Una crítica de Lilian Rosales de Canals.
Tras el escenario, inquieto, prepara su próxima función el artista. Un público exiguo espera tras el telón. Las butacas vacías marcan el tiempo de decadencia para una categoría de espectáculo que otrora brilló en todo su esplendor…
El final de una época
Malabaristas, ventrílocuos e ilusionistas, coristas y animadores, artistas del varieté quedarán rezagados tras el impacto de insurgentes ritmos y melodías, nuevas furias sobre las tablas. Los artistas del Music Hall han perdido su espacio en los escenarios y obligatoriamente han de ceder el paso a una nueva generación. La TV y el advenimiento del Rock'n Roll dan al traste con las viejas estéticas, lo que se asume - por identificación con el personaje del film en cuestión- como odioso, triste y preocupante.
En el epicentro de este fenómeno sociocultural se desarrolla L'illlusionniste. Un film de 80 minutos de animación dirigido por Sylvain Chomet, que cuenta la historia de un artista ante el declive de un género que había prevalecido desde 1850.
Basado en un guión no publicado del actor y director francés Jacques Tati (1907-1982) en colaboración con Henri Marquet, el metraje representa un homenaje al comediante, según insiste la crítica más especializada. Sin embargo, nos cabe la duda de si llega a ser un excepcional homenaje al reconocido heredero directo del cine mudo.
Aunque ciertamente se trata de una impecable propuesta, es posible que para reunir el espíritu del comediante, el filme hubiere requerido de mayores toques bufos y acentuada contundencia dramática. Y curiosamente, el tono de comedia de este film también resulta de menor intensidad que el título animado del mismo Sylvain Chomet, Les Triplettes de Belleville (2003). Pero éstas son solo apreciaciones que no desmerecen en ninguna medida la inigualable puesta cinematográfica.
Pero es bien cierto que el pincel del equipo de Chomet también consigue reproducir a la perfección la esencia y apariencia de los personajes de Tati. Los gestos, el timbre de voz, la forma de andar y algunos gags definen un sentido del humor por momentos naíf, por momentos crítico, resucitando a Monsieur Jacques.
En honor a la verdad es preciso admitir que exenta de toda técnica digital en 3D, esta cinta representa un poema de sutil dulzura y ligera nostalgia.
El making of
Según una lectura que hiciera Chomet del guión en la London Film School: "el gran cómico francés Jacques Tati escribió el guión de “El ilusionista” con la intención de hacer una película de imagen real con su hija".
Algunas fuentes reseñan que Tati escribió el texto a manera de carta dirigida a Helga Marie Jeanne Schiel (hija pequeña) de quien se encontraba distanciado. Pero el propósito no llegó a feliz término a causa de un accidente en la mano izquierda que sufriera Tati que, como consecuencia, le impidió hacer los trucos de magia que el film exigía.
El proyecto había sido catalogado como Film Tati Nº 4 por el Centro Nacional de Cinematografía Francés y llegó a manos de Chomet gracias a los curadores de la obra del autor, Jerome Deschamps y Marcha Bakeieff, tras el estreno de Les Triplettes de Belleville en el Festival de Cannes de 2003.
Chomet había manifestado haber contactado con Sophie Tatischeff, hija menor del comediante, con el fin de obtener su aprobación para utilizar algunas escenas de Jour de fête (1949) en Les Triplettes de Belleville. En ese contacto la misma Tatischeff le propuso al director hacer una versión animada del guión de su padre, fundamentalmente porque no deseaba que ningún otro actor le interpretara. Dos años antes del estreno de Les Triplettes de Belleville, Sophie Tatischeff falleció en Francia sin poder disfrutar del film.
En cuanto a El Ilusionista, la idea inicial de autor era que la historia transcurriera en la antigua Checoeslovaquia. Sin embargo, encargado Chomet de la adaptación, ambientó la historia en la Escocia de la década del 50.
Fue confeccionada en Django Film, el estudio de Chomet en Edimburgo y en ink.digital en Dundee. Trescientas personas participaron en el proyecto que contó con animadores de múltiples nacionalidades y tuvo un costo de producción de 22 millones de euros.
Los magos no existen...
La trama gira en torno a un Ilusionista adentrado en la madurez de su vida quien, huyendo de la decadencia de la varieté parisina y ya al final de su carrera, se conforma con ofrecer pequeños espectáculos de ciudad en ciudad. De tal suerte que arriba a un pequeño pueblo de Escocia donde conoce a una joven llamada Alice quien queda convencida de que se trata de un verdadero mago capaz de satisfacer todos sus caprichos.
