Cierto es que no era una seria aspirante al título la selección argentina en Rusia, pero igual pocos podíamos imaginar que anoche su endeble condición se precipitara de tal manera en una noche especialmente tétrica y alejada de su rica historia futbolística.
Condicionada por el escaso rendimiento del debut ante Islandia, el entrenador Jorge Sampaoli intentó probar un nuevo esquema poblando el medio campo de jugadores capaces de recuperar el balón. La alineación de Mascherano, Enzo Perez, Acuña y Meza fueron su apuesta para contener a Rakitic, Modric y sus compañeros durante la primera hora del partido en Nizhni Novgorod. Todos suponíamos que la idea era recuperar o transportar el balón hasta la zona de creación y entonces allí brindar la posibilidad a Messi para que despliegue su fútbol o intente habilitar a Agüero o Salvio.
Pero, poco o casi nada de esto sucedió. En buena parte porque Messi se ausentó por completo del desarrollo del encuentro, muy bien marcado por Rakitic, pero también con una actitud poco comprometida con las reales necesidades de un equipo cuya suerte dependía del triunfo a toda costa. Y sobre todo porque el portero Willy Caballero cometió un error poco digno de la posición que ocupa. Un arquero de selección no se puede permitir regalar un gol a sus rivales en un partido decisivo de una Copa del Mundo. El fallo de Caballero fue decisivo anoche y nadie lo puede negar o ocultar, aunque lo intentara Sampaoli en la rueda de prensa posterior a la derrota.
De momento, es un misterio la causa del bajo rendimiento de Messi en Rusia y nos resulta imposible explicarlo con razones que excedan lo psicológico o la simple intuición de que pudiera existir algún mar de fondo en este grupo de jugadores reunidos por Sampaoli para disputar la Copa. Los nervios de Otamendi, quien casi lastima con una patada injustificable a Rakitic cuando estaba caído en el suelo tras recibir una falta, es una pequeña muestra del grado de alta tensión que tenían algunos jugadores argentinos en Nizhni anoche. El central argentino habría merecido la expulsión directa tras su desafortunado gesto de impotencia contra un colega de profesión.
Sin Messi, Argentina es una selección que no hubiese clasificado a este Mundial. Esta es una realidad que nadie ignora, y ni siquiera discute. La presencia del crack barcelonista es la única razón objetiva que otorgaba cierto crédito a un grupo de jugadores sin un estilo que los aglutine, sin un rumbo fijo y con una conducción a nivel directivo que ha dado todos los tumbos que se pueden dar en cuatro años. Peor imposible, los argentinos llegaron a Rusia casi por un milagro.
Ahora, tras la dura derrota sufrida ante Croacia (0-3), la albiceleste depende de algunas casualidades propias y ajenas encadenadas, como que hoy empaten nigerianos e islandeses a cero, que el próximo martes los croatas venzan a los islandeses, o que estos mismos jugadores argentinos se transformen para derrotar con claridad a los africanos. Todo suena a gesta bastante improbable, pero la posibilidad está allí todavía, y no la podemos negar.
La prensa argentina, que olía a sangre desde el minuto inicial de este proyecto, anoche consiguió unas palabras tremendas del Kun Agüero en el pospartido. "Que diga lo que quiera" espetó el Kun sobre Sampaoli ante una pregunta maliciosa de un reportero de TyC Sports que contenía una frase que el entrenador argentino no había dicho en su rueda de prensa previa. El Kun mordió el anzuelo y sirvió para enturbiar todavía más las aguas en las que intenta no ahogarse definitivamente esta selección argentina.
Resulta curioso que el presidente israelí Netanyahu soñara con la foto de Messi en el Muro de los Lamentos de Jerusalem, y que la suspensión de aquel partido amistoso entre argentinos e israelíes evitara, porque ahora mismo toda la selección argentina acompaña a su estrella en este monumento a la desolación futbolística que han sabido erigir en Rusia.
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