez y Jimmy Sanchez que ya no se levantaban más. Estaban tirados en el piso, sin ganas de nada. Justo cuando nos encontraron, habíamos terminado nuestra última ración, fue un milagro.
Pero tenían agua…
Por suerte estaban los tambores del agua de las máquinas. Que estaba sucia porque tenía grasa, pero por suerte nadie se enfermó. Aunque los médicos arriba luego nos dijeron que esa agua no se podía beber. La llamábamos agua bendita (se ríe).
Así que realmente fue un milagro el hecho de que sobrevivieran.
Como no! Fue un milagro. Mira nada más lo que pasó con los mineros en Australia o Nueva Zelanda, donde pasaron otros accidentes y murieron todos. Nosotros sobrevivimos todos en buenas condiciones de salud. He rezado mucho y agradecí a la Virgen e hice una promesa que ahora estoy cumpliendo. Esta capilla está en honor a la Virgen. Por algo dicen que "la fe mueve montañas". Fue un milagro y nosotros no somos héroes. No hicimos nada. Nos sacaron de ahí. Un héroe es un bombero que salva a un niño en un incendio. O un carabinero (policía) que se tira al río para sacar a alguien que se está ahogando. Nosotros no.
¿Has tenido miedo ahí abajo?
Mucho, en el momento del derrumbe escuchaba acelerar mi corazón, escuchaba bum bum, bum, muy fuerte, como que se fuera a salir. Eso me pasaba mucho, por el miedo, la falta del oxígeno, no sé. Pero el día del rescate estaba tranquilo, esperaba llegar a la tierra, quería ver a mis hijas.
Víctor tiene 4 hijas, pero está separado de la madre. Incluso existe una mala relación entre la ex y su familia. Quienes le reprochan por haberlo dejado y que ahora haya regresado por el dinero involucrado. Algo de esto hay. Víctor recibió - igual que sus compañeros - 10.000 dólares de parte del magnate minero Leonardo Farkas. Y ahora se le nota su buen andar económico y el interés de los demás. Tres días después del asado, lo encontré en la cantina Chelín, su preferida en Copiapó. Acababa de volver del Registro Civil donde había ido a renovar su pasaporte y se estaba tomando unas cervezas. Afuera hacía un calor impresionante. Estaba rodeado por amigos y él les invitaba tragos mientras los filmaba con su nuevo juguete, un Iphone. Uno de los amigos era Tito, un vendedor de sombreros y relojes. Tenía en cada muñeca un reloj, de los cuales colgaba una etiqueta que decía Swiss Made.
Vas a viajar otra vez?
Si, voy a ir de viaje a Disneyland, donde me invitaron. Pero tengo que sacar los pasaportes de mis hijas.
Asi que volverás a la gira?
Después de esto voy a volver a trabajar. Ya fui al chequeo médico del ACHS (la mutua minera en Copiapó) porque quiero volver a trabajar en la mina.
En serio? ¿vas a volver a trabajar en la mina?
Sí, eso es lo que me gusta hacer. Yo realmente soy alguien muy solitario, callado. Ahora me ves hablar porque he tomado unas copas, pero me gusta estar ahí abajo. Soy huraño. Esta vez voy a buscar una mina más segura, como la de Punta Cobre (una mina moderna, del grupo Luskic).
Te haré una ultima pregunta y luego te dejo con tus amigos. ¿Te puedes adaptar a la vida aquí arriba, en la superficie?
¿Por qué no? Hago lo mismo que antes, Salgo con los mismos amigos. Con Tito, con el Chino, que toca la guitarra. ¿No es así, Tito? (toma a su amigo por el hombro y se levanta para ir al baño).
"Cuidado con este", dice Tito. "Es capaz de quedarse encerrado en el baño." (todos se ríen) "Por lo menos va tener agua ahí," dice el Chino.
Después de un rato, Víctor reaparece, agarra la guitarra y toca con el Chino. Su cara sigue igual de triste, parece encerrado en sí mismo, pero cuando lo miro bien, veo que sus ojos están brillando.
Aquí Víctor Segovia vuelve a vivir.
Hace unos dos meses Víctor Segovia volvió de la muerte, junto con los otros 32 mineros atrapados en la mina chilena de San José. Desde entonces le pasaron muchas cosas, entre otras, pero quizás la más importante, la fama.
Entre ofertas para sacar un libro, invitaciones para viajar al extranjero y el retomar de su actividad laboral, este hombre sensible, hosco y recatado se apoya en su familia y sus viejos amigos para encontrarse de nuevo.
Viajé al desierto de Atacama e hice este reportaje en Copiapó.
