Escribe Xavi Queralt Pons.
La actividad volcánica está al alza en nuestros días, prueba de ello han sido las importantes erupciones registradas en Islandia y Chile durante los últimos cinco años. Es la ley de la Tierra, podrán decir algunos, pero lo novedoso y preocupante del caso es que por primera vez podemos relacionar el efecto invernadero producido por la emisión de gases que dañan la atmósfera terrestre con la subida de las temperaturas que favorece la fusión de los hielos continentales, el desplazamiento de las placas tectónicas y también el aumento de las erupciones volcánicas.
Las placas de hielo ejercen, según los geólogos, un importante peso que ha mantenido la corteza terrestre en una relativa estabilidad durante los últimos 10.000 años. Esta calma ha moderado el clima de manera que nuestra especie pueda desarrollarse, al igual que la fauna y flora que nos rodea. Si los hielos desaparecieran, como está sucediendo de manera mucho más veloz de lo que percibimos, la corteza terrestre experimentaría una subida creando un efecto similar al de un trampolín al que le hemos quitado el peso de encima. Este avance hacia arriba del suelo ya es notorio en sitios como Islandia o Alaska, donde los monitoreos sobre el terreno han corroborado una subida cercana a los 3,5 cm. anuales.
El cataclismo que asolara la costa japonesa en 2011 y que dejara más de 25.000 víctimas entre muertos y desaparecidos, tuvo su origen en un fuerte desplazamiento de dos placas tectónicas que provocaron un letal terremoto de 9º y el posterior tsunami. La actividad volcánica submarina también estuvo presente en este episodio tan costoso en vidas humanas.
Aunque no se conozca en un 100% el funcionamiento de la interrelación entre la geosfera y el interior de la corteza terrestre, los científicos descartan que la actividad industrial del hombre ha estado afectando al gigante dormido que yace bajo nuestros pies. Como sabemos, la fusión de los hielos provocará un aumento significativo del nivel de los mares, pero este no sería gradual y previsible como muchos podríamos imaginar. Lo más probable es que la subida de los mares venga antecedida por fuertes episodios de erupciones volcánicas, terremotos y tsunamis. Un informe de la NASA de 2014 advertía de los peligros que se ocultan tras la emisión descontrolada de los gases y las catástrofes naturales que inevitablemente desencadenaría el aumento de las temperaturas.
Las grandes potencias llevan décadas intentando acordar la reducción de la contaminación atmosférica provocada por el hombre, sin obtener resultados alentadores. En este contexto, no es extraño que seamos testigos de frecuentes erupciones volcánicas, como las registradas en el Villarrica o el Calbuco chilenos en marzo y abril pasados. Cuatro importantes episodios que se saldaron con evacuaciones de las poblaciones aledañas sin que hubiera que lamentar víctimas. Aunque la nube de cenizas obstaculizara la vida normal de las personas durante algunas semanas en varios kilómetros a la redonda. La buena fortuna no nos acompañará siempre por lo que deberíamos asumir nuestra responsabilidad en el asunto.
En 2010, los europeos vieron el peligro muy de cerca, cuando el volcán islandés Eyjafjallajökull estalló con violencia. La suspensión de los vuelos internacionales durante una semana fue la peor consecuencia del incidente. Sin embargo, este ha sido sólo un anuncio del poder destructivo que posee este planeta en sus entrañas. Hay una parte inevitable en esta cuestión, porque la vida terrestre siempre ha estado cercada por el poder de Vulcano, convertido en deidad por los griegos. Un dragón dormido bajo la corteza terrestre que nuestra era industrial ha contribuido a despertar. ¿Tendremos tiempo todavía de corregir este error?
La actividad volcánica está al alza en nuestros días, prueba de ello han sido las importantes erupciones registradas en Islandia y Chile durante los últimos cinco años. Es la ley de la Tierra, podrán decir algunos, pero lo novedoso y preocupante del caso es que por primera vez podemos relacionar el efecto invernadero producido por la emisión de gases que dañan la atmósfera terrestre con la subida de las temperaturas que favorece la fusión de los hielos continentales, el desplazamiento de las placas tectónicas y también el aumento de las erupciones volcánicas.
Las placas de hielo ejercen, según los geólogos, un importante peso que ha mantenido la corteza terrestre en una relativa estabilidad durante los últimos 10.000 años. Esta calma ha moderado el clima de manera que nuestra especie pueda desarrollarse, al igual que la fauna y flora que nos rodea. Si los hielos desaparecieran, como está sucediendo de manera mucho más veloz de lo que percibimos, la corteza terrestre experimentaría una subida creando un efecto similar al de un trampolín al que le hemos quitado el peso de encima. Este avance hacia arriba del suelo ya es notorio en sitios como Islandia o Alaska, donde los monitoreos sobre el terreno han corroborado una subida cercana a los 3,5 cm. anuales.
El cataclismo que asolara la costa japonesa en 2011 y que dejara más de 25.000 víctimas entre muertos y desaparecidos, tuvo su origen en un fuerte desplazamiento de dos placas tectónicas que provocaron un letal terremoto de 9º y el posterior tsunami. La actividad volcánica submarina también estuvo presente en este episodio tan costoso en vidas humanas.
Aunque no se conozca en un 100% el funcionamiento de la interrelación entre la geosfera y el interior de la corteza terrestre, los científicos descartan que la actividad industrial del hombre ha estado afectando al gigante dormido que yace bajo nuestros pies. Como sabemos, la fusión de los hielos provocará un aumento significativo del nivel de los mares, pero este no sería gradual y previsible como muchos podríamos imaginar. Lo más probable es que la subida de los mares venga antecedida por fuertes episodios de erupciones volcánicas, terremotos y tsunamis. Un informe de la NASA de 2014 advertía de los peligros que se ocultan tras la emisión descontrolada de los gases y las catástrofes naturales que inevitablemente desencadenaría el aumento de las temperaturas.
Las grandes potencias llevan décadas intentando acordar la reducción de la contaminación atmosférica provocada por el hombre, sin obtener resultados alentadores. En este contexto, no es extraño que seamos testigos de frecuentes erupciones volcánicas, como las registradas en el Villarrica o el Calbuco chilenos en marzo y abril pasados. Cuatro importantes episodios que se saldaron con evacuaciones de las poblaciones aledañas sin que hubiera que lamentar víctimas. Aunque la nube de cenizas obstaculizara la vida normal de las personas durante algunas semanas en varios kilómetros a la redonda. La buena fortuna no nos acompañará siempre por lo que deberíamos asumir nuestra responsabilidad en el asunto.
En 2010, los europeos vieron el peligro muy de cerca, cuando el volcán islandés Eyjafjallajökull estalló con violencia. La suspensión de los vuelos internacionales durante una semana fue la peor consecuencia del incidente. Sin embargo, este ha sido sólo un anuncio del poder destructivo que posee este planeta en sus entrañas. Hay una parte inevitable en esta cuestión, porque la vida terrestre siempre ha estado cercada por el poder de Vulcano, convertido en deidad por los griegos. Un dragón dormido bajo la corteza terrestre que nuestra era industrial ha contribuido a despertar. ¿Tendremos tiempo todavía de corregir este error?
Comentarios
Publicar un comentario