Escribe Marcelo Espiñeira.
Ilustración: Gambetta @abstractsaturdaynight
El presidente argentino Mauricio Macri anunció un fuerte ajuste fiscal que incluye retomar la senda del incremento en las retenciones sobre todo tipo de exportaciones. Pretende con esta fórmula recaudar aproximadamente unos 1.600 M€ en la última parte de este año y otros 6.500 M€ en 2019, para intentar atajar así un conjunto de problemas combinados que afronta la economía de su país, envuelta nuevamente en una grave crisis, la “última” según los deseos televisados del propio mandatario.
La fragilidad argentina se manifiesta con una inflación anual que rondará el 40% en diciembre próximo y una fuerte devaluación monetaria sufrida por el peso en lo que va del año (superior al 50% en 2018). Estos duros síntomas que condicionan la vida cotidiana de los asalariados, que han visto reducido su poder adquisitivo, van de la mano con un ligero aumento del desempleo (9%) y una contracción del PIB del -2,4% estimada por el mismo equipo económico del gobierno para finales de 2018.
En este duro contexto, el FMI y los tenedores de bonos han apretado a Macri para que apure las reformas generales reclamadas, como supuesta garantía de cobro. Como respuesta, el gobierno no ha dudado en cargarse la medida estrella de su programa electoral de 2015, reinstalando como válidas las retenciones sobre el agro y la producción industrial, que ahora también son extensivas sobre los servicios. Vale decir al respecto que la fuerte devaluación del peso ha otorgado mayor competitividad a los productores argentinos, incluso una importante mejora en el margen de sus utilidades, aunque con la situación internacional dominada por la guerra comercial de Trump, la profunda crisis brasileña y una cierta reticencia de los mercados financieros a sufragar el inmenso gasto social argentino, la financiación del estado tiende a complicarse a diario.
Es indudable que existía margen suficiente para volver a la receta de las retenciones, pero nadie sería capaz ahora de evaluar el coste político que este ajuste podría ocasionarle al gobierno. La inestabilidad política no es buena compañera de ruta, menos aún el incremento de la pobreza o el desempleo. Por estos motivos, este giro forzado que ha elegido tomar Macri, impondrá nuevas condiciones a su futura cita electoral, prevista para octubre de 2019. Hasta ahora, su gobierno no había introducido severos cambios en el rumbo político económico del país, más bien se había centrado en su intento por limar el despilfarro o los sobrecostes de la anterior gestión administrativa. Sin embargo, tras renunciar a los jugosos ingresos que proporcionaba el peaje sobre la cosecha del campo, la reducción del margen financiero se hizo evidente.
Desmontar el colosal gasto de la seguridad social en Argentina es tarea imposible, es esta la dura herencia de la crisis terminal del 2001. Y en todo caso, el mayor fracaso de las políticas de Macri se podría señalar en su incapacidad para generar esos recursos alternativos a los impuestos sobre la soja o la minería. Dos años y pico han sido suficiente tiempo, con una intervención clave del FMI en mayo pasado, para demostrar que las medidas aplicadas no funcionan como Macri y su equipo imaginaron. La inversión extranjera no ha fluido al ritmo soñado, la debilidad brasileña condiciona muchísimo la actividad industrial y la sequía record ha puesto la guinda en este pastel tóxico.
Queda por ver ahora mismo, como se articula la siempre complicada convivencia política del país. Qué respuestas elegirá la nueva confluencia opositora, muy licuada hasta ahora por el declive del kirchnerismo, y cuánta lealtad demostrarán los aliados estratégicos del partido en el poder, tras este volantazo dado en tiempo de descuento.
Se sabe que en Argentina la vida diaria se mide muchas veces en cuánto a los vaivenes de un índice cambiario, que ahora mismo es flotante, y que arrastra a todos sus ciudadanos a tomar supuestos recaudos o decisiones a futuro, no siempre acertadas. No hace falta aclarar que hablamos de la cotización del dólar, o de su conflictiva relación con la moneda local. Si los argentinos ven trepar el precio de la moneda americana entran en pánico, y en buena parte tienen razón, porque es una reacción que se alimenta del recuerdo de las pasadas y múltiples crisis vividas en el último siglo.
La inflación argentina, con cierto carácter indómito, acosa los planes de Macri, y ahora mismo vuelve a poner contra las cuerdas a millones de personas que siguen sin encontrar una fórmula sensata para superar estos ciclos crónicos de fuertes tempestades económicas, que los aleja de toda estabilidad o algún tipo de proyecto a mediano o largo plazo. Parece increíble, pero la palabra crisis vuelve a rimar con la Argentina.
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