Conocí a Víctor Segovia en octubre, pero sólo por una foto. En el campamento Esperanza, arriba de la maldita mina San José, sus familiares habían colgado su imagen en la carpa donde dormían, esperando un rescate milagroso. Ya se acercaba la fecha del 12 de octubre, cuando la llamada operación San Lorenzo se ponía en marcha, y yo era uno de los cientos de periodistas acosando a su familia, tratando de sacarles algún comentario, una emoción, una lágrima. El rescate minero era un circo mediático sin parangón pero a la vez, era un momento real y emocional. Más allá de las cámaras, nadie realmente sabía si el rescate se podría llevar a cabo exitosamente. Y con la familia de Víctor tuve una conexión especial, o sentí una buena onda, como suelen decir en Sudamérica.
Era gente normal, abierta, los 9 hermanos y los tantos sobrinos de Víctor tuvieron mucha paciencia con los periodistas, quienes hasta se metieron en su carpa. Siempre respondieron amablemente, no pidieron dinero para las entrevistas (lo que hacían muchos otros familiares), fueron francos y parecían gente común y corriente, gente trabajadora y sana. Compartimos mate y un asado.
Además, desde el relato de sus familiares, surgió un personaje interesante. Víctor había empezado a escribir un diario bajo tierra, se le había nacido en sus propias palabras.
También era, aparentemente, un hombre a quien le encantaba la música, especialmente las rancheras y norteñas mexicanas.
Luego del rescate, el jueves 15 de octubre, me invitaron a la casa de la mamá de Víctor, mientras éste se recuperaba en el hospital de Copiapó y compartimos cervezas con la extensa familia. A Víctor nunca lo había visto, porque intuí que el día después, cuando ya retornara a casa, este lugar estaría atestado de periodistas que irían a pedirle que posara con un instrumento musical o algo por el estilo.
El peor enemigo del periodista es la misma prensa, porque las cámaras convierten un hecho real en un hecho mediático. Transforman la realidad en ficción (en una ficción de telenovela). Porque ya la prensa, al servicio del consumo masivo de noticias, tiene que regirse por las pautas del entretenimiento. Y de esta forma ya no registra, aunque sí que construye su propia seudo-realidad. Pero…bueno, lo importante es que me perdí la vuelta a casa de Víctor y nunca lo pude conocer personalmente.
Tuve una segunda oportunidad a mitad de diciembre. Volví a la casa de la madre de Víctor, en Paipote, un barrio humilde de Copiapó. Llevé unos vinos y una carne (un pedazo de vacío o embarrigado, como dicen en Chile) porque hacían una pequeña reunión familiar para despedir al tío que estuvo viviendo en la casa materna estos dos meses desde que volvió de la mina. Tocar tierra se llama esto.
Estaban algunas de sus hermanas, la madre, y sus sobrinos ayudándome con el fuego. De repente apareció silenciosamente Víctor, me saludó corto y dijo algo como: "Víctor Segovia, uno de los 33 mineros". No me acuerdo bien, porque fue un momento raro, ya que me parecía muy conocido aunque nunca lo había visto, era idéntico al hombre de la foto. Con su cara de sorprendido, serio, un poco hinchado como si se hubiese levantado hace poco con una resaca. Estaba impecablemente vestido, con una camisa blanca y una chaqueta negra, botas vaqueras.
Charlamos, comimos juntos con la familia, brindamos y vimos juntos el video (que él todavía no había visto) del momento exacto cuando entró en la capsula Fénix que lo sacó de la mina. Luego me puse a charlar con él, atrás, en el jardín.
¿Te estás yendo de la casa de tu madre?
Victor Segovia: Si, es tiempo de irme. Me costó porque mi mamá no quiere que me vaya, pero tengo que hacer mi vida. Estos meses viajé mucho y por eso me quedé acá. Pero es un poco difícil para ver a mis hijas, así que vuelvo a Copiapó.
Ahora todos los mineros se fueron para Inglaterra, fueron invitados para ver al Manchester United. ¿Por qué no te has ido con ellos?
No, no quería. Ya se volvió un circo y no me interesa todo esto. De todos hay solo un par con quien tengo un buen contacto, Omar Reygadas y mi primo Pablo Rojas. Pero, hay un par que me están molestando por el tema de mi libro. Dicen que quieren parte de los derechos. Pero es algo mío, no escribí sobre ellos, ni nada de esto. Encima mi otro primo, Esteban Rojas, habla con ellos. Son unos ambiciosos.
El famoso diario de Víctor. En cuanto se supo que uno de los mineros había redactado un diario, las editoriales llegaron y le ofrecieron el oro y el moro para comprar los derechos en cuanto saliera de la mina. Pero nadie ha visto el libro, ni siquiera saben si tiene algún valor literario.
Continúa Victor: Mira, yo empecé a escribir para mi, cuando estaba ahí abajo en la mina. Escribí un cuaderno, luego otro… y así seguí. Estaba seguro que íbamos a morir ahí y quería dejar un testimonio. Y esperaba que después nos fueran a encontrar junto a los escritos… Lo que pasó es que después que nos encontraron (el día 22 de agosto, dos semanas después del derrumbe) bajaron con una cámara y empezaron a filmarnos. Y el que presentaba todo era Mario Sepúlveda. Y éste, al presentarme a la audiencia, me llamó el escritor "que está haciendo el diario". Me agarró de sorpresa porque mi idea no era que fuera algo público.
