Escribe Marcelo Espiñeira.
Hong Kong es una isla dentro de China. No solamente en un sentido geográfico, también en lo económico y político. Su pasado reciente como colonia inglesa (1841-1997) ha dejado una impronta especial en este pequeño territorio habitado por 7 millones de personas que a finales del siglo XX se erigiera como el centro comercial, manufacturero y financiero del sureste asiático.
A partir de su anexión pactada a la China continental se produjo un acomodamiento forzoso de las diferentes piezas que no siempre encastraron de manera suave y acompasada. Probablemente, las aspiraciones contrapuestas de muchos de los implicados en esta unión no lo haya permitido. El sistema de gobierno de la isla se basa en un ejecutivo elegido desde China y un Parlamento con 60 escaños, 30 de los cuales elegidos por sufragio universal y otros 30 designados por el gobierno de Pekín.
Un complejo diseño que ha acarreado numerosos roces entre los defensores de una democracia plena o mayor autogobierno y los intereses de un gobieno central chino preocupado porque la próspera Hong Kong se mantenga en su órbita sin propiciar un temible contagio “democrático” en el resto de ciudadanos chinos.
Hong Kong es una isla dentro de China. No solamente en un sentido geográfico, también en lo económico y político. Su pasado reciente como colonia inglesa (1841-1997) ha dejado una impronta especial en este pequeño territorio habitado por 7 millones de personas que a finales del siglo XX se erigiera como el centro comercial, manufacturero y financiero del sureste asiático.
A partir de su anexión pactada a la China continental se produjo un acomodamiento forzoso de las diferentes piezas que no siempre encastraron de manera suave y acompasada. Probablemente, las aspiraciones contrapuestas de muchos de los implicados en esta unión no lo haya permitido. El sistema de gobierno de la isla se basa en un ejecutivo elegido desde China y un Parlamento con 60 escaños, 30 de los cuales elegidos por sufragio universal y otros 30 designados por el gobierno de Pekín.
Un complejo diseño que ha acarreado numerosos roces entre los defensores de una democracia plena o mayor autogobierno y los intereses de un gobieno central chino preocupado porque la próspera Hong Kong se mantenga en su órbita sin propiciar un temible contagio “democrático” en el resto de ciudadanos chinos.
Multitudinarias protestas callejeras en Hong Kong |
Lo cierto es que en agosto pasado el Partido Comunista Chino intentó imponer una nueva ley electoral que reserva un férreo control de los candidatos propuestos en las futuras elecciones programadas para Hong Kong. Es decir, que consentiría la práctica democrática en el distrito sólo si se demuestra la lealtad extrema de los políticos que se presentaran a los comicios. Palabras más, palabras menos, el mensaje ha sido: podrán elegir a sus gobernantes, pero únicamente si son leales a Pekín.
La propuesta de dicha legislación indignó a buena parte de los estudiantes universitarios de Hong Kong, en particular a los agrupados bajo el lema Occupy Central, que actúan en clara sincronía con los movimientos Ocuppy Wall Street de EEUU. Su fundador, el profesor de derecho Benny Tai Yiu-Ting, y sus seguidores se han servido de las redes sociales para convocar diversas manifestaciones en el pasado y hasta un referendum por internet que reunió casi un millón de votos. La agrupación se define como pacífica y sus acciones no han ocasionado más que congestión en el tráfico de vehículos. Sin embargo, la reciente toma del centro de Hong Kong ha puesto contra las cuerdas al gobierno de la isla y ha conseguido internacionalizar sus demandas prodemocráticas.
"Necesitamos democracia real" reza un cartel improvisado por los manifestantes de Hong Kong |
A día de hoy, varias decenas de miles de estudiantes resisten en su protesta callejera desde hace casi un mes, además de haber soportado la fuerte represión policial de los días iniciales, que incluyó el uso de gas pimienta. Para este viernes 10 de octubre está prevista la celebración de la primera reunión pública con los representantes del gobierno insular, la cual estará abierta a la prensa.
Según algunos activistas supervivientes a las sangrientas protestas de la Plaza Tiananmen en 1989, el movimiento Ocuppy Central ya ha triunfado porque ha conseguido sembrar la semilla de la democracia en China. Esta idea es la más importante y la que finalmente preocupa a los defensores del sistema político chino vigente.
La confirmación de China como primera potencia comercial a nivel mundial acabará reconvirtiendo el pensamiento de buena parte de su enorme base trabajadora. Sería descabellado pensar que la enorme fuerza laboral china permanecerá mucho tiempo más inmóvil o sometida a la explotación de una nueva burguesía empresarial enriquecida a niveles desorbitados durante las dos últimas décadas. Si bien la idiosincracia del pueblo chino tiene las peculiaridades suficientes como para consolidar este verdadero sistema de castas, el paso del tiempo y el intercambio de información vía internet acabarán por corroerlo tarde o temprano. No sería alocado suponer que Ocuppy Central pudiera convertirse en el vértice de una nueva revolución democrática, capaz de sacudir los cimientos sobre los que se apoya el poder del PCC.
Uso de gas pimienta para reprimir a los manifestantes en Hong Kong |
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