La pequeña adolescente, atrapada por el influjo mágico, se embarca junto al ilusionista en un viaje con rumbo a Edimburgo. Mientras para Alice la vida se abre como un paraguas de estímulos visuales y nuevas oportunidades, L'Illusionniste se esfuerza por subsistir y preservar la fantasía que alberga la joven realizando diversas tareas que sobrepasan su esfera de artista.
Y aunque la relación que se establece entre ambos personajes pareciese dar visos de una posible relación amorosa, su director afirma que se trata de un vínculo meramente filial entre padre e hija.
Inevitablemente y como es usual en las relaciones paternales, los caminos se bifurcan cuando Alice encuentra un amor y el artista experimenta el desinterés del gran público por los viejos entretenimientos. El Ilusionista abandona el hotel donde vive junto a la chica, dejándole el dinero en un sobre y una nota reveladora.
Ritmo apacible con salpicaduras jocosas
Con impecable diseño de los paisajes rurales y urbanos, este film retrata una estampa de la década que le contiene con una maravillosa pretensión -acaso lograda- de retratar imágenes exquisitas envueltas en un halo de ponderado humor. Su bellísima factura técnica nos cautiva a nivel visual y sonoro. El carácter cuasi hiperreal de las escenas, los movimientos de cuerpos y objetos mecánicos, sugieren un estudio anatómico y estructural concienzudo. El efecto del viento en el humo y la lluvia, la luz en plena niebla, el movimiento de las telas, los estiramientos de columna, la postura de los cuerpos para ejercer una fuerza o tracción, son solo algunos de los aspectos que muestran un cuidado esmero por imprimir acento a la simulación de la realidad.
La técnica que pareciese decantarse por las aguadas (acuarela) y la tinta china se apodera de todas las escenas. Rojos impactantes rompen de cuando en vez la monocromía de sepias infinitos que cazan con la intención de crear magistralmente el clima de aquellos parajes húmedos y aletargados. El empleo del color es fantástico en la creación de esas atmósferas íntimas y decadentes.
El retrato de ciudades y pueblos, de su estampa costumbrista y los detalles escenográficos le convierte en un film ambientado con esmero.
Pero también una atmósfera emotiva e íntima de un "tras vestidores" que nos pone en sintonía con la conmovedora experiencia de presenciar el ocaso de un universo mágico, otrora catalogado de glamoroso o impactante.
Y aunque resulta en sí mismo un film melancólico y crepuscular que hilvana la historia hacia dentro en una banda sonora bien seleccionada -acorde con el sentido apesadumbrado del relato- está dotado de cierto equilibrio en la salpicadura jocosa, aún en su lento ritmo narrativo propio de la filmografía francesa.
La escasez de diálogos es todo un detalle que resalta ante el espectador, así como la privación de música en algunas escenas hasta llegar, en ocasiones, a verdaderos silencios dialógicos. Silencios que dicen cosas.
Entonces las palabras que al final brotan en frases concretísimas dotan de denso y reflexivo ritmo a la narración sin grandes sobresaltos en la estructura. El autor parece apostar por el poder evocador del cine mudo, donde los gestos dicen más que mil palabras y donde las situaciones quedan explícitas sin redundancias innecesarias.
Ese ritmo, tal vez demasiado plano a nuestro juicio, sin álgidos picos dramáticos puede traducirse en un acorde sostenido, tedioso o aburrido. En contrapartida el final sí deviene de modo abrupto y deja la sensación de abrumar al espectador al dejarlo suspendido en una interrogante de fácil respuesta: la inevitable condición de cierre de una etapa. Más, sin embargo, lo que no aborda el cuerpo narrativo hacia arriba en excitación, lo compensa hacia abajo en profundidad e interiorismo pero sin pasiones intensas, con ligera emotividad.
La cinta fue exhibida por primera vez en el Festival de Cannes en 2008 y su estreno el 16 de febrero de 2010, en el Festival de Cine de Berlín. También fue proyectada en los festivales de Edimburgo, Toronto, Sao Paulo, Melbourne y Valdivia. A partir de ese momento no ha cesado de cosechar nominaciones en diversos festivales alrededor del mundo, inclusive sendos premios en los Oscar y Globo de Oro.
El Ilusionista fue estrenada en Francia el 16 de junio de 2010 en 84 salas de cine, recaudando 780 mil euros en su primer fin de semana. En nuestras carteleras ya podremos disfrutar de esta buena pieza del arte de la animación y asistir desde la perspectiva de su protagonista, tras bastidores, de una verdad que puede ser abrumadora: "los magos no existen".
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