Fue como una terapia también…
Lo que más se extrañaba abajo era la familia y me volvía loco pensar que la gente allí arriba no sabía que estábamos vivos o que dejaran de buscarnos. No había manera de hacerles saber que estábamos bien. Sufrí mucho por mis padres.
¿Cómo eran las condiciones de vida abajo? Luego supimos que sólo podían comer una cucharada de atún cada 48 horas… ¿En qué estado estaban?
Muy mal, imagínate. Comiendo un par de galletas cada día. Había unos compañeros, como Claudio Yañez y Jimmy Sanchez que ya no se levantaban más. Estaban tirados en el piso, sin ganas de nada. Justo cuando nos encontraron, habíamos terminado nuestra última ración, fue un milagro.
Pero tenían agua…
Por suerte estaban los tambores del agua de las máquinas. Que estaba sucia porque tenía grasa, pero por suerte nadie se enfermó. Aunque los médicos arriba luego nos dijeron que esa agua no se podía beber. La llamábamos agua bendita (se ríe).
Así que realmente fue un milagro el hecho de que sobrevivieran.
Como no! Fue un milagro. Mira nada más lo que pasó con los mineros en Australia o Nueva Zelanda, donde pasaron otros accidentes y murieron todos. Nosotros sobrevivimos todos en buenas condiciones de salud. He rezado mucho y agradecí a la Virgen e hice una promesa que ahora estoy cumpliendo. Esta capilla está en honor a la Virgen. Por algo dicen que "la fe mueve montañas". Fue un milagro y nosotros no somos héroes. No hicimos nada. Nos sacaron de ahí. Un héroe es un bombero que salva a un niño en un incendio. O un carabinero (policía) que se tira al río para sacar a alguien que se está ahogando. Nosotros no.
¿Has tenido miedo ahí abajo?
Mucho, en el momento del derrumbe escuchaba acelerar mi corazón, escuchaba bum bum, bum, muy fuerte, como que se fuera a salir. Eso me pasaba mucho, por el miedo, la falta del oxígeno, no sé. Pero el día del rescate estaba tranquilo, esperaba llegar a la tierra, quería ver a mis hijas.
Víctor tiene 4 hijas, pero está separado de la madre. Incluso existe una mala relación entre la ex y su familia. Quienes le reprochan por haberlo dejado y que ahora haya regresado por el dinero involucrado. Algo de esto hay. Víctor recibió - igual que sus compañeros - 10.000 dólares de parte del magnate minero Leonardo Farkas. Y ahora se le nota su buen andar económico y el interés de los demás. Tres días después del asado, lo encontré en la cantina Chelín, su preferida en Copiapó. Acababa de volver del Registro Civil donde había ido a renovar su pasaporte y se estaba tomando unas cervezas. Afuera hacía un calor impresionante. Estaba rodeado por amigos y él les invitaba tragos mientras los filmaba con su nuevo juguete, un Iphone. Uno de los amigos era Tito, un vendedor de sombreros y relojes. Tenía en cada muñeca un reloj, de los cuales colgaba una etiqueta que decía Swiss Made.
Vas a viajar otra vez?
Si, voy a ir de viaje a Disneyland, donde me invitaron. Pero tengo que sacar los pasaportes de mis hijas.
Asi que volverás a la gira?
Después de esto voy a volver a trabajar. Ya fui al chequeo médico del ACHS (la mutua minera en Copiapó) porque quiero volver a trabajar en la mina.
En serio? ¿vas a volver a trabajar en la mina?
Sí, eso es lo que me gusta hacer. Yo realmente soy alguien muy solitario, callado. Ahora me ves hablar porque he tomado unas copas, pero me gusta estar ahí abajo. Soy huraño. Esta vez voy a buscar una mina más segura, como la de Punta Cobre (una mina moderna, del grupo Luskic).
Te haré una ultima pregunta y luego te dejo con tus amigos. ¿Te puedes adaptar a la vida aquí arriba, en la superficie?
¿Por qué no? Hago lo mismo que antes, Salgo con los mismos amigos. Con Tito, con el Chino, que toca la guitarra. ¿No es así, Tito? (toma a su amigo por el hombro y se levanta para ir al baño).
"Cuidado con este", dice Tito. "Es capaz de quedarse encerrado en el baño." (todos se ríen) "Por lo menos va tener agua ahí," dice el Chino.
Después de un rato, Víctor reaparece, agarra la guitarra y toca con el Chino. Su cara sigue igual de triste, parece encerrado en sí mismo, pero cuando lo miro bien, veo que sus ojos están brillando.
Aquí Víctor Segovia vuelve a vivir.
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